Revista Actual Edicion 55 Enero

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especto a la paciencia del vengador, un dicho antiquísimo asegura que “la venganza es un plato que se come frío” y otro aconseja: “Siéntate a la puerta de tu casa que verás pasar el cadáver de tu enemigo”. Y las frases “ya me las pagarás” o “Dios te va a castigar” las pronuncian el estafado y el calumniado, el marido o la esposa engañados y cuanta persona haya sido ofendida de cualquier modo. La torva voluntad de infrigirle al enemigo o al rival un daño equivalente al que nos ha causado es un sentimiento irrefrenable que atraviesa la humanidad de todas las épocas y forma parte de su naturaleza. El deseo de venganza es tan inherente al hombre y a sus pasiones más primitivas y potentes, que la retaliación está en la Biblia y el Corán, en los relatos de las religiones africanas y en las grandes creaciones literarias de todos los tiempos, empezando por la literatura griega clásica, nacida en el siglo V a.C., de la cual han sobrevivido las tragedias cuyo motivo central es la venganza, como la trilogía “La Orestíada”, de Esquilo, los dramas “Electra”, de Sófocles, y “Medea”, de Eurípides, quien también escribió su propia versión de “Electra”. Hollywood y el cine europeo no han perdonado estas obras y otras paradigmáticas, como el “Hamlet”, de Shakespeare, ya sea transformando esos textos en grandes películas o en films mediocres. Y, por supuesto, el aliento de la venganza está en nuestras vidas cotidianas. ¿Quién no ha soñado con tomarse revancha del jefe despótico, de algún amor infiel, del amigo o pariente que lo ha traicionado? La fantasía de ver humillado y derrotado al que nos hizo daño supera con frecuencia los sentimientos más nobles, aunque la venganza no se consuma nunca y poco a poco la vida la vaya hundiendo en el olvido y la indiferencia, acaso el mejor desenlace para un sentimiento que, llevado a la acción, acaba por ser tan nocivo para el vengador, como para su víctima. Desde tiempos remotos el deseo de venganza ha producido guerras interminables entre clanes, tribus y feudos y ha causado la muerte o la esclavitud de poblaciones enteras. Ha inducido

al amante despechado al veneno y al puñal o, en tiempos modernos y más civilizados, a la intriga y la conspiración. Porque tanto se vengan las personas comunes, como los estados y las organizaciones criminales. De hecho, la Cosa Nostra siciliana, la más antigua de las corporaciones mafiosas del Mediterráneo, hizo de la vendetta un recurso habitual para mantener su poder. Recuérdese la impresionante escena de la película “El Padrino”, de Francis Ford Coppola, cuando la familia Corleone ajusta cuentas con un magnate de Hollywood colocando en su cama, mientras duerme, la cabeza cercenada y aún sangrienta de su caballo de carrera más valioso. En la mafia como en los ejércitos, la venganza persigue, más que la satisfacción del vengador, el escarmiento y la disuasión para que nadie ose cometer los mismos actos. La venganza militar más atroz que se recuerde es la que sufrió la aldea checa de Lídice durante la Segunda Guerra Mundial a manos del ejército alemán. En represalia por el atentado al alto funcionario hitlerista Reinhard Heydrich, cometido por un comando checo de paracaidistas venidos desde Londres, las unidades nazis ocupan Lídice, fusilan a todos los hombres y arrasan la aldea. Las mujeres son enviadas a campos de concentración, los niños, a los establecimientos de “reeducación” del Tercer Reich. En un episodio más cercano y menos cruento porque por ahora se trata sólo de amenazas, en el reciente conflicto entre Corea del Norte y Corea del Sur, en el que murieron dos marines y dos civiles de este último país, el teniente general Yoo Nak Joon, comandante del Cuerpo de Marines de Seúl, prometió una venganza "mil veces mayor” y afirmó que “todos los marines, incluidos los que están en servicio y los de reserva, vengarán a los dos a cualquier costo". Y agregó: "Pondremos nuestros sentimientos de rabia y rencor en nuestros huesos y nos vengaremos de Corea del Norte". Pero más divertida y regocijante que cualquier episodio real es la venganza ficticia de la película “Bastardos sin gloria” (“Inglourious Basterds”), de Quentin Tarantino, en la que un comando de agentes judíos, dirigidos por un pintoresco Brad Pitt, es enviado a Europa desde Estados Unidos para organizar un atentado contra


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