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Con la cantautora Ana Prada

“Hay que juntarse y cantar”

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Foto: Celeste Carnevale.

Por Fabricio Guaragna

La Ciudad Vieja se enloquece a mediodía. Personas por todos lados, diferentes lenguajes, formas, espacios y emociones. Los sonidos vibrantes que la identifican hacen de este lugar un alma avasallante. Es este espacio una inmensa armonía, una coordinación de sinfonías que se entrelazan sobre el cemento y la carne. Dentro de esta única sinfonía, en un edificio de la calle Sarandí, nos encontramos con Ana Prada para charlar acerca de su arte, su vida y lo que el ritmo de las palabras pueda ofrecer.

Ya se escuchaban risas antes de entrar al apartamen to, pero me sorprendí con la mirada de un niño de poquito más de un año, que se sonreía en brazos de Ana, balbuceando como intentando cantar. Hugo, el hijo de Ana y Pata Kramer, nos acompañó durante el ratito en que pude conocer a una mujer-artista honesta y compro metida, referente de la música folclórica y pop uruguaya contemporánea. Una personalidad de nuestra cultura, que abre su universo para que podamos conocerla en varios aspectos de su vida.

La charla comenzó con un fundamental recorrido por la vida y trayectoria profesional, que dejaba pinceladas personales, involucrando a la familia como primer con texto de inspiración musical. “Vengo de una familia bastante devenida musical, pero en realidad el que siempre tenía una guitarra en mano y conectaba con la música era mi padre. Soy del año 1971 y la posibilidad de tener música en la casa era algo raro, no como ahora que uno lleva la música en el teléfono. Tuve la suerte de tener un tocadiscos en casa, heredado de mi abuela. Ahí escu chábamos todo tipo de música: clásica, brasileña, Chico Buarque, Maria Bethânia, Vinícius de Moraes. Eso te va formando la oreja de chica, hace que el sonido te resulte algo familiar y cotidiano. Soy oriunda de Paysandú. Fui criada en la sonoridad del litoral, entre guitarras y el río; eso me fue generando un gusto, y una necesidad de escuchar música, diferenciándose de la necesidad de hacer música”.

Es clara la inmersión que la artista experimenta en su niñez y adolescencia en la música, con lo que cons truye una gran sensibilidad: “Siempre me emocioné mucho con la música. Escuchando canciones lentas en inglés, propias de los ochenta, me emocionaba, estaba enamorada y lloraba, y no entendía una palabra de lo que decían”.

Desde Paysandú a Montevideo

En muchas familias del interior del país, para las generaciones más jóvenes existe el esperado (en algunos casos) viaje a Montevideo, instancia de aprendizaje vital y crecimiento personal. “El mandato familiar era estudiar una carrera: la música hace veinticinco años era una bohemia, un hobby. Mi padre es ingeniero agrónomo, mis tíos son médicos, mi madre es maestra. Somos una familia de profesionales de clase media, laburante. Imaginate que en Paysandú en ese entonces no se podía estudiar muchas carreras, por lo que tuve la dicha también de tener la posibilidad de venir a Montevideo a estudiar; era una herencia familiar. Terminé optando por psicología, una carrera que parecía que fuera la que hacían los que no sabían qué hacer”.

Viajó a la capital, con esperanzas de una carrera profesional y sentimientos profundos hacia la música. Finalizó sus estudios pero nunca ejerció como psicóloga y dedica todo su tiempo a cantar. Como en tantos aspectos de la vida, es importantísimo reconocerse y aceptar el camino que nos toca vivir. Seguimos hablando de sus inicios en lo musical. “Corrían los años noventa, vivía con mis hermanas, estudiaba mi carrera, entonces conecté con mi primo Daniel [Drexler] y comencé mi camino musical, haciendo coros en su banda La Caldera. Grabamos un disco. Entonces empecé a estudiar guitarra con Esteban Klísich, un referente de la ese instrumento en nuestro país. Por el 98 me llamaron para formar parte del cuarteto vocal La Otra, trabajamos en la productora de Ruben Rada, apadrinadas y amadrinadas por artistas súper consagrados de Uruguay. Llegamos a tocar en conciertos de Simply Red, Buena Vista Social Club y del mismo Ruben”.

Estos contextos de consagración en un ambiente heterogéneo la ayudaron a posicionarse como referencia musical, lo que con mucha personalidad logra sostener y fortalecer. “En el cuarteto vocal junto con Sara Sabah, Lea Ben Sassón y Beatriz Fernández aprendí muchísimo de cuestiones vocales y técnicas, pude profundizar en lo que significa la producción musical. Teníamos que estar muy conectadas. Fue muy importante este momento para mí”.

Esta etapa de su carrera es crucial para comprender cómo se desarrolla su proceso creativo y el desglose de un fino y complejo entramado vocal. “Se fueron abriendo muchas puertas y conocí a muchos artistas a quienes

Foto: Giselle Noroña.

escuchaba cuando era chica. Tomé clases de canto con Nelly Pacheco, una enorme profesora que me ayudó a desarrollar esta etapa fermental de mi vida”.

Enseñar para aprender

Mientras comentábamos algunas anécdotas claves en su carrera, recuerda con mucha emoción y ternura su pasaje por la docencia de canto. “Di clases de canto en varios lu gares durante años. Eso me ayudó a mantenerme y a pagar mis cuentas. Por intermedio de Beatriz [Fernández] llegué al TUMP [Taller Uruguayo de Música Popular], donde brindé talleres de canto colectivo con adultos mayores, experiencia maravillosa que me abrió la cabeza y el corazón, que me permitió conectar con estas personas que vivieron vidas tan diversas. Mis estudios de psicología y la gran mano de Bea triz me ayudaron a conectar y lograr vivir por un tiempo de esta actividad importantísima para mi carrera. Aprendí del canto y de los seres humanos. Aprendí que en la vida hay

Foto: Celeste Carnevale

Foto: Lu Galli.

que tratar de realizarse, de hacer lo que uno quiere para llegar a una vejez feliz. Me enseñaron que nunca es tarde, ni para el arte ni para el amor. He cantado en el casamiento de alumnos míos que se conocieron en estos talleres”.

Esta experiencia nos enmarca en una de sus facetas más comprometidas, nos hace darnos cuenta de la relevancia que tiene la música cuando se trata de conexiones afectivas: “El canto le hace bien al alma. Hay que juntarse y cantar”.

Analizando un poco su pasaje por esta conmovedora experiencia, surge la idea de lo colectivo como una herramienta para fortalecer y construir lazos, como la salvación de una tristeza inminente que nos busca en la soledad y el miedo. “Yo era muy feliz cuando en mi casa mis padres se reunían con sus amigos a tocar la guitarra y cantar. De niña, aguantaba hasta la madrugada para no perderme nada, cantando con ellos, aprendiendo de esta comunión.

Mi casa tuvo una gran actividad social, que heredé y puse en práctica constantemente”.

Alejada de su familia, la ciudad la iba sorprendiendo, movilizando cada rincón de su sensibilidad, alimentando su creatividad y, sobre todo, madurando su capacidad de captar la diversidad musical. “Se me abrió un mundo nuevo. Cuando vivía en Paysandú no llegaba tanta música montevideana. Me construí escuchando el litoral argentino: [Juan Carlos] Baglietto, Fito [Páez], Charly [García]; para nosotros eso era rock nacional”, dice Prada, que se cuestiona su relación con las raíces sonoras del territorio uruguayo. “El universo frondoso de cantautores uruguayos lo descubrí cuando vine a Montevideo”.

Más adelante en su vida, se encuentra una Ana Prada lista para salir a la palestra con todas sus virtudes maduras, generando proyectos personales que trascienden estilos y fronteras. “Entrando el año 2006, comencé a entender que necesitaba construir desde mi soledad proyectos personales, y empecé a cantar canciones de otros artistas, en algunos casos amigos (Martín Buscaglia, Fernando Cabrera, Pata Kramer, el propio Daniel Drexler, entre otros) y me animé a componer mis propios temas. Un día, en una reunión de amigos, coincidimos con Carlos Casacuberta y canté dos canciones propias. Él me alentó a que siguiera componiendo, a seguir construyendo temas. Me propuso juntarnos a trabajar en esto todos los viernes, y el desafío de componer para otro fue una ayuda inmensa para ponerme las pilas, ya que trabajaba no sólo para mí, sino para una persona que confiaba en mí. Y comandado el barco por Carlos, apoyada por mucha gente querida, compuse mis primeros temas hasta llegar al primer álbum: Soy sola. El disco salió primero en Argentina, después en

Foto: Lu Galli.

Uruguay y en España. Estuve nominada a los premios Graffiti, a los Gardel, y empezó a moverse todo, generándose un reconocimiento en varios ámbitos de la música”.

Asumir la vida y las luchas

Es ineludible su lugar representativo y comprometido en las causas y movimientos de reivindicación social. Enmar cada siempre en el feminismo contemporáneo y la comunidad LGBTIQ, su música reconoce y representa generaciones, poniendo de manifiesto una construcción musical de identidad uruguaya. “Después de mi segundo disco, Soy pecadora (editado en 2009), me fui deviniendo una repre sentante de las luchas y los movimientos feministas y de la diversidad. Aunque no me considero una militante, apoyo desde siempre todo lo referido a estos temas y admiro a muchas mujeres que han dejado hasta su vida para mejo rar el mundo. Asumo mi vida y mis luchas, y la posibilidad de servir de espejo para otras personas, agradeciendo todo el apoyo que la gente me da. Me han invitado a actividades referidas al género, a congresos internacionales, trabajé para Unicef, y en todos esos espacios fui a aprender. Más allá de lo que tenga para decir, me parece primordial poder aprender de las experiencias de otras mujeres”.

Foto: Giselle Noroña.

Es importante observar y analizar lo que sucede respecto del contexto del trabajo y la mujer, más aun si viene de la mano de la mirada de una artista que ha conocido contextos tan diversos como Ana. “El trabajo de las artistas mujeres es igual al trabajo en cualquier rubro. Creo que de a poco se ve a la mujer ocupando lugares ejecutivos, al frente de nuestros propios proyectos, desde empresas hasta emprendimientos personales. Siento que cada vez hay más mujeres al frente de sus proyectos. Hace cincuenta años, para salir a trabajar las mujeres tenían que pedirle permiso primero al padre y luego al esposo”.

La mujer en la música folclórica

“Las mujeres hemos compuesto y cantado toda la vida, pero en un espacio más íntimo. Las mujeres estudiaban música para ser el ornamento de la familia que entretenía a la gente en las reuniones familiares. La música popular era un espacio donde no cabían demasiadas mujeres, y de a poco se fue dando, con mucho tiempo de espera, que aparecieran mujeres en esa escena. Cada vez más, nos estamos profesionalizando en este campo, y estamos más juntas, generando más espacios visibles de nuestro trabajo. En mi caso, con el folclore, siendo los festivales espa

Foto: Lu Galli.

cios mayoritariamente masculinos, de a poco van apareciendo nombres femeninos que marcan un precedente”. Como sociedad y desde la mirada de una artista, se puede entender que todavía falta recorrer un largo camino para que la igualdad de género y la diversidad dejen de ser una resistencia y pasen a formar parte de todos los ámbitos artísticos, incluyendo los más arraigados a las raíces, como el folclore.

Decisiones que llevan a buen puerto

Hace ya varios años que Ana Prada y Pata Kramer forman una pareja madura, que ha sabido navegar por varios mares artísticos y personales, sembrando de manera consciente e inconsciente momentos claves para su vida. “Con Pata tenemos muchos escenarios caminados. Hemos cantado en el café Arroba, acá en la Ciudad Vieja, entre otros lugares del mundo. Estamos juntas desde hace seis años, aunque nos conocemos desde el 98. Hace un tiempo hicimos una gira juntas en 2016, con el dúo Kramer versus Prada, con canciones de cada una y también composiciones de las dos. Nos conocemos desde hace muchos años y hemos pasado por varias etapas en nuestra vida. Hemos sido amigas, nos hemos dejado de hablar por años y nos volvimos a encontrar con la convicción de brillar con nuestra propia luz. Trabajamos juntas muy bien y las decisiones que tomamos siempre nos llevan a buen puerto”.

Esta alianza prodigiosa de voces y corazón explora y reivindica el espacio simbólico de la música producida por mujeres; nos ayuda a conectar con las posibilidades afectivas de construir arte y futuro. En esta conexión surgen nuevas búsquedas, proyectos imaginados que van tomando carne y vida, como fue, hace un año, la posibilidad de tener un hijo juntas. “En este país cualquier mujer menor de 40 años que quiera ser madre tiene la posibilidad de acceder a métodos de fertilización asistida a través de la mutualista. Y hace un año nos embarcamos en esto de ser mamás y estamos muy felices. Huguito va y viene en los recitales, y se va acostumbrando a nuestro modo de vivir. Yo no tenía planeado tener un hijo; mi opción de vida y mis tiempos hacían que no fuera una posibilidad que tuviera muy presente. Aparte tengo 47 años y el reloj biológico se me pasó un poco. Pata siempre quiso ser madre, lo tuvo en sus planes siempre. Este tiempo de relación más afianzada, junto a las posibilidades que facilitan que podamos tener un hijo con todas las seguridades legales, hizo que Huguito fuera una realidad más cercana a nosotras, y de verdad nos cambió la vida”.

Una mujer con un gran sentido de lo humano, que trabaja constantemente para y con el público, nos describe algunas páginas de su historia para entender la importancia de la perseverancia y la constancia del trabajo en el camino de una artista. Una invitación a repensarlo todo, desde el amor y la libertad, desde la comunidad como un todo que construye. Entender que sobre todas las cosas la música nos conecta y nos vuelve poderosos, moviendo cada célula del cuerpo hasta que todo se vuelve una cosa sola. D

Fabricio Guaragna. Artista visual y performer. Integrante de la Fundación de Arte Contemporáneo (FAC).

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