Revista diez 193

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Los tres aventureros iniciaron el camino, salieron de la ciudad para tomar el serpenteante camino hacia Coita, una población apacible y tranquila, en donde sus habitantes se acuestan a dormir muy temprano y se levantan a trabajar igualmente de madrugada. En ese lugar, en el parque central, ya los esperaban Rigoberto y Fidel, dos expertos conocedores de los caminos y de las simas, quienes invariablemente los acompañan y disfrutan de la compañía de los tres profesionistas aventureros. Al llegar al lugar, éstos los recibieron con una amplia sonrisa y si decir palabra depositaron sus equipos en la góndola de la camioneta y se subieron a ella de un brinco, para seguir su camino. Después de cuarenta y cinco minutos de un camino lleno de paisajes, llegaron a la sima de las cotorras, en donde desayunaron bajo la sombra de un frondoso árbol de chumish, al ritmo del canto de los pájaros y el arguende de las cotorras. Una vez que desayunaron y levantaron todas las cosas, se dirigieron hacia su objetivo: la sima del tigre. Un lugar poco conocido y explorado, a tres kilómetros de distancia de la sima de las cotorras, al que se llega por un camino difícil entre piedras inmensas y veredas llenas de monte, arbustos y espinas, al que únicamente podían llevarlos Rigoberto y Fidel quienes conocían el lugar y sus intrincados caminos, como la palma de su mano. Acostumbrados a caminar, el grupo llegó con buena condición física a la sima y una vez que estuvieron ahí, se reunieron para establecer la estrategia del descenso. Rigoberto indicó que primero tendría que bajar uno de ellos y

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Francisco y Pilar, integran un matrimonio joven, comparten con Aurora y otros amigos el mismo deporte. Ambos son arquitectos, tienen un despacho particular y conocieron a Aurora en una expedición que hicieron al cañón del río La Venta, en donde después de convivir dos días en ese lugar, concretaron una buena y limpia amistad. A partir de ahí, todos los fines de semana se dedicaban a buscar lugares para caminar, hacer senderismo, tomar fotos, y concluir con escalar y bajar montañas y simas. Consiguieron todo el equipo necesario en Monterrey y ayudaron a Aurora, con una de sus tarjetas de crédito, a comprar también su equipo. Ese día, después de un detallado análisis, decidieron descender a la “sima del tigre”, ubicado a diez kilómetros de la “sima de las cotorras”, en el municipio de Ocozocoautla.

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-Hola, buen día -dijo Aurora al entrar a la camioneta. -Buen día -contestaron al unísono Francisco y Pilar. -Es el nuevo de Mijares -dijo Aurora al escuchar el disco compacto que estaban oyendo -Está buenísimo. Un disco para ardidos- contestó Pilar, soltando una sonora y tempranera carcajada.

LA REVISTA QUE HABLA DE VOS

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advirtió estaban también las cosas de ellos y una hielera roja que usaban cotidianamente para llevar alimentos, refrescos y cervezas.

9 AGOSTO 2013


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