Cttampa
S^fUBefolii, ef poeta bo/énaam. amigo, también poeta excelente, el maestro don Andrés Codoñer, natural de Masanasa. Para demostrar que yo tengo razón, puede usted decir que los libros del facistol de la iglesia de Cuatretonda los encuadernó Llombart. Yo, que también quería ser poeta—añade Alberola—, hice lo posible por intimar con don Constantino. Con este exclusivo objeto fijé mi residencia en Valencia, y fui un inseparable de Llombart, que me hizo socio de Lo Ral Penat y me inició en las memorables tertulias literarias, a las que acudían Teodoro Llórente, Sanmartín y Aguirre, Aguirre Matiol, Espían Bellveser, Palanca y Roca, Palanca y Hueso, CabreUes, etc. Allí hablábamos de todo: de arte, de poesía, de política, de religión, y armábamos unas trifulcas épicas. Ahora bien; en lo que todos coincidíamos era cuando de exaltar a la "terreta" se trataba. Aquellas reuniones se veriñcafoan en la calle de Pelayo, en un pisito que adquirió con sus ahorros Constantino Llombart y que legó al morir a otro poeta, a su ñel discípulo Ramón Cabrelles. —¿Blasco Ibáñez quiso también ser poeta? —Sí, señor. Vicente solía acudir alguna vez, y nos leía versos. Recuerdo de una composición suya muy inspirada, que se publicó en un almanaque de "Las Provincias"; pero desistió de las rimas, tal vez porque Llombart le dijera un día:
EL "PLACET" DE RODRÍGUEZ MARÍN
—Estaba ya resuelto. ¡A Madrid! Y un día, con el cuaderno de cantares en el bolsillo, me presenté en casa de don Francisco Rodríguez Marín. ¿Cómo me recibiría? ¿Qué efecto le producirían los versos del pobre mozo iletrado de antaño? Don Francisco, como yo temía, me acogió con manifiesto recelo, y con mal talante me preguntó: "¿Cuántos días va a estar usted en Madrid? Déme siis señas y ya le avisaré". Y se quedó con el cuaderno de los cantares. —Quedaría usted decepcionado^le digo. —Como no puede imaginarse. Tanto, que salí del domicilio de Rodríguez Marín llorando como un chiquillo. Pero cuál sería mi sorpresa al ver que me llamó al siguiente día. Corrí, presuroso, a su casa, y, apenas me vio entrar, me estrechó entre sus brazos y me dijo: "Perdóneme, Alberola, perdóneme. Creí que era usted uno de los tantos impertinentes atacados de manía literaria, que me acechaban a todas horas. Usted es un poeta, y su libro de cantares, una maravilla. He dicho repetidas veces en la Aca-
.9¡p$mo leerm íiasfa ios 2S. mo$
f / ilustre poeta popular valenciano, en ¡a actualidad.
• ^
-••;
: • •
LA INFANCIA DEL POETA
—Pero ¿es posible, don Estanislao? —Lo que le digo, hijo mío. —¿No será una genialidad de poeta? —Nada de eso: es una cosa verídica. Aquí donde me ve, fui analfabeto hasta los veintiocho años. —í*ue3 ¿no ha dicho usted repetidas veces que la mayoría de sus famosos cantares los escribió en la adolescencia? —Así es, —Entonces, ¿cómo quedamos? ¿Sabia o no sabía usted escribir? —Le repito que no. Pero escúcheme, si no le aburro. —Diga, maestro. i, ' . —Yo nací en Cuatretonda, bello puebíecillo del distrito de Albaida. Mis padres, que eran unos labradores acomodados, quisieron que me dedicase, como ellos, al cultivo de nuestra hacienda. Apenas apuntaba el día, mi buen padre rae despertaba: "Chiquet", a "trevallar". En seguida, al frente de las muías de labranza, me encaminaba al monte a cuidar los viñedos. Nada menos que cien mil cepas tenía que podar sólito—agrega—. Y de rata manera tan primitiva y bucólica transcurría mi vida. A los diez y ocho años me casé y a los veintidós quedaba viudo. Estuve en el pueblo hasta los treinta y dos y a los veintiocho aprendí a leer y escribir. EL GRAN POETA LLOMBART FDÉ ENCUADERNADOR
—Yo conocía mucho al insigne poeta Constantino Llombart, el fundador de Lo Rat Penat. Aunque se ha desmentido, Llombart había sido encuadernador, y a trabajar de este oficio iba con frecuencia a" mi pueblo, en el que tenía un gran
"Mira, Blasquet. Tú serás un maravillas noveliste; pero te falta afició pa ser poeta",..
X--
MIL Y UN CANTARES "ESCRITOS" POR UN ANACFABETO
—Mientras yo araba los viñedos y podaba las cien mil cepas—agre^ Alberola—"escribía" coplas y más coplas que almacenaba en mi cerebro. Cuando llegaba la noche y las muías quedaban alojadas en la cuadra, me iba a buscar al maestro y le d e c í a , invariablemente: "Don Andrés: ¿vol copiarme les c&píesf"- El buen hombre accedía, complacido, y, a medida que yo le repetía los versos que había inventado du' r a n t e la jomada, El mo» los iba an o t a n d o zo que en un cuaderno. De *escrihió'> este modo llegué a mil cantas reunir, c u a n d o ya res, cuan= do no saa supe leer, más de mil bia leer ni cantares. ¡Ahí tiene escribir. iisted explicado cóm o u n analfabeto pudo al mismo tiemp o ser e s c r i t o r ! —a n a d e , jubiloso, Estanislao Alberola. "¿Por qué no editas los cantares?" — continúa —. Esto me lo preguntaban muchos que los conocían. Dudé, pero, al fin, me decidí.
Don Estanislao Alberola, en la época de sus mayores triunfos 7/terarios.
demia que el libro de cantarea españoles está por hacer, porque ha de surgir de un hombre del pueblo. Tal vez ese libro sea el suyo. —¿Qué impresirá le produjeron las palabras de Rodríguez Marín?—le pregunto a Alberola. —Creí morir de dicha. "Yo q u i e r o — a g r e g ó Rodríguez