Revista 27 · Adicciones

Page 91

convergencia nos emanan el pestilente sondeo de la realidad? La realidad del opresor que nos hiere, nos nomina, nos conmuta y nos define. Ni el placer ni el displacer existirían, creemos creer, mientras un sinfín de corporaciones con fines de lucro nos implantan desde el discurso lo que deberíamos creer, lo que deberíamos consumir, y cómo. Toma todas las revoluciones contra culturales y las hace presa, nos apura, nos enraiza y descona nuestros rizomas creativos para volvernos adictos a productos determinados en un mercado donde vivir en la línea de fuga es lo necesario para no ser un mediocre más. Muchas obras de artistas adictos que endiosamos a rajatabla, en general, están realizadas en contexto de consumos que los sumen en un pozo distintivo, pero a la vez, repletas de claros mensajes y visiones del mundo que clarifican aspectos que nos parecen enigmas cotidianos. Ellos desentrañan esos espacios y nos comparten percepciones que nos emocionan, nos habilita admirarlos. ¿Qué diferencia hay entre el viejo borrachín quebrando papelitos como intervención en la vía pública y el club de los 27? Un grupo de especuladores que reuniendo ciertas características de ciertos sujetos con alguna singularidad nos induce a admirar lo bellamente repulsivo del reviente artístico. Nos planea lo transmisible en aquello que le artista puede atrapar y condensar en un mensaje que nos conmueve. Los aplaudimos a su propia destrucción. Nos conecta con lo que los desconecta. ¿Es la obra de arte una salvación de esos instantes de adicción, o algo que el ego –herido y mancillado– produce para justificarse? Somos una sociedad repleta de comunidades adicta a las adicciones, porque el jugo secular que nos oprime nos revela que nada cambiará, que estamos atrapados en este dialecto de consumidores de todo tipo de cosas que se nos hace sentir necesitarlas para ser. 17 hs, Juan B. Justo, Palermo, el auto tironea al entrar a 2da y 3ra. Ya hace un par de semanas que vengo pensando en llevarlo al mecánico. De pronto, una lucecita se enciende en el tablero. No digo nada a ninguno de mis acompañantes, sigo manejando esperando que un milagro detenga la vergüenza que voy a sentir en breve: todos estamos apurados por llegar a nuestros hogares. Tengo un largo rato, entre el tráfico habitual densificado de un día de semana en capital y el destino. “Mierda” –ni lo pienso, es automático– “espero llegar” y redundo en mi hábito a la procrastinación. Otra vez recuerdo, aquel vicio indemne que caminé por la cuerda floja más de una vez, y poco a mucho se volcó en una adicción. Casi por casualidad, los planetas se alinean y empezamos a relatar nuestros testimonios en primera persona –con un prontuario bastante gede– sobre salidas pestilentes y tóxicas. Juana, que hasta ahora ha guardado silencio, interfiere decisiva: “Yo nunca probé ninguna droga. Ni alcohol, ni tabaco”. La miro de reojo, me quito los lentes de sol mientras sermoneo: “Hay que ser muy fuerte en estos tiempos para ponerte ese límite con las sustancias y sostenerlo. Te admiro”

91


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.