llame, justamente, Cardal. Esta parte de las relaciones entre las ‘‘señoritas’’ (algunas de ellas septuagenarias y más) refleja, a la mejor manera orwelliana, la internalización del despotismo en el momento en que nadie puede confiar en nadie y así la alteridad, la presencia del otro, se vuelve una replicación del poder opresor y disolvente de las individualidades. Un último elemento queda por analizar: si de la aniquilación de la mente se ocupa el poder, y de la limitación de los cuerpos la imposibilidad de confiar en el otro, ¿qué le falta a este cóctel destructor? Respuesta: el abuso de la fe. Esto aparece, a través de una actuación más que elocuente de Marcel Sawchick y de su ‘conversa’, como el pastor de una supuesta Iglesia del Cristo Reconstituido, con una prédica tan inverosímil como irritante para el espectador. Se verá que este elemento a lo largo de la obra resulta fundamental a la hora de oprimir a los ‘‘enjambres’’. Así se plantea este mundo: sumisas conversas o rebeldes, en este mundo de 2180 esperan la llegada del 21 de setiembre para la relocalización en las órbitas, pero ocurre lo impensable: en enjambres cercanos los rebeldes comienzan a escapar para intentar reconstruir la sociedad anterior, o una nueva, pero en la que vivir sus vidas libremente. Es necesario que se mencione una última intertextualidad: en 1976, una película (Logan’s Run, ambientada en 2166 en la novela en que se basa) planteaba una discronía distópica parecida a la de Futuro perfecto, presentaba una sociedad en la que las personas vivían hasta los treinta años, momento en el que se los ‘‘purificaba’’ en un ritual semisalvaje llamado Carroussell. Aunque nadie hubiera conocido jamás a ningún ‘‘purificado’’, la analogía con las relocalizaciones forzadas es obvia. En la película, los fugitivos encuentran un anciano cuya apariencia, acorde con su edad, les resulta extraña, en tanto que en Futuro perfecto, el rebelde Cardal viaja con su hermano, que rechazó someterse a los tratamientos geriátricos y muestra su verdadera edad. Teniendo en cuenta estos datos, y sin aclarar cuáles son los puntos en los que el argumento de la película se conecta con el de la obra y en cuáles no, para no arruinar la experiencia teatral, resta expresar que estamos ante una excelente obra que sin ningún lugar a dudas conviene ver. Obra: Futuro perfecto. Autor: Sandra Massera. Dirección: Sandra Massera. Elenco: Mariella Chiossoni, Mariana Piven, Etelvina Rodríguez, Susana Souto, María Laura Almirón, Araní Mora, Mané Pérez, Camila Carbajal, Sandra Massera Marcel Sawchik, Fabricio Galbarini, Roberto Foliatti. Canto en vivo: Patricia Curzio. Vestuario: Laura Lockhart. Iluminación: Larisa Erganián. Producción: Teatro del Umbral y Natalia Méndez Bartellone. Lugar: Centro Cultural Carlos Martínez Moreno. Plaza de los Olímpicos, Malvín.
La de Vicente López
Seis personajes en busca de amor Esta obra tiene impreso el sello del buen teatro bonaerense. Begérez es un director joven y le imprime el tono y ritmo ideales para plasmar el pathos que tiene el realismo porteño moderno, con elementos de ‘‘grotesco, costumbrismo y sátira social’’ como bien reza el programa. Todo transcurre casi en tiempo real, la nochevieja, ese lapso de unas horas sobre el que las convenciones de medición hacen recaer las necesidades de recapitular, revivir o evaluar lo vivido. En este momento, una ‘familia disfuncional’, ese tópico que de tan usado está
la que quedó sola con sus hijos, uno retrasado y otra que se evade en la religión, y dos hombres que solamente están ahí porque no pudieron irse: Aníbal es un pintor que se pasa la noche pendiente de la llamada de un amigo para irse, y Nelson es un uruguayo que trajo Alicia y al que toda la noche está por llevar ‘‘al Buquebus’’. Como es casi inevitable, los personajes buscan de alguna manera el amor, y todos lo suponen en otra parte. Beatriz no tiene un hombre, Alicia siente que sólo puede tener uno si le paga, y Alejandrito e Isabel no tienen padre. Los hombres, Aníbal y Nelson, no cumplen ninguna de estas funciones. Las actuaciones son muy buenas, el elenco amalgama bien y la mano del director es sutil, evitando la tentación del chantaje emocional en que fácilmente podría incurrir pero que,
Foto: Alejandro Persichetti.
por dejar de significar, comparte sus recuerdos, rencores, reproches y frustraciones. El planteo es perfecto para la obra: escenografía icónica, mesa de Fin de Año, comida y vestimenta apropiadas para la ocasión, un patio de una casa pobre, con pileta de lavar, bicicleta y jaula con un canario a tono, en la que se instala la familia. A medida que se desarrolla la trama nos enteramos de que vemos la historia de dos hermanas, Alicia (Paola Venditto) y Beatriz (Myriam Gleijer), y los hijos de ésta, Isabel (Laura de los Santos) y Alejandrito (Cristian Amacoria), junto con dos invitados: Aníbal (Xabier Lasarte) y Nelson (Esteban Recagno). La paleta de los personajes mezcla el trazo grueso con la pincelada sutil: la hermana que prosperó (justamente ‘‘la de Vicente López’’),
acer tadamente, no lo hace. Una mención especial merece el trabajo de Cristian Amacoria, con una composición de personaje contundente y ausente de amaneramientos y sensiblería. Esta viñeta tragicómica nos permite atisbar por un rato la intimidad de esta gente que sufre y desea. El resto, como dijera alguien, es teatro. Obra: La de Vicente López. Autor: Julio Chávez. Director: Gerardo Begérez. Elenco: Paola Venditto, Myriam Gleijer, Laura de los Santos, Cristian Amacoria, Esteban Recagno y Xabier Lasarte. Escenografía: Rodolfo da Costa. Lugar: Teatro Circular.
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