Periódico de Quirós 155

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Desde Ricao…

AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS Por Alberto

Dejo encendida, siempre, la luz por si volvieras, y una llave detrás de las macetas. Aurelio G. Ovies Enciendo el Cine-Exín y Kevin dice: “Crecer sucede en un latido. Un día estás en pañales, al siguiente ya no estás aquí. Pero los recuerdos de la niñez permanecen contigo todo el camino. Recuerdo un lugar, un pueblo, una casa como muchas casas, un patio como muchos patios, una calle como muchas otras calles. Y el asunto es que, después de todos estos años, sigo mirando hacia atrás, maravillado." Winnie ya hace tiempo que se ha ido. Crecimos aullando a la luna en pantalones cortos, con los playeros J´Hayber y aquella mirada ingenua que nos arrebató el viento. Compartíamos cromos, canicas, chapas, mercromina, ilusiones y bocadillos de salchichón. Ellas jugaban a la goma y a la comba y llevaban ya en los ojos aquello que nos perdió. Eran los tiempos del cambio, de Felipe, de Tejero, de Ronald Reagan, del papa Juan Pablo, del Seat 124 y del Mundial 82. Quisimos escribir el mundo en los cuadernos Rubio, pero el mundo no nos dejó. Descubrimos el SIDA en la mirada de Rod Hudson, y nos hicimos más altos que nuestros padres a base de Nocilla, Cola Cao, Yoplait natural y tardes al sol. Con veinte duros eramos dueños del mundo y comprábamos Palotes, Sugus, Phoskitos, Bonys, Bucaneros y Tigretón. Y rumiábamos la infancia mascando chicles Cheiw Junior, los Bang Bang, regaliz y Chupa chups. Perseguíamos a la vida como el Coyote al Correcaminos, el gato Jinks a Pixie y Dixie, y a la Pantera Rosa el inspector Clouseau. La sed se quitaba con Mirinda, y a falta de móviles, si quería hablar contigo, o me picabas tú o te picaba yo.

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La tele tenía entonces dos canales y dos rombos, y en Sesión de Tarde vivimos las aventuras que el abuelo no nos contó. Con Ben Johnson descubrimos las trampas y tras el Catecismo olvidamos a Dios. Lloramos con Chanquete y la Casa de la Pradera, comimos ratones con Diana, y subimos con Elliot en bicis que volaban. Jugábamos con el Tente, con el monopatín, a la peonza y al yo-yo, mientras la vida pasaba en los relojes Casio y con Magia Borrás las penas se marchaban. Con un boli de diez colores pintamos el arco iris y escribimos cartas a los Reyes cuando Papa Noel era sólo un viejo gordo y barbudo que se colaba por las chimeneas de las películas americanas. Y Halloween, sabe Dios lo que era Halloween. Conocimos la Historia con Erase una vez el hombre y más tarde el cuerpo humano, y si llovía, en la Trece rue del Percebe nos refugiábamos. Por aquellos días tiraron el Muro, y con sus escombros construyen otros nuevos estos años. En Ricabo la vida transcurría despacio: mi abuela preparaba al calor de la lumbre chocolate de taza, bizcocho y frisuelos, y sonría a mi abuelo, que escuchaba la radio y nos contaba historias de cuando no era viejo. Mientras tanto Manolo, con sus manos grandes, afinaba la gaita, y sonaba la música y cantaban los perros. Yo, como Kevin, también te quería, Winnie Cooper, pero no te lo dije y lo dejé para luego. Y me arrepiento ahora, cuando ha pasado el tiempo y la voz de Joe Cocker desgarra en la radio aquella canción nuestra que se llevó el viento. Para el recuerdo, decía el poeta, ningún guardián tan fiel como la música.

Septiembre-Octubre / 2011


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