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De la misma forma que el niño que quería ser pintor y dibujaba el horizonte de perfil, así Thomas nos muestra las cosas al bies: tiranos de república bananera mediante un pelotón de fusilamiento compuesto por generales golpistas y su peculiar puntería; el futuro de una relación amorosa con el saludo a la Reina de Inglaterra; las preocupaciones de algunas países por el aspecto de sus embajadas; las evoluciones políticas de los liberales americanos mediante los motivos del FBI para visitarlos. Los diálogos son concisos, llenos de “bienentendidos”, se habla lo justo y se entiende el resto. Thomas no enfoca a los poderosos, no nos habla de los presidentes, ni de los hombres que ponen a los presidentes, sino de aquellos a quienes estos encargan la tramoya, pero no como meros autómatas con mandíbula cuadrada y gafas RayBan, sino como personajes autónomos, inteligentes y ambiciosos, personajes que no envejecen, ya que no se puede envejecer si no se ha triunfado (se tenga la edad que se tenga), y difícilmente pueden triunfar. Actúan, entendemos por qué actúan, a veces incluso lo intuimos, pero no hace falta que nos lo expliquen (Thomas no trata a sus lectores como idiotas, otro motivo para su escaso éxito). A veces no solo es lo bueno que narra sino lo que deja al lector (brillante la escena del entierro del padre Draper Haere, viejo luchador comunista y los dos únicos presentes, dos viejos separados en lo personal y en lo ideológico, ¡que posible historia!). O la presencia del viejo abogado de Washington cuyo cliente es La Nación y califica a la Administración de aquel momento, de chiflados, truhanes y actores, presencia tangencial por demasiada cercana al poder de verdad para ser relevante en una novela de Thomas. Para acabar y en palabras del propio Thomas, ”Por qué los buenos mentirosos solían ser una compañía más grata que la gente veraz que, a su parecer, resultaba a menudo impasible, aburrida y gazmoña?” Thomas es uno de los más grandes mentirosos de la novela policiaca. Siempre grato, nunca aburrido. Léalo. De nada. Joan Torres, viejo aficionado a lo policíaco, de joven cayo en la marmita de Hammett y Chandler y desde entonces sufre un brutal síndrome de abstinencia. Único tratamiento: buenas novelas. Problema: medicina escasa. Gruñe y muerde, no contagia.

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núm. 5 – Junio 2009

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