Glynn Harrison
Una historia mejor
Dios, el sexo y el orecer humano
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Cultura y Biblia
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Índice
Prólogo a la serie
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Prólogo Pablo Martínez Vila
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Prefacio
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El camino por delante
31 PR I M E R A PART E
Una comprensión mejor 1. Me llamo Revolución
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2. La ideología de la revolución
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3. La visión moral de la revolución
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4. Los narradores de la revolución
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5. La narrativa de la revolución
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6. Los soldados de la revolución
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7. Las víctimas de la revolución
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S E GUN DA PART E
Una crítica mejor 8. La viga en tu ojo
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9. Dormir con el enemigo
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10. La guerra contra los débiles
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11. ¿Quién soy hoy?
185 T E R CE R A PART E
Una vida mejor 12. Vivir en la realidad de Dios
199
13. El final del anhelo
211
14. El final de la vergüenza
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15. Por la vida del mundo
239
16. Nuestra mejor historia
261
17. Una narrativa mejor
277
Notas
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Recursos y otras lecturas adicionales
297
Iglesias y entidades colaboradoras en la publicación de esta serie
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CO LO FÓ N
libros@andamioeditorial.com www.andamioeditorial.com
Andamio es la editorial de los Grupos Bíblicos Unidos en España, que a su vez es miembro del movimiento estudiantil evangélico a nivel internacional (IFES), cuya misión es hacer discípulos y promover el testimonio de Jesús en los institutos, universidades y centros de trabajo.
TRADUCCIÓN
Una historia mejor
Alts Forns nº 68, sót. 1º 08038 Barcelona. España Tel. (+34) 93 432 25 23
Daniel Menezo CORRECCIÓN
A Better Story Glynn Harrison, 2016
Miguel Llop DIRECCIÓN DE ARTE DE LA COLECCIÓN
Sr. y Sra. Wilson
Todos los derechos reservados. Esta traducción de A Better Story publicada primeramente en 2016 se publica con el permiso de Inter-Varsity Press, London, Reino Unido.
MAQUETACIÓN
Sr. y Sra. Wilson
Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización de los editores.
DEPÓSITO LEGAL
B. 25333-2018 ISBN
978-84-948789-8-5 IMPRESO EN ULZAMA IMPRESO EN ESPAÑA
© ANDAMIO EDITORIAL, 2018 1ª EDICIÓN OCTUBRE 2018
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PRI M ERA PARTE
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CAPÍTULO 1
Me llamo Revolución: Cómo el individualismo radical se convirtió en la corriente dominante
Entonces, ¿cómo fue que llegamos a este punto? ¿Cómo es que con el transcurso de solo unas décadas la sociedad occidental dejó de acumular vergüenza sobre las madres solteras y empezó a plantearse si, después de todo, el matrimonio no es otro “estilo de vida raro”? ¿Qué impulsó el cambio paradigmático de valores y de estilo de vida que hoy llamamos “revolución sexual”? Primero, déjame que defina cómo uso la expresión “revolución sexual”. Me refiero al derrocamiento y a la liberalización de actitudes sociales y morales hacia el sexo que llevaban mucho tiempo arraigadas, que empezaron dentro de la cultura occidental en la década de 1960 y que se han perpetuado hasta nuestros días. En el meollo de esta revolución encontramos el debilitamiento de la idea de que el sexo se nos da para que lo disfrutemos den43
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tro de los límites del matrimonio (incluyendo la relación con los hijos). Pero también se ha producido una revelación más amplia del sexo: hoy es mucho más explícito en la literatura y en las películas; la cohabitación se ha convertido en la norma; las actitudes hacia el sexo entre personas del mismo género se han liberalizado; la pornografía está por todas partes; el sadomasoquismo provoca curiosidad en lugar de alarma; y el concepto de la fluidez del género se encuentra por doquier. A pesar de todo, la esencia de la revolución radica en la disrupción del vínculo entre el sexo y el matrimonio, que durante siglos ocupó un punto central en la cultura de Occidente. ¿Qué indujo esta gran inversión conceptual? Para entender lo que sucedió podemos recurrir a dos vías generales. La primera consiste en analizar los cambios en las circunstancias socioeconómicas que se hicieron notar durante ese periodo. Por ejemplo, centrándonos en la economía, la devaluación del matrimonio se puede vincular con la introducción de generosos beneficios fiscales que se produjo gracias a una creciente prosperidad de posguerra.1 Esto socavó la necesidad de los tradicionales hombres “que se ganaban el pan”, creando una serie de nuevas oportunidades para las mujeres. La progresiva desindustrialización y la aparición de las industrias de servicios multiplicaron también las posibilidades laborales para las mujeres. Además, las campañas para la equiparación de los ingresos de ambos géneros ejercieron una presión adicional sobre los roles tradicionales que habían apuntalado la institución del matrimonio. Sencillamente, las mujeres ya no necesitaban a los hombres. O, al menos, no los necesitaban en el mismo sentido que antes. 44
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Sobre estos cambios se edificaron otros procesos socioculturales. El feminismo de segunda oleada elevó aún más las expectativas de las mujeres respecto a la igualdad y a la satisfacción sexual. Se liberalizaron las leyes sobre el divorcio y, a medida que cada vez eran más los niños criados con éxito dentro de relaciones no tradicionales, las parejas perdieron su motivación para mantenerse unidas por amor a los hijos. El resultado colectivo de estos cambios (por muy bienvenidos que fueran muchos de ellos) fue un debilitamiento del vínculo entre el sexo y el matrimonio, y la erosión del concepto del matrimonio como una institución basada en un compromiso de permanencia “para lo bueno y para lo malo”. El último clavo en el féretro del matrimonio tradicional fue casi sin ninguna duda la introducción de métodos anticonceptivos seguros y fiables. De golpe, el sexo ya no estaba asociado con la gestación y con todas las responsabilidades que la acompañan. Los cuerpos de las personas eran suyos, y eran libres para hacer con ellos lo que quisieran.
Las ideas que cambian el mundo Aparte de estos cambios socioeconómicos, un enfoque alternativo para comprender la revolución sexual consiste en analizar la influencia de nuevas ideas que iban calando en la sociedad de aquella época, sobre todo las formas nuevas del individualismo. ¿Qué es exactamente el individualismo? Se refiere a la importancia que le damos al pensamiento y a la acción individuales comparada con la importancia que atribuimos a las autoridades y a las instituciones tradicionales. En otras palabras, el individualismo 45
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tiene que ver con el valor de pensar por nosotros mismos frente a aceptar lo que nos dicen otras personas. También tiene que ver con la unicidad del individuo, sus derechos y su valor individual. Es decir, que en el individualismo hay mucho que celebrar. Buena parte de las libertades y de los privilegios civiles que disfrutamos hoy se asientan sobre nuevas ideas sobre la autoridad y el poder del individuo, que surgieron durante la Ilustración europea de finales del siglo XVII y en el siglo XVIII. Es bueno pensar por uno mismo. La doctrina cristiana que dice que los hombres y las mujeres son creados iguales y únicos a imagen de Dios sustenta esta y todas las formas responsables del individualismo. A Dios le interesan los individuos, sobre todo quienes padecen opresión e injusticia, y nos llama a luchar a su favor. Entonces, ¿qué hubo de diferente en la década de 1960? Anteriormente, el individualismo había consistido en encontrar el equilibrio correcto entre el pensamiento individual y la razón, por un lado, y la autoridad externa y la sabiduría de la tradición por otro. Ahora consistía en la liberación de la autoridad externa y a la sabiduría de la tradición, todo junto. El equilibrio se inclinó decisivamente a favor del individuo, lo cual tuvo unas consecuencias muy amplias. La libertad consistía en verse libre de las obligaciones morales y éticas que imponían otros. Consistía en liberarse de las grandes empresas y de las instituciones religiosas. Quizás el factor más radical fuera el deseo de verse libres de la propia naturaleza. Daba igual que aún no supiéramos cómo poner en práctica esos postulados; bastaba con reclamarlos. Y si la realidad no nos daba la razón con la suficiente celeridad, pues redefiniríamos la propia realidad. 46
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Bienvenido al mundo del individualismo radical. Sin embargo, antes de profundizar más en esta idea, volvamos al contexto cultural de la década de 1960 para ver cómo fue arraigando esta nueva forma de pensar.
Los tiempos estaban cambiando El himno icónico que compuso Bob Dylan en esa década, “The Times They Are A-Changin” (“Los tiempos cambian”), resume bien el espíritu de la época. Sin duda que los tiempos estaban cambiando, y además rápidamente. La celebración del cambio que hizo Dylan anunció a los padres que ahora sus hijos estaban fuera de su alcance y “más allá de su autoridad”. Y si no podían echarles una mano, era mejor que se apartasen de su camino porque… “los tiempos cambian”. Pero, ¿qué tipo de cambios eran exactamente? En realidad, no lo sabía nadie. Tal como señalan los críticos de Dylan, era el cambio por el cambio.2 En el momento en que escribo esto, y sobrepasando ya los setenta años de edad, Dylan sigue interpretando de vez en cuando esa canción. Pero cuando un abuelo ya mayor canta “Vuestros hijos y vuestras hijas ya escapan a vuestra autoridad”, ¿qué significa para nuestros días? Allá en la década de 1960 implicaba decir a las personas intransigentes que sus hijos eran hippies. Pero hoy día podría significar que los ancianos exhippies como Dylan tienen que aceptar que sus hijos se han convertido en banqueros o en abogados civiles. O en traficantes de armas o terroristas. ¿Y por qué no? Cuando destruimos una visión moral que trascienda el cambio por el cambio, como Joseph and His Amazing Technicolor Dreamcoat, cualquier sueño es válido. 47
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El sueño del Gran Yo Resultó que cualquier sueño valía, siempre que fuese mi sueño. La autoridad del individuo y la primacía de pensar por uno mismo alcanzaron un nivel totalmente nuevo. El lema era “¡Libertad!”. Verse libres de la autoridad, verse libres de la naturaleza, la libertad para ser yo, independientemente de quién resulte ser o quiera ser ese “yo”. ¿Qué había sucedido para despertar al gigante dormido de esta filosofía y para insertarla con tanta fuerza en la imaginación popular? En esa época, se dieron diversos factores culturales. Primero, tenemos la creciente popularidad y penetración cultural de la televisión, las películas de cine y la música popular. Por ejemplo, recuerdo que yo, entusiasmado por lo que veía en televisión a principios de la década de 1960, decidí que era hora de adoptar un estilo de pelo “copete a lo Pompadour”, como el de James Dean. Poco después, inspirado por “Fonzie”, de Happy Days, me pasé al horripilante peinado “cola de pato”, con los lados engominados y la cresta central. Y luego, antes de que la laca hubiera tenido tiempo de secarse, tuve que desmontar todo el invento y echarme el pelo hacia delante, con un corte estilo Beatles. Lo importante era ser diferente. Por supuesto, no queríamos distinguirnos unos de otros. Esto es parte de la ironía, porque todos acabamos teniendo el mismo aspecto. Pero queríamos ser diferentes de ellos, los representantes de la conformidad (maestros, sacerdotes y demás), quienes nos decían qué estaba permitido y qué no, qué era normal y qué no lo era. Bueno, ¡pues a paseo con todo eso!, porque experimentábamos el primer aluvión embriagador de la libertad de ser nosotros mismos. O al menos eso es lo que creíamos. 48
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Pero la televisión, las estrellas del pop y las películas no se limitaron a proporcionar a los jóvenes unos modelos de rol nuevos y chic. Eran los colaboradores del floreciente consumismo de posguerra. Aquella fue una era de creciente prosperidad, y buena parte del dinero nuevo iba a parar a los bolsillos de los chavales de clase trabajadora como yo. El mero peso de nuestros números proporcionó un amplio mercado nuevo para los Mad Men de la publicidad: motos y coches, prendas de vestir y accesorios, estilos de peinado y complementos… Daba la sensación de que todo lo diseñaban especialmente para nosotros. El escritor Steve Gillon comenta: “Casi desde el momento en que los concibieron, los Boomers fueron diseccionados, analizados y abordados por comerciantes modernos que reforzaron [su] sentido de diferenciación generacional”.3 Estos comerciantes nos hicieron sentir diferentes, originales y nuevos. Sobre todo, nos dijeron que éramos especiales. Por lo tanto, no es de extrañar que, en la estela del consumismo impulsado por los medios de comunicación, la década de 1960 fuera testigo del nacimiento del movimiento de la autoestima y del crecimiento de la psicología popular. Como demostré en The Big Ego Trip, los “maquilladores” de la psicología popular nos aseguraban que fomentar nuestra autoestima revolucionaría el bienestar, ayudaría a los niños a rendir más en la escuela y nos protegería contra las adicciones y el consumo de alcohol y de drogas.4 Decían que no solo te hacía sentir bien, sino que te hacía bueno, es decir, una mejor persona. Y la psicología lo demostraba. Así, el consumismo impulsado por los medios de comunicación y la penetración de la ideología de la autoestima 49
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se convirtieron en los fundamentos gemelos que sustentaban el sueño del Gran Yo. Durante las cinco décadas siguientes, con algunos giros y desvíos, este paradigma cambiante sobre el individuo fortaleció su dominio. En 2006, el respetado UK Henley Centre for Forecasting recogió los resultados de una encuesta que llevaba más de veinte años formulando el mismo conjunto de preguntas.5 Cada año los encuestadores preguntaban: “¿Cree que la calidad de vida en el Reino Unido puede mejorar (a) si priorizamos los intereses de la comunidad en vez de los individuales, o (b) si cuidamos de nosotros mismos, lo cual en última instancia eleva los estándares comunes?”. Antes del año 2000, la mayoría optaba por (a), es decir, que la mayor parte de los habitantes pensaba que la mejor manera de optimizar la calidad de vida para todo el mundo era anteponer los intereses de otras personas a los propios. Sin embargo, con el alborear de un nuevo milenio, la distancia se redujo. Ahora, la mayoría de los entrevistados elegían la opción (b). Por primera vez en la historia de la encuesta, la mayor parte de las personas creía que era mejor preocuparse antes del “yo”. Esta transición cultural del nosotros al yo, impulsada por las ideologías del individualismo radical, fue la que fomentó los cambios de pensamiento y de conducta que hoy día llamamos “revolución sexual”.
En resumen A modo de resumen, diremos que empezamos haciendo referencia a los cambios socioeconómicos (por ejemplo, la introducción de beneficios fiscales y la relajación de la ley del divorcio) que supusieron los puntales para la revolución, antes de explorar 50
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la nueva ideología del yo que le sirvió de impulsor. Pero hay dos salvedades importantes. Primero, no tenemos por qué librar una batalla entre estos dos enfoques, como si hubiera que elegir uno o el otro. Necesitamos ambos paradigmas. De hecho, los dos interactúan: nuestras creencias y convicciones, nuestros sueños y nuestras imaginaciones construyen y destruyen las redes sociales y las instituciones, por un lado, del mismo modo que, por el otro, estas estructuras modelan y dan forma a nuestra forma de pensar y de imaginar. La mente humana, y la cultura dentro de la que se mueve, se crean mutuamente siguiendo un bucle constante de interacción dinámica. La cultura y la psique “se fabrican la una a la otra”. Segundo, tenemos que enfatizar de nuevo los numerosos efectos positivos del individualismo. La lucha contra la desigualdad recibió sus energías del foco centrado en el individuo. Concedió a una generación de mujeres sometidas a abusos psicológicos o físicos el coraje necesario para escapar al dominio férreo del control de sus maridos. Introdujo las habilidades y los dones de las mujeres en las esferas del comercio y del gobierno. Por todas partes, las personas insignificantes (víctimas del abuso sexual, discriminadas, oprimidas por las élites del grupo dirigente) encontraron el valor de plantar cara y luchar por sus derechos. Siempre que nos encontremos con la derrota de la injusticia, los cristianos debemos estar entre los primeros que la celebren, porque esto refleja el sentir del propio Dios. Pero este breve capítulo no ha hablado de esos tipos de individualismo que intentan encontrar un equilibrio entre, por un lado, los derechos y las responsabilidades del individuo y, por el 51
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otro, el rol de las autoridades externas y la sabiduría de la tradición. Se ha centrado en el intento por parte del individualismo radical de verse libre de toda autoridad y tradición. Se ha concentrado en la soberanía del individuo. Hoy en día, donde más se percibe esto es dentro de la esfera de la identidad y de la ideología de género. Por consiguiente, en el próximo capítulo profundizaremos más en las grandes ideas que impulsaron la revolución. Analizaré cómo, en su búsqueda de la soberanía, el yo reclamó la libertad definitiva: la libertad de definirse a sí mismo.
Ideas clave de este capítulo •
La revolución sexual consiste en el derrocamiento y la liberalización de actitudes sociales y morales hacia el sexo y el matrimonio que llevaban arraigadas mucho tiempo. Empezó en la década de 1960 y perdura hasta nuestros días.
•
Los grandes cambios socioculturales que trajo consigo la prosperidad de posguerra y las formas nuevas y radicales del individualismo interactuaron (“la cultura y la psique se fabrican la una a la otra”) para dar a luz a esta revolución y, luego, impulsarla.
•
El concepto general del individualismo (el valor y la responsabilidad de cada persona individual) se fundamenta en la tradición cristiana. Siempre que se mantenga apoyado en valores más amplios de la comunidad y la mutualidad, el individualismo fomenta el bienestar y el progreso humanos.
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•
Sin embargo, el individualismo radical contemporáneo coloca la soberanía del individuo sobre todas las demás fuentes de autoridad. Esto ha desplazado nuestra cultura hacia los enfoques individualistas sobre una amplia gama de cuestiones, que provocan cambios trascendentales en nuestra manera de pensar acerca de la moral y la identidad humana.
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