Curso espiritualidad sacerdotal

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Primer encuentro: Problemáticas actuales, necesidad de una espiritualidad, qué sería tener una espiritualidad y ser espirituales. Déjense conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren (Ga 5,16-17) Al comenzar este curso de espiritualidad sacerdotal, iremos viendo algunas notas características de nuestra espiritualidad y trataremos de darle una aplicación concreta a nuestras vidas, para poder ir viviendo, ya desde nuestra formación inicial, la espiritualidad sacerdotal. Antes que nada, deseamos ver la necesidad de tener una espiritualidad adecuada, para vivir con alegría, gusto y pasión nuestra vocación. 1) Hijos heridos de un tiempo nuevo: Como hombres de este siglo, estamos insertos en un tiempo y espacio históricos particulares. Dios nos ha puesto en este momento de la historia, y nos invita a amar profundamente nuestro mundo actual: tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo Único. Nosotros estamos llamados a tener un amor semejante. Sin embargo, no podemos negar algunos antivalores presentes en nuestro mundo, que nos hacen muchas veces perder profundidad e intensidad espiritual de nuestra acción pastoral. Buscaremos, por tanto, identificar algunas de estas dificultades, que forman parte ya de nuestra cultura y, por tanto, de nuestra propia identidad. Dice Francisco en EG: 78. Hoy se puede advertir en muchos agentes pastorales, incluso en personas consagradas, una preocupación exacerbada por los espacios personales de autonomía y de distensión, que lleva a vivir las tareas como un mero apéndice de la vida, como si no fueran parte de la propia identidad. Al mismo tiempo, la vida espiritual se confunde con algunos momentos religiosos que brindan cierto alivio pero que no alimentan el encuentro con los demás, el compromiso en el mundo, la pasión evangelizadora. Así, pueden advertirse en muchos agentes evangelizadores, aunque oren, una acentuación del individualismo, una crisis de identidad y una caída del fervor. Tres males que se alimentan entre sí. a) Complejos, miedos y desorientación en nuestra identidad cristiana: A través de los MCS y otros ambientes, percibimos una marcada desconfianza hacia lo religioso. En este contexto, es posible que desarrollemos en nosotros una suerte de complejo de inferioridad. Es decir, nos sentimos menos, avergonzados de nuestra opción, temerosos y dubitativos. Esto nos hace, muchas veces, ocultar nuestra identidad cristiana y, como consecuencia, no estamos plenamente identificados con nuestra misión y vocación. De ahí que se despierta en nosotros una especie de obsesión por ser como todos y por tener lo que tienen los demás. De este modo, se empieza a vivir una división interna entre mis opciones y mi preocupación por mi imagen, mi apariencia y la búsqueda de ser aceptado socialmente. Por un lado vivo una actividad religiosa, y por otro tengo una identidad confusa. Esto se manifiesta en algunos sacerdotes, cuando empiezan a sentir un descontento de su misión e identidad y buscan dedicarse a otros asuntos (estudiar otras carreras, dedicarle mucho tiempo a otras actividades: sociales, deportivas, turísticas) y así se le va restando tiempo, dedicación y entusiasmo a las acciones pastorales y a su responsabilidad. Buscan desesperadamente aparecer como uno más, por este miedo a ser vistos como diferentes, ilusos o “santurrones”. Al no estar tranquilos y en paz con su identidad, con su labor, empiezan a vivir una tensión incómoda y a despreciar su trabajo y actividad. Esta tensión genera tal angustia, que desea ser aplacada con gratificaciones sensibles, que muchas veces van en contra de su vocación y lo van alejando de sus opciones. Dice Francisco en EG: 79. La cultura mediática y algunos ambientes intelectuales a veces transmiten una marcada desconfianza hacia el mensaje de la Iglesia y un cierto desencanto. Como consecuencia, aunque recen, muchos agentes pastorales desarrollan una especie de complejo de inferioridad que les lleva a relativizar u ocultar su identidad cristiana y sus convicciones. Se produce entonces un círculo vicioso, porque así no son felices con lo que son y con lo que hacen, no se sienten identificados con su misión evangelizadora, y esto debilita la entrega. Terminan ahogando su alegría misionera en una especie de obsesión por ser como todos y por tener lo que poseen los demás. Así, las tareas evangelizadoras se vuelven forzadas y se dedican a ellas pocos esfuerzos y un tiempo muy limitado.


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