Revista 27 · Conurbano

Page 100

iempre miré a mis padres con agradecimiento por haber elegido Moreno para vivir. No sé por qué, pero creo que ser un pibe del conurbano en los 80, me hizo mejor persona. Tal vez es un pensamiento estúpido, pero toda mi vida estuve convencido de eso. Mi casa, ubicada en el Barrio San José, estaba en la única cuadra asfaltada en cinco a la redonda. Era una verdadera excepción. Panamá 5231, entre Chile y Colombia, un paraíso latinoamericano en pleno conurbano bonaerense. Mi vieja, ama de casa. Mi viejo, un tipo que tenía un videoclub, el primero del partido. A los 4 años empecé a ir al jardín de infantes, el 908, pero me costaba hacer amigos. Siempre llevaba conmigo un muñeco de Mazinger Z, que apretándole un botón en su pecho, lanzaba sus puños con furia, casi siempre, siendo mis compañeros de salita celeste los destinatarios de los mismos. Un día, la señorita Graciela decidió armar parejas. La consigna era crear un juego con sólo un elemento que ella nos iba a dar. A mi me tocó José María Pereyra, que además, era mi vecino de enfrente, pero nunca habíamos cruzado ni la más mínima palabra. ¿El elemento? Una pelota de tenis vieja. Recuerdo que nos sentamos en el arenero y empezamos a imaginar juegos con nuestras mentes de niños. El primero era uno muy elemental: lanzar la pelota con sólo una mano, la derecha, y recibirla con la misma sin dejarla caer, y luego hacer lo mismo con la mano izquierda... El resultado fueron bostezos y caras de aburrimiento. Quedaban solamente diez minutos para poder completar la consigna y fue ahí cuando, y desde mi más humilde punto de vista, creamos el más maravilloso juego ideado hasta el día de la fecha: El Hoyo Pelota. Estoy convencido que antes de contarles esto, debería ir a la oficina de patentes y registrar esta auténtica joya. La primera versión del Hoyo Pelota era muy precaria. El objetivo era golpear a nuestros compañeros de jardín con la pelota y enterrarla en el arenero, pero ese día, hice mi primer amigo y desde ahí llevamos el juego para el barrio.

La primera versión del Hoyo Pelota era muy precaria. El objetivo era golpear a nuestros compañeros de jardín con la pelota y enterrarla en el arenero.

José María me presentó a varios de sus amigos: Jony, Mariano Toti, Nahuel, Hernancito; todos pibes que después se convirtieron en mis compinches a la hora de los carnavales, con magistrales guerras de bombuchas, o mis laderos a la hora de un fulbito en la canchita de Piti. Aproximadamente 5 años después, un día de enero, a eso de las siete de la tarde y con el aburrimiento comiéndonos los huesos, se me ocurrió ir a buscar una pelota de tenis que usaba mi viejo para “jugar” al paddle con mi tío e intentar recordarle a José María ese juego que habíamos creado. Claro que teníamos que pulir y reglamentar las reglas del juego si queríamos hacer algo atractivo para los demás. La segunda versión del Hoyo Pelota era genial. Consistía en hacer una cantidad de hoyos en la tierra, puestos verticalmente, apenas más grandes que el diámetro de la pelota de tenis. Si eran 5 los jugadores, se hacían cuatro hoyos, si eran 6, se hacían cinco; siempre un hoyo menos que la cantidad de jugadores/guerreros que competían. A cada concursante le correspondía un hoyo y un número, y el que quedaba sin hoyo, elegido de manera completamente arbitraria, debía lanzar la pelota de rastrón y embocarla en alguno de los agujeros. Al que le cayera la pelota, debía recogerla de su agujero,

100


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.