Orsai Número 4

Page 33

ir a comprar un baldecito de arena para que juegue el nene, o la primera menstruación, y contarlo con lindos y amables dibujitos. He cruzado los Andes en mula durante seis días, viajé en la Fragata Libertad, participé del penoso periplo brancaleonístico del Mundial USA del 94 con el Negro Fontanarrosa, he hecho el ridículo en lugares muy expuestos, y todo lo contrario, pero por más que le doy vueltas a la memoria, mi pudor me impide rescatar una sola anécdota de esos momentos vividos y pretender que eso sea interesante para los demás. Pero quizás se deba a que soy un narrador limitado. Sirvo más para inventar historias que para narrarlas. Quizás si voy afilando la puntería de contar aquello que, un poco adornado, amerite contarse, me arroje alguna vez a transformarme en el abuelo cuentero, en el centro de mesas y fogones, en el

inolvidable padre de El Gran Pez. Podría contar lo más original que me ocurrió en la vida, aquello que estoy seguro no pasó jamás desde el principio de los tiempos, desde el hombre y la mujer de las cavernas hasta hoy, ni volverá a pasar. Me llevará apenas unas pocas líneas: una mañana, en una playa del Atlántico mexicano, uno de esos reductos fumones, encontré una estrella de mar seca en la arena. Apunté al cielo, como quien tira un búmeran, y lo arrojé. Sorprendido, vi el final de su trayectoria. Se clavó entre las dos ramitas más altas de un árbol alto, y quedó ahí, incrustada, enhiesta, como una estrella en un pino de Navidad. Eso es lo que yo llamaría una anécdota. Y un milagro. Pero ese fue un caso aislado. A la realidad hay que estilizarla. La realidad es petisa. Entonces, ¿qué es lo que hace anécdota a una anécdota?


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.