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sentía que debía tener una idea concreta. Un error sería fatal. Ella pareció adivinar mi dilema. “¿No me ofrecerá alguien una bebida?” preguntó, mirándolo primero a él y después a mí. “Oporto, creo,” añadió, dirigiéndose a mí. “¡Pero tú nunca bebes!” dijo mi anfitrión. Y ella se levantó para ayudarme. Los tres estábamos de pie muy cerca, Sylvia con el vaso vacío en alto. “Me alegra que las cosas hayan resultado de esta manera,” dijo él. “No podría haber reunido a dos personas más opuestas en todo sentido que ustedes dos. Estoy seguro de que se van a entender.” Mi cabeza daba vueltas mientras ella llevaba el vaso a sus labios. Sabía que esto era el preludio de alguna extraña aventura. Tenía la fuerte intuición de que él encontraría pronto alguna excusa para dejarnos solos por un tiempo y que, sin mediar palabra, ella estaría en mis brazos. Presentía también que no volvería a ver a ninguno de ellos de nuevo. De hecho, ocurrió justo como lo había imaginado. A menos de cinco minutos del momento en que ella llegó, mi anfitrión anunció que tenía una misión muy importante que atender y nos rogó que lo disculpáramos por un momento. Apenas había él cerrado la puerta con firmeza cuando ella se acercó a mí y se sentó en mi regazo, diciéndome mientras lo hacía—“No regresará esta noche. Ahora podemos hablar.” Yo estaba más asustado que sorprendido por esas palabras. Toda clase de ideas resplandecían en mi mente. Quedé aún más desconcertado cuando ella añadió después de una pausa—“¿Y qué hay de mí, soy sólo una mujer hermosa, tal vez su amante? ¿Cómo piensa usted que es mi vida?”

Sexus. The Rosy Crucifixion.

“Pienso que es una persona muy peligrosa,” respondí de manera espontanea y con sinceridad. “No me sorprendería que usted fuera una espía famosa.” “Tiene usted fuertes intuiciones,” dijo. “No, no soy una espía, pero…” “Bien, pero si lo fuera, tampoco me lo diría, lo sé. En realidad no quiero saber de su vida. ¿Sabe qué estoy pensando? Estoy tratando de imaginar qué desea usted de mí. Me siento como si estuviera en una trampa.” “Eso no es amable de su parte. Ahora se está imaginando cosas. Si yo quisiera algo de usted primero tendríamos que conocernos mejor, ¿no cree?” Hubo un momento de silencio, de repente: “¿Está seguro de que no quiere ser más que un escritor?” “¿Qué quiere decir?” repliqué rápidamente. “Sólo eso. Yo sé que usted es un escritor… pero también podría ser otras cosas. Usted es del tipo de personas que podrían ser cualquier cosa que decidieran, ¿no es así?” “Me temo que es justo al contrario,” repliqué. “Hasta ahora todo lo que he intentado ha terminado en un desastre. Ni siquiera estoy seguro de si soy un escritor, en este momento.” Se levantó de mi regazo y encendió un cigarro. “Usted no podría ser un fracaso,” dijo, después de un momento de duda en el que parecía que estaba preparándose para hacer una revelación importante. “El problema con usted,” dijo de manera lenta y deliberada, “es que nunca se desafía con una tarea digna de sus posibilidades. Necesita problemas más grandes, mayores dificultades. Usted no funciona de manera apropiada hasta que está bajo una gran presión. No sé que esté haciendo ahora pero estoy segura de 112


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