DESTELLOS MISIONEROS DE CLARET Misionero
Apostólico
en
Cataluña
Como Claret no había nacido para permanecer encerrado en una sola parroquia, su espíritu le empujó hacia horizontes más vastos. En julio de 1841, cuando contaba con 33 años, recibió de Roma el título de Misionero Apostólico. Por fin era alguien destinado al servicio de la Palabra, al estilo de los apóstoles. Esta clase de misioneros había desaparecido desde San Juan de Avila. A partir de entonces su trabajo fue misionar. Vic iba a ser su residencia. Claret, siempre a pie, con un mapa de hule, su hatillo y su breviario, caminaba por la nieve o en medio de las tormentas, hundido entre barrancos y lodazales. Se juntaba con arrieros y comerciantes y les hablaba del Reino de Dios. Y los convertía. Sus huellas quedaron grabadas en todos los caminos. Las catedrales de Solsona, Gerona, Tarragona, Lérida, Barcelona y las iglesias de otras ciudades se abarrotaban de gente cuando hablaba el P. Claret.
El P. C laret, Apóstol de las Islas Canarias: Tenía 40 años. Tras la rebelión armada de 1847, ya no era posible dar misiones en Cataluña. Por eso, la inquietud misionera de Claret le llevó hasta Canarias. Desde el Puerto de la Luz de Gran Canaria hasta los ásperos arenales de Lanzarote resonó la voz convincente de Claret. Y, como en Cataluña, tuvo que predicar en las plazas, sobre los tablados, al aire libre, entre multitudes que lo acosaban. A pesar de una pulmonía no cesó en su intenso trabajo. En Lanzarote da misiones en Teguise y Arrecife. Quince meses de esfuerzos misioneros que dejaron profunda huella en el alma de los canarios y que culminaron con numerosas conversiones, prodigios, profecías y leyendas. Un mes de mayo de 1849, los canarios, con lágrimas en los ojos, vieron partir a su "padrito", pero aún perdura su recuerdo. "Estos canarios me tienen robado el corazón...” confesaba el santo en una de sus cartas. Tan grande fue su huella que la Diócesis de Canarias lo tiene como Compatrono de la misma junto con la Virgen del Pino.
DÍA DEL DOMUND Una pregunta inquietante: ¿cómo anunciar a Jesús en un mundo tan alejado de Dios? La ejemplaridad: El valor educativo de los modelos. No existe otra forma de enseñar una forma de vida sino a través del ejemplo. La educación, -y la evangelización es una forma de educación-, no es posible sin la ejemplaridad. No nos extrañemos de que la difusión del Evangelio quede deteriorada como consecuencia de la falta de coherencia y ejemplaridad de quienes lo difundimos y enseñamos. Una cosa es la verdad de la fe y otra la coherencia de las personas. La primera no depende en sí misma de la segunda. Pero no es posible la evangelización sin la profunda coherencia entre fe y vida de quienes estamos llamados a realizarla, es decir, todos los creyentes. No cabe duda de que los cristianos tenemos una seria responsabilidad en el alejamiento de Dios por parte de la sociedad. Pero la responsabilidad rebasa los límites de la falta de coherencia entre lo que profesamos y vivimos. Existe otra forma de incoherencia y de falta de ejemplaridad: consiste en la adulteración del mensaje. Esta adulteración se produce, por ejemplo, cuando se reduce la fe a mera moral, a puro proyecto de transformación social o política o, incluso, a medio de obtener felicidad o consuelo ante las adversidades de la vida. Si la persona del cristiano no ha sido transformada por el encuentro con Cristo, es imposible la ejemplaridad necesaria para ser cristiano y misionero. Digamos que la misión del cristiano consiste en ser cristiano. No hay otra forma de apostolado. No se trata de una doctrina que haya que enseñar sino de una vida que hay que vivir y, al vivirla, difundir. Sólo quien ha conocido a Jesucristo y se ha dejado transformar por Él, puede dar razón de la esperanza cristiana y ser igualmente, motivo de esperanza para sus contemporáneos.
Domingo XXIX. T.O. Ciclo C. 20.10.2013