En sus cuarenta años de vida, este libro ha acumulado una historia de aventuras y desventuras. La primera edición (editorial Caldén, 1968) tuvo una recepción entre mezquina y rabiosa; después fue el silencio. De mezquindades no hablaré, sí de rayos y centellas. Aludo al ataque con traza de denuncia policial (gobernaba el dictador Onganía) que me obsequió Juan Pablo Oliver, cuya competencia para el denuesto y la más degradada y ofensiva violencia verbal no osaré poner en duda (Boletín del Instituto Juan Manuel de Rosas de Investigaciones Históricas, n° 4, abril de 1969). Para mi detractor yo era un agente del Kremlin devorador de niños de pecho. De ahí se siguió una polémica en el Boletín en que intervinieron varios historiadores, menos el suscrito, ya que haciendo gala de su afección por la libertad de expresión, el Instituto vetó la publicación de una respuesta por mí solicitada.