Revista Asia Sur - Edición Nº 110

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Difusión

final, para un hombre de mundo, es muy exótico volver a casa».

Aprendizaje entre cantinas

Ódiame y Vida son dos valses peruanos que el músico español reinterpreta en Licenciado Cantinas, disco que será presentado en Lima este 7 de marzo.

«

A mí me gustaría pensar que tengo una voz que llora, eso sería lo mejor que me podrían decir». Con esas palabras, Enrique Bunbury le definía su forma de cantar a la revista Rolling Stone España en febrero de 2010. El ex líder de Héroes del Silencio acababa de terminar la gira latinoamericana de su disco Hellville de luxe frente a 80 mil personas en Ciudad de México y había sido elegido por dicha publicación como una de las mejores voces de la música española. «Yo hablo de emociones en mis canciones. Ojalá haya alguien ahí que reciba parte de eso. Todo lo demás es vanidad». Dos años después de aquella entrevista, en la mitología Bunbury la vanidad continúa teniendo los mismos sinónimos: la celebridad, el éxito, la fama. Esa zona oscura es la que ha evitado desde la separación de Héroes del Silencio en 1996. Basta coger un par de discos suyos como solista para entender que su apellido hace rato que se convirtió en un adjetivo: antes de ser parte del showbiz, Bunbury prefiere estar de gira con sus camaradas músicos, viajar de una ciudad a otra, empaparse del folklore de aquellos lugares y gastar infinidad de libretas de apuntes. «Soy una persona muy viajera. He vivido en diferentes ciudades de España. Estuve una temporada en La Habana y otra en México. California no es mi destino final, digamos que es solo otra parada en el camino», dice Enrique Bunbury desde su casa en Los Ángeles, en donde vive desde 2010 con su novia. Allí nació su pequeña hija Asia, de un año. Es allí, también, en donde hoy se sumerge en la tranquilidad y el silencio en que escribe sus canciones. Bunbury tiene un mundo propio y una voz (interior) que desde hace más de quince años viene confeccionado una obra en donde la experimentación –y por ello el riesgo– siempre ha estado presente. Junto a El Huracán Ambulante, banda con la que continuó su carrera en solitario luego de Héroes del Silencio, grabó cuatro discos de estudio, todos muy distintos entre sí: Radical sonora (1997), Pequeño (1999), Flamingos (2002) y El viaje a ninguna parte (2004). Durante ese tiempo, su

figura se fue volviendo casi de culto. Sobre todo en América Latina, de la cual Bunbury es un adicto. «España ha olvidado quién es en su afán por buscar la modernización sin respetar su cultura, su pasado. Latinoamérica me hace sentir la despersonalización que ha sufrido mi país. Me entiendo mejor con un nicaragüense que con muchos españoles. Me apena, pero es así», confiesa Bunbury a más de 5 mil kilómetros de distancia.

De todo el mundo Si bien hasta la fecha ha ofrecido dos shows en el Perú, su fascinación por Latinoamérica hizo que en 2003 se internara en diferentes provincias del país. Su espíritu errante que siempre está de caza lo guió: guardó un cuaderno de notas y un charango y mochileó durante largos meses por varios países de la región. De esa travesía saldría gran parte de los temas del disco doble El viaje a ninguna parte. «Introducirme en sus provincias y en su cultura fue una gran experiencia. Soy un admirador de las canciones de Chabuca Granda, del cajón peruano, del melancólico sonido del Ande y de la peculiar cumbia peruana de los setenta», recuerda. Aquí, además de tatuarse en el antebrazo derecho al dios mochica Ai Apaec y enamorarse del pisco sour, del ceviche y de Machu Picchu, se enteraría de la historia de Atahualpa en Cajamarca. Así nacería la letra de El rescate, uno de los temas más contundentes y celebrados de aquel álbum. Pero no solo eso, Chiclayo le inspiraría para componer Anidando liendres; Adiós, compañeros, adiós; y El anzuelo. Y en Máncora escribiría Canto. El viaje a ninguna parte fue el último disco que grabó con El Huracán Ambulante. Luego de eso, Bunbury editó como solista Hellville de luxe (2008), Las consecuencias (2010) y Licenciado Cantinas (2011). El primero de estos no fue solo el que lo trajo a Lima nuevamente, sino el que no necesito de viajes de por medio: todo el material lo grabó y compuso en su casa de aquel entonces en el puerto de Santa María, al sur de España. Ese cambio de ritmo en su vida explica una frase que encabeza los créditos del álbum: «Al

Hoy Bunbury tiene 44 años, es vegetariano, lee mucho y bucea aún más, conduce un Mustang clásico rojo cuando se encuentra en Los Ángeles, se despierta a las seis de la mañana (porque ahora vive más de día que de noche) y, gracias a su último disco –Licenciado cantinas, un fascinante compendio del cancionero latinoamericano en donde versiona quince temas originales del bolero, el tango, el vals, la salsa y hasta el tex-mex–, estará una vez más en la ruta: en marzo de este año realizará una larga gira latinoamericana. «Son canciones en nuestro idioma que nos ayudaron a crecer y que muchas veces hablaron por nosotros», confiesa Bunbury. «Hay canciones como Animas que no amanezca que son para cantar en la cantina hasta la euforia total, pero también otras como Ódiame, que son sobre el drama, la separación y el enfrentamiento con la persona amada. Son historias que todos suscribiríamos en algún momento de nuestras vidas». Al inicio, tenía una selección de sesenta canciones. Pero más allá de significar un número inmanejable para ser editado, lo que primó en la selección final fue el concepto que desde el inicio quiso darle al disco: que todos los temas, una vez terminado, contaran la historia de un personaje. Con principio, trama y desenlace. Así, acompañado de la banda Los Santos Inocentes, Bunbury cuenta una historia de amor y abandono, pero también de redención. Establece un puente entre el rock y la música tradicional a través de temas vitales como El Mar, el cielo y tú (un bolero del mexicano Agustín Lara), El día de mi suerte (una salsa de los puertorriqueños Willie Colón y Héctor Lavoe), Ódiame (un vals de los peruanos Rafael Otero López y Federico Barreto) o El cielo está dentro de mí (un folklore del argentino Atahualpa Yupanqui). «Cuando uno empieza en la música siempre reniega de lo anterior. Se cree que lo que uno trae es algo revolucionario, nuevo y totalmente “rompedor”. En este disco reconozco abiertamente la grandeza de mis predecesores, gente que estuvo haciendo canciones antes que yo. Me pongo de rodillas ante ellos», confiesa Enrique Bunbury. A tal punto llega la narración que armó con este disco, que en 2011 se filmó Licenciado Cantinas. The movie, un mediometraje dirigido por el cineasta español Alexis Morante y protagonizado por el mismo Bunbury. Algo así como un gran videoclip de veinticinco minutos en donde se repasan varios de los temas del álbum. A pesar de haberse asentado en Los Ángeles, Enrique Bunbury sigue siendo un errante empedernido. Porque él continúa viajando. No solo cuando está de gira. Lo hace al momento de componer. Cuando crea su estética musical. Cuando interpreta para sus amigos una canción suya o de otro. Cuando se encuentra en una sala de ensayo o en el estudio de grabación. Y, sobre todo, cuando está arriba de un escenario ante miles de fans y seguidores. Ese es el momento pico de su travesía. El escenario es donde terminan todos sus viajes. Y donde aparece aquella voz que llora. Ese es su único destino. Él lo sabe.


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