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Estampas de Gascue (2 de 4)
Dos predios que anarquizaron el trazado del ensanche Gascue
Desde los albores de su surgimiento, en los terrenos que hoy ocupa la actual urbanización de Gazcue se fueron erigiendo dos extensos predios. El primero, perteneciente a Pedro A. Lluberes; y el segundo, a Enrique Henríquez y Lea de Castro.
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Los predios de Lluberes se extendían –escribe Marcelle Pérez Brown en su citada obra—“por el sur hasta la avenida Bolívar y se expandían hasta la Máximo Gómez por el oeste”. Al este, la propiedad lindaba con el trazado donde está ubicado el actual Palacio de la Policía Nacional, porción de terreno que respondía al nombre de “La Generala” (en honor a Josefa Delmonte, quien fuera esposa del general Núñez de Cáceres).
Factores importantes que contribuyeron a que los terrenos de Pedro A. Lluberes tomaran principalía, fueron, por una parte, el tratado de Paz, amistad, comercio, navegación y extradición firmado en 1875 entre República Dominicana y
Haití, el cual puso fin a las incursiones militares del vecino país a nuestro suelo, y por el otro, la llegada al país de los primeros automóviles en 1908.
Fue un componente significativo, además, el que la avenida Bolívar se inaugurada en 1914, un ingrediente de primer orden para que los automóviles que solo recorrían la zona amurallada expandieran su recorrido hasta lugares más distantes, abriendo posibilidades a los habitantes de clase media de ese lugar para que se agenciaran terrenos en las nuevas urbanizaciones que colindaban con esa avenida.
El centro de la propiedad de Lluberes se encontraba en el reparto “La Aguedita”, ubicado hoy entre la sucursal del Banco Popular de la avenida Bolívar y el Colegio del Apostolado, predio que le concedió Lluberes a su esposa, doña Águeda Rosa Saviñón. Esta heredad comprendía, para entonces, el cruce de la Bolívar y la Pasteur. Esta porción de terrenos la seleccionó Lluberes para que doña Águeda se asentara allí con su prole de catorce (14) hijos.

En la parte este de estos terrenos se encontraba el potrero Mis Amores, y al noroeste su límite era La Esperilla, lugar donde, en parte de ella, y posteriormente hasta los años cincuenta del siglo XX, estuvo ubicado el aeropuerto General Andrews, inaugurado en 1944. El General Andrews es predecesor del hoy aeropuerto de Las Américas José Francisco Peña Gómez.
Pedro A. Lluberes había comprado los terrenos a Casimiro Nemesio de Moya, uno de los primeros propietarios de Gascue. Casimiro fue, además, historiador y geógrafo, y el cartógrafo que trazó los primeros mapas extramuros de la capital.
En una reseña que ocupa las páginas 18 y 19 del libro Gazcue, Jardín Urbano, Marcelle Pérez Brown, su autora, apunta el dato de que doña Altagracia Arredondo
Vda. Thomen (nieta de don Pedro A. Lluberes y conocida por el diminutivo de Gracita) le brindó la información de que la propiedad de don Pedro A. Lluberes “llegó a ser una de las más prósperas empresas agro industriales de la época, ya que en ella abundaba el ganado, se vendía leche, se elaboraba queso, había toda clase de aves de corral, frutales, hortalizas y hasta plantaciones de caña de azúcar”.
La siembra de esta última planta estuvo estimulada por el hecho de que, para los inicios del siglo XX (1906) Ramón (Mon) Cáceres, en ese momento presidente de la República, emitió un decreto que protegía la iniciativa privada y exoneraba de impuestos fiscales la fabricación y exportación de todo el azúcar producido en el país.
Desarrollo de urbanizaciones posteriores
Para estimular el desarrollo y consolidación de su urbanización, don Pedro vendió solares de un mil metros cuadrados, los cuales medían 25 de frente y 40 de fondo. Con esos precios “don Pedro emulaba una experiencia comprobada por él en Santurce, Puerto Rico, país donde viajaba todos los años a tomar los baños termales de Caomo”, lugar donde ya se había iniciado la construcción de urbanizaciones modernas.1
Hubo un momento en el que don Pedro vendió los solares provistos de viviendas ya terminadas, las cuales eran equivalentes en metros de construcción y en diseño.
Las viviendas contenían una galería al frente, a seguidas una sala, un comedor, dos dormitorios y un “martillo”, el cual comprendía otro dormitorio, un cuarto de baño y la cocina. En la parte posterior don Pedro anexó una galería construida especialmente para articular todas estas habitaciones.
Las viviendas estaban provistas de un tanque de metal colocado sobre la cocina y el cuarto de baño, donde se acumulaba agua, la cual se utilizaba tanto para el consumo humano como para otros servicios. Más abajo se improvisó un drenaje, el cual conducía las aguas residuales y el producto de las necesidades fisiológicas de las familias residentes hacia una pendiente que los conducía a los terrenos ubicados en las partes llanas.
1 Ibídem.
El agua, por supuesto, provenía de la lluvia o se hacía remontar desde aljibes mediante bombas de mano. El inodoro del cuarto de baño descargaba en un retrete. Para la época se carecía del sistema de cloacas.
La urbanización de don Pedro no era la única, ya que, como lo describe José Enrique Delmonte Soñé en su ensayo Génesis, desarrollo, decadencia y transformación de Gascue--, “… es bien sabido que a lo largo de la Av. Independencia y en otras áreas de sus alrededores, existían con anterioridad numerosas construcciones usadas como residencias de veraneo o de descanso, donde los propietarios tenían pequeños huertos, árboles frutales, sembradíos de comestibles, animales de granja, producción de leche y carne, todas propiedades de la aristocracia capitaleña que residía en la zona intramuros”.

Estancia de los Henríquez-De Castro
Enrique Henríquez se casó con Lea de Castro. Su fortuna devino de su matrimonio con la viuda, quien poseía predios de terreno de considerables dimensiones.
Enrique Henríquez nació el 30 de noviembre de 1859, en Santo Domingo. Murió en 1940. Se graduó de abogado a los 27 años y se destacó como poeta. Desde joven se inclinó por la actividad política, pasando a ser, en 1885, secretario particular del presidente Woss y Gil.
Henríquez fue cónsul del país en Nueva York, desde donde regresó para ganar una diputación por la provincia de Santo Domingo. Fue, además, Secretario de Relaciones Exteriores del Gobierno de Lilís, jerarquía de la que se valió para evitar, en un momento sumamente delicado de la situación política del país, la ejecución del abogado Francisco J. Peynado
Huttlinger, quien, debido a las protestas que dirigió en contra de Lilís, fue llevado ante el pelotón de fusilamientos. Posteriormente, ambos, Henríquez y Peynado, ejercerían como consocios en un bufete de abogados.
Como poeta Enrique Henríquez escribió los libros: “Nocturno” y “Miserere”, de donde se destaca su “Canción del avaro”.
La estancia de Henríquez y De Castro medía 540 metros de frente. Estaba ubicada entre las propiedades de J. D. Pichardo y los Gautier. Sus límites eran, al norte, la avenida Bolívar; y al este, la avenida Pasteur, donde los terrenos colindaban con las propiedades de Ramón Lovatón y con el ensanche de la viuda Arvelo.
Al oeste, la estancia colindaba con la franja de los Alfonseca –previamente de los Gautier--, hoy limitada por la calle Socorro Sánchez. Al sur, la franja se extendía hasta el mar Caribe, específicamente hasta donde hoy está ubicado el hotel Jaragua.

Para entonces, a varias de las estancias limítrofes con el mar Caribe se le facilitó construir piletas que los dueños de los terrenos diseñaban apoyados en los arrecifes salientes de la costa, y que convertían en pequeñas piscinas privadas.
Posteriormente, el tirano Trujillo (el “jefe”) ejercería esta modalidad, pero con piscinas modernizadas con todas las de la ley. Las mismas existieron en casas de veraneo de Trujillo situadas en Najayo y en Nigua, y fueron construidas dentro del mar.
En esta última casa playera, la de Nigua, asesinó Ramfis, el hijo mayor del tirano, poco antes de marcharse del país en 1961, a la mayor parte de los ejecutores del tiranicidio.
Las piscinas construida por el tirano, por otra parte, estaban provistas de sólidas rejas de seguridad para evitar la penetración en ellas de grandes peces, por lo regular peligrosos para el ser humano. Esa medida ya había sido puesta en práctica por los adquirientes de las estancias de Enrique Henríquez en las viviendas colindantes con el mar Caribe, aunque, evidentemente, con rejas más frágiles. Además, las piscinas del “Jefe” contaban con asientos de concreto armado con colchas de engrudo alrededor de las mismas, aptas para descansar, tomar tragos, y, por supuesto, para poner en práctica los juegos sexuales preferidos del “Jefe” y sus paniaguados con sus decenas de “queridas” y “amantes” de ocasión.
Pero volvamos a los terrenos de los Henríquez-De Castro
Tiempos después, el privilegio de que disfrutaban los dueños de las estancias de Enrique Henríquez ubicadas en la zona limítrofe con el mar Caribe, las cuales se privilegiaban con el acceso a las playas, de pronto se vio afectado por la construcción de la avenida George Washington (antigua calle Colombia), por la que se llegaba a San Jerónimo (poblado ubicado donde estuvo situado el hotel del mismo nombre). Como era de esperarse, la construcción de la nueva avenida los privó del placentero disfrute del baño de mar y del soleado que encendía la piel y la coloreaba de carmesí.
La construcción de la avenida George Washington se inició en el año 1931 y fue concluida e inaugurada el 22 de febrero de 1936.
Los medios de comunicación de la época recogen la información de que para que se construyera esa avenida hubo que vencer la resistencia de los “blanquitos de Gazcue”, quienes se oponían rabiosamente a ser despojados de “sus playas particulares”.
Correspondió al ingeniero municipal José Ramón Báez López Penha vencer la resistencia de los residentes del lugar, quienes finalmente accedieron a las necesidades de urbanización de la capital. Influyó, por supuesto, la presencia de Trujillo, ya en el poder, quien ordenó, que para que la disposición fuera cumplida López Penha se hiciera acompañar de un pelotón militares, a quienes se les impartió la orden de desalojar por cualquier medio a quienes se opusieran a esa disposición.
Urbanización La Primavera
En 1911 la estancia de los Henríquez-De Castro se transformó en la urbanización La Primavera, primera en ser dotada de contenes. Su organización, urbanización y simetría eran tal, que el semanario ilustrado “La Opinión” la catalogó de urbanización “casi perfecta”.2

“En las tardes, cuando nos bañaban y cambiaban las ropitas limpias, me escapaba al edén preferido, e internándome en el verdor, iba al encuentro del profuso bosque de las ‘buenas tardes’. En esa ensimismada contemplación, me encontró mi madre, musitando, en un provocado aislamiento, versos que improvisaba, inspirados ante la observación de la naturaleza”, revela Pérez Brown en su obra.
De su lado, Kanky Despradel señala que …“Se volaban las chichiguas en el solar frente a nuestra casa, donde, al compás de éstas y sus multicolores colas, hechas de viejas camisas, sábanas y todo tipo de desechos de armarios, aprendimos a estar solos y a pensar”.
2 Pérez Brown
Antonio Thomen recuerda, que “La primera vez que supe de la existencia de Gazcue fue cuando mi padre compró un solar ‘en las afueras’ al fabuloso precio de veinticinco centavos el metro cuadrado. El terreno era inmenso (al menos así me parecía a mis siete años). Allí había árboles suficientes para ‘marotear’, sembrar y cosechar batatas para asar, tener guandules en la mesa y comer mangos, limoncillos o cajuiles todo el tiempo”.
“Hoy en día, se contempla con visión retrospectiva algo distinta para quienes llevamos a cuestas muchas décadas de vida, por obra inevitable del constante crecimiento de la población de nuestra ciudad; pero, no por eso ‘La Primavera’, como área de gran importancia, ha dejado de ser, y seguirá siendo La Primavera’”.3
Los planes originales de la urbanización La Primavera concebían que las calles debían medir 20 metros de ancho, pero esta medida fue rechazada por el ayuntamiento de la época, ya que la avenida Independencia (antigua Carretera del oeste), construida un año antes, y una de las arterias más importantes de la época, solo medía 14.
Para 1928 ya había fallecido doña Lea de Castro. Enrique Henríquez ahora estaba casado de nuevo, casualmente con otra viuda poseedora de grande predios, quien respondía al nombre de Olivetta Calero. El matrimonio fijó su residencia en la calle Hermanos Deligne No. 4.
Posteriormente, alrededor de 1930, don Pedro Marín y su esposa Herminia Pozo parcelaron su propiedad y construyeron el ensanche Independencia, ubicado al oeste de La Primavera y al sur de la avenida Bolívar.
Disputa Henríquez-Lluberes
El éxito obtenido por Pedro A. Lluberes (llamado Pedrito familiarmente y por sus amigos íntimos) al parcelar sus tierras para adjudicarlas como solares no fue ajeno a los demás propietarios de la zona, especialmente a Enrique Henríquez, quien notaba el incremento de la clase media de la zona amurallada y apreciaba su capacidad de compra. Henríquez era, además, quien presentaba las mejores condiciones para parcelar, pues ya sus terrenos contaban con contenes y calles medidas por agrimensores.
3 Pérez Brown, 1997.
Para entonces existía una velada enemistad entre Henríquez y Lluberes, a la cual se le podían dar varias lecturas.
Henríquez había sido canciller del Gobierno dictatorial de Lilís, posición que le granjeó la mala voluntad de muchos de sus vecinos de Gazcue, incluido Pedro A. Lluberes.
De ahí que, cuando Henríquez se decidió a parcelar sus tierras de la hacienda La Primavera, su primera señal de advertencia a Arístides García Mella, encargado de dirigir la partición de los terrenos de la misma y de urbanizarlos con calles, fue que “evitara que sus calles coincidieran con las de Pedrito (Pedro A. Lluberes)”.
Por esa razón, si usted se dirige de este a oeste por la avenida Bolívar, antes de alcanzar la avenida Bolívar con Pasteur, esto es, desde la Doctor Báez, transitando hacia los límites de La Primavera, no existe una sola calle que cruce la Bolívar directamente hacia el norte y que “coincida con las de Pedrito”, que dicho sea de paso, fueron trazadas con anterioridad a las de Henríquez.
Eso puede usted verificarlo con facilidad, ya que en la desembocadura de la calle Doctor Báez no converge ninguna otra calle. Y desde que usted rebasa la calle Doctor Delgado y cruza de este a oeste la avenida Bolívar y alcanza la Pedro A. Lluberes, tampoco existe coincidencia frontal entre las calles que traspasan la avenida.
Pero el problema no se detuvo en los predios de los dos propietarios mencionados, puesto que las porciones de terreno más al oeste, aunque pertenecientes a otros propietarios “amigos”, siguieron el mismo trazado arbitrario.
De manera que la anarquía que se observa en la medición de los trazados y la que se comprueba al intentar acortar caminos y sendas por las intrincadas calles de Gazcue tenga sus raíces en esa inicial disputa.
Seguiremos con otras entregas sobre esta urbanización del viejo Santo Domingo en revistas posteriores.