Revista Amaltea nº8

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AMALTE Revista literaria

Fotografía de Liam Michelli C. Cam Cerón G.

E d i c i ó n E s p e c i a l . MICRORRELATOS

Julio Cortázar, aficionado al boxeo, solía decir que la novela es como un combate que se gana por KO técnico, mientras que el relato se gana por nocaut. Parafraseando al gran escritor argentino, podríamos apostillar que el microrrelato, el buen microrrelato, es como un nocaut antes de desarrollar el combate, un combate que solo se insinúa, que solo existe en cuanto potencialidad, que nunca se llega a producir, pero que lectores y lectoras ven con toda su estética y crueldad, un KO que no está presente, pero que es tan real como los golpes de la vida, que se sienten aunque no se vean.

Esto es lo que contiene Amaltea en este número de invierno, una muestra de buenas minificciones construidas a base de elipsis poderosas nacidas de la imaginación de nuestro alumnado. Contamos, así mismo, con una invitada de lujo en nuestra revista, la escritora Yurena González Herrera, quien colabora con el microrrelato “Anhelo”. Vaya por escrito nuestro agradecimiento por cedernos esta obra.

Nos hace especial ilusión este número porque es el primero que publicamos dedicado a un único género, la microficción. No obstante, la revista vuelve a contar con sus secciones habituales: “Llagas en la boca”, ahora escrito por una alumna, y el trabajo creativo de algún docente, en este caso de Nacho Hernández, del departamento de Dibujo. Así mismo, conviene recordar que nuestra revista no sería posible sin el elemento visual, que no solo ilustra, sino que complementa lo literario. Eterno agradecimiento al alumnado de las diferentes materias relacionadas con las artes plásticas. Debemos destacar también el diseño especial de las imágenes, realizado por nuestra redactora y diseñadora Isabel Almeida, profesora también de Dibujo, en el que hay un trabajo minucioso de lo macro a lo micro, en consonancia con lo escrito.

Al leer estos microrrelatos estamos convencidas de que caerán redondos y redondas al suelo por KO, porque nuestro alumnado no tiene contemplaciones cuando escribe, así que, lectoras y lectores, esperamos que salgan indemnes tras leer estos textos.

Llagas en la boca. “La cena está servida”

Ojos como platos / Discurso de Cicerón

Historia de un fracaso literario / El cielo ya no brilla La niña de la tarta / La carnicería

Una hija, un dedo / El golpe de la niña

La elección de Pandora / Un campo de buganvillas

La niña no tan buena/ El Día de Canarias

El niño alfombra

Escena del crimen / La nieve roja

las tres hermanas del cuento de hadas

Antes del fin / Reminiscencia

El niño que reía / La frase

Mía Coco Rühling

Llagas en la boca

La cena está servida

Dos mesas listas para la cena, dos madres y dos hijos. Dos familias separadas por un océano. La televisión encendida y cuatro corazones se encogen. A dúo la ansiedad comienza, pero espera, no corras. Esto solo acaba de comenzar.

Dos mesas separadas por un océano debaten sus futuros planes. “Toc, toc”, a la izquierda, un tímido “¿quién es?” responde. Ahí está ella, las sonrisas aparecen y con ellas nuevos planes. Está decidido, tú decides si luchar o aceptar. “Toc, toc”, derecha, un firme “¿quién es?” responde. Ella entra y las ofensas comienzan “nosotros lo hacemos por el bien, por ellos” enuncia una voz pero…

Dos mesas en las que se empieza a escuchar una melodía, mil voces, una historia. Ella tiembla, se complican sus planes. Madres e hijos lloran al abrir los ojos al encontrar una voz. ¿Una revolución se acerca? Eso seguro, la han descubierto.

Dos mesas, mismos planes, solo un obstáculo, una canción, un hombre, mil voces. Solo queda un deseo, que no les pase lo que le pasó a Hawaii.

Hécate

Alejandro Llorent de Jesús

Estados de la materia

La bomba que cayó sobre mi padre me confirmó que los fantasmas no existen, el hombre invisible sí.

El objeto extraño

Una niña y su primo mayor estaban jugando a su juego favorito por la casa. Esta era bastante grande, pero algunos sitios eran oscuros y fríos. Jugaban mucho, y en un momento la niña encontró tirado en el suelo un objeto. No era ni tan grande ni tan pequeño, pero le ilusionaba cogerlo. El primo mayor le decía que eso no era para su edad y siempre cogía él ese objeto. Un dia la niña, que estaba aburrida, volvió a ver ese objeto y lo cogió. Su primo, al ver que ella lo agarró, le empezó a gritar y a decir cosas como: “suelta ya ese objeto, que no es de tu edad”. La niña no podía más, así que lanzó aquel objeto extraño tan fuerte que las voces de alrededor se calmaron. La pequeña niña ya no oía los ruidos que la atormentaban, solo sentía paz. Pero entonces se empezó a ver un rojo brillante que se extendía por el suelo grande, hasta llenarlo entero. La niña, al ver que todo se calmó, se fue a dormir. Emma Bethencourt

Ojos como platos

Mi hermana no quiere comer. Mi madre le pone la cuchara en su boca mientras el cúmulo rebosa por sus comisuras. Ayer me tocó darle de comer y después de tener el suelo repleto de comida me atreví a preguntarle:

—Mami, ¿cuánto tiempo lleva mi hermana aguantando sus ojos en blanco?

Inés Padilla Fernández

Calisto estaba esperando desnuda. Discurso de Cicerón

Inés Padilla Fernández

Liam Michelli C. Cam Cerón G.

Historia de un fracaso literario

Una cuerda se balancea. Un reloj se detiene.

El cielo ya no brilla

El 25 (veinticinco) de mayo del año 2013 una niña salió junto a su madre, muy alegre, para celebrar un día muy importante de su país. Ese día la gente, incluida ella, llevaba un cielo muy chiquito en el pecho, de muchas formas, redondas, cuadradas, rectangulares, en forma de corazón y muchas más. Cuando llegó al centro, en donde la gente celebraba, vio como la que dirigía al país se bajaba del auto muy elegante y arreglada y se ponía a dar un discurso sobre la pobreza y su discriminación, hasta tal punto que ella decía que los pobres ya no existían. Todos comenzaron a aplaudir. En ese momento, la niña, agarrada de la mano de su madre, se giró y vio en ese día frío a un hombre tirado en un rincón, tapado con nada más que con unas boletas. En ese instante, el cielo que la niña traía en el pecho se oscureció. Y unas finas gotitas comenzaron a brotar del cielo y se trasladaron a los ojos de todos los presentes.

Razán Kouan H. y Melania Sánchez B.

La niña de la tarta

La niña de rizos oscuros no quería ir al cumpleaños. Su madre la vistió con un vestido apretado y unos zapatos que dolían. En la fiesta, todos reían, pero ella fruncía el ceño. Allí estaba la otra niña, la del lazo grande, que siempre hablaba demasiado alto. “Me cae mal”, pensó la niña. Y como un gato que salta, la agarró del cuello de la blusa. Los gritos llenaron la sala, y las madres corrieron a separarlas. Cuando todo terminó, en su plato brillaba un pedazo de tarta. Lo comió en silencio, con la boca llena de azúcar y el corazón vacío de culpa.

Valentina Castro

La carnicería

Con mamá vamos a buscar comida cada día; a veces hay carne joven, otras son más maduros. A mí eso la verdad no me importa. Como dice mamá: “lo importante es comer”.

Además, tenemos la suerte de vivir en un barrio poblado y de que los pájaros metálicos tiren sobre nosotros los fuegos artificiales.

Helen Cabrera Armas

Nayara Valdés Peralta

La niña y el monstruo

Ella era muy niña todavía. En aquel entonces apenas llegaba a los cinco años, cuando una maestra de aquella infancia, llena de colores y de felicidad, se le acercó para ver ese cuadernillo que tanto odiaba, pero que dentro de unos años, probablemente amaría y lo recordaría con nostalgia. Esa señora, malvada y malhumorada ante la mirada de la niña, pero dulce y cariñosa ante los adultos, observó con atención su cuadernillo y, al notar como una simple pero compleja suma no la tenía hecha de forma correcta, en un solo segundo la niña observó que la maestra rápidamente se había convertido en un monstruo, que le salían cuernos y se volvía rojo como la muñeca que tenía. Ella juró ver como pequeñas chispas de humo que salían de su cabeza. Ella, muy asustada, no pudo controlar el llanto, y así como la maestra rápidamente se había convertido en aquel monstruo, igual de rápido se convertía en aquella persona que era buena con todo el mundo y amada por todo el mundo.

Sin embargo, la niña no pudo soportar el miedo que sentía cada día al ir a la escuela. Una mañana, antes de que su madre pudiera despertarla, la encontraron inmóvil en su cama, abrazando su muñeca roja. El miedo había sido demasiado para su pequeño corazón. La maestra, al enterarse de la noticia, sintió una culpa que nunca pudo quitarse de encima, llevándola a una amarga soledad que la acompañaría hasta el final de sus días.

Rosana Ramírez Dorado
Zonia Camila Saldaña Chávez
Melissa Nathalia Frías Aguilar

El

caldo

Cuando era niña, pasábamos los fines de semana en la finca de mis abuelos. Era un lugar tranquilo, con árboles altos y animales por todas partes. Me encantaba correr detrás de las gallinas, aunque siempre escapaban antes de que pudiera tocarlas.

Una mañana, mientras jugaba en el patio, vi a mi abuelo agarrar una gallina. Pensé que iba a acariciarla, como yo intentaba hacer, pero en su otra mano tenía un cuchillo. Antes de que pudiera reaccionar, la gallina dejó de moverse. Sus alas se agitaban aún.

Me quedé asombrada, con la garganta apretada y los ojos muy abiertos. Mi abuelo me miró y, con la calma de siempre, dijo: “Así se hace el caldo”. Pero yo no podía dejar de mirar el lugar vacío donde antes había estado la gallina.

Mia Devers Tavarez

Lamentación de Eurídice

Si tan solo las serpientes no fueran venenosas. Si tan solo las miradas no mataran.

Paula Reyes Hierro

El vuelo

Era verano en casa de mi abuela, con su olor a pan tostado y geranios secos. Saltaba en su cama, creyéndome un ave libre, hasta que el mundo me traicionó en un tropiezo, y caí.

El golpe en mi ojo fue un relámpago oscuro. Lloré, pero mi abuela, con sus manos de harina y su abrazo inmenso, me sostuvo sin reproches.

Por semanas, llevé en mi cara la marca morada de aquella caída, como un recuerdo de que, en cada vuelo, hay un riesgo escondido.

Daniela Mesa Hernández

Mia Coco Rühling Rodríguez

Una hija, un dedo

Una tarde, después de la escuela, una niña llegó emocionada con una gran sonrisa y su mamá, al notarla, le preguntó: ¿por qué estás tan feliz? ¿Pasó algo bueno? La niña asintió dulcemente y le respondió con un tono pacífico: es que hoy salí antes de clase y papá me recogió y me dio helado. La niña enseñó la crema del helado blanca cayendo por su único dedo y la muñeca envuelta con la cinta blanca que el señor con bata y gafas le puso en el hospital, esa muñeca que emitía un olor a perro mojado. La madre se quedó petrificada, pues hacía años que ella era viuda, antes de dar la luz a su hija.

El golpe de la niña

La niña, con solo tres años, miraba al niño fijamente mientras él se reía, sosteniendo su muñeca. Sin pensarlo dos veces, apretó su puño y lo lanzó con fuerza hacia el niño. El golpe fue tan fuerte que las gafas salieron disparadas y el niño, sorprendido, dio un paso hacia atrás. Cayó golpeándose la cabeza contra el borde del columpio con un golpe en seco. El parque se quedó en silencio. Las risas y los juegos se detuvieron de golpe. La niña, sin saber qué hacer, seguía sujetando su muñeca, sin darse cuenta de lo que había sucedido. El niño no se movía, algo terrible se había roto para siempre.

Nora Benim R. y Danna Machín H.

La elección de Pandora

Estábamos contando los votos, abrimos la urna y el resultado desató la guerra y el caos.

Dentro de la urna quedó la esperanza, que se perdió al ver quién ganó.

Valeria Daganzo Castañeyra

Un campo de buganvillas

La niña cogió un lápiz de punta gris ceniza, color blanco, con el final amarillo anaranjado; cogió el lápiz y lo llevó junto a una mesa cerca del televisor y la cama. Al ver esa llama roja, tan llamativa y brillante, y ese humo con olor a lluvia de enero, la niña se acercó y cogió el lápiz para escribir, cuando de repente vio que esa llama, tan llamativa y brillante, empezó a apoderarse del lápiz y del folio aquel tan blanco como las nubes en verano. Ese folio empezó a cambiar de color, a convertirse en un rojo apagado como el de una manzana a la vez brillante. La niña quería ver esa llama más grande, quería ver ese rojo tan llamativo crecer hasta un campo con rosas y buganvillas. Metió esa luz en un pozo pensando que se haría más grande, un pozo oscuro con olor a tristeza y humedad, haciendo sin embargo que esa luz se apagara. La niña estaba feliz porque por fin se quedaría en el campo con rosas y buganvillas para siempre.

La niña no tan buena

Juanito vio a María en el patio. Ella estaba sola y parecía triste. Juanito se acercó y le preguntó por qué estaba así. María dijo que los otros niños eran malos con ella. Juanito dijo: "Yo quiero ser tu amigo y jugar contigo". María sonrió y aceptó. Desde entonces, María dejó de estar triste y se hicieron amigos. Juanito se dio cuenta de que la amistad puede hacer que las cosas sean mejores. Pero un día Juanito se dio cuenta de que María golpeaba un ratón y lo entendió todo.

ElDíadeCanarias

Aquel Día de Canarias, yo iba vestida con ropa casual, como si el día no significara nada para mí. Otra niña, en cambio, llevaba la ropa típica, de esas que todos esperan ver, con ese aire de ceremonia que el día reclama. Me miró de reojo, observando mi atuendo, y luego, al fijarse en el suyo, no pudo evitar que una lágrima saliera de sus ojos. Fue solo un instante, pero suficiente para entender que algo le ocurría. Sus padres, que siempre la trataban con indiferencia, la tomaron de la mano sin decir una sola palabra y la llevaron a su casa, casi arrastrándola, como si la vergüenza de su ropa fuera algo que debía corregirse a toda costa. Cuando regresó, llevaba la misma ropa que yo, pero en sus ojos ya no se veía la misma luz de antes, solo una tristeza profunda, como si al vestirse igual que yo hubiera perdido también algo desímisma.

El niño alfombra

Era un fin de semana de verano. Un niño alegre, como de costumbre, iba a casa de sus abuelos a pasar el día. En la casa toda la familia estaba reunida alrededor del televisor sin apartar la mirada ni un segundo del partido de fútbol que estaban retransmitiendo. Mientras tanto, el niño jugaba por los alrededores sin interés aparente y el televisor tenía concentrada a toda la familia. De vez en cuando miraba, pero rápidamente se aburría y volvía a vagar por la casa con su característica camiseta verde fluorescente.

Después de un suspiro colectivo, toda la familia empezó a gritar de felicidad. El niño, asustado por los estremecedores gritos de la familia, corrió a esconderse en el baño. Al entrar, cerró la puerta de un manotazo tan fuerte que rompió el pomo, quedando atrapado.

La primera en darse cuenta fue su abuela, que de inmediato avisó a su padre, que con gran rapidez acudió al rescate de su hijo. Lo que el padre no sabía era que, debido al fuerte golpe, también se habían roto las bisagras que sostenían la madera. Nada más llegar, le dio un mínimo toque a la puerta y esta cedió por completo hacia el interior del baño. El padre, asustado, levantó la puerta gritando el nombre de su hijo, pero al hacerlo se percató de que este había desaparecido. Debajo de la puerta solo había una alfombra peculiar, de color rojo y verde fluorescente.

Alejandro Berupe

Sofía Mantovani

Escena del crimen

La silueta me resulta familiar, pregunto a todos pero nadie me responde, así que me doy la vuelta y camino hacia la luz.

Yasmina Molina Subiñas

La nieve roja

En un viaje familiar a Suiza, un niño torpe y su padre se encontraban en un pueblo suizo muy frío. Había cafeterías, tiendas de marca, panaderías y, por último, tiendas de souvenirs. Allí fueron el niño torpe y su padre. La tienda era fascinante, con muchas cosas que comprar. En la gran tienda, una estantería de diferentes niveles destacaba y atrajo al niño. El mueble estaba lleno de navajas suizas muy afiladas. El niño llegó a alcanzar una con la mano y la cogió sin que su padre se diera cuenta, se fue a una esquina e intentó abrirla, rajándose la mano en el proceso. El niño torpe, con pánico de que su padre le descubriera, salió corriendo de la tienda dejando un rastro de sangre, que próximamente su padre seguiría hasta llegar a la calle y ver a su hijo tirado en el suelo, la nieve roja alrededor.

Las tres hermanas del cuento de hadas

Eran tres hermanas que siempre discutían entre ellas, hasta que un día fueron a un hotel donde todo era como estar en un cuento de hadas. Eran las protagonistas del cuento y no querían que ese cuento tuviera fin. Lo estaban pasando genial, pero en cada cuento de hadas hay un malvado y en el caso de las tres hermanas del hotel fueron los monitores cuarentones que querían hacer del cuento de hadas un cuento siniestro. “Negras, son adoptadas, su madre no las quiere”, decían los monitores.

Ellas no entendían por qué les decían negras, ellas no eran como la noche, ni como el chocolate que se tomaban en Navidad. “Dejen de mentir, inútiles, no sirven para nada”, dijo la madre.

Las tres subieron a la parte más alta del hotel donde habían escuchado que todas las hadas volaban al país de nunca jamás. Las tres hermanas querían ir a ese país donde no se sentirían juzgadas. Cuando subieron al último piso del hotel, el salto se escuchó en todo el país.

Mirella García Aguiar

Antesdelfin

EldíaquePerséfoneregresaba,nopodíadejardepensarenella,en susbrazosrodeadosconlosmíos.Supresenciamecompletabade unaformaquenuncahabíacreídoposible.Lahabíahechomireina, peroloquerealmentedeseabaeraquefuesemicompañera. Mientrasmepeinabapensabaencuántoesperabaverlasonreír,en cómoiluminabamividasoloconsupresencia.Terminédeponerme loscalcetinesrecordandocadaestaciónquepasésinella,soloy vacío.ImaginabaelañoenelquePerséfonedecidiríaquedarsepara siempre. Listo,lapuertaseabreyellaestabaallí.Sinbrilloenlamirada.

-Hades,tenemosquehablar.

Reminiscencia

La piedra de mi mano carva mi piel con la presión, los nervios me invaden hasta momentos antes de lanzarla. La tiza sale rodando y, sobre la silueta dibujada en la grava, salto hasta más no poder. Observo desde una esquina cómo su cuerpo se encuentra grabado en el suelo como una vez lo estuvo en mi piel. Desde la sombra, al acecho, tal y como sus ojos me acosaban mientras yo jugaba a la rayuela.

TiganaFlorizooneVera

El niño que reía

Éramos tres: mi primo mayor, mi hermana y yo. Los únicos que aún no habíamos visto al recién nacido. Esperábamos en silencio cuando mi tía entró. Se inclinó hacia nosotros y al mostrarnos al bebé, ocurrió algo extraño, abrió los ojos y se rio. Fue una risa breve, pero llena de luz, como si el pequeño entendiera algo que nosotros no. Y en ese instante, el mundo pareció detenerse, porque en su risa cabía toda la alegría del día.

La frase

Aquella niña, una mañana de invierno, escuchó como su tía, cada vez que algo hacía mal, le decía una frase. Y cuando las vacaciones acabaron, la niña iba al colegio. Y cuando un niño hacía algo mal, la niña le decía aquella frase que tanto decía su tía. Los niños la decían a los profesores y ellos se dieron cuenta y la dijeron a los directores. Aquellos directores llamaron a los padres de la niña, ya que se impresionaron bastante, pues la niña nunca había tenido ese comportamiento. Los padres fueron a hablar con los directores. Y se dieron cuenta. Y la niña fue castigada. Pero aun así la niña siguió diciendo aquella frase. La apuntó en su cuaderno y cuando se hizo mayor y fue a mudarse, encontró aquella libreta en la que había escrito la frase, y recordó la que había liado ese día, y empezó a reírse hasta las lágrimas.

Aroa Varela Cruz

Benchara Vega Otero

En mi cadera rebenque

me vestí a conciencia, la camiseta del pijama, de la noche anterior el vaquero desfasado, semirrígido, azul

la poeta me conmovió, no estaba sola

acordes , ritmo y distorsión gritos de furia, desesperación

no bailaba así desde mil novecientos noventa y cuatro le lancé una lata casi llena al dron espíacabrón

caí rendido sin consciencia el dolor permanece, sin embargo en mi cadera rebenque

nacho hernández

profesor de dibujo

Yasmin Lins Güimaraes Freitas

Anhelo

Cuando su hija desapareció, Samuel comenzó a escribirle cartas a diario. Todas las conversaciones que habrían tenido permanecían guardadas en un cajón de su escritorio. Con los años y la desolación, el anciano falleció, heredando su único hijo, el hogar familiar.

Sergio comenzó a recibir cartas en respuesta a las que su padre nunca envió. Cartas llenas de anhelo y tristeza. La última estaba dirigida a él, avisando que pronto tendría visita.

Muy pronto.

González Herrera, Yurena. Carcoma. Baile del Sol, 2020.

EDICIÓN ESPECIAL

EDICIÓNYCORRECCIÓN:

IsabelAlmeida

MarcosGarcía

JuanJesúsDarias

AliciaNegrínMolina

IMÁGENESYTEXTOS:

Todas las imágenes, fotografías y textos de esta revista, excepto “Anhelo”,hansidocreadosporelalumnadodelIESSanDiegodeAlcalá.

SEDE: IES San Diego de Alcalá C/Primero de Mayo, 133 35600 Puerto del Rosario https://www3.gobiernodecanarias.org/medu sa/edublog/iessandiegodealcala/

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