Dedicado al Docente Ilis Suárez Pérez, cuya dedicación ha sembrado la semilla de la imaginación en innumerables mentes jóvenes. Este libro sobre recopilaciones de cuentos infantiles es un tributo a su compromiso con la educación y al impacto duradero dejado en nuestras vidas. Con gratitud y admiración.
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INDICE Portada .................................... 1 Dedicatoria ............................. 4 Indice....................................... 6 La princesa de fuego.............. 9 Una playa con sorpresa......... 11 Un estornudo muy sano....... 13 La princesa y el guisante...... 15 Cenicienta............................... 17 Blancanieves........................... 20 Ricitos de oro.......................... 25 Pinocho.................................... 27 31- Riquete el del copete......... 31 El rey con orejas de burro..... 35 Reina de las nieves................. 37 Aladino.................................... 43 Contraportada........................ 50 6
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La princesa de fuego
Hubo una vez una princesa increíblemente rica, bella y sabia. Cansada de pretendientes falsos que se acercaban a ella para conseguir sus riquezas, hizo publicar que se casaría con quien le llevase el regalo más valioso, tierno y sincero a la vez.
El palacio se llenó de flores y regalos de todos los tipos y colores, de cartas de amor incomparables y de poetas enamorados. Y entre todos aquellos regalos magníficos, descubrió una piedra; una simple y sucia piedra.
Intrigada, hizo llamar a quien se la había regalado. A pesar de su curiosidad, mostró estar muy ofendida cuando apareció el joven, y este se explicó diciendo:
- Esa piedra representa lo más valioso que os puedo regalar, princesa: es mi corazón. Y también es sincera, porque aún no es vuestro y es duro como una piedra. Sólo cuando se llene de amor se ablandará y será más tierno que ningún otro.
El joven se marchó tranquilamente, dejando a la princesa sorprendida y atrapada. Quedó tan enamorada que llevaba consigo la piedra a todas partes, y durante meses llenó al joven de regalos y atenciones, pero su corazón seguía siendo duro como la piedra en sus manos.
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Desanimada, terminó por arrojar la piedra al fuego; al momento vio cómo se deshacía la are-na, y de aquella piedra tosca surgía una bella fi-gura de oro. Entonces comprendió que ella misma tendría que ser como el fuego, y trans-formar cuanto tocaba separando lo inútil de lo importante.
Durante los meses siguientes, la princesa se propuso cambiar en el reino, y como con la piedra, dedicó su vida, su sabiduría y sus riquezas a separar lo inútil de lo importan-te. Acabó con el lujo, las joyas y los excesos, y las gentes del país tuvieron comida y libros. Cuantos trataron con la princesa salieron encantados por su carácter y cerca-wnía, y su sola presencia transmitía tal calor humano y pasión por cuanto hacía, que comenzaron a llamarla cariñosamente “La princesa de fuego”.
Y como con la piedra, su fuego deshizo la dura corteza del corazón del joven, que tal y como había prometido, resultó ser tan tierno y justo que hizo feliz a la princesa hasta el fin de sus días.
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Una playa con sorpresa
No había nadie en aquella playa que no hubiera oído hablar de Pinzas-locas, terror de pulgares, el cangrejo más temido de este lado del mar. Cada año algún turista despistado se llevaba un buen pellizco que le quitaba las ganas de volver. Tal era el miedo que provocaba en los bañistas, que a menudo se organizaban para intentar cazarlo. Pero cada vez que creían que lo habían atrapado reaparecían los pellizcos, unos días después, demostrando que habían atrapado al cangrejo equivocado.
El caso es que Pinzas-locas solo era un cangrejo con muy mal carácter, pero muy habilidoso. Así que, en lugar de esconderse y pasar desapercibido como hacían los demás cangrejos, él se ocultaba en la arena para preparar sus ataques. Y es que Pinzas-locas era un poco rencoroso, porque de pequeño un niño le había pisado una pata y la había perdido. Luego le había vuelto a crecer, pero como era un poco más pequeña que las demás, cada vez que la miraba sentía muchísima rabia.
Estaba recordando las maldades de los bañistas cuando descubrió su siguiente víctima. Era un pulgar gordísimo y brillante, y su dueño apenas se movía. ¡Qué fácil! así podría pellizcar con todas sus fuerzas. Y recordó los pasos: asomar, avanzar, pellizcar, soltar, retroceder y ocultarse en la arena de nuevo. ¡A por él!
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Algo salió mal. Pinzas-locas quedó atrapado en el paso cuatro. No podía soltar el pulgar. El pellizco fue fuerte, atravesó la piel y se quedó en la carne. Pero no había sangre. Pinzas-locas entendió: ¡una trampa!
Pero exageraba, como siempre. Nadie había sido tan astuto como para tenderle una trampa con un pie falso. Era el pie falso de Vera, una niña que perdió su pierna de niña. Vera no notó a Pinzas-locas en su dedo hasta salir del agua. Soltó al cangrejo, que no huyó por el miedo. Vera vio su pata pequeña, sintió pena y lo ayudó, con una cabaña de rocas y bichitos para comer.
Gran festín. Vera cuidaba al cangrejo. Era alegre, devolviéndolo al mar.
“Qué niña agradable”, pensó esa noche. Desearía ser así, sin su patita corta. Entonces notó que Vera no regeneró su pierna, aun así era un encanto. Podía ser alegre, a pesar de lo malo.
Días siguientes, Pinzas-locas jugó con Vera, cambiando pellizcos por risas. El cangrejo se hizo famoso, sin que nadie supiera que era Pinzas-locas. Era mejor, algunos aún no aprendían: no es necesario rencor ni mal
carácter, aun cuando un cangrejo apriete fuerte...
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Un estornudo muy sano
¡A quién se le ocurre estornudar delante de un libro de magia! ¡Hala! ¡Todas las letras volando! gruñó mamá troll.
Ahorita que estábamos a punto de encontrar el hechizo para volvernos guapos… se lamentó papá troll. ¿Qué tal han caído las letras? preguntó Tulita - ¿Se puede leer el libro, han quedado desordenadas? Hummm, a ver, que vea… ¡peor!, no sirve para nada, se ha convertido en un libro de recetas… ¡Grrrrr! ¡Pero qué mala suerte! rugió papá troll tirando el libro por la ventana.
Era normal que estuvieran enojados. La familia troll había vivido una gran aventura para conseguir aquel libro mágico. Era su única opción para dejar de asustar a todos con su horrible aspecto. Pero un libro mágico es algo muy delicado, y papá troll era un poco bruto…
Estropeado el libro, tuvieron que aceptar su aspecto y seguir con su vida. Pero como no tenían más libros, la pequeña Tulita decidió quedárselo y preparar algunas de sus recetas.
¡Puajjj! No nos gusta esto. A partir de ahora te comes tú sola los platos de ese libro - gruñeron papá y mamá troll.
Tiempo después, pasó por allí un valiente caballero de brillante armadura. Al ver a Tulita junto a sus padres, gritó:
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¡No temáis, princesa! ¡Yo os libraré de esos horribles trolls!
Por supuesto, fue el caballero el que no se libró de un buen porrazo. Estaba aún tendido en el suelo cuando Tulita vio el reflejo de la armadura. En su casa habían roto todos los espejos hace tiempo, así que sentía curiosidad. Se acercó para mirarse, y no pudo creer lo que vio ¡Parecía una niña normal! Se miró varias veces y sí, tenía que ser ella, pero ¿cómo había dejado de ser un troll?
El misterio no duró mucho. Pronto descubrieron que ninguno era un troll, pero que comían tan pocas frutas y verduras que no veían bien, ni se curaban sus heridas, ni nada de nada… ¡por eso tenían tan mala pinta! Y claro, en cuanto Tulita había empezado a comer las recetas de aquel libro de verduras, había quedado estupenda. Hubiéramos preferido la magia, pero dejar de parecer trolls comiendo tus recetas tampoco nos costará tanto -terminaron diciendo los papás de Tulita- . Claro que no les costó; enseguida se acostumbraron y les gustaban muchísimo. Y cuando se aprendieron todas las recetas, buscaron algún niño anti -verduras para regalarle el libro y evitar que acabara teniendo pinta de troll.
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La princesa y el guisante
Había una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero tenía que ser una princesa genuina. Para encontrar a esta princesa, viajó por todo el mundo, pero en ningún lugar podía encontrarla. Princesas había por montones, pero el príncipe no podía estar seguro de que fueran princesas reales; siempre descubría algo en ellas que le disgustaba.
Cierta noche cayó una tormenta, hubo truenos y relámpagos, y se desencadenó una lluvia torrencial. Entonces alguien tocó a la puerta del castillo y la reina fue a ver de quién se trataba.
En el umbral del palacio apareció una joven, pero la lluvia y el viento causaron estragos en su aspecto. El agua le corría por el cabello y el vestido estaba hecho harapos, había perdido sus joyas y hasta los zapatos.
—Exijo hospedaje pues soy una princesa— dijo la joven con tono muy airoso.
La reina dudó que la joven poseyera algún título de nobleza, pero no dijo nada y la invitó a pasar. La joven esperó en el salón real.
La reina se dirigió hacia el dormitorio de huéspedes, quitó toda la ropa de cama y puso un guisante sobre el colchón, luego colocó otros 20 colchones encima del
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guisante, y encima de los veinte colchones puso veinte edredones de plumas. Después regresó al salón real y señalando el dormitorio de huéspedes dijo:
—Puedes dormir en esa habitación.
A la mañana siguiente, la reina y el príncipe le preguntaron a la joven cómo había dormido.
—¡Oh!, terriblemente mal — respondió la joven—. No pude conciliar el sueño en toda la no-che. Solo el cielo sabrá lo que había en la cama. Dormí encima de algo tan duro que tengo el cuerpo lleno de moretones. ¡Fue horrible!
Ahora sabían que ella era una verdadera princesa porque había sentido el guisante a través de los veinte colchones y los veinte edredones. ¡Solo una princesa genuina puede ser tan sensible!
Fue así como el príncipe se casó con ella, seguro de haber conseguido lo que tanto buscaba. En cuanto al guisante, es exhibido en el museo, donde debe seguir todavía si es que nadie se lo ha llevado.
¡Y esta sí es una historia verdadera!
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Cenicienta
Érase una vez una hermosa joven que vivía con su madrastra y dos hermanastras que la obligaban a hacer todo el trabajo de la casa. La pobre joven tenía que cocinar, limpiar y también lavarles la ropa.
Cansada de trabajar, la joven se quedó dormida cerca a la chimenea y cuando se levantó con la cara sucia por las cenizas, sus hermanastras se rieron sin parar y desde entonces comenzaron a llamarla Cenicienta.
Un día llegó a la casa una invitación del rey a un baile para celebrar el cumpleaños del príncipe. Todas las jóvenes del reino fueron invitadas y Cenicienta estaba muy feliz. Sin embargo, cuando llegó el día de la fiesta, su madrastra y hermanastras le dijeron:
—Cenicienta, tú no irás, te quedarás en casa limpiando y preparando la cena para cuando regresemos.
Las tres mujeres salieron hacia el palacio, burlándose de Cenicienta.
Cenicienta corrió al jardín y se sentó en un banco a llorar. Ella deseaba con todo su corazón poder ir al baile. De repente, apareció su hada madrina y le dijo:
—No llores Cenicienta, tú has sido muy buena y mereces ir al baile.
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Agitando su varita mágica, el hada madrina transformó una calabaza en un coche, tres ratones de campo en hermosos caballos, y a un perro viejo en un cochero. ¡Cenicienta no podía creer lo que veía!
— ¡Muchas gracias! —exclamó Cenicienta.
—Espera, no he terminado todavía —respondió el hada madrina con una sonrisa.
Con el último movimiento de su varita mágica, transformó a Cenicienta. Le dio un vestido y un par de zapatillas de cristal, y le dijo:
—Ahora podrás ir al baile, sólo recuerda que debes regresar antes de la medianoche ya que a esa hora se terminará la magia.
Cenicienta agradeció nuevamente al hada madrina y muy feliz se dirigió al palacio. Cuando entró, los asistentes, incluyendo sus hermanastras, no podían parar de preguntarse quién podría ser esa hermosa princesa.
El príncipe, tan intrigado como los demás, la invitó a bailar. Después de bailar toda la noche, descubrió que Cenicienta no sólo era la joven más hermosa del reino, sino también la más amable y sincera que él jamás había conocido.
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De repente, las campanadas del reloj se hicieron escuchar, era la medianoche. Cenicienta se estaba divirtiendo tanto que casi olvida las palabras del hada madrina.
—¡Oh, no!, debo irme— le dijo al príncipe mientras corría fuera del salón de baile. Ella salió tan de prisa que perdió una de sus zapatillas de cristal en la escalinata.
Decidido a encontrar a la hermosa joven, el príncipe tomó la zapatilla y visitó todas las casas del reino.
Cuando el príncipe llegó a casa de Cenicienta, sus dos hermanas y hasta la madrastra intentaron sin suerte probarse el zapato de cristal. Él se encontraba a punto de marcharse cuando escuchó una voz:
—¿Puedo probarme la zapatilla? —dijo Cenicienta.
La joven se probó la zapatilla y le quedó perfecta. El príncipe sabía que esta era la hermosa joven que estaba buscando. Fue así como Cenicienta y el príncipe se casaron y vivieron felices para siempre.
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Blancanieves y los siete enanos
Érase una vez una joven y bella princesa llamada Blancanieves que vivía en un reino muy lejano con su padre y madrastra.
Su madrastra, la reina, era también muy hermosa, pero arrogante y orgullosa. Se pasaba todo el día contemplándose frente al espejo. El espejo era mágico y cuando se paraba frente a él, le preguntaba:
—Espejito, espejito, ¿quién es la más hermosa del reino?
Entonces el espejo respondía:
— Tú eres la más hermosa de todas las mujeres.
La reina quedaba satisfecha, pues sabía que su espejo siempre decía la verdad. Sin embargo, con el pasar de los años, la belleza y bondad de Blancanieves se hacían más evidentes. Por todas sus buenas cualidades, superaba mucho la belleza física de la reina. Y llegó al fin un día en que la reina preguntó de nuevo:
—Espejito, espejito, ¿quién es la más hermosa del reino?
El espejo contestó:
—Blancanieves, a quien su bondad la hace ser aún más bella que tú.
La reina se llenó de ira y ordenó la presencia del
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del cazador y le dijo:
—Llévate a la joven princesa al bosque y asegúrate de que las bestias salvajes se encarguen de ella.
Con engaños, el cazador llevó a Blancanieves al bosque, pero cuando estaba a punto de cumplir las órdenes de la reina, se apiadó de la bella joven y dijo:
—Corre, vete lejos, pobre muchacha. Busca un lugar seguro donde vivir.
Encontrándose sola en el gran bosque, Blancanieves corrió tan lejos como pudo hasta la llegada del anochecer. Entonces divisó una pequeña cabaña y entró en ella para dormir. Todo lo que había en la cabaña era pequeño. Había una mesa con un mantel blanco y siete platos pequeños, y con cada plato una cucharita. También, había siete pequeños cuchillos y tenedores, y siete jarritas llenas de agua. Contra la pared se hallaban siete pequeñas camas, una junto a la otra, cubiertas con colchas tan blancas como la nieve.
Blancanieves estaba tan hambrienta y sedienta que comió un poquito de vegetales y pan de cada platito y bebió una gota de cada jarrita. Luego, quiso acostarse en una de las camas, pero ninguna era de su medida, hasta que finalmente pudo acomodarse en la séptima.
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Cuando ya había oscurecido, regresaron los dueños de la cabaña. Eran siete enanos que cavaban y extraían oro y piedras preciosas en las montañas. Ellos encendieron sus siete linternas, y observaron que alguien había estado en la cabaña, pues las cosas no se encontraban en el mismo lugar.
El primero dijo: —¿Quién se ha sentado en mi silla?
El segundo dijo: —¿Quién comió de mi plato?
El tercero dijo: —¿Quién mordió parte de mi pan?
El cuarto dijo: —¿Quién tomó parte de mis vegetales?
El quinto dijo: —¿Quién usó mi tenedor?
El sexto dijo: —¿Quién usó mi cuchillo?
El séptimo dijo: —¿Quién bebió de mi jarra?
Entonces el primero observó una arruga en su cama y dijo: —Alguien se ha metido en mi cama.
Y los demás fueron a revisar sus camas, diciendo: —Alguien ha estado en nuestras camas también.
Pero cuando el séptimo miró su cama, encontró a Blancanieves durmiendo plácidamente y llamó a los demás:
—¡Oh, cielos! —susurraron—. Qué encantadora muchacha
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Cuando llegó el amanecer, Blancanieves se despertó muy asustada al ver a los siete enanos parados frente a ella. Pero los enanos eran muy amistosos y le preguntaron su nombre.
—Mi nombre es Blancanieves —respondió—, y les contó todo acerca de su malvada madrastra.
Los enanos dijeron:
—Si puedes limpiar nuestra casa, cocinar, tender las camas, lavar, coser y tejer, puedes quedarte todo el tiempo que quieras—. Blancanieves aceptó feliz y se quedó con ellos.
Pasó el tiempo y un día, la reina decidió consultar a su espejo y descubrió que la princesa vivía en el bosque. Furiosa, envenenó una manzana y tomó la apariencia de una anciana.
— Un bocado de esta manzana hará que Blancanieves duerma para siempre — dijo la malvada reina.
Al día siguiente, los enanos se marcharon a trabajar y Blancanieves se quedó sola.
Poco después, la reina disfrazada de anciana se acercó a la ventana de la cocina. La princesa le ofreció un vaso de agua.
—Eres muy bondadosa —dijo la anciana—. Toma esta manzana como gesto de agradecimiento.
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En el momento en que Blancanieves mordió la manzana, cayó desplomada. Los enanos, alertados por los animales del bosque, llegaron a la cabaña mientras la reina huía. Con gran tristeza, colocaron a Blancanieves en una urna de cristal. Todos tenían la esperanza de que la hermosa joven despertase un día.
Y el día llegó cuando un apuesto príncipe que cruzaba el bosque en su caballo, vio a la hermosa joven en la urna de cristal y maravillado por su belleza, le dio un beso en la mejilla, la joven despertó al haberse roto el hechizo. Blancanieves y el príncipe se casaron y vivieron felices para siempre
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Ricitos de oro
Érase una vez una familia de osos que vivían en una linda casita en el bosque. Papá Oso era muy grande, Mamá Osa era de tamaño mediano y Osito era pequeño.
Una mañana, Mamá Osa sirvió la más deliciosa avena para el desayuno, pero como estaba demasiado caliente para comer, los tres osos decidieron ir de paseo por el bosque mientras se enfriaba. Al cabo de unos minutos, una niña llamada Ricitos de Oro llegó a la casa de los osos y tocó la puerta. Al no encontrar respuesta, abrió la puerta y entró en la casa sin permiso.
En la cocina había una mesa con tres tazas de avena: una grande, una mediana y una pequeña. Ricitos de Oro tenía un gran apetito y la avena se veía deliciosa. Primero, probó la avena de la taza grande, pero la avena estaba muy fría y no le gustó. Luego, probó la avena de la taza mediana, pero la avena estaba muy caliente y tampoco le gustó. Por último, probó la avena de la taza pequeña y esta vez la avena no estaba ni fría ni caliente, ¡estaba perfecta! La avena estaba tan deliciosa que se la comió toda sin dejar ni un poquito.
Después de comer el desayuno de los osos, Ricitos de Oro fue a la sala. En la sala había tres sillas: una grande, una mediana y una pequeña. Primero, se sentó en la silla grande, pero la silla era muy alta y no le gustó. Luego, se sentó en la silla mediana, pero la silla
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era frágil y se rompió bajo su peso. Buscando un lugar para descansar, Ricitos de Oro subió las escaleras, al final del pasillo había un cuarto con tres camas: una grande, una mediana y una pequeña. Primero, se subió a la cama grande, pero estaba demasiado dura y no le gustó. Después, se subió a la cama mediana, pero estaba demasiado blanda y tampoco le gustó. Entonces, se acostó en la cama pequeña, la cama no estaba ni demasiado dura ni demasiado blanda. De hecho, ¡se sentía perfecta! Ricitos de Oro se quedó profundamente dormida. Al poco tiempo, los tres osos regresaron del paseo por el bosque. Papá Oso notó inmediatamente que la puerta se encontraba abierta:
—Alguien ha entrado a nuestra casa sin permiso, se sentó en mi silla y probó mi avena —dijo Papá Oso con una gran voz de enfado.
—Alguien se ha sentado en mi silla y probó mi avena —dijo Mamá Osa con una voz medio enojada. Entonces, dijo Osito con su pequeña voz:
—Alguien se comió toda mi avena y rompió mi silla. Los tres osos subieron la escalera. Al entrar en la habitación, Papá Oso dijo:
está durmiendo en mi cama! —y se puso a llorar desconsoladamente.
El llanto de Osito despertó a Ricitos de Oro, que muy asustada saltó de la cama y corrió escaleras abajo hasta llegar al bosque para jamás regresar a la casa de los osos.
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—¡Alguien
Pinocho
Érase una vez un anciano carpintero llamado Gepeto que era muy feliz haciendo juguetes de madera para los niños de su pueblo.
Un día, hizo una marioneta de una madera de pino muy especial y decidió llamarla Pinocho. En la noche, un hada azul llegó al taller del anciano carpintero:
—Buen Gepeto —dijo mientras el anciano dormía—, has hecho a los demás tan felices, que mereces que tu deseo de ser padre se haga realidad. Sonriendo, el hada azul tocó la marioneta con su varita mágica:
—¡Despierta, pequeña marioneta hecha de pino… despierta! ¡El regalo de la vida es tuyo!
Y en un abrir y cerrar de ojos, el hada azul dio vida a Pinocho.
—Pinocho, si eres valiente, sincero y desinteresado, algún día serás un niño de verdad —dijo el hada azul—. Luego se volvió hacia un grillo llamado Pepe Grillo, que vivía en la alacena de Gepeto.
—Pepe Grillo — dijo el hada azul—, debes ayudar a Pinocho. Serás su conciencia y guardián del conocimiento del bien y del mal.
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Al día siguiente, Gepeto envió con orgullo a su pequeño niño de madera a la escuela, pero como era tan pobre, tuvo que vender su abrigo para comprar los libros escolares:
—Pinocho, Pepe Grillo te mostrará el camino —dijo Gepeto—. Por favor, no te distraigas y llega a la escuela a tiempo.
Pinocho salió de casa, pero nunca llegó a la escuela. En cambio, decidió ignorar los consejos de Pepe Grillo y vender los libros para comprar un tiquete para el teatro de marionetas. Cuando Pinocho comenzó a bailar con las marionetas, el titiritero sorprendido con las habilidades del niño de madera, le preguntó si quería unirse a su espectáculo de marionetas. Pinocho aceptó alegremente.
Sin embargo, las intenciones del malvado titiritero eran muy diferentes; su plan era hacerse rico con la única marioneta con vida en el mundo. De inmediato, encerró a Pinocho y a Pepe Grillo en una jaula. Fue entonces que Pinocho reconoció su error y comenzó a llorar. El hada azul apareció de la nada.
Aunque el hada azul conocía las razones por las cuales Pinocho se encontraba atrapado, aun así, le preguntó:
—Pinocho, ¿por qué estás en esta jaula?
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Pero Pinocho no quiso contarle la verdad, entonces algo extraño sucedió. Su nariz comenzó a crecer más y más. Cuanto más hablaba, más crecía.
—Cada vez que digas una mentira, tu nariz crecerá — dijo el hada azul.
—Por favor, haz que se detenga—dijo Pinocho—, prometo no mentir de nuevo.
Al día siguiente, camino a la escuela, Pinocho conoció a un niño:
—Ven conmigo al País de los Juguetes. ¡En este lugar todos los días son vacaciones! —dijo el niño con emoción—. Hay juguetes y golosinas y lo mejor de todo, ¡no tienes que ir a la escuela! Olvidando nuevamente los consejos del hada azul y Pepe Grillo, Pinocho salió corriendo con el niño al País de los Juguetes. Al llegar, se divirtió muchísimo jugando y comiendo golosinas.
De pronto, las orejas de Pinocho y los otros niños del País de los Juguetes comenzaron a hacerse muy largas. Por no querer ir a la escuela, ¡se estaban convirtiendo en burros!
Convertidos en burros, Pinocho y los niños llegaron a un circo. El maestro de ceremonias hizo que Pinocho trabajara para el circo sin descanso. Allí, Pinocho se lastimó la pierna mientras hacía trucos. Enojado, el maestro de ceremonias lo tiró al mar junto con Pepe Grillo.
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En el agua, el hechizo se rompió y Pinocho volvió a su forma de marioneta, pero una ballena que nadaba cerca abrió su enorme boca y se lo tragó entero. En la oscuridad del estómago de la ballena, Pinocho lloró mientras que Pepe Grillo intentaba consolarlo. Fue en ese momento que vio a Gepeto en su bote:
—Hijo mío, te estaba buscando por tierra y mar cuando la ballena me tragó. ¡Estoy tan contento de haberte encontrado! —dijo Gepeto.
Los dos se abrazaron encantados.
—De ahora en adelante seré bueno y responsable—,prometió Pinocho entre lágrimas.
Aprovechando que la ballena dormía, Gepeto, Pinocho y Pepe Grillo prendieron una fogata dentro de ella y saltaron de su enorme boca cuando el fuego la hizo estornudar. Luego, navegaron hasta llegar a casa. Pero Gepeto cayó enfermo, Pinocho lo alimentó y cuidó con mucho esmero y dedicación.
—Papá, iré a la escuela y trabajaré mucho para llenarte de orgullo— dijo Pinocho.
Pinocho estudió, el hada azul lo elogió y se convirtió en niño real, viviendo feliz con Gepeto.
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Riquete el del Copete
Érase una vez, hace mucho tiempo atrás, un rey y una reina que vivían muy felices, pero anhelaban ser padres. Después de años de espera, la reina dio a luz a un niño. Pero el niño era muy poco agraciado y la reina siendo vanidosa y superficial se sintió decepcionada por la apariencia de su hijo. Sin embargo, un hada que estaba presente en el nacimiento le otorgó al pequeño el regalo de la sabiduría, además lo dotó con el don de impartirle a la persona a quien más quisiera, la sabiduría que él mismo poseía. Esto consoló un tanto a la reina.
Con el transcurrir del tiempo el consuelo se convirtió en orgullo, pues tan pronto como el niño comenzó a hablar, cautivó a todos con sus actos de nobleza y palabras de sabiduría. Por cierto, olvidé mencionar que cuando el pequeño príncipe nació tenía un mechón de pelo en la cabeza. Por esta razón todos lo llamaban Riquete el del Copete, pues Riquete era el apellido de la familia.
Al cabo de siete u ocho años, la reina de un país vecino dio a luz a dos niñas. La primera hija poseía una hermosura sin comparación. La reina se sintió muy feliz, pero el hada que había asistido al nacimiento de Riquete el del Copete le advirtió que la niña no sería inteligente. Aquello afligió mucho a la reina; pero unos
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instantes después sintió una pena mucho mayor, pues resultó que la segunda hija que dio a luz carecía de toda belleza.
Conmovida, el hada concedió a las niñas dos dones: a la mayor, el don de transmitir toda su belleza a quien la ame; a la menor, inteligencia y talento.
Pronto, las princesas crecieron. Cuanto más crecían, más brillaban sus virtudes y defectos. Mientras que la mayor se hacía más hermosa, también era más torpe e ignorante. Tenía muchos pretendientes, pero su torpeza e ignorancia los hacía huir. Por otro lado, la menor se hizo inteligente y talentosa. Las conversaciones sobre su inteligencia y talento se extendieron por todas partes. Muy pronto, la hija menor tuvo muchos amigos y pretendientes. La mayor no tenía a nadie a pesar de su belleza.
Acongojada por su soledad, la hija mayor decidió ir al bosque. Riquete el del Copete paseaba por el mismo lugar donde se encontraba la bella princesa y al notar que lloraba se acercó para preguntarle:
— ¿Cómo es posible que, siendo tan hermosa, tengas algo de qué lamentarte?
A esto la princesa respondió:
— Prefiero ser tan simple como tú y tener un poco de inteligencia, que ser tan hermosa y al mismo tiempo
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ignorante y torpe.
— ¡Creo tener la solución para tu problema! —exclamó Riquete el del Copete—. Poseo el don de impartir mi sabiduría a quien yo más quiera y sé que tú eres esa persona. Por lo tanto, depende de ti recibir mi sabiduría. La única condición es que aceptes casarte conmigo.
—Me casaré contigo en un año —dijo la princesa sin pensarlo, como de costumbre.
Al día siguiente, la princesa había olvidado su promesa.
Con el paso del tiempo, todo el reino comenzó a notar la extraordinaria transformación de la hermosa princesa. Sus palabras reflejaban una profunda sabiduría con la que atrajo muchos pretendientes guapos y valientes. Sin embargo, ninguno era de su gusto.
Una mañana, la princesa regresó al bosque a llorar a causa de su soledad, cuando escuchó un alboroto. Decenas de cocineros y servidores reales preparaban un banquete de boda. Preguntándose qué estaba pasando, se topó con Riquete el del Copete.
De repente, la princesa recordó su promesa de casarse con él.
—No puedo casarme contigo —dijo en tono de disculpa—. Antes era ignorante y no sabía qué tipo de
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promesa estaba haciendo. Ahora que soy sabia, no sé qué hacer.
—Comprendo lo que dices y estoy dispuesto a cancelar la boda —respondió Riquete el del Copete, intentando contener las lágrimas—. Pero quiero saber si hay algo en mí, aparte de mi apariencia, que te desagrade.
La princesa no encontró respuesta. Riquete el delCopete no era apuesto, pero albergaba en su corazón las más hermosas virtudes.
Entonces, la princesa recordó al hada y el don que le había regalado:
“El hada me otorgó la capacidad de hacer bella a la persona que me ame. ¡Todo lo que tengo que hacer es pensar en sus cualidades!” se dijo la hermosa princesa.
En ese preciso instante, Riquete el del Copete se transformó en un apuesto príncipe. La hermosa princesa lo llevó de vuelta a su palacio y le presentó a sus padres. Con el consentimiento del rey y la reina, la princesa y Riquete el del Copete se casaron y vivieron felices para siempre.
Algunas personas afirman que el final feliz de esta historia no es el resultado del regalo de un hada, sino que el amor provocó la transformación de Riquete el del copete.
Pues es bien sabido: el amor verdadero no se basa en la apariencia física.
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El Rey con orejas de burro
Hace muchos, muchos siglos, el rey Midas fue elegido para juzgar una competencia musical. Pero esta no era cualquier competencia, pues los contendientes eran Apolo, dios de la música y Pan, un semidiós.
El orgulloso Pan, presumía de ser mejor músico que el mismo dios de la música. Apolo, por supuesto, no estuvo de acuerdo. Entonces, decidieron organizar un concurso para resolver la disputa de una vez por todas y a cada uno de ellos se le permitió elegir a una persona para servir como juez.
Apolo eligió a Tmolo, un dios menor de las montañas. Y Pan, siendo muy amigo de Midas, eligió al rey mortal.
Apolo entonó una hermosa canción con su lira, un instrumento de cuerda parecido al arpa, mientras que Pan tocó la siringa, un instrumento de viento similar a la flauta. Tmolo votó por Apolo, quien había demostrado una clara superioridad. Pero Midas, porque era su amigo y no quería decepcionarlo, votó por Pan. Apolo estaba furioso:
—¿Cómo se atreve este mortal a decir que un semidiós le ganó al dios de la música en su propio arte?, Midas, no tienes gusto —exclamó Apolo—. ¡Debes tener orejas de burro si crees que Pan es mejor que yo!
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Y Apolo convirtió las orejas de Midas en las largas y peludas orejas de un burro.
El rey Midas estaba terriblemente avergonzado. ¿Cómo podría aparecer ante su gente con esas enormes orejas de burro? ¿Qué dirían los reyes de otras tierras cuando lo descubrieran? Nadie lo tomaría en serio otra vez.
Llegada la noche, logró regresar al palacio sin que nadie lo viera. De ahí en adelante fue visto llevando un turbante grande y pesado todo el tiempo. Sus súbditos y los reyes de otras tierras a menudo comentaban:
—¿De dónde sacó el Rey Midas ese extraño turbante y por qué insiste en usarlo todo el tiempo?
El Rey Midas mantuvo en secreto sus orejas de burro durante un año, pero la necesidad de un corte de cabello lo expuso. El barbero, al conocer el secreto, lo liberó gritándolo en un agujero y se alivió. Sin embargo, juncos crecieron en ese sitio y murmuraron el secreto al viento. El rey se sorprendió al descubrir que el secreto se había esparcido por el reino a través de los susurros de los juncos: “¡El rey Midas tiene orejas de burro!”
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La reina de las nieves
Había una vez un horripilante ogro que creó un gran espejo que hacía ver todo lo bueno y hermoso como feo y perverso. Era tanta su maldad, que hizo volar el espejo hasta lo más alto del espacio para dejarlo caer y quebrarse en millones de pequeños fragmentos de cristal en la Tierra. Si uno de esos fragmentos alcanzara los ojos de alguien, todo lo vería mal y si el fragmento se alojara en su corazón, este se volvería tan frío como el hielo.
Años después, en una gran ciudad llena de casas y personas, vivían dos niños muy pobres que tenían una gran amistad. Ellos eran vecinos y se querían como hermanos. La niña se llamaba Gerda y el niño se llamaba Kai. Sus padres habían construido en las ventanas de sus habitaciones unas enormes jardineras con los más hermosos rosales y deliciosos vegetales. Gerda y Kai se pasaban el día sentados en sus sillas frente a la ventana contemplando los tallos que crecían repletos de vegetales y rosas. Sin embargo, ese deleite les era negado durante el invierno, cuando las ventanas eran opacadas por la nieve y las rosas y vegetales dormían congelados.
Fue entonces que la abuela de Kai les contó la historia de la Reina de las Nieves:
—Los copos de nieve son como un enjambre de abejas
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blancas y la Reina de las Nieves es la abeja blanca más grande de todas dijo la abuela—. En las noches de invierno, su enjambre vuela por toda la ciudad, se acerca a mirar por las ventanas y luego se congela en forma de flores.
Durante aquella misma noche, Kai se quedó mirando la nieve caer a través de la ventana. De repente, los copos se unieron unos a otros formando la blanca silueta de la reina. Deslumbrado por la belleza de la Reina de las Nieves, Kai abrió la ventana y una ráfaga de viento sopló fragmentos del cristal malvado directamente en sus ojos y en su corazón. Kai no volvió a ser el mismo.
El verano no tardó en regresar y con él los rosales y los vegetales, pero para Kai, el hermoso jardín en su ventana parecía hojas de espinaca hervidas. Entonces, tomó la jardinera con fuerza y la lanzó al vacío.
Su abuela y Gerda intentaron detenerlo, Kai les gritó enfurecido:
—¡No me importan las rosas ni los vegetales! Abuela, nunca quiero volver a escuchar tus historias, tampoco quiero jugar contigo, Gerda. ¡NUNCA MÁS!”.
Para Kai, todo era feo y perverso y el amor había abandonado su corazón. Su único recuerdo hermoso era el de laReina de las Nieves.
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Con el pasar del tiempo, llegó el invierno acompañado de una tormenta de nieve. Kai se montó en su trineo con destino a la plaza de mercado, en medio del camino pasó cerca de él un trineo de hielo conducido por una hermosa mujer de piel muy pálida. Ella lucía un espectacular abrigo blanco. Kai la reconoció al instante: ¡era la Reina de las Nieves!
—Ata tu trineo al mío, iremos de paseo por la tierra y el cielo —dijo la hermosa mujer.
Nunca antes la Reina de las Nieves había conocido a alguien con un corazón tan frío como el de ella. Juntos, la reina y el niño recorrieron colinas y montañas. Luego, ascendieron por el aire atravesando nubarrones mientras escuchaban el rugir del viento y las olas del mar. Pronto, ambos se encontraban tan cerca de la luna que podían sentir su frío resplandor.
Sin embargo, a partir de ese instante, no se supo más de Kai. Su familia y las personas de la ciudad lo buscaron sin cesar, pero no pudieron encontrarlo. Sin una mejor explicación, pensaron que Kai había caído al río y que encontrarlo sería imposible pues sus aguas estaban congeladas.
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Con el corazón roto, Gerda esperó el verano para que el río se derritiera. Entonces, acudió a la orilla para ofrecerle sus zapatos a cambio de Kai.
Conmovido por la bondad de la niña, el río le respondió:
—Pequeña niña, me has ofrecido lo único que tienes de valor, pero tu amigo no está entre mis aguas.
De repente emergió un pequeño bote y el río habló de nuevo:
—Súbete al bote, yo te ayudaré a encontrar a tu amigo.
Entonces Gerda se subió al bote y navegó en el río por horas hasta llegar a una casa de ventanas rojas y azules rodeada de un jardín de verano eterno.
—Este es tu destino —dijo el río—. En este lugar encontrarás respuestas.
Gerda llegó a la orilla y caminó hacia la casa, una anciana descansaba en su mecedora.
—Querida señora, le ruego disculpe la molestia —dijo Gerda—, el río me ha traído hasta acá porque usted sabe dónde se encuentra mi amigo.
— Yo no tengo la respuesta que buscas — dijo la anciana, levantándose de su mecedora—. Ven conmigo al jardín mis rosas no solo son hermosas, sino que
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cada una de ellas puede contarte una historia.Pregúntales a ellas sobre tu amigo.
Entonces, Gerda le preguntó a cada una de las rosas sobre Kai y todas le contaron su historia, pero ninguna de ellas mencionó al niño. Desconsolada, se despidió de las rosas y de la anciana. Pero cuando estaba a punto de marcharse, una de ellas le dijo:
—No pierdas la esperanza, nosotras las rosas conocemos las historias de la tierra, pues en ella habitamos. Te aconsejo que le preguntes a las palomas, ellas vuelan hasta los lugares más remotos y desolados. Tal vez tengan noticias de tu amigo.
Gerda continúo su camino hasta encontrar una familia de palomas que reposaban plácidamente en las frondosas ramas de un árbol.
—Palomitas —dijo Gerda con una enorme alegría—, las rosas del jardín de verano eterno me dijeron que ustedes saben dónde se encuentra mi amigo Kai.
—¡Sí, sí, lo sabemos! —gorjearon las palomas—. Hemos visto al pobre niño en Laponia, él vive en el palacio de la Reina de las nieves. Sigue nuestro vuelo desde la tierra y llegarás al palacio, pero debes saber que en ese lugar todo es frío y está lleno de vacío. Ahí no existe el amor ni la alegría.
Durante muchas horas, Gerda siguió el vuelo de las palomas.
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Un enorme palacio de paredes de nieve y ventanas de hielo apareció en su camino. Frente a él, Gerda vio a un niño jugar con pedazos de hielo como si fueran rompecabezas. Para el niño, aquellas figuras eran perfectas e importantes; los fragmentos de cristal malvado que tenía en su ojo y en su corazón lo hacían pensar de esta manera. Ese niño de corazón frío era Kai, ¡por fin lo había encontrado!
Movida por la determinación, Gerda emprende un viaje en pos de Kai, quien ha perdido los recuerdos de su amistad. Sus lágrimas, cargadas de emoción, logran derretir el hielo que había en su corazón
Al reunirse, experimentan una alegría indescriptible y, aunque los años pasan dejando huellas en sus rostros, mantienen incólume la frescura juvenil arraigada en lo más profundo de sus seres.
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Aladino y la lampara maravillosa
Lejos muy lejos, en una ciudad de China, un joven llamado Aladino se pasaba todo el día jugando con sus amigos. Su padre, un humilde sastre, trató de enseñarle el valor del trabajo, pero Aladino se negó a ayudarlo. Incluso después de la pérdida de su padre, Aladino prefería estar en la calle vagando que ayudar a su madre a ganarse el sustento.
Un día, un extraño muy adinerado se acercó al joven y al verlo sin propósito en la vida quiso engañarlo.
— Tu padre, Mustafá, era mi hermano. Yo soy tu tío —le dijo el extraño a Aladino.
Aladino, siendo muy ingenuo, llevó al hombre a su casa.
—Mustafá nunca habló de unhermano—dijo la madre de Aladino.
—Viajé por el mundo por cuarenta años —respondió el hombre—. Fue tanto el tiempo y la lejanía que mi hermano se olvidó de mí.
Permíteme viajar con mi sobrino y haré de él un hombre muy próspero.
La madre, con la ilusión de ver a su hijo convertido en un hombre de bien, aceptó la propuesta
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Al día siguiente, el hombre llevó a Aladino a un bosque apartado de la ciudad y preparó una fogata arrojando en ella un polvo extraño. De repente, justo bajo la fogata, se abrió una gran zanja en la tierra.
—Sobrino, en esa zanja encontrarás una escalera—dijo el hombre—, desciende en ella hasta que encuentres una caverna, en la caverna verás una pared con un agujero. En el agujero hay una lámpara. ¡Tráemela!
Pero el hombre era en realidad un hechicero. Él sabía de la existencia de una lámpara con poderes mágicos y había viajado una gran distancia para encontrarla.
Aladino, como cualquiera en su lugar, sentía miedo de bajar la escalera, el hechicero le puso un anillo de oro con una gran esmeralda y dijo:
—No sientas miedo, toma este anillo como un regalo. Este es uno de los muchos regalos que recibirás de mi parte. ¡Apúrate o nos alcanzará la noche!
El anillo era lo único que el hechicero llevaba de |valor. Su verdadera intención era quitárselo al joven tan pronto tuviera la oportunidad. Aladino bajó la escalera y encontró la lámpara. Cuando comenzó a subir escuchó al hechicero decir entre dientes:
—Cuando ese chico me entregue la lámpara, lo encerraré para siempre.
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—¡Ayúdame a subir! —exclamó Aladino, dándose cuenta de su error—. Solo entonces te entregaré la lámpara.
—¡Dámela ahora mismo! —dijo el hechicero enfurecido.
Pero Aladino se negó a entregarle la lámpara, fue entonces cuando el hechicero cerró la zanja en la tierra. No había razón para insistir, la lampara perdería su magia si era arrebatada a la fuerza. ¡Aladino estaba atrapado!
Sin recordar que llevaba el anillo, Aladino frotó sus manos para rezar cuando de la nada apareció un genio.
—Soy el genio del anillo —dijo—, ¿qué puedo hacer por ti?
—Quiero volver a casa —respondió Aladino asombrado.
Al instante, Aladino se encontraba en casa con su madre.
— No comprendo por qué ese hechicero tenía tantointerés en esta vieja y sucia lámpara —dijo Aladino mientras frotaba la lámpara con un pañuelo para limpiarla.
En un segundo, apareció otro genio, mucho más grande que el genio del anillo.
—Soy el genio de la lámpara — dijo—, ¿qué puedo hacer por ti?
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—¡Tráenos algo de comer! —exclamó Aladino sin dar crédito a lo que veía.
El genio desapareció, luego regresó con exquisitos platos de comida.
Aladino vivió cómodamente con su madre, hasta que un día, vio la hija del sultán y se enamoró de ella. Con la ayuda del genio de la lámpara, llenó un baúl con las más finas joyas y las envió con su madre al palacio.
—Este presente es de parte de mi hijo, Aladino —dijo la madre—. Él desea casarse con su hija.
—¡Qué extraordinarias joyas! — respondió el sultán—. Pero tu hijo debe darme muchas más. Cuando consideré que recibí lo debido, le daré el consentimiento para casarse con mi hija.
Nuevamente, con la ayuda del genio, Aladino envió más baúles llenos de joyas al palacio. El sultán estaba dichoso.
No pasó mucho tiempo antes de que Aladino se casara con la princesa. Él guardó la lámpara en el palacio, pero no le habló a la princesa de su magia.
Pronto, las noticias de la boda de Aladino llegaron a oídos del hechicero. A la mañana siguiente, disfrazado de mercader, salió a la calle pregonando:
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—Cambio lámparas viejas por nuevas.
Cuando la princesa se enteró, salió de inmediato a cambiar la lámpara vieja y sucia de Aladino.
Tan pronto la princesa le entregó la lámpara, el hechicero la frotó y apareció el genio:
—Desaparece a la princesa y al palacio. Llévalos junto conmigo a una tierra muy lejana —dijo el malvado hechicero.
A su regreso, Aladino se enteró de que su esposa y el palacio habían desaparecido.
—Esta es la obra del hechicero —pensó—. Desconsolado, se sentó en la orilla del río y lloró. Al frotarse los ojos con las manos, frotó también el anillo mágico. El genio del anillo apareció.
—¡Devuélveme a mi esposa y mi palacio! —exclamó Aladino.
—Solo el genio de la lámpara puede hacerlo —dijo el genio del anillo.
—Entonces llévame donde estén — contestó Aladino.
En segundos, Aladino llegó hasta África y encontró a la princesa mirando a través de la ventana en la torre más alta del palacio. En
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segundos, Aladino llegó hasta África y encontró a la princesa mirando a través de la ventana en la torre más alta del palacio. En cuanto tuvieron la oportunidad de hablar a escondidas, Aladino le preguntó por su lámpara.
—El hechicero la lleva a todas partes —dijo la princesa—. Aladino se acercó a ella y susurró unas pocas palabras en su oído.
Esa noche, la princesa puso algo en la bebida del hechicero. Pronto, se quedó dormido. La princesa tomó la lámpara y escapó. Sin espera, Aladino frotó la lámpara haciendo aparecer al genio.
—Llévanos a China, pero deja al hechicero aquí —ordenó Aladino.
Antes de un abrir y cerrar de ojos, Aladino y su princesa estaban en China, nuevamente en el palacio. Y allí vivieron felices durante muchos, muchos, años.
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