Edición 71

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DIRECTO

BARRIO LAS AGUAS, BOGOTÁ. MAYO 2021 EDICIÓN No.71.

Una buena vivienda, el ideal de progreso de doña Margarita

En el mes de las madres destacamos la historia de Margarita Peña, quien ha dedicado todo su esfuerzo a construir un patrimonio familiar en el barrio Las Aguas.

Doña Margarita se detiene un momento para poner en cámara a su nieta Silvana y dice: “uf, yo tengo como 20 nietos, pero a la única que estoy criando ahorita es a ella”. La niña sonríe y saluda, su abuela vuelve a ponerse en primer plano ante la cámara de su celular. Comenta que es la menor de todos sus nietos y que por ella está viviendo, temporalmente, en una casa del barrio Palermo, en Bogotá. Entonces retoma el relato de cómo llegó en el 2009 a “su casita” en Las Aguas, donde aquella nieta nació y creció. Una casa que, según recuerda, decían que era “apenas un bloque de cemento”, que Margarita levantó con trabajo y perseverancia. Margarita Peña tiene 69 años, nació en Buga, Valle del Cauca, y no se intimida ante el hecho de tener que responder la entrevista a través de una videollamada desde su celular. Según su hija, Janneth Calderón, esa facilidad para enfrentarse a los cambios, pensando en el progreso, atraviesa su vida y sus decisiones de forma trascendental. Con esa misma actitud llegó a Bogotá hace 45 años. Primero, al barrio Egipto y, luego, al barrio Belén. Antes de radicarse de forma definitiva en la capital, vivió en el Valle del Cauca, Tolima y Caldas porque su esposo era militar. Ya en Bogotá, su marido la abandonó y la dejó con la responsabilidad de sacar adelante a sus seis hijos. Margarita tuvo entonces una fábrica de escobas y allí les enseñó a todos a trabajar.

“Nos criamos en condiciones de miseria casi absolutas. Nunca habíamos tenido casa propia, vivíamos en inquilinatos siempre”, cuenta Janneth. Fue así como doña Margarita sembró en sus hijos la mentalidad de pensar primero en salir adelante y reconocer la dignidad del trabajo. La llegada de doña Margarita a Las Aguas es un testimonio de esa perseverancia y resiliencia. Ya en los años dos mil, hay un episodio central del que prefiere reservar muchos detalles, su hijo mayor falleció y fue el golpe más duro que haya recibido en toda su vida. “Hubo un momento en el que yo pensé que la iba a perder”, dice Janneth. A Margarita aún se le quiebra la voz al recordarlo, pues fue él quien le ayudó a criar a sus otros hijos en momentos de muchísima dificultad. Tras la muerte de su hijo, Margarita se hizo cargo de una finca cafetera que le dejó su esposo en el Líbano, Tolima. Allí se dedicó un tiempo a la cosecha de café, tuvo cédula cafetera e hizo parte de la Federación Nacional de Cafeteros. Una vez se sintió recuperada por la pérdida, decidió vender aquella finca para comprar, por fin, una casa propia en Bogotá. Le bastó un encuentro en un bus con doña Cristina García, quien luego sería su gran vecina, para decidirse. Doña Cristina le dijo que había un predio en venta en Las Aguas para que se animara a verlo. Su casita, ese simple bloque de

cemento, se convirtió en una realidad. A doña Margarita no le importó vender tinto y jugo de naranja a los obreros que construían las estaciones de Transmilenio cercanas al barrio para reunir el dinero que le permitiría levantar la casa y hacerle mejoras. Apenas un año después de haber comprado su casa, se enteró de las primeras reuniones del proyecto Progresa Fenicia. “Yo en ese momento pensé: ‘no, qué pereza, esto va a ser un complique’”, dice Margarita riéndose. Sin embargo, su hija Janneth, que es geóloga, se informó, asistió a las reuniones, disipó sus dudas y le dijo a su mamá: “Para mí, este es uno de los mejores proyectos que tiene Bogotá”. “Esa casa que va a ser parte del proyecto”, dice hoy Janneth, “encierra el pasado, presente y futuro que mi mamá quiso: del pasado, que le tocó aprender a ser muy berraca en la vida; del presente, que afrontó las cosas con todos sus pros y sus contras; y el futuro, que para ella se proyecta un cambio positivo en su vida”. Doña Margarita ahora enfrenta el reto de la transformación del barrio al que llegó con tanta ilusión y lo evalúa con su nieta Silvana a su lado: “Hay gente que le da miedo por el patrimonio de sus papás. Pero no, uno tiene que pensar que no es para uno, sino para los hijos y los nietos. Y que es un progreso para la ciudad”.


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