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Los gallos en la literatura nuevoleonesa, por J.G. Martínez

Los gallos en la literatura nuevoleonesa

J. G. Martínez

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EN LOS TEMAS anteriores –Las trampas en el juego de gallos, Gallos, literatura y política–, mencionamos la inclusión de los gallos en cuentos y novelas de escritores famosos, algunos laureados con el premio Nobel. Mencionamos también dos obras representativas de la picaresca hispanoamericana: Don Judas Romero y Ángela Celeste*, chilena una, mexicana la otra–, que duermen tranquilas en bibliotecas y librerías de viejo. Si nos atenemos a aquella máxima que reza “no hay obras malas ni buenas, sólo obras bien escritas o mal escritas”, debemos enfatizar que al menos la mexicana está escrita y desarrollada en forma admirable. En ella realidad y ficción se cohesionan tan finamente que lectores poco atentos terminarán por considerarla ficción pura. En cambio, otros rescatarán la belleza del ensayo dedicado a los azulejos mexicanos, las pesquisas lingüísticas o la intricada trama policíaca. Para nosotros fue una sorpresa encontrar los nombres de los criadores de gallos más destacados de Nuevo León como personajes, en este caso personajes de carne y hueso, incluidos en esta magnífica novela de Jorge Piñó Sandoval. La novela chilena es más anecdótica. Sin embargo, nos interesó porque en ella se hace referencia a la historia del juego de gallos en América hispana. En ambas novelas los gallos son tratados como parte del folclor.

Mencionamos también a Gabriel García Márquez, Manuel Mejía Vallejo, Isabel Allende, Pedro Orgambide, por incluir en sus obras al juego de gallos como parte del folclor de cada una de las naciones que representan y también por utilizarlos como símbolo de violencia para zanjar la venganza de los olvidados de la tierra.

Entre los mexicanos nombramos a Juan Bautista Morales, José Vasconcelos, Juan Miguel de Mora, Juan Rulfo, Eduardo Lizalde y otros. Los nuestros también tratan al juego de gallos como folclor, como símbolo de violencia y como metáfora de poder.

Buscando entre los escritores nuevoleoneses menciones referidas a los gallos, encontramos –como dejamos referido– una de Alfonso Reyes orientada para establecer la forma de cómo las lenguas se van transformando y al mismo tiempo enriqueciendo, utiliza como ejemplo el canto de los gallos en Shakespeare, pasado por Rostand, para establecer las diferencias auditivas para cada idioma. Como se ha venido repitiendo Reyes es autor de páginas perfectas, lo dijo Borges y lo repitió Paz.

José Alvarado alude también a los gallos en sus escritos juveniles al afirmar: “…un gallo aburguesado ensartó su kikirikí en la luna.” En el mismo cuento líneas después escribe: “… los gallos comenzaban a lanzar sus serpentinas musicales.” 1 En Alvarado las referencias transcritas son la influencia de sus múltiples lecturas, en este caso, de José Juan Tablada. En artículos periodísticos hará referencia al juego de gallos como parte del folclor nacional. Son pocos los escritores nuevoleoneses que se ocupan de los gallos, aquí tratamos de acercarnos a tres novelas publicadas en distintos momentos de la historia de Nuevo León: Boca de Leones, 70 veces 7 y Carta para el Coronel.

I

En la novela Boca de Leones escrita por César Botelo se cuenta la historia de una familia que por su condición social y por sus vivencias personales se ve acosada por la tragedia. Doña Antonia, su hermana Andrea, sus hijos Augusto y Diana son personajes que dan sustento a la narración. En el desarrollo de estas vidas atormentadas conviven con otras en el mismo espacio y en el mismo tiempo dando cohesión a la estructura de la obra. A más de medio siglo de su publicación, resulta normal la transformación de los lugares descritos, algunos han desaparecido para dar lugar al nacimiento de otros. 67 años han pasado desde la publicación de la primera edición –limitada a 20 ejemplares–, motivando que pasara inadvertida para la mayoría de los lectores. A pesar del tiempo transcurrido, algunos edificios permanecen casi idénticos –cambió sólo el color de la pintura– como los observó César Botelo. Por ejemplo la Presidencia Municipal, la cantina donde se jugaban gallos y la casa donde él nació. Algunas costumbres son cosa del pasado, el hombre ha cambiado en su envoltura exterior, aunque siga manifestando las mismas pasiones de siempre. Las montañas siguen y seguirán incólumes, vigilantes, acumulando el tiempo por años, siglos y milenios. Son las que dan título a la novela. En un fragmento, Augusto pregunta:

—Oye mamá, ¿por qué le llaman Boca de Leones a este pueblo?

—Quién sabe hijo: Tal vez por la forma de las montañas de ahí enfrente, que parecen las bocas abiertas de dos leones. 2

César Botelo es un observador atento, cuidadoso, que va pintando el entorno donde se mueven sus personajes con pinceladas mágicas, su prosa sujeta a cadencias, ritmos y tonos poéticos nos atrapa de inmediato. Bellas imágenes nos asaltan al avanzar en la lectura; cuando pinta el paisaje invernal escribe: “Las ráfagas de viento huracanado echan por tierra una seca retama que rompe en mil pedazos los encajes de su brillante atavío de cristal.” 3 O cuando escribe “por levante, la aurora deja asomar sus rosadas vestiduras y se anuncia, al toque del clarín de los gallos, el despertar del sol.” 4 Su amplia cultura le permite jugar con los lectores al establecer comparaciones con seres mitológicos y de la literatura clásica griega. Alude, por ejemplo, a la poetisa Safo, a Jano, Apolo, Tántalo y compara a Augusto, tallado en bronce, con Vulcano. También hace referencia a La comedia humana, Hombre macho, Amor se escribe sin hache, para que los enterados establezcan de inmediato la relación, respectivamente, Honrato de Balzac, Rómulo Gallegos y el humorista español Enrique Jardiel Poncela. Este juego lo lleva a sus extremos con fino humor cuando Margarita González incluye en el discurso endilgado a los novios los versos: “Y quitarás piadoso tus sandalias, para no herir a las piedras del camino” atribuyendo su autoría a un poeta inglés.

Describe con maestría a los personajes que conviven con Diana y Augusto: Rufino, tío Pancho, Andrés, Tiburcio, tía Geña, la Chavela, la Luisa, Mariana, y las ancianas que se quedaron esperando a príncipes que nunca llegaron y dos de ellas practican debilidades no muy edificantes, una por brincar en petates ajenos y la otra por cleptómana. Todas, eso sí, respetuosas y oficiantes de los ritos de la iglesia.

Por amor a su pueblo y a sus coterráneos el novelista se adelanta a los cronistas, registra juegos infantiles –cuerda, roña, burro francés, canicas, trompos, María Blanca, a la víbora de la mar y matarile, rile-ron, rile-ron– ya casi desaparecidos; la explotación en las caleras de campesinos desesperados por lo negado de sus tierras; el maltrato a los braceros de quienes dice –aunque se refiere a Augusto es extensivo incluso a los que acaban de partir al otro lado–, para olvidar les queda “sólo la cantina, el prostíbulo y el barrio negro”; describe con precisión a los comerciantes en la estación del ferrocarril en Lampazos, donde venden quesos enchilados, dulces, pan, y “lonches de cabrito y de gallina”; 5 están presentes la flora y la fauna de la región; las grandes haciendas y el tiempo de ponerles el fierro a los animales para quitarles lo orejano.

Va dando cuenta, paulatinamente, de las costumbres que año con año rompen la rutina del trabajo, brindando un poco de calma y esparcimiento a los pobladores de Boca de Leones. En el mes de mayo celebran la Fiesta de la Santa Cruz: “Por la mañana, suben a la pequeña loma, bajan el sagrado símbolo para conducirlo a la iglesia, y lo regresan por la tarde.” 6 En diciembre las moliendas, los piloncillos con sus agregados: pinole, piñones y nueces que los asistentes compran por jumates. El primer día del año, el informe del presidente municipal, largo y aburrido, para terminar diciendo que en las arcas sólo queda un triste peso y seis centavos –este proceder alcanzó la perfección por lo escueto y nítido del informe en Agualeguas, cuando su presidente municipal, Antonio Ramos Garza, conocido entre sus amigos como “La cuchara” informó: “Lo que entró salió y para no perder tiempo mejor vámonos a la fiesta”, después del informe la fiesta con música y cerveza. En la boda el juez autorizando golpear a la mujer, por engaño o por pereza y prohibiéndolo en caso contrario. Cuando menciona a las cantinas nos dice que en ellas la chismografía masculina “… supera con ventaja a la tan decantada murmuración de las mujeres.” 7

En este ambiente semiurbano se desarrolla la vida miserable de Diana y Augusto. El autor nos va advirtiendo “…la araña de la tragedia ha comenzado a tejer hilos invisibles en la malla de sus tristes vidas”, después recalcará “…sigue la gris maraña tejiendo incansablemente hilos de tragedias sobre el bastidor de sus vidas sombrías.” 8 En la realidad se van cumpliendo los presagios, falta de trabajo, despidos injustificados, muerte de la madre, viaje a Monterrey, choque brutal entre el camión y el ferrocarril donde Augusto pierde ambas piernas, Diana obligada a trabajar, engañada viaja a la ciudad de México, se prostituye para sobrevivir, Augusto se suicida y Diana fue bajando “de un solo golpe todo los peldaños del vicio”. En el desarrollo de toda la obra está presente el deseo y el amor que se profesan los hermanos, la idea del pecado los aleja del incesto y a pesar de vivir juntos, viven temerosos y alejados uno del otro por miedo de caer en tentaciones innobles. La nostalgia y el maltrato recibido en el burdel impulsan el regreso de Diana a Boca de Leones, se da cuenta que nada ha cambiado y por casualidad se entera de su propia historia, descubre emocionada, que no era hermana de Augusto, quedando libre de pecado por haber deseado en secreto a su hermano.

Nos llamó la atención la referencia que hace al juego de gallos, en algunas partes incluye expresiones como “farsante gallo color de ceniza”, “con la seguridad de un gallo en su propio corral” y menciona a las plumas de gallo adornando sombreros y espejos de matachines. Dedica un capítulo entero, el número trece –probablemente el número sea también premonitorio y no casual en la escritura de la novela–, para describir una pelea de gallos en el patio de una cantina. Augusto apuesta junto con don Nicasio seis riales al gallo giro. La pelea se alarga y pasan a soltar los gallos en las rayas del centro, la poca autoridad del juez para sancionar prácticas prohibidas de los soltadores conduce de la lid de gallos a la batalla campal cuando don Nicasio, dueño del giro, toma al gallo colorado y lo golpea contra un poste hasta matarlo, “…ahora el pleito ya no es de gallos sino de hombres, se arrojan botellas de cerveza, se dan puñetazos y ruedan por el suelo.” 9 Es probable que César Botelo observara muchas peleas de gallos, porque vivía casi enfrente de la cantina mencionada y en aquellos años el juego de gallos se practicaba sábado a sábado durante toda la temporada. Debió haber presenciado muchos combates de gallos donde no pasó nada relevante, pero narra el momento extremo donde los hombres se transforman en gallos, en Homo gallus, irascibles, violentos, buscando la forma de destruir a sus contrarios.

El tratamiento que el autor de Boca de Leones da al juego de gallos es casi por lo general folclórico, aunque también incluye una comparación, al equiparar la violencia de los gallos con la violencia de los hombres.

Esta novela adquiere un lugar especial no porque incluya un capítulo dedicado al juego de gallos, ni porque aluda a obras y personajes del mundo clásico, ni porque su autor manifieste profusión de lecturas de autores europeos e hispanoamericanos, ni por asimilar la influencia de los clásicos mexicanos, sino y sólo sí, porque recrea con elegancia un mundo propio, rescata un número grande de palabras que perdieron su brillo, fija las costumbres de otro tiempo, pero sobre todo, porque cohesiona todos los elementos y logra mantener el ritmo poético en toda la obra. Mundo truculento donde la fatalidad acompaña a los seres humanos: por ejemplo cuando nos cuenta la cura de matarranga, las muchachas de ahora que no guardan la butiforma, la preparación de las gruesas panochas después de agotadoras jornadas, los panqueques de harina flor para la boda y tantas cosas mágicas que escapan a la vista de un lector apurado.

Algunos de estos personajes creados por César Botelo es posible encontrarlos todavía deambulando por Cialdama, contando historias lejanas, anteriores al nacimiento de Pedro Páramo o de Anacleto Ronda y es probable también que sigan, como nosotros, disfrutando “sobre el horizonte la silueta de las sierras donde se destacan las fauces de los leones que, durante siglos se han acechado en feroz silencio.” 10 La autenticidad de estos personajes los hace universales.

II

Otra novela donde se hacen varias menciones al juego de gallos es en la titulada 70 veces 7 del escritor regiomontano Ricardo Elizondo Elizondo. Las menciones parece que caminan por senderos paralelos: dos son expresiones adverbiales, dos son alusiones de carácter folclórico, una tiene clara intención premonitoria o predictiva y la otra la utiliza para comparar al hombre con el gallo, cuando participa en la política. Estas referencias que suponemos paralelas confluyen en un mismo punto cuando el hombre es definido como “Homo ludens”, ser cuyo destino es jugar y apostar: “Jugar todo y si toca perder ya se verá a su tiempo el remedio.” 11 Pero, antes de hacer las acotaciones pertinentes al tema, quiero referirme al autor de la novela, con la mirada de un lector que vuela por la superficie sin abarcar la totalidad concreta de la obra.

Ricardo Elizondo es un observador nato, un preguntón obsesivo y un curioso sin límites. Quiere saberlo todo. Motivo por el que ha recorrido los cuatro puntos cardinales del estado con los sentidos de punta, atrapando colores, sabores, olores, sonidos y sensaciones múltiples que, en su momento, lo hechizaron con su magia. Para realizar una de sus investigaciones Reminiscencias sefarditas en el folklore de Nuevo León, recorre todos los pueblos, señala las rutas seguidas y los municipios visitados, en todos buscando capturar mariposas lingüísticas que fluyen armoniosas y cantarinas de interlocutores de ocasión. Gambusino incorregible anota, contrasta y deslinda las influencias sefarditas de las reminiscencias del español antiguo o de los vocablos deformados por desafinación auditiva.

Confirma costumbres sefarditas –de judíos radicados en España que emigraron a la Nueva España y de ésta al Nuevo Reino de León–, en la cultura de los pueblos que forman el noreste de México. Menciona por ejemplo –selecciono sólo tres observaciones de todas las que incluye–:

• En todos los pueblos evitan comer víboras, zorrillos y tlacuaches. Lo mismo sucede entre los judíos. 12

• La carne de puerco es muy mala. Consejo que se repite de generación en generación. 13

• En cada casa se descubre una higuera, un limón y un granado. La primera significa sabiduría, el segundo resignación y el tercero unidad familiar. 14

Al recorrer pueblos y municipios, el trato con sus gentes lo provee de una extensa lista de palabras que estudia y contrasta, encontrando en muchas una clara influencia sefardita.

El mismo año –1980–, publica un libro de cuentos: Relatos de mar, desierto y muerte. En todos se advierte de inmediato el ingenio y la creatividad del narrador. Cuentos terrenales que nos recuerdan algunos de Revueltas –quien alguna vez confesó que de Ciudad Anáhuac se había llevado imágenes de soledad, utilizadas después en su novela escrita en 1949, Los días terrenales–, sólo eso, porque el tratamiento es muy diferente y nos señala el camino que seguirá en sus obras futuras. “Donata”, protagonista del cuento del mismo nombre, de quien afirma: “Su presencia en los burdeles detenía la música”; esto en el esplendor de su floración, pero cuando la savia dejó de fluir al mismo ritmo y la urgencia del fruto la aguijoneó, se dio cuenta que “de tanto usarse la maternidad se le había atrofiado”.

“La visita”, cuento donde la soledad y el abandono extremos terminan por convertirlo todo en espejismo. La esperanza de una madre que sueña con el regreso de su hijo. Donde el tiempo es medido por primaveras y emplume de las aves. Y, cuando en la soledad de un pueblo que todos abandonaron, distingue entre las dunas la silueta de un visitante, para orientarlo, “encendió frente a su patio una pira grande de ramazones de candelilla.” 15 El visitante sólo le dio la noticia de la muerte de su hijo, sucedida muchos años antes.

Pero es, para mi gusto, “La casa canaria” donde Ricardo Elizondo orienta de forma definitiva su mirada hacia lo propio, lo norestense. Se multiplican los vocablos regionales, aparecen los remedios caseros, las canciones populares, Natalia “vestida de luz” iluminada por el incendio, la muerte de sus hijos y la locura. En este cuento el escritor descubre y lo insinuará en sus obras futuras “que el hombre sale desde su entraña al encuentro del mundo y lo primero que halla sobre el mundo es su pueblo.”

En 1987 a los 37 años de edad, Ricardo Elizondo publica su primera novela 70 veces 7, con esta obra logra armonizar a la naturaleza con el hombre y al hombre con la naturaleza. El ambiente recreado podemos encontrarlo en todos los pueblos cercanos a la frontera, aunque nombra como probable a San Benito, comunidad que pertenece a Los Ramones. Zona semidesértica, arenosa, con el agua potable cargada de sales. En este lugar imaginario nacen y se multiplican muchos de sus personajes (Carola, Colasa, Romualdo, Cosme, etc.), otros emigran buscando mejores oportunidades de vida (Ramón y Agustín), tejiendo con ellos la maraña de lazos familiares. Con naturalidad, a ritmo pausado que permite ver cómo se desplaza el tiempo, nos va contando en varios planos la azarosa vida de hombres y mujeres.

En el trayecto de la narración nos deslumbra con bellas imágenes (…hasta que el desaliento, seco y sin lágrimas, se disolvió y se volvió esperanza), pasa con naturalidad de la tercera a la primera persona dejando que sus personajes expresen sus puntos de vista y regresa sin advertencia alguna a la tercera persona con la elegancia del maestro que domina su arte (Colasa le decía que llorara, que soltara el llanto, pero no puedo lo siento dentro pero sigo con los ojos secos, clavada la mirada en el recuerdo…). Recrea una época que estaba perdida y dispersa en la memoria de los viejos, a quienes también, se les fueron haciendo viejos los recuerdos. Rescata –aunque el artista no se lo proponga–, fechas de enfermedades endémicas (polio, 1889), palabras que habían perdido su esplendor (potes, galillo, titipuchal, tiliches, varejones, tasajo, quinqué, malanca y muchas más), canciones y tonadillas que de vez en cuando escuchamos todavía (La Varsoviana, Si a la ventana llega una paloma, y El pelillo que tiene el mínimo), dichos antiguos que se repiten como nuevos (La suerte de la fea la bonita lo desea, no hay mal que con bien no venga), creencias que se repiten en los pueblos por generaciones (los coralillos hipnotizan), y remedios caseros preparados con hierbas para diferentes enfermedades.

En esta novela Ricardo Elizondo, cuidadoso, atento, con los sentidos alertas, recrea la totalidad sin permitir que nada se le escape. El diario de Carola lo demuestra con sus múltiples recetas de comidas y remedios. Nos impresiona la dosificación humorística empleada en el desarrollo de la novela y algunas exageraciones –aunque no lo son tanto estas últimas–, como cuando dice…

“…peor zancudal, tantos eran si abrías la boca te picaban en la lengua”; en cambio lo son y de carcajada limpia las descripciones humorísticas donde pinta a María Rosa diciendo con tal inocencia que “la Sultana tuvo hijos como puta”; o cuando narra la forma cómo la ciega Colasa golpeó con el bastón al tullido que pretendía por la fuerza a María Rosa “Colasa le dio un bastonazo a media espalda que más bien fue un chingazo descoyuntador”. Esta novela a los viejos nos acerca nostálgicos recuerdos, y nos parece ver, a lo lejos, al sol fragmentándose en grumos dorados sobre la llanura.

Además de lo mencionado, el autor incluye aspectos folclóricos que nos interesan por el tema que nos ocupa. En varios fragmentos encontramos alusiones a los gallos, como mencionamos al inicio, en dos ocasiones las referencias son expresiones adverbiales:

—…algunos gallos alharaquientos alborotaban de vez en cuando.

—El gallo cantó cuando estaban metiendo la última horneada. Otras dos tienen claro sentido folclórico:

—Ramón llevó a Carlos Nicolás al palenque que funcionaba en las afueras de Carrizalejo en la orilla mexicana de Río Gordo.

—Carlos Nicolás había perdido en los gallos cincuenta pesos oro.

Una más, anotada por Carola en su cuaderno, tiene una clara intención predictiva de lluvias y cambios atmosféricos: “Valiéndose del crepúsculo y el canto de los gallos”. La última es una descripción extensa y precisa donde compara a los gallos con el hombre cuando juega a la política. Ramón Gobea, próspero comerciante, es invitado a participar en el gobierno de la Unión y esto le permite al autor hacer la siguiente comparación:

Por tres días la capital del estado se convertía en corral ampuloso donde los gallos marcaban su dominio con el garbo al caminar, la arrogancia de su estampa y lo fuerte de su canto. Por selección natural los gallos finos cacareaban con sus iguales, ninguno sabría definir en qué consistía la finura, pero todos la reconocían inmediatamente y si era auténtica, la respetaban. Ramón se dejó llevar por la pura intuición… y resultó que su estilo de ser era de los vigorosos gallos que volaban hasta el flemático norte. 16

Después de esta novela brillante, luminosa, que describe el noreste de México, a sus hombres y a su cultura –para quienes hayan nacido por estos rumbos y la lean, estoy seguro que serán atrapados por la nostalgia, los años acumulados en un pasado no muy lejano y, probablemente, recordarán algunas mañanas frescas cuando distrajeron su inocencia borrando estelas dibujadas por serpientes nocturnas en los arenosos caminos–, Ricardo Elizondo publicó su segunda novela Narcedalia Piedrotas en 1993 y su Lexicón del noreste de México en 1996. De toda su obra podemos decir, completando lo apuntado en un párrafo anterior, que el autor de Polvos de aquellos lodos, asume su responsabilidad cuando descubre que el hombre “lo primero que halla sobre el mundo es su pueblo. En ese mismo momento nace el proceso hacia lo universal.” 17

III

La tercera novela por comentar es la escrita como un homenaje personal de Antonio Castro Manzano para el distinguido prosista colombiano Gabriel García Márquez. Lo que más aprecian los novelistas –dicen– es que sus obras sean bien leídas. En este sentido me parece encomiable el trabajo realizado en Carta para el Coronel, representa múltiples lecturas, horas acumuladas de meditación, dudas no resueltas, incertidumbre y zozobra permanente por saber si sus afanes serán del agrado de los lectores y la espera –la carta– de aprobación del homenajeado. Pensamos que Antonio Castro puso en práctica los consejos dostoievskianos “leer, leer, y luego ser osado”. Atreverse y sortear las consecuencias.

Los grandes escritores de todos los tiempos siempre han contado con admiradores e imitadores con talento. Algunos conscientes de su capacidad intelectual se atrevieron con extrema fortuna a desarrollar el mismo tema –primero Arthur Koesler escribió Los gladiadores en 1940, años después Howard Fast su famoso libro Espartaco en 1951 y en fecha reciente, 1993 Roger Mauge su novela Los gladiadores–; sin demérito para ninguno de los tres autores. En México también han sucedido algunos casos, entre los más notorios se encuentra el de Luis Spota con su novela La estrella vacía, 1949; Carlos Fuentes con Zona Sagrada, 1967; y 27 años después Morir en la penumbra de Ramiro Estrada; todas con la intención de descifrar los mitos creados en torno a la vida de una actriz famosa. En nuestro terruño ha sido muy comentada la novela El crimen de la calle Aramberri de Hugo Valdez, quien de nueva cuenta investigó los hechos sucedidos aquel miércoles 5 de abril de 1933 en que fueron asesinadas doña Antonia Lozano de Montemayor y su hija Florinda Montemayor; estudió punto por punto todo el caso y lo comparó con la novela escrita en ese año por Eusebio de la Cueva. Guardando la distancia, época, generación, méritos estéticos y distinciones académicas, en su momento, cada escritor mencionado manifestó atrevimiento y rebeldía creativa.

En el caso concreto de Carta para el Coronel debemos afirmar que fue un acto de audacia pura, originada por el amor –el amor es el alma misma de quien ama, dejó escrito Rodó– a la obra toda del Nobel colombiano. Es cierto, podemos disentir en muchas cosas –repeticiones, explicaciones, giros idiomáticos y epilogación de algún personaje donde se desvirtúa su estructuración ética– incluidas en la novela, pero a pesar de esto, jamás intentaríamos insinuar límites a la imaginación del autor.

En páginas anteriores habíamos comentado que la música de fondo en las obras de García Márquez está orquestada por el canto de los gallos. Los gallos como parte del folclor y los gallos como símbolo, en este caso como símbolo de la venganza de todo un pueblo contra sus opresores. En Carta para el coronel el gallo sigue siendo colombiano aunque arrastre el ala, cante y desate apasionados gritos de fervor en tierras nuevoleonesas.

Jugando con la imaginación Antonio Castro explica y desarrolla algunas actitudes de los personajes que a su creador primigenio, al prosista mágico, le bastó con insinuar. Algunas de estas prolongaciones aportadas son:

• Cuando el Coronel urgido por la insistencia de su mujer lleva el reloj para vendérselo al amigo de Agustín, Álvaro, y ante la angustia de la madre por la desaparición de su hijo termina regalándoselo.

• Los delirios premonitorios de la anciana que la informan de la existencia de la carta de Agustín.

• El momento cuando don Sabas recoge el gallo y ante las críticas de todo el pueblo se justifica hablando de una compra justa.

• En el tumulto originado durante la procesión religiosa, por el estallido de un petardo, el coronel busca a su esposa y la encuentra tirada como un montón de trapos sucios.

• Don Sabas intenta comprar la casa del coronel, antes había comprado la hipoteca, para convencerlos argumenta que será un negocio redondo para todos.

• El sueño donde triunfa el gallo del pueblo y el coronel en señal de victoria lo levanta por todo lo alto con gesto olímpico.

Este detalle es el más importante que introduce el autor de Carta para el coronel, 18 en el sueño llega al éxtasis, se alcanza el triunfo y se cumple la venganza. El gallo como símbolo de violencia y el compromiso ideológico como única salida. Alusiones tomadas de otras obras de García Márquez cono: “La riqueza acumulada en la iglesia es suficiente para alimentar a un pueblo por varios años”. “Los enemigos de la revolución velan sólo por sus intereses”. “Se piensa que un gobierno de la derecha traerá mejoras para todos, pero muy pronto llega el desaliento”. Afirmaciones como estas permiten ver una intención ideológica clara, que conduce necesariamente al compromiso político. Los niños, el médico, los amigos de Agustín, algunos comerciantes, el coronel y su esposa están pendientes de la suerte del gallo, del gallo de la venganza, venganza que saborea el coronel en el sueño. El gallo es colombiano, es cierto, pero nuestros son los anhelos de libertad, de justicia, de honorabilidad, y son estos proyectos humanos los que evitan colocar límites a la imaginación. Aunque nos hubiera gustado ver en las gradas junto con el duque de Marborug y Aureliano Buendía, al ilustre fray Servando celebrando emocionado la victoria. Estamos seguros de la capacidad creativa de Antonio Castro Manzano, de su prosa alegre y juguetona, por lo que pronto esperamos un trabajo creativo de su total autoría. Si el gallo de Pitágoras encarnó en su ser mexicano, ¿qué tiene de sorprendente que un gallo colombiano aletee, cante y triunfe en tierras nuevoleonesas?

Debemos juzgar a Carta para el coronel como lo hacemos, por ejemplo, con el guión de la película donde los escenarios, los personajes y los diálogos se adaptan lo mejor posible a los descritos en la novela El coronel no tiene quien le escriba. En la película los aciertos son muchos, sin embargo, por atender puntos nodales se descuidan los pequeños detalles. La gallardía del coronel y la arrogancia del gallo no existen. Despiertan ambos la misma sensación, lástima. El gallo se reduce a objeto de utilería, encalmado, abriendo el pico, colgando el cuello de sopor, en ningún momento mostró la vivacidad de un gallo de pelea. Incluso la actuación de la hermosa Salma se ve opaca y desteñida. En este sentido el guión de Antonio es superior, porque en el sueño triunfan el gallo, el coronel y el pueblo logra su venganza.

Este momento apoteótico, de éxtasis, de orgasmo múltiple, bastaría para iluminar el final de una película aunque, después, todos despertarán a la turbulenta y triste vida cotidiana. El cine sale mal librado cuando intenta convertir en imágenes la luminosidad de las palabras, de obras como Pedro Páramo y El coronel no tiene quien le escriba, por situar a los personajes en espacios oscuros, sabiendo que la belleza de estas obras radica en que las descripciones y los diálogos están estructurados en base a la sabiduría popular en forma de sentencias, juicios y máximas de corte paramiológico.

Para terminar sólo diré que en las tres novelas comentadas, los gallos dan realidad a las historias contadas, son parte del folclor nacional, símbolo de poder y contienen una gran cantidad de alusiones lingüísticas a estas aves.

Notas

* Padilla, Miguel Ángel, Don Judas Romero, Ed. Nasimiento, Santiago de Chile, 1963.

1. Alvarado, José, Alvarado, el joven: 1926-1933. El Nacional, 1991, p. 125.

2. Botelo, César, Boca de leones: viñetas provincianas,

Jus, 1948, p. 49.

3. Botelo, César, op. cit., p. 39.

4. Ídem, p. 78. 5

. Ídem, p. 43.

6. Ídem, p. 129.

7. Ídem, p. 82.

8. Ídem, p. 128.

9. Ídem, p. 97.

10. Ídem, p. 203.

11. Elizondo Elizondo, Ricardo, 70 veces 7, 2ª. Ed., Leega, 1994, p. 137.

12. Elizondo Elizondo, Ricardo, Reminiscencias sefarditas en el folklore de Nuevo León, UANL, Humanitas, Monterrey, México, 1980, p. 482.

13. Ídem, p. 483.

14. Ídem, p. 485.

15. Elizondo Elizondo, Ricardo, Relatos de mar, desierto y muerte, 1ª. Ed., Universidad Veracruzana, Jalapa, 1980, pp. 52 y 53.

16. Elizondo Elizondo, Ricardo, Relatos de mar, desierto y muerte, 1ª. Ed., Universidad Veracruzana, Jalapa, 1980, pp. 52 y 53.

17. Alvarado, José, Tiempo guardado: Ensayos y conferencias, SEP- SETENTAS, 1976, p. 13.

18. Castro Manzano, Antonio, Carta para el coronel, escritor virtual.com.Monterrey, n. l. 2000.