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Cuento corto
Raúl Castillo Soto

Los Leudios

Raúl Castillo Soto

Pertenezco a una creciente comunidad de “Leudios”: diminutos cleptómanos, casi invisibles, habitantes de los autos. Pienso que hemos evolucionado de esta forma por diseño divino, para proteger nuestra frágil y delicada apariencia; y de la misma forma garantizar nuestra labor ingente de salvaguardar el balance universal. Un embarazo Leudio, en contraste al de los humanos, dura cerca de treinta días. Usamos la telepatía como medio de comunicación. Nos escondemos bajo los asientos, entre los pelos gruesos de la alfombra, aun cuando los Leudios Sabios han explicado que no somos visibles al ojo humano, pues la luz, cualquier clase de luz, nos hace traslúcidos, transparentes. No fuimos provistos de oídos (gracias por ese detalle, Master Leudio),

pero sentimos las fuertes, y violentas, vibraciones del mundo dentro y fuera de los autos.

Según nos han contado, somos parientes lejanos de los osos que se deslizan dentro de la plomería de las casas. ¿Y cómo conservamos ese elusivo balance? Bueno, al César lo que es del César, somos ladrones, aunque yo prefiero la palabra coleccionista. ¿Han escuchado las quejas de los motoristas acerca de todo lo que pierden en sus autos? Desde las consabidas hebillas para el pelo, hasta los enormes bolígrafos y lápices; nada escapa nuestra irrepresible urgencia de colectar. Claro, todo tiene su propósito, como por ejemplo: la goma de mascar nos sirve como una especie de pegamento para resolver amputaciones accidentales, ocurrencias comunes en nuestro diario deambular, y como no mencionar, el embotellado líquido cristalino que, cuando disponible, es el mar de los Leudios.

Nos alimentamos de las mismas cosas que los humanos y comemos de todo, bueno, casi de todo. Hemos aprendido que el chocolate y la C a pesar de su contenido meloso, no se deben abusar ni mezclar pues nos hacen desorientados e inquietos. En la escuela primaria de Leudios se me dificultó aprender el que no existía diferencia alguna entre las papitas fritas, mis preferidas, y las “french fries”; y lloraba desconsoladamente cuando a la hora de la cena mi procreador anunciaba a las dichosas francesas.

Yo hago mi lugar de descanso en una telaraña en la parte trasera del auto de Rafa, en un espacio cerca de una de las bisagras que sostienen y facilitan la apertura del gigantesco techo del baúl. Aunque frío y húmedo es el lugar de menos vibraciones en el auto. Me mudé acá desde que Rafa tuvo un grave altercado con Tere, su contraparte de pelo más largo. Las malas y tormentosas vibraciones duraron por horas. Un

evento cuyo significado histórico me escapaba al momento. Explico. Resulta que, días antes de las malas y tormentosas vibraciones, un gran número de Leudios habían hecho un monumental esfuerzo para reubicar una pieza de metal redonda encontrada en la lóbrega alfombra bajo el asiento de Rafa. Según el Leudio sabio residente que consultaron los líderes del hallazgo el objeto aparecía clasificado en el Manual de Todas las Cosas como un “aro matrimonial”, y que este confirmaba las uniones de esa especie. Explicó además, que Rafa lo removía habitualmente, cuando recogía a su compañera de viajes en las mañanas de camino al trabajo, hasta aquel fatídico día cuando finalmente lo perdió: la “compañera”, montada en él (pienso que otro extraño hábito), accidentalmente le produjo un espasmo a Rafa con sus contorciones, de tal fuerza, que lo separó del aro.

Ese día, hace cosa de mes y medio en tiempo humano, una enorme pieza de vestir color de rosa que ella removió de su cuerpo, calló nublando algunos de nuestros enclavados; reduciéndolos a la penumbra. Días más tarde, y afortunadamente para nosotros (no así para Rafa), Tere encontró la “carpa” rosada que oscurecía nuestra área reservada para picnics comunitarios. Y, pues, ya saben lo que siguió.

Hace poco, comenzamos a notar una serie de cambios inusitados: el color de piel de algunos Leudios, ahora mutaba del usual amarillo pálido, a una especie de raro azul celeste y se ha observado una descontrolada actividad motora entre los Leudios mayores. Adicionalmente, los sabios Leudios reportaron una inexplicable explosión demográfica. Eventos que coincidieron con la caída de un gran meteorito azul: parecido a la roca medicinal que a diario se atosigaba Rafa,

una hora antes de las aparatosas montas de “la jinete” que provocó la desaparición de Tere.

Ahora, la peregrinación hacia la roca azul es una actividad diaria, recomendada y apoyada por el Congreso de Sabios Leudios.

¿Y el resto de los Leudios en el auto de Rafa? Ahora doblamos en cantidad y todos somos azules.

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