Simulacro otoño #3

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otras voces de otras estaciones y al final son opacadas por el ruido gris que asemejaba el de las desesperadas gotas de lluvia al golpear el capó del coche. La madre come unas galletas girando la cabeza a todos lados, en silencio. El padre de Roberto tampoco habla, maneja en un oscuro silencio y con la vista fija al frente. Es la carretera que Roberto siempre ha conocido, aunque también es distinta a la recorrida antes. Árboles de cedro plantados por el hombre bordean el camino de asfalto en filas regulares que permiten ver el final de la arboleda, en donde se proyecta una pantalla gris salpicada entre los pastizales. Todas las ventanas del coche están cerradas, salvo la del papá de Roberto, que recibe en la cara el cortante aire de los noventa kilómetros por hora a los que viajan. La radio ha cedido y ahora solo se escucha estática que el papá de Roberto no tarda en apagar. La carretera está mojada en algunas partes y los autos esparcen los charcos hacia los bordes de la misma, empapando las llantas que luego dejarán un camino húmedo sobre las partes secas. Ahora atraviesan uno de los tramos mojados. Un camión de pasajeros adelanta el auto de la familia y salpica el parabrisas con un rastro de gotas sucias, de piedras y tierra de la carretera. El camión se aleja mientras el papá de Roberto enciende el limpiaparabrisas. Roberto mira por la monótona ventanilla mordiéndose el dedo índice, cuando algo lo saca de su ensimismamiento y recuerda aquella ocasión en que creyó ver llover de verdad hace casi diez años. Las nubes cargadas se distribuyen de manera uniforme por todo el cielo que se une allá, lejos, con el asfixiante asfalto. Pero es lo que está frente a ellos lo que ha llamado su atención: allá, lejos, arriba, parecen nacer las nubes en un amontonamiento de vapor gris oscuro que se va difuminando hacia arriba y hacia abajo y hacia todos lados, pero también hay algo extraño. Si estuviera en un óleo demasiado realista, siendo espectador y además elemento del cuadro, Roberto diría que el pintor tomó la espátula y se ensañó con aquella parte del bastidor al jalar hacia abajo con demasiada fuerza el gris que por momentos parece rasgar el lienzo en dos pedazos, permitiendo mirar el espacio vacío detrás de la tela. ¿Ya viste? dice su papá después de unos minutos, en un ratito vamos a estar ahí. La lluvia parece una cortina sólida que se enreda con el aire que huele a gotas y nubes preñadas; los árboles se mecen intimidados por el terror que pronto

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