Ex 24,8 Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: “Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos.”
Heb 9, 14 …cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo. …
Mc 14, 22-24 Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: “Tomad, esto es mi cuerpo.” Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo: “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos”.
Como respuesta a la crisis del mundo, Jesús hace algo más que quejarse y denunciar –lo que hacemos nosotros-. Para vencer las fuerzas diabólicas del odio, Jesús ofrece el acto de amor más grande: el sacrificio de sí mismo por amor. Pero el sacrificio no será de holocausto, sino de comunión, para que sirva de alimento y medicina a la humanidad deprimida. Este gesto está en la línea de la Encarnación. Si por amor el Hijo se hizo carne, ahora por amor se hace pan; carne para curar la carne, pan para alimentarla y divinizarla. Si por amor se hizo pobre, ahora por amor se hace víctima. Si por amor se quedó con nosotros, ahora por amor entra dentro de nosotros. Cristo es pura generosidad, nos lo dio todo y se dio del todo. El pan era su propia realidad, el vino era su propia vida; y terminaría dándonos su propio Espíritu. Este amor eucarístico es el principio de la victoria sobre el mal; pone en gracia la miseria, perdón en el odio, gratuidad en el mercantilismo, amor en todo desamor. La Eucaristía es el principio de la transformación del universo. Ya todo puede ser renovado. (Cáritas,2010)