Panorama Social de América Latina 2012

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En la perspectiva de la pobreza relativa, en tanto las sociedades mejoran sus estándares de vida, el logro de niveles mínimos de satisfacción del núcleo básico de necesidades deja de convertirse en un desafío primordial para la población, pero ello no implica que no exista pobreza. Aun cuando las personas dispongan de recursos para alimentarse o habitar una vivienda digna, estos podrían ser insuficientes para que participen adecuadamente en las actividades habituales de sus sociedades (Townsend, 1979). La pobreza relativa se expresaría en situaciones de carencia de recursos que hacen que no sea posible visitar amigos, que los niños estén ocasionalmente ausentes del colegio, la calefacción esté apagada, no se puedan mantener las costumbres en materia de alimentación, no se reciban visitas en el hogar o la mala salud se vuelva más habitual (Townsend, 1985, pág. 662). Como se señaló, hay consenso respecto de que en los países con los mayores niveles de ingreso una definición relativa es más apropiada, por cuanto las regiones más avanzadas buscan que toda la población comparta los beneficios de una alta prosperidad media. A su vez, las medidas absolutas han sido habitualmente consideradas como más ajustadas a la realidad de los países en desarrollo, debido a que el desafío para estos ha sido situar a segmentos significativos de la población por encima de umbrales básicos de satisfacción de las necesidades básicas. Esto condujo a que los indicadores de pobreza tradicionalmente utilizados en América Latina se basaran en esta perspectiva. Sin embargo, una serie de cambios recientes han puesto de manifiesto la necesidad de explorar mediciones de pobreza relativa en el contexto regional, sobre todo en los países con mayores niveles de desarrollo relativo. En rigor, en los últimos años se ha observado un mejoramiento en el nivel de vida medio de la población y una reducción de la pobreza absoluta, en un contexto en el que la desigualdad todavía continúa siendo muy alta. La convergencia de estos fenómenos podría no solo presionar hacia un cambio de las normas y estándares sociales sobre lo que se considera pobreza, sino también podría alimentar sentimientos de privación relativa en amplios segmentos de la población, incluso en quienes no están bajo la línea de la pobreza absoluta pero que no disponen de recursos suficientes para una participación social adecuada. El método más habitual para la medición de la pobreza relativa consiste en determinar un umbral de ingreso mínimo, o línea de pobreza, como un porcentaje de la mediana del ingreso de la población. La elección del porcentaje a utilizar es discrecional, por lo que la práctica predominante es realizar estimaciones de pobreza relativa empleando diversos valores, típicamente el 40%, el 50%, el 60% y el 70% del ingreso mediano16.

Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)

Esta forma de establecer el umbral permite que su valor aumente en términos reales a medida que la sociedad cuenta con mayores recursos. La oficina estadística de la Unión Europea (Eurostat) y la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) miden de esta forma la pobreza relativa para monitorear la exclusión social en esta región. Cabe destacar que la aplicación de este método puede producir resultados paradójicos (Grupo de Río, 2007). Ello se debe a que el indicador describe el porcentaje de personas que se encuentra a una distancia excesiva respecto de un estadístico de tendencia central —la mediana—, pero no provee una evaluación de las condiciones de vida que efectivamente se observan en esa situación. En rigor, el indicador de pobreza relativa responde a los cambios en la distribución y no a las variaciones del bienestar social medio. Así, cualquier aumento del ingreso medio, por grande que sea, no reducirá la pobreza relativa, si es que no se produce simultáneamente una mejora en la distribución. Asimismo, una caída generalizada en los ingresos podría no aumentar la pobreza, e incluso reducirla, si se presenta en el contexto de una mejora distributiva17. Pese a estas restricciones, es de interés evaluar en qué medida la forma de cuantificación de la pobreza relativa empleada en contextos de países desarrollados aporta información útil sobre las condiciones de vida en los países de América Latina. Para ello, se emplean tres líneas de pobreza relativa, equivalentes al 50%, el 60% y el 70% de la mediana del ingreso per cápita, respectivamente. En el gráfico I.12 se muestran los valores que se obtienen para las líneas de pobreza relativa, expresados en relación con la línea de pobreza absoluta. Un primer resultado a destacar es que, en la mayoría de países de la región, las líneas relativas se hallan por debajo de la línea absoluta, como lo denotan los valores inferiores a uno en el eje vertical del gráfico. Según la lógica que originó la propuesta sobre pobreza relativa, con este tipo de resultados no es adecuado aplicar el método en algunos países. La noción de pobreza relativa apunta a ampliar el concepto de pobreza para incluir necesidades adicionales, las que derivan de la participación social, y por tanto debería traducirse necesariamente en un incremento de los umbrales monetarios respecto del enfoque absoluto. En consecuencia, la metodología tradicional no puede aplicarse de manera generalizada en la región.

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En la mayoría de las aplicaciones de este método, los ingresos suelen estar expresados en unidades equivalentes a un adulto en

lugar de en términos per cápita. Esta unidad toma en consideración que el costo de satisfacer las necesidades de una persona varía según su sexo y edad, así como en función del tamaño del hogar. Por simplicidad, el análisis desarrollado en esta sección se realiza en términos per cápita. Sin embargo, utilizar una línea relativa no es equivalente a medir la desigualdad ni implica que la pobreza no pueda ser erradicada (Foster, 1998).


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