el cinismo; una auténtica comedia del Oeste que vira a la negrura total (la marca Peckinpah) cuando el falso sermón mortuorio del predicador se torna real. El desierto funciona ahí como último bastión frente a los empujes civilizatorios, y su ‘oasis’ suena a alucinación: tan improbable era que Cable Hogue hallara agua ahí como que uno de los primeros automóviles a gasolina lo atropellara. Peckinpah era capaz de mostrar en una escena cómo el ‘sueño americano’ da vida y mata. En 1998 otra comedia, esta sí acreditadamente ‘negra’, sale de la firma del ex Monty Python, Terry Gilliam (Brazil, Doce monos, Tideland). Ambientada en 1971, Pánico y locura
Paris, Texas, de Wim Wenders.
en Las Vegas es la historia de dos drogadictos que atraviesan el desierto en un descapotable para ir de Los Ángeles a Las Vegas, cruzándose en el camino con varios ilusos que, como ellos, perseguían el ‘sueño americano’ mientras se libraba la Guerra de Vietnam al otro lado del mundo. Inspirada en la novela autobiográfica de Hunter S. Thompson (Miedo y asco en Las Vegas ), escritor yonqui de una América alucinógena y desencantada, la película seguía los pasos del periodista Luke (Johnny Depp pelado, y pirado como siempre) y su abogado Gonzo (un barrigón Benicio del Toro), dándose la fiesta de cocaína, LSD, mezcalina, hierba y otros inventos, mientras asisten a una carrera de motos en el desierto y a una convención antidroga en la ciudad.
Secretos y tesoros Esos monstruos que recrea Gilliam, nacidos del doble ‘viaje’ de Luke y Gonzo buscando una luz al final del túnel (metáfora bajo la cual puede ser vista toda la historia de la droga), beben lo suyo de una genética de aliens y extraterrestres a los que el cine supo dar desiertos en abundancia, desde los escenarios de la ópera espacial de George Lucas (La guerra de las galaxias , 1977 y posteriores) a las planicies agusanadas de Duna (David Lynch, 1984). Al desierto se va a descubrir algo que, se supone, alguien ocultó antes. Es patria no del turista pero sí del viajero y el explorador. Por regiones desérticas transcurren las búsquedas seudoespirituales y arquitectónicas de sagas
como las de Indiana Jones y La momia; las venganzas pos apocalípticas de Mad Max; y la recreación vagamente histórica de una búsqueda más ‘científica’ como la que hicieron los exploradores británicos Burton y Speke remontando las fuentes del Nilo (Las montañas de la luna, Bob Rafelson, 1990). Pero sobre todo, al desierto se va a perderse y a encontrarse uno mismo. Lawrence de Arabia (David Lean, 1962) narra un episodio de la Primera Guerra Mundial en el que el capitán inglés Thomas Edward Lawrence cruza el desierto para ayudar a los árabes en la revuelta contra los turcos, abandona su occidentalismo para convertirse en un
Omar Shariff y Peter O’Toole en Lawrence de Arabia, dirigida por David Lean.
árabe más y termina descubriendo que el extranjerismo y la soledad habitan a cada ser humano dondequiera que vaya. En El pasajero (Michelangelo Antonioni, 1975) la prisión del espacio abierto se hace insoportable para el reportero interpretado por Jack Nicholson que viaja del desierto africano al desierto español, cambia de identidad, de mujer y de vida, pero no consigue poblar su vacío interior. La narrativa de Antonioni, parca, de respiración profunda y lenta, contrasta con la desesperación crispada del personaje contra la absoluta y callada indiferencia del entorno. En uno de los más sobrecogedores films ‘de amor’ de los ochenta, el desierto vuelve a ser marco: el comienzo de París-Texas (Wim Wenders, 1984) muestra al desorientado y harapiento Travis (Harry Dean Stanton) cuatro años después de abandonar esposa e hijos, siguiendo la línea fija de una obsesión: encontrar el paraje inhóspito donde fue concebido. Los sucesivos reencuentros de Travis (con su hermano, hijo y mujer) lo reconducen al territorio afectivo, pero sólo un instante. Como en todo desierto real, el oasis dura poco. Sobre todo si es un oasis amoroso.
Amor y libertad Para reencontrar la pasión conyugal y huir de la rutina se van a Tánger los protagonistas estadounidenses de Refugio para el amor (Bernardo Bertolucci, 1990), una pareja hastiada no se sabe bien de qué (Debra Winger, John Malkovich), que duerme en habitaciones separadas D
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05/07/2012, 05:11 p.m.
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