Dossier 28

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Kassandra, de Sergio Blanco

La memoria mítica Si se pudiera pensar en un dream team a la manera de la NBA para el teatro uruguayo, no sería muy arriesgado decir que casi con seguridad lo encontraríamos en el grupo Complot, una heteróclita reunión de teatristas que, como ellos mismos manifiestan en su blog, ‘‘no es un colectivo de artistas aunados bajo una forma de pensar la escena en común, ni siquiera aunados bajo los mismos objetivos’’. Dentro de este grupo, la reunión de Gabriel Calderón y Sergio Blanco como director y dramaturgo, respectivamente, junto con la actriz Roxana Blanco, la convierten en una puesta ineludible.

Ahora bien, más allá de la pobre interpretación de lo más rancio de la crítica vernácula, estamos ante una obra de fuste, que recrea y resignifica los mitos clásicos para adaptarlos a la realidad actual que deben denunciar. Como punto de partida, Blanco retoma el tema mítico de Casandra, que luego de asesinada por Clitemnestra sigue viva, y la trae al siglo veintiuno, en un bar del bajo Montevideo, y el propio local es un cabaret que por un par de horas por semana dedica su espacio no a producir y reproducir las miserias de la sociedad, sino a su denuncia en forma de arte. Como estrategia fundamental, la obra plantea una serie de inversiones que, a modo de espejo, nos devuelve a un personaje, Kassandra, que compartiendo con la heroína trágica su origen e historia original, diverge de la misma y llega a su propia conclusión.

Los aspectos fundamentales de las peripecias de esta princesa troyana son recreados por el mecanismo especular al que nos referíamos, al punto de que nos la encontramos convertida en un travesti que para subsistir debe prostituirse, y cuya soledad la obliga a intentar conseguir cualquier forma de reconocimiento por parte de sus semejantes. Esto lo intentará por muchos caminos, sea por el ejercicio de su oficio, por la obsesiva necesidad de sentir amigos a quienes la rodean o, como buena versión de un personaje mítico, a dar cuenta de su historia, en un pésimo inglés que la hace comprensible para cualquiera. Esta elección del idioma es indicación del autor, y una sutil denuncia de cómo la lingua franca de la antigüedad fue usurpada por esta lingua barbárica cuya globalización se manifiesta en escena cuando intenta vender: ‘‘marlboro, one dollar… you my friend, one dollar’’, cuando su celular suena con un ringtone de la canción ‘Chiquitita’ de ABBA –grupo sueco que cantaba en inglés– o por la fascinación pueril del personaje por Bugs Bunny. Una interesante elección del director Calderón le hizo sustituir, al momento en que el personaje utiliza una máscara, la de Bugs por una de un conejo un poco más neutra, dándole un aspecto siniestro que recuerda al conejo profético de Donnie Darko. Y otra inversión, como veremos. La primera inversión es la de convertir a la princesa en un travesti. Por esta doble conversión, de la denigración de su calidad real y de su cambio a una naturaleza masculina, al mismo tiempo se genera una circunstancia vital en la tragedia: al ser un hombre (en el sentido griego del término) Kassandra es pasible de poseer areté, la virtud heroica, una cualidad para la que un defecto tal como ‘‘nacer ciego o mujer’’ es un impedimento. Por eso mismo, y por ser el único descendiente vivo de Príamo y Hécuba, sobre él (ella) recae el deber de vengar la sangre, en este caso, sobre la casa de Agamenón. Pero recordemos que estamos ante un personaje moderno, y cual Hamlet, es perfectamente capaz de resistirse e incluso pretender oponerse al destino marcado. Recordemos que comparte con el mito el poder profético (mediante la cartomancia), pero por su particular bagaje de cambios que la condenan a ser/no ser a la vez, su búsqueda no es la credibilidad, sino algo mucho más vital, el reconocimiento. Sin éste, seamos mitos o personas reales, somos incapaces de existir. Sin otro que nos devuelva la imagen que hace real nuestra materialidad, no podemos ser. Así que no impor ta si se trata del cliente sadomasoquista Monsieur Flaubert, del público, de su incestuoso amor por su hermano Héctor, el héroe troyano, e incluso su obsesión por hacer el amor con todos los enemigos aqueos, salvo Odiseo, que se rehusó, y Menelao (causante de la guerra que devastó su ciudad natal) por su supuesta falta de dotación física para el caso. Todas esas estrategias para saber si uno existe, quizás tengan el origen en el rechazo de Hécuba, su propia madre, que al saber de su sexualidad, la abrazaba preguntando ‘‘where’s my Little boy?’’ sin que las exclamaciones de ‘‘I’m here mother’’

de Kassandra le permitieran aceptarla como era, y quizás así condenándola, luego de muerto Héctor, a buscar la prueba de su vida entre los enemigos micénicos. La narración tiene momentos altos como una interacción de la actriz (no alcanzan los calificativos para esta actuación sobrenatural, por cierto) con dos cortinas de color rojo sangre. La escena pueda interpretarse de varias maneras complementarias: desde una referencia al río de sangre que corriera debido a la traición de Clitemnestra, que asesina en el baño a su esposo Agamenón (el amo de la ahora esclava princesa); o puede verse como los mantos reales de los reyes, entre los que Kassandra desea un lugar que le permita sobrevivir a sus visiones de muerte segura, aunque sea en un ‘‘menage à trois’’. Y también remite a la alfombra de púrpura que se tendió a sus pies para que, siendo un privilegio divino pisarla al descender de la nave, cometiera hybris y con esto sus asesinos se exculparan. Sin embargo la visión de desaparecer se materializa, pero con la previa castración y arrojo de los órganos mutilados a los perros, eliminando así toda posibilidad de que la progenie de Príamo pudiera alguna vez levantarse por venganza, reclamando cumplir el alastor, y dejando el camino expedito para que lo haga la de Agamenón, encarnada en Orestes. Es imprescindible recordar que Kassandra ama a Agamenón, pero no desea la heroicidad, solamente reconocimiento y ser amada. La historia del horror de esta vida de pathos clásico es más dolorosa y afecta más de lo que hoy podría hacerlo el personaje clásico por la más grande y menos evidente resultante de todas las inversiones que logra la obra: a diferencia de Casandra, a Kassandra sí se le cree, dolorosamente se sabe que pasado nefasto y futuro escaso se harán realidad, aun cuando ella misma intente ignorar la última de sus predicciones. Esta vez sí responde al llamado del héroe, actualizado de un modo tan devaluado como su vida, un cliente despreciado, Monsieur Flaubert, pero que le permite obtener dinero para comer, el teléfono celular irrumpe con su llamado patético por lo naif, pero Kassandra sabe lo que tiene que hacer e incluso lo que le va a pasar, pero aun así acude. Cabría reflexionar, pero nos lo impide la falta de espacio, esta irrupción de Mme. Bovary en la intertextualidad. Quizás es solamente así, enfrentando al público a este juego de espejos terribles que transmuta a una princesa en un héroe –casi– trágico sea la única manera por la que un público desensibilizado por la basura mediática que lo asfixia consiga lograr una vía que lleve a la catarsis. Kassandra Autor: Sergio Blanco. Dirección: Gabriel Calderón. Elenco: Roxana Blanco. Lugar: Satén. Juan Carlos Gómez 1323 (entre Sarandí y Buenos Aires). Fecha: domingo 14 de agosto.

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08/09/2011, 02:33 a.m.


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