8 cuentos en una caja mágica - puertoNORTE-SUR

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ra una noche espléndida para observar los astros: cielo despejado y nada de contaminación lumínica. El invierno hacía notar su presencia entregando el aire frío de las capas altas de la atmósfera a las montañas de la Sierra de Madrid. Rafael abrió la puerta del garaje y sacó un maletín plateado. Situó el trípode en medio del jardín. Después, cuidadosamente, fijó el telescopio sobre el soporte y fue colocando los oculares en su lugar. Programó las coordenadas en el ordenador, tomando la luna como referencia, y ajustó la hora y la fecha para seguir con precisión automática el movimiento de los astros. Lucía y Laura, las sobrinas de Rafael, se sentaron en la hierba, observando la escena con mucha atención. Lucía tenía once años y Laura ocho. Era la primera vez que veían un telescopio de verdad. Rafael les parecía muy divertido, porque siempre estaba contando historias. También aquella noche comenzó a hablar casi en un susurro, en tono de misterio: —Vamos a observar el cielo. Veremos grupos de estrellas, constelaciones, galaxias, cometas, estrellas fugaces. Hoy no hay luna, pero sabemos dónde está, así que podemos seguir su movimiento y quizá ver algo asombroso.

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Laura asintió en silencio con los ojos muy abiertos. Cuando todo estuvo listo, se pusieron de pie y se acercaron al telescopio. Fueron turnándose para ver el cielo mientras Rafael explicaba las formas y los nombres de las constelaciones: Casiopea, la Osa Mayor, la Estrella Polar suspendida en el Norte, la nebulosa de Orión, grupos abiertos de estrellas, la galaxia de Andrómeda, un cometa como una mancha de luz en el espacio vacío…

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—La luz viaja a trescientos mil kilómetros por segundo —dijo Rafael. —¿Hay algo que pueda ir más deprisa que la luz? —preguntó la pequeña Laura. —Nada. Y como algunas estrellas están muy lejos, es posible que veamos en el presente la luz de estrellas que ya se han extinguido. Vemos su luz tal como era en el pasado cuando nació el Universo. —O sea que las estrellas son como los recuerdos del Universo —dijo Laura mirando el cielo desnudo. 14


En el transcurso de la noche fría, Rafael acompañaba de la mano del cielo, el movimiento del telescopio. Las pequeñas se turnaban para mirar a través de los oculares, hasta que la luna apareció nítida en el cielo y Rafael dijo: —Ahora vamos a ver cómo la luna oculta algunas estrellas y cambia la forma de las constelaciones: Orión pierde ahora su flecha, una de las estrellas de Géminis pierde a su hermana y se queda muy sola unos minutos… —¿Dónde se ha ido? —preguntó Lucía. —Está en la cara oculta de la luna. Mira con atención. Lucía cambió al ocular más potente. Estuvo un buen rato absorta y al fin susurró: —Rafael. —¿Qué? —Estoy viendo algo increíble. Un planeta azul, nubes, montañas cubiertas de nieve, casas… —Escucha. Te contaré un secreto —dijo Rafael en voz muy baja—. Hay un espejo detrás de la luna, aunque muy pocos lo saben. Si algún día, a lo largo de tu vida, no sabes cómo seguir adelante, contempla el cielo nocturno para que el espejo de la luna te muestre quién eres y las estrellas te indiquen el camino a seguir.

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—El cielo está nublado. ¿Cómo es posible que hayamos visto las estrellas desde la buhardilla? —preguntó Juan. —A veces, cuando parece que el cielo está encapotado aparece un claro entre las nubes. Es cuestión de buscar el ángulo adecuado.

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—Yo creo que la buhardilla es mágica —aventuró Juan. —Yo que la magia está en el telescopio —propuso Ana. —O quizá está en vosotros que miráis las cosas con ilusión. —¿Tú crees en la magia? —preguntó Ana. —Claro —contestó el abuelo. —Pero la magia se suele hacer con máquinas y trucos —dijo Juan. —No siempre, a veces la magia se hace con el corazón —sentenció el abuelo, y continuó leyendo.

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