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Dicho de otra manera, tal parecería que el erotismo es lo sublime y la pornografía lo ominoso. El erotismo se asocia con el amor y lo pornográfico con la prostitución, con lo obsceno, lo abyecto, lo indecente, lo inmoral, el tabú, lo lujurioso, pues es una representación realista de lo sexual. Se ha señalado que si en lo pornográfico se impone la percepción, en lo erótico –por ser eminentemente insinuante– domina la imaginación. Las sugerencias sutiles de la imagen erótica hacen de ella algo adecuado para el arte; en cambio la imagen pornográfica es más descarnada, directa, brutal. Hay autores que justo por eso francamente rechazan la noción de arte pornográfico y lo consideran casi una contradicción en los términos. La inmensa mayoría de la pornografía, en textos o imágenes, maximiza el placer del espectador varón; la representación del desnudo femenino ha hecho lo mismo. “No hay duda de que la pintura del desnudo femenino en el ‘gran arte’, como imagen, es muy parecida a la imagen pornográfica, que ofrece mujeres como objetos sexualizados para la lujuria de los hombres.”1 Para Allen Weiss, “El arte debe ser erótico y polémico o ya no será.” No cabe duda de que el arte en sí es polémico y más cuando se le vincula con el erotismo y la pornografía. Aún no se ha dicho, desde luego, la última palabra sobre este tema. Las ideas más recientes se encuentran, como con Weiss, en el campo de la estética contemporánea y en el debate posmoderno. 1

Allen S. Weiss. Perverse Desire and the Ambiguous Icon, Alabany, Suny, 1994.

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