Entrevista a mi Abuelo

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que afortunadamente fue muy corto, yo supe que la felicidad se gestaba en mi interior, en mi espíritu, en mi alma, en mi mente y la llave para hacer funcionar esa milagrosa naturaleza la tenía yo y por eso, no sólo en lo que respeta a mi “chenqura”, sino en muchos otros órdenes de mi vida, fue mi interior el que marcó mi carácter y mi conducta, porque mi propuesta fue siempre comprometerme con la felicidad y nunca con el fracaso o el triunfo, aunque déjame decirte, que ser feliz es el mas hermoso triunfo de la vida. Así mija, que quien me dijo “chenco” para herirme, se hirió el mismo, y el que me lo dijo por amistad y cariño, disfrutó del sentimiento de afecto que en esa palabra él ponía. Por eso, puedo decirte que no tengo enemigos, porque mi prójimo es siempre mi amigo y nunca deseo para él lo que no deseo para mi. Quizá alguien se sienta mi enemigo y yo lo lamento, porque ese sentimiento está ocupando en su corazón, el lugar de un sentimiento edificante. Ten la seguridad que nunca me disgusté porque alguien me dijera “chenco” ”. “Bien abuelito, por hoy hemos terminado nuestra entrevista. Será hasta mañana cuando, con tu permiso, volveré para guardar en mi cuaderno estos recuerdos, que algún día podré compartir con todos los que componemos ese árbol, del que tú eres el tronco, y con aquellas personas que te quieren y se sienten tus amigos”. “Gracias mija”. No sé cuanto agitaba mi mente aquella tarde en que dejé al abuelo descansar viendo sus telenovelas. Yo me fui al parque a hacer lo que mi padre me había contado que se hacía: dar vueltas conversando con alguien. Sin embargo, había gente que sola daba vueltas. Realmente dar muchas vueltas representaba como caminar muchos cientos de metros, pues el parque tenía una manzana de grande. Alrededor de todos los arriates llenos de flores había un corredor cuadrado que lo circunvalaba y ese era el más concurrido, así que en compañía de Matilde, una nieta de Fermina, dimos muchas vueltas disfrutando del concierto de la Banda de Música del pueblo. Cada vez que pasábamos por donde estaba la banda tocando, que me parece le llamaban el Mesón, trataba de imaginarme a mi papá involucrado con el grupo de músicos ya mayores de cincuenta años, en el tiempo en que él formaba parte de esta Banda, tocando el Clarinete Tercero. No entiendo que es eso de Clarinete Tercero. Me imagino que había tres clarinetistas y él era el último. Lo cierto es que en aquel entonces la Banda ya sólo tenía dos clarinetistas y por lo jóvenes me imagino que no habían sido compañeros de mi papá, pues mi papá a estas alturas tenía ya cuarentinueve años y había estado en la banda cuando sólo era un chiquillo de 13 años. Lo cierto es que con la plática de Matilde, la música y el ejercicio de dar muchas vueltas en el parque, más las miradas y sonrisas de algunos jovencitos que no se animaban a hablarme, mi mente fue descansando y olvidando un poco lo mucho y muy emocional relato con que mi abuelo me deleitó esta tarde. Me prometí no importunarlo sino hasta mañana, pero entonces, me preguntaba: ¿De que voy a platicar con él hoy a las diez de la noche cuando el celebra el “ritual del Milo”?. Mi abuelo terminaba de ver telenovelas a las 10 de la noche y entonces nos ofrecía una taza de Milo, o sea una bebida de leche con cocoa que producía la Nestlé. No sabría decir


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