MANCHITA

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José A. Ramírez - Figueroa

Esta obra está protegida por la Ley de Derechos de Autor. Se permite su uso y difusión con fines didácticos pero se prohíbe su reproducción total o parcial sin la debida autorización del autor / ilustrador.

© José A. Ramírez – Figueroa, Ed.D. (autor e ilustrador)

Nací así, de repente, un día en que la pequeña Margarita estaba saboreando su sopa de calabaza que tanto le gustaba.

— “¡Manchaste tu blusa nueva, Margarita!” — escuché exclamar a la mamá de la niña.

— “¿La puedes lavar, mamá? ¿Quedará como nueva? ¡Me gusta mucho esta blusa!”

— “No sé. Creo que esas manchas no salen tan fácilmente, pero lo intentaré.”

— “Sí; inténtalo mama. Es tan solo una manchita”, suplicó Margarita.

Y así me llamaron: Manchita.

Al día siguiente, la mamá de Margarita echó sobre mí un líquido que de inmediato me calentó muchísimo. Tanto, que creía que me había dado fiebre. “¿Qué es esto? ¿Acaso estaré enferma?”, me preguntaba en silencio mientras reposaba unos minutos. Luego, la mamá puso la blusa de Margarita en la lavadora de ropa. El agua fría, mezclada con detergente, parecía ahogarme. Mentras tanto, la lavadora de ropa cantaba alegre: “Washi, washi… washi, washi…”

Cuando la mamá de Margarita sacó la blusa de la lavadora todavía yo estaba allí. De nada sirvió aquel líquido caliente que echaron sobre mí, ni el agua fría de la máquina. ¡Yo segía viva y radiante!

— “¡Mamá, la manchita no salió!”

— “¡Ah, qué lástima! Era una blusa nueva y ya no podrás lucirla. Ya para lo único que sirve es como trapo de limpieza.”

“¡Trapo de limpieza!” Qué mal me sentí al escuchar eso. ¿Por qué?, si solo soy una manchita. Yo sé que los trapos de limpieza son muy útiles en un hogar, pero yo quiero lucir así como soy en la blusa nueva de Margarita.

De pronto, los ojos de Margarita se posaron sobre mí. Parecía que comprendían mi tristeza. Entonces, una genial idea pareció iluminar su linda carita de niña curiosa.

Esa tarde, Margarita buscó pinceles y pinturas de colores, y comenzó a trazar líneas curvas a mi alrededor. A principio, yo no entendía qué hacía la niña, pero ella estaba muy emocionada con lo que estaba haciendo.

Luego de varias horas, Margarita se puso la blusa y se detuvo frente a un espejo. En ese momento descubrí que yo, la manchita, ahora formaba parte de una hermosa obra de arte

— “¡Mamá,mamá, mira qué linda mi nueva blusa!

— “¡Sí, está preciosa! Mañana mismo la puedes usar para ir a la iglesia.

Y así, muy contenta, al día siguiente Margarita lucía su nueva blusa. La niña había pintado una hermosa margarita. Era una linda y reluciente flor y yo estaba allí, en el centro, rodeada de pétalos. ¡Era yo, la manchita!

¡Qué linda y feliz me sentí en la blusa de Margarita!

José A. Ramírez - Figueroa

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