Locos por la Puna - Año 1 Nº 1 - Mayo 2014

Page 26

Un grupo de mujeres con sus vestimentas típicas, sentadas en pequeños banquitos preparaban, armaban y freían exquisitas empanadas para la venta. Cada una de estas mujeres contaba con una olla con el recado, una caja con la masa ya preparada y una pala de hierro sobre las brasas con la grasa hirviendo para freírlas; y como si fuera parte de la receta, todas y cada una realizaban la misma labor; cortaban un trozo de masa y con la mano, sobre sus rodillas desnudas, formaban una esferita que después aplanaban y cubrían con el Foto actual con algunas indicaciones de lo que fue su vivienda en Mina La recado para cerrarlas y freírlas. Por Dios Casualidad que cosa más rica estas empanaditas! Pasó la noche y llegamos por la mañana a Caipe, fin de nuestro recorrido en tren y mientras esperábamos resguardados del viento en la sala de la estación al transporte que nos llevaría a La Casualidad, un señor nos comentaba entre otras cosas que el viento solía ser muy fuerte y que a veces hasta tumbaba los vagones cargados; pero nada de eso me importaba, sólo quería llegar a ese hermoso lugar muy alto. Poco después, una camioneta Gladiator doble cabina conducida por un gendarme, nos trasladó hasta el yacimiento. Finalmente llegamos pero nada era lindo para mí, todo me resultaba molesto, estaba mareado y descompuesto; no toleraba tomar nada ni mucho menos comer; pero me preguntaba por qué a mí y a mi mamá nos pasaba lo mismo y a mis hermanos menores y a papá no. Es la Puna escuché decir al doctor, sólo le rogaba a mi ángel de la guarda que esto no se tuviera que curar con inyecciones. Fuimos hospedados durante casi una semana en el casino de empleados, debido a que nuestros muebles tardarían en llegar. Cada día que transcurría era una experiencia nueva, una sensación nueva, comencé a salir del casino, los colores del lugar me cautivaron, todo era distinto, el aroma del aire era especial y hasta parecía tener un sabor agradable pero indescriptible. Los días pasaron y llegaron nuestros muebles, ocupamos nuestra querida casa; se sucedían las visitas y las reuniones con nuestros vecinos, compañeros de trabajo de papá y mis primeros amiguitos. Comenzábamos a conocer las instituciones de La Casualidad, todo era muy lindo para mí, pero no así para mamá, su esfuerzo por adaptarse a la situación fue muy grande. Tuvo que aprender entre otras cosas a cocinar en una cocina a leña y a lidiar contra la presión que ejercían las esposas del reducido grupo de personal jerárquico, quienes pretendían que ella no realizara ni recibiera más visitas de mujeres o familias, de las que ellas llamaban del poblado. Una frase que dijera la señora del jefe de la sección camiones, maestra de la escuela, la apartó definitivamente del grupo. “No deberías juntarte en esas reuniones, son coyas” dijo; y me dolió, me dolió al punto tal que no quería asistir a la escuelita. Todo le fue muy difícil a mamá, recuerdo cuando colgaba la ropa mojada, muchas veces caían al suelo desde la soga y quedaban paradas solas por estar congeladas o escuchaba romperse el hielo del agua del balde cuando intentaba baldear la vereda, pero su esfuerzo se veía gratificado al sentir que podía resultarle útil a la gente de la comunidad; para Pág. 26


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.