¿Y tú, dónde lo sentiste?

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¿Y tú, dónde lo sentiste? 19 de septiembre, 2017



¿Y tú, dónde lo sentiste?

19 de septiembre, 2017



¿Y tú, dónde lo sentiste?

19 de septiembre, 2017

Editoras: Nallely Berber Guerrero Angélica Carolina Brito Rosano Guadalupe Galicia Cruz Nayeli Jazmín Ildefonso Orozco


¿Y tú, dónde lo sentiste? 19 de septiembre, 2017 Universidad Autónoma de la Ciudad de México © 2018UACM Todos los derechos reservados. Universidad Autónoma de la Ciudad de México Prolongación San Isidro 151, San Lorenzo Tezonco, 09790, Ciudad de México Ilustración de portada: Fernanda Karina Galicia Cruz ISBN: 978-607-400-431-1 UACM. Plantel San Lorenzo Tezonco Curso Producción Editorial Profr. Benito López Martínez El copyright es propiedad exclusiva de los autores y por lo tanto no se permite su reproducción, copiado ni distribución ya sea con fines comerciales o sin ánimos de lucro.


Índice Así es, así fue y así será

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Las horas pasaron lento

17

Sarahi De Ita

Pablo Emiliano Gómez Ramírez

Seres vivos unidos 23 Elider Monserrat Acosta Larios

México en pie 29 Oliver Michel Ruiz

Conmemoración 37 Karen Cintia Villa Alvarado

La grieta del olvido

43

Simulacro superado por la realidad

47

Paulina Cruz

Eric Carranza Traveceras

Una conmemoración más 53 Ana Angulo Soriano

Casualidad 61 Jovani Jordic Romero Arroyo


¿Qué pasó? 67 Amalia San Agustín Ramírez

“¡Repliéguense a la pared!” Se escuchó a lo lejos

73

Una luz entre las grietas

80

Daniel Gutiérrez Rojo

Guadalupe Galicia

Viaje al pasado 87 Yoatzin Alejandra Saldaña Luna

Grieta 93 Nallely Berber

Temblor en Familia. 101 Lesly Córdoba

Un ángel 107 Angélica Carolina Brito Rosano

Retiembla México 113 Rosario Cordero

¡Vamos por unos dulces! Abigail Velázquez Rangel

119

Aliteración 125 Nayeli J. Ildefonso


Jesuso como le decían sus amigos

131

Una nueva experiencia para contar

139

Daniela Contla

Gamaliel Mendiola

Volver a respirar 145 Alma Rizo Reséndiz

Una ciudad caótica 151 Iván Loredo Durán

Hasta que lo vives

155

Grietas como rayos en la ciudad

161

Sarahy López Coronel

Levi David Salvador Cerda



Así es, así fue y así será Sarahi De Ita Ciudad de México, 19 de septiembre del 2017 Para algunos fue como un día más de la semana y para otros un día de recuerdos memorables y melancólicos. En escuelas, oficinas e instituciones de gobierno, se anunciaba el tan esperado simulacro simultáneo que se conmemora cada año por el temblor de 1985. Las experiencias vuelven al menú de la conversación, vienen a la mente recuerdos de aquel año que marcaría por mucho tiempo la vida de muchas personas. A las 11:00 h del 19 de septiembre, comenzaron a sonar al unísono las alertas sísmicas en toda la Ciudad de México. Las calles que suelen estar vacías a esas horas de la mañana, se llenaron de tumultos de gente desordenada y despreocupada por aquel simulacro; muchos lo hacen notar como un juego, otros como una distracción a su trabajo, y unos cuantos más sólo hacen lo que cada año en esas fechas. Cuando termina el simulacro todos reanudan sus labores y vuelven a la rutina de siempre. La ciudad regresa a su normalidad, pero a las 13:14 h, llega un temblor con magnitud de 7.1 grados Richter a la Ciudad de México, con epicentro en Morelos. Cimbra a la capital con fuerza y sin la posibilidad de que las alertas funcionen a tiempo. Aproximadamente cinco segundos, fueron los que pudieron hacer la diferencia para 11


que muchas personas pudieran salvarse si se hubieran activado las alarmas. En segundos todo se vuelve un caos. Por las redes sociales llueven videos, imágenes de edificios caídos y personas corriendo. Nadie dimensiona la magnitud de los daños en diferentes zonas de la ciudad, sólo pueden percibir lo que a su alrededor ven; inmuebles que se suponían eran resistentes estaban ahora derrumbados y con personas atrapadas dentro de ellos; gente en pánico gritando, llorando y tratando enloquecidamente de contactar con alguno de sus familiares. La ciudad entera colapsa. En cuestión de horas la sociedad civil se organiza, se moviliza, toman cualquier objeto que sea de ayuda y útil para comenzar a sacar los escombros de los edificios que colapsaron y donde hay gente. Es un escenario que hacía mucho tiempo no se miraba. No importó el género, la edad, el estado socioeconómico, el oficio, nada, sólo la vida de las personas que se encontraban en los escombros. Los militares y policías se unieron en algún momento al comienzo de la movilización, pero conforme pasaba el tiempo las instituciones pertinentes se hicieron presentes con más elementos para poner orden, los rescatistas, militares y Los Topos llegaron de a montón, pero no lo suficiente para poder ayudar a todas las zonas afectadas de una forma inmediata. Con ellos venía una perrita que tiempo después sería aquella que salvaría muchas vidas, hablamos de Frida. Cuando cayó la noche, la ciudad estaba más que unida, todas las televisoras estaban en las zonas afectadas, 12


en cualquier canal de noticias podías ver todas las coberturas acerca del terremoto y de las zonas afectadas. Pero uno de los lugares que más tuvo cobertura completa en la televisión, radio, prensa, redes sociales, fue la escuela Rébsamen. Toda la atención fue llevada a ese lugar, aquel que dejaría un mal sabor de boca y que afectaría a toda la sociedad manteniéndola pegada a la televisión. El caso de la niña Frida Sofía. Un hecho que mantuvo a muchos espectadores en espera de más noticias sobre el caso y, tal vez, por el morbo, Frida Sofía, la niña que faltaba rescatar de los escombros de su escuela, la que por tres días paralizó la vida de muchos y animó a otros a seguir adelante en la búsqueda de más vidas. La pequeña que sólo existió para el juego de los medios de comunicación. Otro Ponchito más de aquel 19 de septiembre del 85 siendo una burla más por parte del gobierno de la CDMX y de la televisora implicada, Televisa. Durante los días siguientes, se comienzan a rescatar a personas con vida de varios edificios colapsados. Cada vida que salía de los escombros, se volvió en el rescate más satisfactorio de todos los que ayudaban. Según una cifra aproximada, fueron 369 personas muertas, 69 que salieron con vida y unas cuantas más sin identificar y sin encontrar. Esto fue lo que dejó a su paso el inesperado temblor del 19 de septiembre del 2017. Un mes de trabajo tratando de buscar más cuerpos que salvar. Varios meses han pasado y casi se termina de levantar la ciudad de sus escombros totales. Muchos meses sin hogar para aquellos que tuvieron que dejar sus casas a 13


punto de derrumbarse. Ladrones por doquier para tomar las pertenencias de aquellos que se quedaron sin hogar y con ello se repite el deplorable e ineficiente trabajo del gobierno para controlar la situación y para ayudar a los damnificados. Emergen instituciones de ayuda, centros de acopio, albergues por doquier, pero la ayuda verdadera nunca llega, los gobiernos sólo explican cómo ayudarán, pero no cómo y cuándo. La desesperanza comienza a surgir para los damnificados, la gente vuelve a sus vidas normales, retoman labores. De un día para otro la ciudad se levanta, todo llega a su normalidad, dejó de ser solidaria para aquellos que comienzan un camino largo de reconstrucción de sus viviendas, vuelve todo a su lugar. Difícil pero cierto. Así es la vida de la Ciudad de México. El temblor que a muchos unió se desmoronó cuando todo estaba limpio, cuando las instituciones de seguridad llegaron a sacar a las personas que querían seguir ayudando, cuando resguardaban secretos que la sociedad no debía saber. Todo volvió a ser como antes, una ciudad de apoyo hacia los que no lo necesitan. No sólo fue un temblor que devastó a la ciudad y que puso en duda el control de las instituciones, fue un hecho que sirvió como ejemplo de qué hacer y qué no hacer. El saber que en un momento así, la sociedad unirá fuerzas para levantar su ciudad a pesar de las complicaciones que pasen. El 19 de septiembre del 2017, quedará en el recuerdo de muchos, volverá a revivir buenas y malas experiencias, . 14


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Las horas pasaron lento Pablo Emiliano Gómez Ramírez 05:45 h. Suena la alarma, me levanto, como cualquier otro día, me preparo para ir a la escuela, un trayecto de casi tres horas usando dos camiones y el metro en dos líneas. Todo hace parecer que será un día como cualquier otro. 07:15 h. En el radio del chofer del camión que me lleva al metro, el locutor empieza a dar datos sobre el sismo de 1985, igual habla sobre el simulacro a llevarse a cabo ese mismo día a las 11:00 h en todos los edificios de gobierno, escuelas y algunas empresas. “¿Y si tiembla ahorita que vaya en el metro?” me pasa por la mente y empiezo a analizar todas las posibilidades. El metro resistió el sismo anterior, pero, ¿resistiría otro? Todo esto pasa por mi mente mientras entro al metro, en la estación Zapata me espera Amalia, como cada día desde ya hace mucho tiempo. 07:45 h. Ya juntos en el metro, le comento sobre todo eso que ha pasado por mi mente de los temblores “¿Sabías que a mi mamá le agarró el sismo del 85 dentro del metro?” comento, platicamos brevemente sobre nuestras experiencias en sismos y simulacros. Ella al ser del Estado de México nunca ha sentido uno, en sus escuelas no hacían simulacros, no estaba al tanto del miedo que sentimos todos los de la ciudad al escuchar una alerta sísmica o al sentir que el piso se mueve un poco por cualquier razón. 08:30 h. Clase de estudios estructuralistas en comunicación. El profesor llega tarde y se le ve sumamente enfermo, 17


deja una actividad y se retira, no se siente bien para dar una clase de tres horas, terminamos el trabajo en equipo y salimos. 10:00 h. Afuera de la escuela hay mucha gente, no se ve nada fuera de lo normal, un día como cualquier otro, los puestos de comida atestados de estudiantes. Tengo hambre, quiero una hamburguesa, la pido y espero, espero y sigo esperando, la vuelvo a pedir, nada. Me enojo, salgo caminando hacia la escuela y Amalia me dice “berrinchudo” por no esperar. 11:00 h. Mis amigos y Amalia están comiendo en el estacionamiento de la escuela, yo me aguanto el hambre, suena la alarma, vemos cómo desalojan los edificios, todos bajan jugando, nadie pone atención a las indicaciones, se tardan casi diez minutos en desalojar por completo los edificios; los compañeros ya estando abajo juegan, platican, ríen, es como un recreo para todo el mundo. 11:30 h. Es hora de clase. La clase es mortalmente aburrida, el trabajo en equipo será revisado, uno a uno, por el profesor; sin embargo, empezará del fondo del salón y mi equipo se sentó en la puerta. Todo el mundo sale del salón, nadie está sentado y al profesor parece no molestarle. Yo juego con mi teléfono. 13:00 h. Salgo del salón y bajo del edificio, compro un cigarro y me encuentro a un amigo: Luis, me cuenta que su profesor no dejó evacuar a la hora del simulacro, yo bromeo diciendo que en caso de un sismo no sabrían qué hacer. Después de estar afuera por casi 15 minutos regreso al salón. El profesor aún está con el primer equipo, me siento y comienzo a platicar sobre el simulacro con los compañeros. 18


13:15 h. Entre risas de lo que había pasado durante el simulacro nos quedamos callados un momento y empieza. Al principio un movimiento leve, pero es un hecho, está temblando. Los que estamos cerca de la puerta salimos rápido, mi profesor es uno de los primeros en salir y lo entiendo, es extranjero y seguramente nunca ha sentido algo parecido. Recuerdo lo que platiqué con Amalia, ella nunca ha sentido un sismo, la abrazo, caminamos hacia la escalera de emergencia, todos los grupos van apresuradamente hacia las escaleras, de pronto el movimiento se siente más fuerte, empieza a sonar la alerta sísmica, los rostros de todos parecen confundidos, espantados, contrario de lo que pasó a las 11:00 h, esta vez nadie va riendo, algunos ni hablando. Se escuchan gritos, sobre todo de mujeres. Al llegar a las escaleras el movimiento casi no nos deja bajar las escaleras. Trato de verme bien, Amalia se ve confundida, por dentro mi mente grita, no puedo demostrar eso por miedo a que ella entre en pánico. Me dice: “Ahora entiendo por qué los del distrito se espantan con los sismos”, a lo que yo respondo: “No, esto no es cualquier sismo”. Llegamos a la planta baja, por fin nos apartamos de los edificios, al cerro se le desgaja una porción, los edificios truenan; nubes de polvo se ven entre los edificios, de pronto una voz se escucha entre la multitud: “¡No fumen porque hay fuga de gas en el comedor! “. Todos se espantan aún más. Muchos gritan tratando de encontrar a amigos y conocidos, algunos con crisis de pánico, otros más tranquilos, pero con el rostro claramente afectado. 19


Amalia se preocupa por su hermana, ella estaría en un tercer piso y es mucho más nerviosa, sin embargo, por la forma en que se evacuó no sabemos si está de nuestro lado o del otro. Muchos intentan llamar a sus familiares. Yo no tengo mucha batería por estar jugando, no me había preocupado por tener pila suficiente, alcanzó a avisar que estoy bien a mi familia. Buscar a la hermana de Amalia, nos hace pasar por en medio de todos, veo sus caras, su miedo. Por concentrarme en lo que veo, casi no escucho el cao: gritos, llantos y pláticas sobre lo que acaba de pasar. Algunos por el contrario observan en silencio incrédulos lo sucedido, nada nos prepararía para el horror de las imágenes de lo que sucede afuera del plantel. 13:45 h. Algunos de las brigadas de protección civil tratan de poner orden, lo primero que dicen es que no saldremos de la escuela, pues es más seguro estar en una explanada amplia por el riesgo de que algo se caiga. Amalia logra comunicarse con su hermana, por suerte no entró a su clase y ya está en su casa, eso la hace sentirse más tranquila. La siguiente preocupación que tenemos son nuestras pertenencias, que se quedaron arriba. Los demás profesores comienzan a organizar a sus grupos; sin embargo, mi profesor no hace nada, se queda inmóvil a pesar de que le preguntamos qué haremos. Pareciera que él lo que quisiera es hacer nada. De pronto observamos que algunos compañeros de nuestro grupo ya están arriba del edificio, les pedimos nuestras cosas y bajan con ellas. Uno de ellos nos muestra una imagen que me impacta por el resto del día, un 20


edificio derrumbado en colonia Roma. Esa es la primera muestra de la magnitud de la tragedia que tuve en el dĂ­a.

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Seres vivos unidos Elider Monserrat Acosta Larios Son casi las 15:00 o las 16:00 h de un martes cualquiera con un sonido en particular, un silencio desolador, un vacío, un nudo en la garganta que se va alojando en cada uno de nosotros los mexicanos. No hay luz, ni línea telefónica, la educación se ha suspendido, en cuanto a las empresas se volvieron hostiles con los empleados. Frente a esta antipatía alcanzo a percibir polvo, tabiques sueltos y pedazos de cascajo de lo que hace unos minutos eran hogares y fuentes de empleo, ahora veo inquietud, corrupción, rumores de robos, de personas fallecidas, de próximos temblores… la esperanza es lo que al último muere se queda flotando en el aire junto con el polvo, entre las personas, entre los gritos y murmullos. Sin embargo, no todo es gris, cientos de personas salen como margaritas y se visten de rescatistas, de paisanos, de seres humanos, que sin importar edad, sexo u ocupación son solidarios, el único fin es extender la mano para brindar apoyo. La sorpresa que me llevé es que no sólo había ayuda para las personas sino también para las mascotas, pericos, gatos, perros, familia a fin de cuentas, reescribiendo la esperanza de esos se8res vivos que nos dan fidelidad, cariño y alegría día a día. El terror en las calles no cesaba por los rumores de un nuevo temblor de mayor grado, pero, si hay algo fundamental que se aprende en la UACM, además de solidaridad, es 23


consultar las fuentes de información para confirmar la veracidad del mensaje y no propagar mentiras. Todo había comenzado en una de las aulas de la universidad en el edificio C, el de los barandales de color amarillo en el primer piso. Lo más curioso fue que al llegar al salón de clases, la profesora Leticia Gallegos nos platicaba su experiencia en el terremoto de 1985 cuando se quedó sin casa, y comentó al grupo: “Hoy desperté a las 4 de la madrugada. Esta vez lo relacioné con el sismo de 1985, pero pensé: ‘es sólo el simulacro de cada año’ y me volví a dormir”. Entonces nos preparó con ejercicios de protección civil; lo que no nos esperábamos es que, al terminar con la dinámica, empezara a cimbrarse el piso. A pesar de que no había sonado la alarma sísmica, reaccionamos rápido. Como dije, ya estábamos preparados y, cuando realmente se escuchó la chicharra, ya estábamos a mitad de escalera. Ya abajo el grupo completo, nos percatamos de cómo bajaba el alumnado de los edificios. Yo pensaba: “este cabrón no baja”, no había señales de mi novio. De repente se escuchó ¡Crash! ¡Crash! El edificio crujía como una galleta y ahí me di cuenta de la gravedad del sismo; justo en ese instante comenzó a salir humo del edificio de al lado, el B, el de color azul. Al ya estar casi todos los estudiantes, administrativos, docentes y personal de intendencia en la zona de resguardo, los brigadistas comenzaron a dar instrucciones, aunque desde mi perspectiva había faltado mucha organización. Además, los estudiantes son inconscientes; se les avisó de una probable fuga de gas y que no podían 24


fumar, e hicieron caso omiso. Me acerqué a esa bolita y les repetí las instrucciones: “No se puede fumar por ahora, ya que hay una probable fuga de gas”. ¡Seguramente le mandaron un saludo a mi progenitora! También hice caso omiso. Después de 30 minutos aproximadamente, nos dejaron salir de la escuela, ya que parecía no haber riesgo alguno; sin embargo, nos habíamos quedado sin línea y sin transporte. Desconocíamos lo sucedido fuera de nuestra casa de estudios. Las clases se suspendieron, lo que no quiere decir que hubiéramos dejado de apoyar. Se pusieron manos a la obra aprovechando el tiempo; recolectamos víveres en apoyo de los damnificados sin importar si eran estudiantes, amas de casa o trabajadores. Apoyamos, repartimos con los chicos del servicio social despensa y regresamos nuevamente a la universidad. Tuvimos la oportunidad de ayudar en el centro de acopio del Zócalo de la Ciudad de México, cosa de la que después me arrepentí; era clarísimo que se distribuía en otras partes menos a los damnificados. Como el tráiler lleno de despensa que desviaron cuando íbamos camino a Morelos; a todo aquel que trajera en su carro alguna señal de apoyo lo desviaban y no lo dejaban seguir su camino, y vaya que sí se necesitaban. Tenían un comedor improvisado y toda la colonia comía ahí; aunque esa casa también había sufrido daños irreversibles, la pusieron al servicio de la comunidad, hacían también trueque de prendas de vestir. Pasamos también a la colonia del Mar, pero ahí no nos quedamos mucho tiempo. Fuimos también a Gale25


rías Coapa y literal todo estaba en el piso, al igual que en el multifamiliar de Tlalpan. Ayudé en todo lo que estaba a mi alcance, pero no fue suficiente desgraciadamente; ante un desastre de esta magnitud, me sentí impotente de no haber hecho algo más, me sentí pequeña. Al paso de los días, el agua comenzaba a desaparecer, el gobierno ya no la distribuía y, como era de esperarse, tras el desabasto en varias colonias, las personas comenzaron a manifestarse, llegando al punto del secuestro de las pipas que transportaban este líquido cada vez más codiciado. Lo que observé y deduje es que la Ciudad de México no está capacitada para seguir una cultura de protección civil. Entre lo bueno está el hecho de que los mexicanos son solidarios y los animales como los perros aún más; fueron ellos quienes se robaron la escena de esos días de solidaridad, ya que rescataron a muchas personas de los escombros, enseñándonos que, para ellos, no existe la discriminación y mucho menos el cansancio, sólo la fidelidad.

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México en pie Oliver Michel Ruiz El sismo del pasado martes del 19 de septiembre fue 30 veces menor que el de 1985; sin embargo, las afectaciones en la CDMX, fueron importantes debido a la cercanía del epicentro: Axochiapan, Morelos, a 120 kilómetros de la capital, informaron especialistas del Instituto de Geofísica de la UNAM; un día después del sismo, la mañana del 20 de septiembre de 2017, un grupo de ciudadanos se reunió y creó #Verificado19s, una red de personas y organizaciones, así como una plataforma electrónica para proveer de todo lo que necesitaran los rescatistas y se enfocarán exclusivamente en salvar vidas. El sismo dejó varias comunidades afectadas, una de ellas y la más cercana a la institución UACM, San Lorenzo, fue la de San Gregorio, comunidad de la delegación Xochimilco; en esta localidad las afectaciones a causa del sismo trajeron demasiados percances. La iglesia continúa cerrada a meses del siniestro, es como si le faltara la mitad del alma al pueblo. La incertidumbre y tristeza ronda a los habitantes tras la suspensión de apoyos por parte del gobierno. Los sucesos de ese catastrófico día aún permanecen en la memoria de los ciudadanos. La gente comentaba que el campanario se cayó sin repicar y las calles se cuartearon; ni siquiera se enteraron de las misas por los fallecidos. La desconexión de la localidad no sólo se dio hacia el exterior, también en el interior; afortunadamente no 29


fue un evento aislado, millones de personas vieron este suceso y se unieron en pro del apoyo. #Verificado19s creó un mapa y posteriormente, abrieron una página de internet para recibir reportes en tiempo real de daños y derrumbes, misma que fue vista por millones de personas, usada incluso por autoridades nacionales e internacionales para poder tomar decisiones. El 19 de septiembre, a las 13:14 h, se vinieron abajo además de edificios: vidas, desde la caída moral y económica, hasta la pared que enterró a comerciantes y clientes en distintas localidades. Se podía ver gente plantada en la calle exigiendo sus derechos. Con el rostro de un poblado abandonado, incluso a meses del siniestro, mucha gente quería hacer algo y gracias a ello montaron a gran velocidad desde el día siguiente una red de voluntarios en la zona cero y sus alrededores para remover escombros, acompañar y apoyar rescatistas; monitorear las necesidades en sitio y reportarlas por teléfono a través de mensajes instantáneos. Por primera vez en 32 años, la ciudad se unió, se demostró el poder de la solidaridad, independientemente de estatus sociales o de prejuicios vecinales; el centro y la periferia fueron una red de voluntarios, que recogía los víveres en tiempo real, en los chats de monitores, en campo con información verificada; otros las recogían curando información en Twitter y Facebook y en otros chats. Otras redes vecinales se crearon a raíz del sismo, en caso de que se requiriera el envío de apoyo humano, en especie o moral. Estos y otros voluntarios buscaron de manera frenética la adquisición de los materiales, ya fuera 30


a través de sus contactos personales, los de sus amigos y conocidos, de otras redes e incluso con sus propios recursos; un monitor de #Verificado19s se encontraba siempre para corroborar lo reportado pues toda la información debía estar verificada. Ese día, la visión deprimente se volvió una muestra de lucha y organización social que si no inspira respeto, cuando menos llena de esperanza a una sociedad civil organizada que puede lograr lo que gobierno no pudo, pues el 19 de septiembre, no sólo se cimbró la tierra y el lodo, también nuestra estructura gubernamental y derrumbó la estructura ficticia de la corrupción, dejando a la vista lo ineficiente que puede ser nuestro órgano gubernamental ante desastres. La organización de la ciudadanía en pro de la comunidad es más grande; además, se contactaron con las cuentas institucionales de diversas organizaciones que participaron activamente en la iniciativa. Por otra parte publicaban estas necesidades; grandes grupos de tuiteros, organizaciones civiles, marina y rescatistas difundían la información de modo que fue posible conseguir lo necesario y llevarlo a donde se necesitaba con apoyo de una red de ciclistas fantásticamente organizados, así como motociclistas y transportistas que trasladaron lo necesario desde los puntos donde se recogían herramientas, materiales, víveres, medicinas y en su caso especialistas, hasta no llevarlos a las zonas de desastre donde los monitores confirmaban que las necesidades estaban satisfechas. Ese día cientos de voluntarios acudieron al llamado y pusieron alma, vida y 31


corazón para hacer todo lo que estaba en sus manos y salvar vidas. Las condiciones para tener una estructura de trabajo eran las siguientes: • Garantizar que rescatistas siempre tuvieran la herramienta necesaria para trabajar y salvar vidas. • No perder tiempo propio ni de los demás. • Por ello, sí o sí todo debía estar verificado para no perder tiempo. Esto fue irrenunciable. Todos los verificadores se exigieron a sí mismos atender lo siguiente: algo verificado, indica dos opciones: 1. lo viste con tus ojos 2. te lo dijeron al menos dos personas distintas que lo hayan visto con sus ojos. Cualquier otra información no está verificada. Con esta base se generaron los reportes en campo para identificar necesidades de víveres, medicinas, herramientas, materiales y especialistas. En los primeros días los monitores atendieron a las listas que se publicaban en pizarrones de los puntos de acceso a las zonas de desastre. Conforme los monitores fueron conocidos en las “zonas cero”, las listas las proveían directamente rescatistas y responsables de almacenamiento dentro de esas zonas. Hacia los últimos días, los monitores se coordinaron con los almacenes dentro de las zonas de desastre para saber qué hacía falta. Si faltaba algo, confirmaban 32


con el Comando Central de las autoridades en la zona, si ya las habían pedido; con ellos verificaban también si venían en camino. De no ser así, trataban de conseguir existencia entre los contactos más cercanos sino lo resolvían y se seguía el procedimiento descrito anteriormente. En tanto, otro grupo de voluntarios se habían enfocado en atender necesidades en centros de acopio y albergues en Ciudad de México y también en Morelos, Puebla, Estado de México, Oaxaca y Chiapas; donde se abrieron iniciativas estatales o se generaron contactos para realizar tareas humanitarias. Durante las faenas realizadas en la comunidad de San Gregorio, miembros de protección civil comentaron que a un mes del siniestro no se tenía una cifra exacta de afectaciones, puesto que aún se encontraban revisando los alrededores y el reporte que se tenía hasta ese el momento era de 14 casas demolidas, 56 por demoler, 69 bardas colapsadas y 29 bardas en riesgo; siete daños a la vialidad, dos deslizamientos de tierra, dos fugas de agua, dos fugas de gas, tres incendios, 33 afectaciones en la infraestructura eléctrica, 17 postes caídos, siete postes dañados, una ruptura del acueducto en la avenida principal y tres señalizaciones viales caídas. Cifras que aumentaron, el cálculo de esa localidad a las 2 semanas fue de 340 casas afectadas, 13 daños en vialidad, fugas de gas que ocasionaron cerca de tres incendios, 40 afectaciones en infraestructura eléctrica, entre ellos 17 postes de luz caídos, siete dañados y dos rupturas de acueductos causando daños en la red de agua potable en tres zonas residenciales. A un mes los equipos operativos delegacio33


nales se coordinaron para realizar las labores de rescate y asistencia de las familias afectadas. Días después, aún seguían las faenas en localidades afectadas; durante una labor brigadista, algunos ciudadanos de San Gregorio, comentaron que los pueblos vecinos como San Bartolomé, Tulyehualco, inclusive estados afectados como Morelos o Estado de México los apoyaron, sobrepasando inclusive la afectación de la carretera de Caltongo, la cual es la entrada principal a la comunidad, se encontraba en pésimas condiciones, era casi imposible transitar; sin embargo, pobladores y mismos miembros de protección civil desmintieron la afirmación de la afectación causada sólo por el sismo “Desde hace mese se denunció, aunque nuestro señor presidente se moleste y le afecte, sí, sí fue la corrupción, dicha carretera tiene baches y cuarteaduras por el tiempo y se debían tapar fugas de drenaje ‘según pobladores de la comunidad’ debía tener mantenimiento desde hace más de tres meses al siniestro, cosa que no se hizo por “otros intereses” de los que no abordaremos mucho”. Resulta frustrante y triste que ciudadanos con sus propios recursos resolvieran lo que el gobierno no pudo con sus miles de millones de pesos en el presupuesto. Esos días se desnudaron carencias, negligencias, la ausencia y la incompetencia de los órganos de gobierno. Fueron insultantes, fue previsible que las groseras fallas estatales están documentadas y denunciadas, incluso que la desobediencia y la demostración de las fallas en el sistema sean denunciadas en el futuro cercano, pues ahora se callaron para atender lo urgente e importante: salvar vidas. 34


Este esfuerzo de articulación ciudadana ha sido inédito e histórico, está a la vista lo que fue realizado con mucho amor y respeto por la vida. Debo agradecer que tuve la fortuna de ver con mis ojos a #Verificado19s, como una iniciativa en la que participé y con la que me siento profundamente agradecido.

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Conmemoración Karen Cintia Villa Alvarado El 19 de septiembre de 2017 a 32 años después de aquel horrible terremoto, me levanté como otro día cualquiera, que por lo general me despierto muy temprano debido a que me alisto para ir a la universidad. Durante mi desayuno escuché en las noticias que habría un simulacro a las 11:00 h para conmemorar el terremoto de 1985, lo cual a mí no me tocó vivir, pero sí a mis padres, por lo que me han contado historias sobre aquel momento, todas ellas horribles y tristes. Al llegar a la escuela todo estaba en completa normalidad, nos encontrábamos informados del simulacro que se iba a llevar a cabo en la ciudad, pero eso no era motivo de alarmarse. Mientras tomaba clase de Comunicación Gráfica en el cuarto piso del edifico C en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), plantel San Lorenzo Tezonco, el profesor en turno nos recordó sobre el simulacro y nos informó que tendríamos que bajar por las escaleras de emergencia y como sólo le faltaba a la clase media hora para terminar, quién quisiera irse, podría hacerlo ya que antes del simulacro él iba a dar por terminada la clase. Dieron las 11:00 h y la alerta sísmica sonó, sabíamos que era el simulacro así que no entramos en pánico, bajamos por las escaleras de emergencia, sin embargo, los compañeros que bajaban del segundo y tercer piso no to37


maban con seriedad aquella alerta, simplemente bajaron sin premura y sin la precaución necesaria. Mi enojo era inminente, no podía creer como compañeros universitarios se tomaban a broma el simulacro. Tardaron no más de diez minutos para dejarnos pasar por nuestras cosas, la clase había terminado y el simulacro había ocurrido sin mayor complejidad. Mi segunda clase del día era Medio Radiofónico, la cual tenía un horario de 11:30 a 14:30h, llegué al salón también ubicado en el edificio C, sólo que ahora me encontraba en la planta baja. Tomaba mi clase muy tranquila, recuerdo que eran las 13:14 h, en ese momento me encontraba con mi novio, cuando de pronto sentí un ligero movimiento, muy parecido a cuando un camión pasa y sientes un pequeño golpeteo, miré hacia los lados, volteé a ver a mi novio y fue cuándo él me dijo: “Está temblando”. Recuerdo que me tomó de la mano y salimos juntos corriendo, no tardamos nada cuando me percaté que ya estábamos fuera del edificio. El movimiento telúrico no paraba, comenzó a sonar la alarma, el edificio tronaba de una manera horrorosa, así que corrimos al estacionamiento para evitar accidentes, el cerro que está cerca de la escuela comenzó a desquebrajarse; salió una bola de humo. Me encontraba horrorizada por aquella escena, por suerte me encontraba en la planta baja, pero pude observar cómo compañeros que tomaban clase en el segundo y tercer piso se aterrorizaban por no poder bajar, tanto las escaleras de emergencia como las principales se vieron aglomeradas, las personas entraron en pánico. Recuerdo toda esa esce38


na como si hubiera ocurrido en cámara lenta, cuando en realidad no pasaron más de cinco minutos. Estaba aterrada y muda, comencé a agitarme, mi corazón latía cada vez más rápido, me faltaba aire, mi respiración era cada vez más rápida. Entre los gritos de las personas y la alarma sísmica escuché: “¿Estás bien amor? ¡Tranquila!, respira con calma sigue mi ritmo” Era mi novio que estaba sumamente preocupado por mí, él me tranquilizó hizo que mi respiración regresará a la normalidad, me hizo sentir una paz que jamás en mi vida había experimentado. Al terminar el terremoto, nos colocaron en el estacionamiento; las personas de protección civil comenzaron a revisar las instalaciones. Yo me encontraba sumamente angustiada por mi madre, ya que ella se encontraba sola en casa y temía por su bienestar; traté de comunicarme, pero las redes de comunicación estaban inservibles, yo seguía en la escuela incomunicada. A mi novio se le ocurrió encender la radio, escuchábamos al locutor decir que se habían caído edificios en Tlalpan y muchos otros lugares. Comencé a preocuparme cada vez más no podía creer lo que estaba pasando, no podía concebir el hecho de estar viviendo una situación así. Durante ese tiempo en la Universidad, no nos permitían salir ya que había una fuga de gas, nos recomendaron quedarnos por nuestra seguridad, ya que en la calle corríamos peligro si se presentaba alguna réplica, después de 30 minutos nos permitieron salir. Corrí como loca a la salida, quería saber cómo estaba mi madre, quería llegar a casa. Al salir de la Universidad, todo era un 39


caos, había demasiada gente en las calles, los vehículos no avanzaban, el metro no servía. No sabía qué hacer ni cómo llegar a mi casa, a pesar de que vivo muy cerca de la Universidad, no encontraba la manera de llegar. Tomé el transporte público, pero era imposible que avanzara, lo que generalmente me hago son 5 minutos; tardé 40 para avanzar, necesitaba salir de ahí y hacer algo más, así que decidí caminar. Durante este trayecto pude observar a la gente aterrada, sus caras estaban llenas de miedo y preocupación; las calles estaban cuarteadas y eso incrementó mi miedo de encontrar mi casa mal y a mi mamá en una horrible situación. Caminé entre el caos alrededor de 20 minutos, llegué a casa; mis vecinos me alertaron que mi mamá estaba muy preocupada por mí y que había salido a buscarme ya varias veces, corrí a mi casa y lo primero que vi fue a mi madre asomada en la ventana, cuando me vio lo único que hizo fue llorar, ella pensaba que algo me había pasado ya que nadie le daba razón de mí. Lo único que hice fue darle un gran abrazo y llorar junto a ella. Por fortuna mi casa no sufrió daños, pero sé que mucha gente se quedó sin casa y perdió a sus familiares.

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La grieta del olvido Paulina Cruz Ya pasaron varios meses desde que tuve la oportunidad de asistir a una jornada de trabajo que fue organizada y dirigida por estudiantes y profesores de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, con el fin de ayudar y asistir a los habitantes de la colonia “La planta”, ubicada en la delegación Iztapalapa. Esta colonia se reconoció por ser una de las más afectadas que dejó el sismo con magnitud de 7.1 grados Richter; vivido el martes del 19 de Septiembre del 2017 en la zona Metropolitana de México. Entre la comunidad afectada se encontraba la señora Carmen Bernal, mujer de 69 años de edad, quien ha vivido por más de 15 años en calle Piraña y que al cuestionarle el estado en el que se encontraba con mucha angustia dijo: “No se cayó esto, pero de que estamos con el corazón en la mano porque de un de repente esto se va acabar, nos vamos a morir, porque si las grietas ya están pasando por el cimiento... esto se va pa’ abajo. La casa de la señora se hallaba en condiciones deplorables, una grieta atravesaba desde ya hace varios años, los cimientos de lo que habita; se acentuó aún más con el sismo del 19 de septiembre. Esto ocasionó fuertes fracturas sobre las estructuras que componen su casa: patio, comedor, sala, cocina; fueron dañadas de una manera drástica e irremediable. Ella relata que en realidad los problemas con la estructura de su hogar y de la colonia en sí, no comenza43


ron después del terremoto del pasado 19 de septiembre, sino que estos ya estaban desde el momento en el que adquirió su terreno. “Al año de que nos entregaron nos dimos cuenta de la grieta que comenzaba… Muchos de acá cuando se dieron cuenta de la grieta que atravesaba y que se sumió una casa, ya no siguieron pagando… el paquete que nos dieron cuando compramos el terreno, nos lo entregaron con la pura plancha y es eso lo que se está sumiendo, pero dicen que no tengo afectado, que acá no necesitamos la ayuda…otro temblor... Ya nada más estamos esperando, a lo que Dios diga”. Con mucho enojo la señora Bernal, fue víctima de un acto más de corrupción por parte de quienes se han dedicado a lucrar con la necesidad de la gente para echarse a su bolsillo riquezas. El derecho a una vivienda digna se vio violentado, ella poseía un terreno en Santa Catarina, mismo del cual la despojaron; obra del delegado de esa zona. “Los líderes, por ejemplo, el licenciado Estrada, uno que se llama Adán, Manuel. Ellos fueron los que nos movieron…Nos quitan de allá, a mí es ese el sentimiento que me da, porque a mí de ahí me arrancaron. Metieron las máquinas, me arrancaron mis cuartos, ¿para qué?, para pasarnos acá, y ahora ve ¿cómo estamos?… ya perdimos allá, ya perdimos aquí. Y ahora dígame quién está allá, el delegado del PRI… Sí se siente mucho, mire tanto trabajo. Para comprar allá, vendí hasta mis guajolotes, mis marranos para pagar en abonos. Cuando vi que metieron la máquina, todo fue para abajo, y mire donde nos trajeron, eso es lo que reniego mucho, ¿por qué nos hicieron esto? Y ¿Quién está viviendo allá?, el Estrada y sus achichin44


cles. La zona es en Santa Catarina ahí por la Montada… la despensa y todo eso las han dado pero allá”. Con mucha nostalgia, la señora Bernal expresó su enojo sobre la mala jugada que les hicieron los miembros del partido político PRI, al reubicarlos sin ninguna explicación en una zona inhabitable “Ya lo sufrí allá y ahora ver a dónde nos trajeron… usted cree que no es triste ver cómo le meten máquina a sus cuartos…toda mi vida trabajando…yo decía que ya con el cemento que me dieran para meter unas columnas y que resista un poco más…¿por qué si ya sabían, nos hicieron esto?…lloro de sentimiento y tristeza de llegar a tener y llegar a quedarse en la calle”. La vivienda de la señora Carmen indiscutiblemente presenta varios daños en su estructura, sobre todo en la planta alta. Según el dictamen realizado el mes de Noviembre del 2017 por personal del departamento de Protección Civil, la estructura no se sitúa en una fase de peligro y por tal razón, no merece ser deshabitada. No obstante, ella mantiene la esperanza de que le llegue apoyo para comprar sólo un poco de material, y así, tener por el momento, la oportunidad de reforzar las partes que están a punto de caerse, porque si algo tiene claro es que con los sismos posteriores, lo que le queda de casa, ya no aguantará más.

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Simulacro superado por la realidad Eric Carranza Traveceras Miércoles 20 de septiembre del 2017. Desperté muy temprano en la cama de mi habitación como una mañana común, todo parecía estar normal como cualquier otro día, pero no era así ya que en el fondo sabía lo que había sucedido el día anterior. El día martes en punto de las 11:00 h, cientos de personas que se encontraban en distintos lugares de la Ciudad de México realizando sus actividades cotidianas, ensayaron una evacuación sísmica con el fin de conmemorar el terremoto del 19 de septiembre de 1985. Era un día soleado y tal como una película de terror, dos horas después, la alerta sísmica volvió a sonar, pero esta vez era en serio. A las 13:14 h, la CDMX fue sacudida por un sismo de 7.1 grados en escala de Richter, el cual provocó severos daños en distintas colonias, haciendo que los habitantes de la ciudad se atemorizaran y la mayoría entraran en shock. Mientras trascurría la mañana de aquel miércoles, veía las noticias en la televisión y en las redes sociales los daños que había provocado el sismo del día anterior, conforme pasaban los segundos poco a poco me surgía una angustia y preocupación en la cual pensaba que no podía quedarme en casa sólo viendo lo que pasaba; así que, tuve la iniciativa para ir a ayudar a las zonas más afectadas. Pocos minutos después, un grupo de amigos 47


de la colonia en donde habito y dos compañeros más de la universidad, nos organizamos para trasladarnos a una de las zonas de la ciudad dañadas y poder apoyar en lo que se necesitara. En las calles de la ciudad había poco flujo de personas y de vehículos, sólo se escuchaban aquellas sirenas de ambulancias, policías y bomberos que cruzaban a toda velocidad por las avenidas. Una vez reunidos, el grupo de brigadistas con el cual me organicé, platicamos y decidimos hacia dónde ir; primero iríamos a Xochimilco, pero nos enteramos que ya no estaban dejando pasar debido a que ya habían muchas personas, así que partimos hacia la colonia Del Valle, entre eje 5 y Gabriel Mancera; lugar en el cual un edificio colapsó; había personas atrapadas bajo los escombros. Al llegar, los granaderos rodeaban las calles aledañas, así como también helicópteros que sobrevolaban la zona impactada. Era todo un caos y reinaba un estado de alteración por parte de las personas que se encontraban ayudando, ya que éramos muchas personas en ese lugar; así que, tuvimos que esperar unas horas hasta que nos dieran la señal y autorización en la que pudimos acceder y apoyar en lo que se requería. Conforme pasaron los minutos, nos indicaron que entraríamos a repartir comida y unos más a recibir víveres en el centro de acopio, debo aclarar que estando ahí me angustié mucho y me generó una impotencia esto, porque veía y escuchaba a personas desesperadas y llorando, suplicando que aparecieran sus familiares con vida. Cerca de las 18:00 h, después de tanta espera; por fin recibimos la señal de que entraríamos a la zona cero, 48


en ese momento pasaron muchas cosas por mi cabeza y dije: “ahí vamos”. Conforme nos acercábamos una ola de olor a gas nos alcanzaba, era demasiado el olor, el cual hacía que me doliera la cabeza, entré en silencio. Vi como todos los que estaban ahí trabajaban y apoyaban con todas sus fuerzas para levantar el escombro y así poder hallar a un ser vivo y rescatarlo; era impactante lo que veía ya que me daban ganas de llorar, pero no lo hice, debido a que me mentalicé para que no me dejara llevar por ello; así que, rápidamente tomé un bote y me incorporé a la fila, la cual estaba sacando el escombro. Durante las horas de mi permanencia, entre el silencio y la unidad de todos, me surgía la nostalgia, pero sabía que no debía mostrarme así, sino todo lo contrario, verme fuerte y con toda esa buena vibra llena de esperanza por encontrar a alguien con vida bajo los escombros. Todo lo que veía era sobresaliente, decenas de personas ayudando sin importar sexo, religión o estatus social; todos apoyaban de manera equitativa. Una vez, ya de noche, observaba a mi alrededor y me percaté que ya habían varias personas cansadas e incluso unas que no habían dormido en 24 horas, entre ellos policías, cadetes de la marina y decenas de voluntarios que se encontraban en dicho lugar como brigadistas, pero eso no era el pretexto para detener el trabajo; cerca de las 22:00 h, unos rescatistas escucharon la voz de una mujer, levantaron los puños en el aire para que guardáramos silencio, después con las palmas de las manos abiertas o el índice extendido y todas las señas que indicaban a todos los ahí presentes que se agilizaría la búsqueda, 49


puesto que un rescatista indicó que estaba a tan sólo unos centímetros de alguien bajo los escombros, así que debían de ser muy cuidadosos, ya que si no lo hacía podía provocar una tragedia. Cerca de media noche, el grupo de brigadistas con el que me organicé decidimos hacernos a un lado mientras nos daban un refrigerio, para esa altura de la noche, ya estaban entrado más relevos a reemplazar a las demás personas que ya se encontraban cansadas, fue entonces que preguntaron quién entraría, mi grupo y yo nos acercamos, pero la mayoría no contábamos con el equipo completo (botas, chaleco, casco, etc.) a excepción de dos amigos los cuales sí estaban bien equipados, inmediatamente, les indicaron que levantaran escombros. Una vez sucedido esto no pudimos hacer mucho, éramos muchas personas ayudando e incluso unas que ya sólo estaban paradas; para no entrar en un estado de aglomeración en el lugar; fue entonces, que decidimos salir y trasladarnos a nuestros hogares. Entre la impotencia de ya no poder hacer mucho, me llevaba una experiencia grata al poder ayudar en situaciones así al país, pero a su vez había visto una imagen aterradora: toda una zona en completa destrucción como si estuviese en una zona de guerra y hubiera caído una bomba. Para mí el 19 de septiembre del 2017 será una fecha inolvidable, debido a que no había vivido una tragedia así; un fenómeno natural que afectó y causó diversidad de tragedias sociales. Después del sismo ocurrido, el país sigue en recuperación, pero como dice la frase “México está de pie” 50


y todos los ciudadanos mexicanos sabremos superar este acontecimiento y seguir adelante. No me queda más qué decir, sólo dar mi más sincero y sentido pésame a todas las familias de las víctimas que fallecieron.

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Una conmemoración más Ana Angulo Soriano El día comenzó como de costumbre. Me levanté y realicé mi rutina de todas las mañanas. Mientras acomodaba mis cosas para irme a la escuela, mi madre me presionaba porque se le hacía tarde para su trabajo. Salimos corriendo, llegamos al metro, nos separamos en los vagones, pero en eso me marcó mi papá para decirme que no se nos olvidará que hoy era 19 de septiembre y habría simulacro por la conmemoración del 85; me regresé corriendo para avisarle a mi mamá para que no se espantara y le dije que a las 11:00 h iba a sonar la alarma sísmica, finalmente me dio un beso y nos despedimos. 11:00 h, la alarma sísmica sonó, tuvimos que hacer el simulacro; ya en la zona de seguridad todo era risas y bromas sobre el acontecimiento de hace más de 30 años. Les dije a mis amigos que sería mejor que cada tres meses hiciéramos simulacro y no cada año. Llegué a esa conclusión al ver que algunos tomaban fotos y las subían a sus redes sociales, era la prueba que nadie se tomaba en serio la evacuación. Estando en clase, lo único que tenía era hambre, ya que por el simulacro no había podido comer; no entendía lo que decía el profesor, lo único en lo que pensaba era en el sándwich que había olvidado en mi casa por salir a prisa. El maestro se apiado de mí, ya que nos dio un break, estaba lista para correr al comedor de la escuela y ver que 53


había de comer, pero en el momento que me levanté, pregunté: “¿Está temblando?”. Otra compañera mencionó: “¡Está temblando salgan! “. Todos corrieron; iba a correr también, pero recordé que traía mi lap y regresé por mi mochila. Afortunadamente, mi compañero no se fue y regresó por mí. Corrimos, pero ya no pudimos bajar; grité porque un pedazo de concreto se calló del techo. Mi amigo dijo: “Tranquila dame la mano vamos por las otras escaleras”. Respondí que no, porque recordé lo que había dicho un maestro de que no eran seguras. La compañera que gritó temblaba, el profesor, al igual que nosotros, no alcanzó a bajar del edificio, nada más nos quedamos pegados a la pared. Estábamos con otra chica espantada que salió de los baños, comentó que se había caído concreto cuando estaba adentro y que escuchó como el edificio rechinó. Recargados en la pared no mediamos la magnitud del temblor, no veíamos nada; nos movíamos al compás de los árboles que era lo que teníamos al frente, la mayoría con caras de asombro, temor y miedo. Bajamos del edificio, habían compañeros tirados con crisis nerviosa, otros espantados; queríamos encontrar a nuestros conocidos y saber que estaban bien. Poco a poco los fuimos encontrando y con un gran abrazo los recibíamos. Nos contaron como habían vivido el sismo, decían que cerca del comedor salió humo; que se había caído un pedazo del cerro del tezontle, cerro tan emblemático de la UACM, San Lorenzo Tezonco. Todo era un caos, nadie podía creer lo que estaba pasando. Así empezaron los rumores de que se habían 54


derrumbado edificios; que había sido más fuerte que el del 85. Salimos caminando hacia la avenida Tláhuac, todos nos preguntábamos cómo llegar a casa y si nuestros familiares estaban bien. Recordé a mi mamá, supuse que se preocuparía; deseaba que su edificio no tuviera daños o algo. Mi mente voló y yo sólo quería llegar a casa para hablar con ella, tenía la esperanza de que el teléfono de la casa sirviera, ¡qué ingenua! Me llevé una gran sorpresa, sobre las avenidas no habían carros y los que iban, estaban repletos, atascados, que parecía que se volteaban. Me tocó caminar junto con mucha gente. El recorrido parecía eterno; la mayoría de nosotros estábamos cansados, preocupados, veíamos los daños sobre la avenida; banquetas levantadas y el metro, uno de los pilares estaba dañado. Cerca de la estación nopalera se nos acercó una señora y nos dijo si nos daba aventón; nos quedamos viendo entre nosotros y nos subimos, ella venía escuchando el radio y fue la primera vez que escuchamos que el colegio Rébsamen se había caído y así como algunos edificios; yo sólo esperaba no escuchar la colonia Condesa. Nos tuvimos que bajar ya que la señora tenía otro rumbo, hoy agradezco por el gesto, mientras íbamos una compañera dijo: “Sólo espero que donde allá sido el epicentro estén bien y no haya lesionados porque estuvo denso”. Seguimos caminando. Finalmente encontramos un camión y ese nos dejó cerca de la delegación Tláhuac, sólo 55


yo y otra amiga nos subimos a otro camión, en el cual las personas sólo hablaban de cómo se había sentido el sismo y donde se encontraban al momento del siniestro. Me bajé del camión y me puse los audífonos para escuchar la radio, me preocupé cuando mencionaron que en Ámsterdam se había derrumbado un edificio y había heridos, esa calle está a una cuadra del edificio donde trabaja mi mamá, corrí para llegar a casa. Llegué y vaya sorpresa no tenía Internet, luz y teléfono. Recordé esa mañana cuando nos despedimos mi mamá y yo, no pude evitar que rondaran lágrimas. Le marqué a mi hermana para decirle que ya había llegado a la casa y que insistiera en marcar al celular de mi mamá; que había escuchado que se había caído un edificio cerca de su trabajo. Ella me dijo que no, que sólo en la tele pasaban lo del colegio Rébsamen y otro edifico en la obrera. El celular ya se quedaba sin pila para seguir escuchando los desastres y no hablaban de donde me interesaba. Llegó mi hermano para saber cómo estábamos, yo lo abracé y dejé que volvieran a salir lágrimas; dijo: “Mamá está bien vas a ver, hay que esperar”. Apareció mi papá; ya casi nadie tenía pila en el teléfono, pero desde mi lap cargamos los celulares para otra vez oír la radio. Se hizo de noche y prendimos velas esperando una llamada o que llegará la luz de la casa. Sonó el teléfono, era un tío, nos dijo que se había comunicado con él mi mamá. Y mi corazón se tranquilizó, ella estaba bien. Eras las 19:00 h, entró mi mamá a la casa, nos abrazó y con lágrimas nos regañó: “¿Por qué no me ha56


blan?, ¿cómo están?, tenía el teléfono en la mano, ¿mis nietos?... Qué bueno que están bien”. A la mañana siguiente, me puse de acuerdo con unos amigos para ir a dejar víveres; el centro de reunión era Tulyehualco para comprar las cosas, avisé a mis papás, nos abrazamos al despedirnos. Fui con mis amigos a comprar en un mini súper, pero había fila para poder entrar; los productos se acababan rápido y no sabíamos hacia dónde ir. En Facebook decían que Xochimilco estaba mal, había mucho que hacer ahí; nos fuimos y el camión no llegaba hasta allá, de nuevo tuvimos que caminar con gente desconocida, pero nos unía algo, ayudar. Al recorrer la zona, vimos los daños: bardas caídas, casas derrumbadas, una tras otra; llegamos a un centro de acopio y dimos los víveres que llevamos. Sentí que estorbábamos, pero adelante solicitaban gente para sacar escombros y ahí nos metimos; una señora nos dio cubre bocas, se terminó el trabajo ahí. Decidimos caminar para encontrarnos más adelante con otra casa en la que pedían ayuda para sacar escombros; nos formamos y en ese lapso pidieron silencio y una camilla, de nuevo se me formaba un nudo en la garganta, pero era falsa alarma; nos salimos de ese callejón, ya era tarde, caminamos. Al irnos a nuestras casas, nos encontramos con una señora y dos niños que tenían una pancarta que decía: Gracias por ayudarnos, San Gregorio. En Facebook una compañera me dijo que si la ayudaba a llevar víveres a Puebla, que ya había conseguido trasporte para llevarlos. Fui a la universidad para ayudar57


le; al ir en el camión iba pensando en todo lo ocurrido y en las personas que hace más de 30 años habían sufrido algún daño físico, emocional o material y que hoy les es difícil salir adelante, ya que mucha gente es mayor. Al llegar, el auto era muy pequeño y se llenó de víveres. Nos quedamos porque se iba abrir un acopio en la universidad, éramos como 20 o 25 compañeros y nos dividimos para ir a recorrer las calles para pedir víveres o ropa a los alrededores de la universidad, gritamos y tocamos puerta por puerta para que salieran los vecinos aportar algo por mínimo que fuera, juntamos varias cosas. Después fuimos a la colonia del Mar, donde nos habían dicho que había gente que necesitaba ayuda; había una grieta enorme que parecía que dividía a la calle y se formó un escalón; las casas tenían grietas y sólo entre vecinos se ayudaban, lo que urgía era tener agua, ese día fue largo; hoy no entiendo cómo es que nos alcanzó hacer tanto en ese día y no sentir cansancio. Así pasaron los días, nunca pensé vivir un terremoto de 7.1 grados Richter y el mismo día del terremoto tan famoso de 1985. Parecía de película, pero esto era la vida real.

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Casualidad Todos los grandes vértigos del alma nacen del otro lado de las piedras

Olga Orozco

Jovani Jordic Romero Arroyo Lo que comenzó como una burla, terminó siendo el susto de una nueva generación. La vida nos sorprendió con un performance del terremoto 85 en cual formábamos parte del escenario. Todos aquellos que reían en el simulacro conmemorativo del 19 de Septiembre del 85, ahora estaban siendo presos del miedo, viendo la muerte de cerca; pasamos de la calma al terror en unos minutos. El sonido de la alerta sísmica no es el sonido favorito de nadie y más si ves como todos caen en un ataque de nervios y pánico. Pude escuchar muchos relatos de lo sucedido, pero el que más me sorprendió fue el de una compañera, ya que ella vivo el terremoto del 85. Emma era apenas una niña de 5 años. Se encontraba en casa únicamente con su mamá y su hermano que es menor que ella. Durante el sismo la puerta de su cuarto se atoró, su madre se puso muy tensa ya que no podían salir. Emma recuerda que su mamá la colocó a ella y a su hermano debajo de una cuna y ahí lo único que podía ver era el polvo que caía del techo. Tiempo después se enteró que su abuelo y tíos formaron partes de largas y fuertes cadenas de brazos que quitaban una a una las piedras para encontrar vidas entre 61


los escombros. Nunca se imaginó que después de 32 años volvería a pasar por un sismo y que ahora sería ella la que fuera ayudar. Emma Lucía Reyes Domínguez de 37 años es egresada de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), generación 2011 en la licenciatura de Historia y Sociedad Contemporánea, vive en la delegación Tláhuac y tiene una hija. Actualmente es asistente de la profesora Rosa María Torres Bustillos de la UACM. El martes del 19 de septiembre del 2017, Emma se encontraba en el cubículo D-125 de la UACM, plantel San Lorenzo Tezonco, calificando unos trabajos. De repente empezó a oír el crujido del edificio, se levantó de su silla y fue cuando se dio cuenta de que estaba temblando. Los chicos que estaban en los pasillos y en los cubículos salieron corriendo. Ella se fue entre la gente: “fue complicado mantener la calma ya que nadie siguió las reglas de ‘no corro, no grito, no empujo’, todos tenían miedo y desesperación. Los gritos ahogados de los compañeros no eran más que un ruido sordo que hacía eco en los corazones de todos. Pude ver el miedo en la cara de las personas, se me hizo un nudo en la garganta”. Ya en la zona de seguridad pudo mirar a una profesora con crisis nerviosa y a varios chicos llorando, además del polvo del cerro (el cerro del tezontle, emblemático del lugar) por todos lados. En lo único que pensaba Emma era en salir y comunicarse con sus familiares. Salió junto con muchos compañeros, cuyas caras ya no recuerda y cuyos nombres nunca supo. La falta de 62


comunicación fue lo que más incertidumbre causó, ya que nadie sabía nada de sus familias, y aquellas horas de completo silencio fueron como vivir apresados. Manos temblorosas, caras tristes y uno que otro llanto fueron nuestros acompañantes en el camino a casa. Pudo notar como mucha gente comenzó con sus buenas obras de fe llevando en sus automóviles a gente que se había quedado sin transporte. Lo cual fue de mucha ayuda ya que parecía que todo se había detenido. Mientras iba caminado rumbo a su casa se percató que muchas marquesinas y bardas estaban derrumbadas, empezó a darse cuenta que había estado más fuerte de lo que había imaginado. Cuando llegó a casa, su papá tenía una radio de pilas, sintonizó las noticias. Fue entonces que escucharon sobré la caída del edificio de las costureras en la obrera y del colegio “Rébsamen”. Pasada la tarde empezaron a escuchar que más edificios habían sufrido daños y derrumbes. A pesar de que ya había visto marquesinas tiradas cerca de su colonia pensó que el daño era mínimo; una amiga le dijo que fueran a la colonia La planta para ver si las necesitaban. Ella llegó caminando porque estaba relativamente cerca de su casa, mientras caminaba observó que se habían levantado las banquetas y las calles tenían grietas a la mitad. Entonces se dio cuenta que ahí también estaba muy dañado. Eran cuatro chicas preguntando en qué podían ayudar, hasta que alguien dijo: “ayúdenos a impartir talleres para nuestros niños”, porque había una zanja y los niños jugaban a brincar de un lado a otro. Lo que hicie63


ron en ese momento, fue conseguir hojas blancas y colores para ponerlos a pintar. Tomaron fotos del lugar para que los demás vieran como estaba la zona: “Ese mismo día lanzamos una convocatoria en Facebook para ver quién podía ayudarnos a llevarles talleres o actividades culturales a los niños. Afortunadamente salió bastante bien y empezaron a comunicarse con nosotros gente de asociaciones civiles, gente de risa terapia, psicólogas de la UNAM, de otras escuelas”. Empezaron a conformar un grupo que se llamó ‘Estrellas doradas’ porque los niños les pusieron así. Ya eran un grupo de 13 chicas entre la UNAM, UAM, UPN y UACM que se empezaron a organizar entre ellas con juegos para los niños, talleres de pintura, baile y todo aquello que se les iba ocurriendo. Nunca se imaginaron la responsabilidad tan grande que tenían, porque lo que querían era ayudar y fue lo que comenzaron hacer. “A pesar de que está muy cerca, no conocía esa colonia”. Se dio cuenta que tienen necesidades, no sólo eran los problemas del temblor, pues la falta de atención al vivir en una zona marginal, en una zona violenta, afecta la vida social, emocional y cultural de la comunidad. Se comunicó con ellas un gestor cultural, inmediatamente llegó a la colonia La Planta con un calendario de actividades y con grupos de museos dispuestos a colaborar como: San Carlos, El Museo de la Luz y el Papalote “Hasta les llevaron un planetario móvil a los niños”, entonces ellas se guiaron con el calendario, si alguien las contactaban se tenían que anotar porque el gestor ya había marcado los días y horarios establecidos. 64


Su satisfacción más grande fue ver que pudo ayudar a que los niños estuvieran en buenas manos. Al regresar a su rutina Emma se sentía mal, ya que ella era de las primeras en llegar y de las últimas en irse de la colonia La Planta. Fue algo que hizo durante dos semanas, pero ahora se siente más tranquila porque en el momento que pudo hacer algo, lo hizo de corazón, sigue ayudando en la manera en la que puede, tal vez en menor medida, pero todavía está muy atenta a cualquier cosa. Hoy Emma forma parte de la memoria de todos a aquellos niños que pudo ayudar y que la recordarán como algo bueno que surgió en la desgracia, no sólo será un gran ejemplo para su hija sino para todos los que leamos su historia. Todo vuelve a la normalidad, a la gran rutina ciudadana. Y aún hoy que parece estar todo en el olvido, yo siempre podré ver el cansancio y la desesperación en la gente; la impotencia de ver como se aprovechaban de la situación, de como el gobierno se burlaba de todos aquellos a los que la naturaleza les había hecho una mala jugada. Hay una grieta en mi corazón y en los de miles de mexicanos que nos vimos guardando silencio con los puños arriba, que estuvimos recogiendo escombros uno a uno, de todos aquellos que formaron un centro de acopio y recaudaron víveres, que donaron ropa, juguetes, cobijas. De aquellos que dieron una mano para salvar una vida, de esos rescatistas que se dieron lugar. Gracias a todos ellos.

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¿Qué pasó? Amalia San Agustín Ramírez El día 19 de septiembre del 2017 se cumplieron 32 años de que la Ciudad de México sufrió daños tras el terremoto del año 1985. En memoria de este suceso se realiza un simulacro anualmente. Para este día en específico, se planeó que la alerta sísmica sonara a las 11:00 h, de este modo los trabajadores, los habitantes de la ciudad, en hospitales y escuelas participarían en el simulacro y así sabrían qué hacer en caso de un sismo, desde evacuar los edificios hasta ubicarse en lugares seguros. En uno de los puntos de la Ciudad México, en la delegación de Iztapalapa, en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), plantel San Lorenzo Tezonco, al igual que otros sitios se llevó a cabo el simulacro, aunque en esta institución se notó el poco compromiso de los estudiantes al momento de seguir las indicaciones que el cuerpo de protección civil señalaba, ya que ellos se encargaron de tomar el tiempo con el que se evacuaban los edificios, mientras cumplían con su deber de guiar a los estudiantes y profesores sobre qué realizar en caso de un sismo. Se observaba a más de un grupo de estudiantes burlándose del momento y tomando con poca seriedad las indicaciones. También se percibió a estudiantes que alardeaban al tomarse selfies que seguramente después las subieron a una de sus redes sociales. Finalizó el simulacro los edificios fueron evacuados, aproximadamente, en cinco minutos, y no en su to67


talidad, ya que hubo profesores que decidieron continuar con sus clases y no participar. Todos los estudiantes entre burlas y relajo regresaron a retomar sus actividades, para ellos sólo era un simulacro más, un 19 de septiembre más. Alrededor de las 13:14 h, entre los estudiantes se cuestionaban: “¿Está temblando?”, varios rostros expresaban miedo ante la situación. De inmediato poco a poco salían los estudiantes de las aulas del edificio B. En la segunda planta de este lugar, los chicos apresurados y con angustia buscaban ser los primeros en bajar. En el momento en que la alarma sísmica sonó, se sintió con mayor fuerza el movimiento de la tierra. En las escaleras se escuchaba cómo las láminas de fierro se desprendían y azotaban sin cesar. Unas chicas que bajaban del tercer piso gritaban: “¡Corran!”. Los estudiantes se tambaleaban, no podían avanzar con fluidez. Los gritos y algunos estudiantes entorpecen el acceso de las escaleras, causaban que los demás perdieran su tranquilidad. Por otro lado, se escuchaba: “¡No mames!, el cerro se está cayendo”. Mientras otros quedaban perplejos al ver que entre los edificios B y C salía humo, el cual se trataba de una fuga de gas por lo tanto los estudiantes no debían de fumar en ese momento, pero nuevamente ignoraron las indicaciones de protección civil, gran parte de la comunidad universitaria demostró su disgusto hacia los fumadores. Como consecuencia para los estudiantes de no haber tomado con seriedad el simulacro parecía que el destino les jugaba una broma pesada. También se observaba a varios jóvenes con sus celulares tratando de 68


comunicarse con alguien o entre ellos se preguntaban por algún compañero. El tiempo avanzaba, estudiantes, profesores y personal de la institución esperaban a que no hubiera una réplica del temblor. De un momento a otro por medio de un megáfono alguien de protección civil solicitó a que los profesores se reunieran con él, de este modo se organizarían para subir en pequeños grupos a recoger las pertenencias de los estudiantes. Posteriormente cada profesor ubicó y reunió a su grupo. Hubo un caso particular en donde una profesora desde el inicio mantuvo a sus estudiantes unidos, cuando regresó con ellos se percató que una de las chicas no estaba, así que gritó muy fuerte: “¡¿Dónde está su compañera que estaba llorando?! Los actos de solidaridad en la UACM no se hicieron esperar, ya que la ayuda inició cuando los profesores junto con el apoyo de algunos de sus estudiantes ingresaban a los edificios para tomar las pertenencias de sus compañeros. También al momento en que sus celulares tenían de vuelta señal y conocían un poco sobre los daños del temblor, preguntaban a sus compañeros sobre si tenían familiares en galerías Coapa, debido a que ese lugar se había visto afectado. Los estudiantes en grupos se acompañaban durante el camino, mientras corrían la voz de que el metro no funcionaba, así, más de alguno buscaba rutas alternativas para llegar a su hogar y asesoraban a quiénes no sabían cómo hacerlo. Los mínimos detalles marcaron la diferencia, la solidaridad no fue ajena para ellos. 69


Después de vivir en carne propia un sismo con una fuerte magnitud, los jóvenes reaccionaron al ver a través de los medios de comunicación imágenes que representaban los daños de algunas zonas de la ciudad como lo fue en colonia del Valle, Condesa, Iztapalapa, Tláhuac y otras más. Se unieron en apoyo de quien lo necesitaba, en redes sociales compartieron información sobre cómo se podía ayudar, posteriormente organizaron un acopio que sería destinado para las zonas afectadas del oriente. Por medio brigadas los estudiantes se movilizaron para retirar escombros y llevar talleres para los niños que pasaban por un momento difícil, así como crear un boletín informativo porque “Nada humano me es ajeno”.

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“¡Repliéguense a la pared!” Se escuchó a lo lejos Daniel Gutiérrez Rojo Llegué a la universidad con anticipación, por lo tanto, me propuse buscar un árbol que diera mucha sombra, pues detesto estar bajo el sol. Para mi mala suerte, todos los lugares que daban sombra ya estaban ocupados, por parejas que se abrazaban acostadas sobre el pasto, pequeños grupos de amigos comiendo y por otros que por ser martes ya estaban brindando. Cuando logré encontrar un lugar donde descansar, no era el árbol más grande, pero aunque era pequeño me daba la sombra suficiente para poder relajarme y esconderme del sol, comencé a leer un poco para matar el tiempo, pero el ruido era demasiado, por lo que me puse mis audífonos y fue una mala idea, debido, a que me dio un poco sueño y me pasó lo que temía, me dormí. Entre sueños, escuchaba cuchicheos y risas, eran unas compañeras que al parecer se burlaban de mí por estar dormido bajo la sombra del escuálido árbol, no les di importancia y dije: “¡Que patéticas, nunca han descansado a la rica sombra de un árbol!”. Las ignoré y me dormí de nuevo, no por mucho tiempo. No recuerdo la hora exacta, pero comenzó a sonar la alarma sísmica. Así que tuve que interrumpir de nuevo mi preciado sueño. Me levanté y me integré a la actividad siguiendo el protocolo. Al estar abajo pude observar como mis compañeros bajaban jugando por las escaleras, 73


otros platicaban, otros se quejaban como siempre de todo y otros comentaban que los simulacros no eran otra cosa más que perder el tiempo. Las personas de protección civil mencionaron el tiempo en que se tardó en desalojar los edificios, después de recibir instrucciones todos volvimos a nuestras actividades normales. Terminó el simulacro y era hora de mi clase. Subí muy desganado por las escaleras del edificio B, tal vez porque no pude descansar o por ver la actitud de mis compañeros. Cuando llegué al salón, estaba vacío. Como era costumbre, la profesora con la que me tocaba clase llegó tarde, pero mis compañeros de aula comenzaron a llegar. En el salón, ya la mayoría, nos organizarnos por equipo para revisar nuestros avances, pero antes de dar inicio, movimos las sillas y las mesas en forma de nos pudiéramos ver de frente, ese día mi equipo y yo quedamos casi a un lado de la puerta. Ya con la profesora impartiendo clase, lo primero que nos hizo hacer fue compartir las experiencias sobre el simulacro, hablamos sobre el asunto y después retomamos la clase e iniciamos a trabajar sobre la lectura que tocaba aquel día. De pronto comencé a sentir como la mesa se movía de arriba abajo sin control, volteé a ver a mi compañero y le pregunté: “¿Esta temblando?”, esperando su confirmación. Suena increíble que fuéramos los últimos en desalojar, pues estábamos a tres pasos de la salida, cuando llegué a la puerta escuchaba los gritos de desesperación de las personas que bajaban por las escaleras de emergencia, todo mundo corría. Las escaleras comenzaron a separarse del edificio 74


debido a que los tornillos se botaron, en el pasillo no te podías hacer hacia ningún lado, pues el movimiento de repente comenzó a ser de un lado hacia otro y yo no percibía bien si estaba cerca o lejos de las escaleras, sólo podía reconocer el grito de una mujer que desesperadamente gritaba: “¡Repliéguense a la pared!, ¡repliéguense a la pared!”, y para el colmo, la máquina que tiene la universidad para generar energía eléctrica de emergencia se encendió y comenzó a sacar fuego y humo. Las escaleras tronaron, en ese momento pensé que todo estaba perdido, cerré los ojos y pensé: “hasta aquí Daniel, viviste lo mejor que pudiste”. Con un nudo enorme en la garganta le dije a mi amigo: “Ni modo man prepárate para lo peor”, encogí los hombros como signo de resignación. Sin duda alguna, fueron los segundos más largos de mi vida; en cuanto pasó el sismo, pudimos bajar a las zonas de seguridad e irónicamente quedé en el mismo lugar en donde estaba cuando fue el simulacro. Cuando me tranquilicé un poco, traté de comunicarme con mi mamá, pero no tuve éxito, después llamé a mi pareja y me dijo que estaba bien, que sólo había sido el susto; intenté de nuevo hablar con mi mamá, pero la línea estaba saturada. Todos estábamos conmocionados, nadie se podía comunicar con nadie, algunos compañeros no podían parar de llorar. Recuerdo que entre la multitud universitaria alguien tenía una radio, escuchamos el noticiario que informaba de diversos derrumbes en la ciudad. Llegaban rumores de edificios colapsados de Tlalpan, Coapa, Ta75


xqueña; fue ahí cuando mi preocupación creció, todo eso que pasaba estaba muy cerca de mi casa. No podíamos salir del plantel y después de oír esas noticias quería volar hacia mi hogar. Teníamos que esperar a las personas de protección civil a que verificaran que no había ningún problema en los edificios para poder entrar a ellos y sacar nuestras cosas. Se decidió que por seguridad sólo un grupo pequeño entrara a los salones y sacaran las cosas de todos. No me ofrecí porque mis pensamientos estaban con mi familia, no me sentía capaz para hacer algo en ese momento. Cuando nos ubicaron en la parte trasera de la escuela me encontré con varios de mis compañeros, comenzamos a contar nuestras experiencias durante el temblor, mientras esperábamos a que bajaran los voluntarios que habían subido por nuestras cosas y así organizarnos para irnos en grupo hasta la avenida. Todos teníamos incertidumbre de cómo estaban en nuestras casas. Intenté de nuevo llamar a mi mamá y por fin lo logré, estaba muy alterada, sufre de un trastorno depresivo y emociones tan fuertes como esa, hacen que entre en crisis, así que mi preocupación creció. Le dije que no se preocupara, que todos estábamos bien, que lo peor ya había pasado, la calmé un poco. Les ofrecí mi celular a mis compañeros y varios de ellos pudieron comunicarse a su casa y todo estaba bien, así lo informaron. A lo lejos veíamos la estación del metro Olivos, el tren estaba detenido, eso nos hizo pensar que el camino a nuestras casas sería muy largo. Seguíamos caminando y 76


los automóviles estaban prácticamente parados. Llegamos justo Av. Tláhuac, fue allí donde nuestros caminos se separaron, todos ellos viven en esa delegación y yo era el único que tenía que atravesar la ciudad para llegar a mi hogar. Mi travesía comenzó en Olivos, pues tuve que caminar hasta la estación de Periférico Oriente para tomar un camión. Con tal de no sentir pesado el camino, pues me esperaba mucha distancia, decidí ponerme mis audífonos para seguir escuchado noticias y saber que pasaba cerca mi domicilio. Llegué a Periférico y había microbuses que estaban dando servicio gratuito con dirección a Taxqueña, abordé uno y avanzábamos muy lento, eso me permitió observar como estaban las cosas. Sobre la avenida había trasformadores de luz en suelo, calles agrietadas, camiones de carga y grúas repletas de gente con dirección a Tláhuac; miré las cuarteaduras que aparecieron en los castillos que sostienen los rieles del metro. Después de tres horas llegamos a Taxqueña. Los semáforos no funcionaban, se escuchaban sirenas por todos lados, la tienda de Soriana, ubicada en el CETRAM de Taxqueña, había colapsado; en el multifamiliar de Tlalpan sucedió lo mismo. Fue cuando me di cuenta de que los rumores eran ciertos. Muchos edificios habían caído después del temblor. No había transporte hacia a mi casa, tuve que caminar de nuevo por cuarenta minutos. Como iba avanzado, veía que todo parecía estar bien. Cuando estuve a un par de cuadras corrí lo más rápido que me permitían mis pies, no muy veloz, pues ya estaba agotado. 77


Abrí mi puerta y Xolo, mi perro, salió a recibirme, lo tomé con mis brazos y corrí hacia mi mamá, la abracé y me dijo que todos estaban bien, que estaban en camino y que pronto estaríamos reunidos. Después de un día lleno de desesperación, miedo y frustración, me acosté en mi cama y dormí.

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Una luz entre las grietas Guadalupe Galicia

Una luz entre las grietas


Ciudad de México

Historia y edición: Gpe Galicia Cruz Bocetos y dibujos: Fernanda K.Galicia Cruz

Era 19 de septiembre, un día soleado como otros.

Regresaba a mi departamento. Después de un día de escuela. Era también mi cumpleaños.

Cumpleaños

Vivía sola con mi pequeño gato en el cuarto piso de un gran edificio.

j de El relo

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aba la a marc la cocin

1:14


Todo a mi alrededor comenzó a moverse estrepitosamente.

Me disponía a alimentar a mi gato, cuando ocurrió lo peor.

Tomé a mi garo entre mis brazos y comencé a caminar rápidamente hacia la salida con toda la “calma” posible.

Pero todo se esfumó cuando escuché detrás de mí como las ventanas se quebraban… ¡Era un terremoto!

El piso bajo mis pies se agrietó. En cuestión de segundos, el edificio se desplomó.

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En un parpadeo me encontraba en plena oscuridad. Nunca perdí la conciencia, todo lo recuerdo bien. Logré visualizar las motas de polvo y los escombros de cemento a mi alrededor.

¡Ayuda!

A lo lejos, logré escuchar los gritos de algunos vecinos atrapados. No me explicaba cómo es que estábamos vivos. Me encontraba muy asustada y angustiada. Cualquier movimiento terminaría con nuestras vidas. Mi gato se hallaba conmigo, comenzó a lamer mis brazos (supongo que lo hacía para tranquilizarme). Gritaba fuerte por ayuda, pero no sabía si alguien me escuchaba.

Los minutos se transformaron en horas eternas. No sé cuánto tiempo estuvimos atrapados bajo los escombros. Llegué al punto de darme por vencida y el cansancio se hizo presente.

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Antes de perder la conciencia, escuché fuertes ladridos en el exterior y visualicé una pequeña estela de luz. Los rescatistas por fin nos habían encontrado.

¡Rápido, Frida, los ha encontrado! ¡Una camilla! ¡¡Están vivos!!

Me pregunté quién era Frida.

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Al poco rato, nos sacaron sanos y salvos de entre los escombros. Mi pequeño gato estaba tranquilo y parecía feliz. Me di cuenta que había sido rescatada por una perrita entrenada por la marina llamada Frida.

Frida… un hermoso nombre para un ángel perruno. Estaba tan agradecida con ella, quien me dio el mejor regalo de cumpleaños: “una nueva oportunidad de vivir”. Frida no sólo era una heroína fuerte y valiente que merecía el aplauso de todos. Gracias a ella pude escribir estas pequeñas líneas. Aprendí que los ángeles existen, son felpudos, hermosos y con la capacidad de amar a cualquiera.

Frida se convirtió en mi ángel y héroe nacional. TE AMAMOS FRIDA

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Viaje al pasado Yoatzin Alejandra Saldaña Luna Soy María Alejandra y a mis 18 años de edad me encontraba en una posición económica decadente, debido a que mi padre me dijo que no podía ayudarme más en pagar la preparatoria, a lo que me vi obligada a buscar un trabajo y hacerme cargo poco a poco de mí misma para así ayudar y poder llevar un poco de comida a mi hogar. Llevaba alrededor de un mes trabajando en una oficina cerca de metro Pino Suarez, afortunadamente cerca de mi casa pasaba un camión que me dejaba frente a la oficina. El día 19 de septiembre, a diferencia de otros días, me fui un poco más temprano porque debía de pasar por un par de documentos por el metro Bellas Artes, lo cual pienso fue una mala decisión. Eran las 07:19 h y estaba a unas calles de llegar, iba en el camión cuando el chofer detuvo el transporte, desconcertados muchos de nosotros gritamos para que siguiera avanzando, fue entonces cuando todos lo sentimos, la tierra comenzó a vibrar, al inicio la gente no podía creer lo que sucedía y muchas miradas se cruzaron en cuestión de segundos, nos bajamos del camión algunos de nosotros y el piso nos hizo creer que estábamos mareados, muchos edificios comenzaron a colapsar, muchas paredes caían y la gente sin saber qué hacer sólo corría para cuidar de sí mismos. Nunca imaginé que mis pies pudieran avanzar tan rápido para poder llegar a algún lugar para ponerme en un punto seguro, 87


pero cada vez que avanzaba no había puntos seguros, no recuerdo cuánto duró el terremoto, sólo recuerdo las fachadas de edificios caídas, algunos autos estaban volteados, negocios tirados, personas heridas y las miradas, esas miradas que aún tengo grabadas en mi memoria. Mi mente tiene muy vívido esos momentos, las personas corriendo y otras en un punto sin saber qué hacer o a dónde ir, muchos de nosotros estábamos llenos de polvo por los escombros, la ciudad se paralizó, no se escuchaban autos sólo las ambulancias, patrullas o bomberos que se dirigían hacia los lugares que estaban más afectados, fuera de ello era el único ruido que se escuchaba, las voces de las personas parecían tan lejanas, tan vacías, no tenían sentido. Poco a poco comencé a tener mi mente más abierta, me planteé la idea de volver por metro a mi casa; sin embargo, por miedo a las réplicas no lo hice, tuve que caminar unas cuantas estaciones, tenía la esperanza de que alguien con transporte pudiera ayudarme y dejarme un poco más cerca de mi hogar. Traté de llamar a mi familia por teléfono público, pero las líneas y todo lo demás no estaban en servicio. Tenía mucho miedo, por cada calle que pasaba había casas y edificios colapsados, gente gritando el nombre de algún familiar, lloraban, todos lloraban, veía en sus rostros no sólo miradas de desconcierto, tenían miradas tristes y de que algo más allá de lo material se había roto dentro de ellos. Me habría gustado poder ayudar, quedarme y cargar el escombro, poder salvar alguna vida, pero tenía que llegar a mi casa. En cada esquina sólo se escuchaban tristes noticias, Televisa colapsado, el Hotel Regis, un edificio de costureras, etc., 88


cada paso que daba era más débil que el anterior. Finalmente llegué a metro Chabacano y una persona de edad adulta comenzó a gritar que se aproximaría por la delegación Iztapalapa, con un poco de duda y miedo, más de uno nos acercamos nos dijo que pasaría por ahí y que podría ayudarnos para dejarnos más cerca de nuestras casas, subí al vehículo, íbamos alrededor de ocho personas, algunos lloraban con sus hijos en brazos y otros sólo nos veíamos sin saber qué decir. Durante el recorrido el señor decidió no poner la radio, creo que pensó que era demasiado con ver lo que había a nuestro alrededor. Cuando llegamos a la Av. Ermita todos nos bajamos, el señor tomó mi mano para ayudarme a salir del auto y sólo pude decirle gracias, no supe su nombre, pero fue un ángel que pudo devolvernos a muchos a nuestro hogar, comencé a caminar en dirección a la Vicente Guerrero, caminé demasiado rápido en menos de una hora ya me encontraba con mi familia. Mis padres, mis hermanos me esperaban, vi los ojos de cada uno de ellos y me sentí más tranquila al saber que no era la única que tenía miedo, afortunadamente a nuestra casa no le ocurrió ningún daño. El silencio gobernaba en cada casa de la Ciudad de México, creo que fue una forma de respeto para cada persona que perdió su casa, un familiar o su vida. Son momentos que jamás pude olvidar y siempre estuve agradecida por aquel ángel que me hizo volver a mis padres. El tiempo transcurrió y la ciudad no volvió a ser la misma por mucho tiempo, tuvieron que pasar muchos años para que pudiéramos entender todo lo que vivimos ese día. 89


Hoy en el aniversario 32 del terremoto del 1985 desperté pensando en todo aquello que viví. Ahora tengo 50 años y dos hijas a quienes desearía nunca hubieran vivido algo así; sin embargo, dos horas después del simulacro oficial, como recuerdo de aquel día, la tierra volvió a cimbrar. Me encontraba en las oficinas del IEMS en el sexto piso, cerca de metro Eugenia, un edificio que no es nada estable y los pasillos son demasiado reducidos para que más de dos personas puedan pasar. Comenzó a moverse muy fuerte, por un momento creí que no podríamos salir de ese lugar, mis compañeros de piso bajaron demasiado rápido, gritando y algunos empujando para poder ponerse a salvo. Una vez fuera de las instalaciones, escuchamos a la gente gritar e imágenes de aquel momento vinieron a mi mente como disparos, no pude contener las lágrimas, todo volvía a suceder en cuestión de segundos, nuevamente me encontraba lejos de algún punto para volver a mi casa, decidí caminar nuevamente, algunas de mis pertenencias se quedaron en la oficina así que por un rato no pude comunicarme con mis hijas o mis padres. Deseé que por nada del mundo hubiera pasado nada en la escuela de mi hija o en la casa de mis padres, camine y un señor, como aquel ángel del 85, comenzó a decir que podría dejarnos cerca de Rojo Gómez. Cuando llegamos, esta persona nos ayudó a bajar del vehículo y como si me hubiera transportado al pasado, más allá de la situación, sus ojos y sus facciones eran tan iguales a las de aquel señor de edad avanzada, le di las gracias y por alguna razón no me atreví a preguntar su nombre, simplemente seguí mi camino. 90


Cuando llegué a casa agradecí tanto ver a toda mi familia reunida, a mis hijas que tenían tanto miedo en sus ojos y pude verme a través de ellas como aquel miedo que yo tuve 32 años atrás. Nuevamente muchos edificios habían caído en la ciudad, cerca de mi trabajo colapsaron dos edificios y fue entonces cuando pensé que estuve en dos momentos distintos pero que parecía como si se hubieran unido. Siempre estaré agradecida por esas dos personas que nos ayudaron, que estuvo en sus corazones aproximarnos cerca de nuestros hogares. Son casi las 10 de la noche del 19 de septiembre del 2017, no tenemos luz como aquella noche del 1985, hoy se cumplen 32 años de aquel miedo más grande de mi vida y mis hijas algún día cumplirán su primer año de este día. Hoy sólo suenan las ambulancias en las calles, la gente gritando el nombre de un familiar en alguna calle de la ciudad, hoy alguien vuelve a derramar una lágrima por una persona. Hoy de nuevo la Ciudad está de luto, nos sentimos tristes por el recuerdo y por lo ocurrido de nuevo, curiosa cómo es la vida y la tierra que nos vuelve a recordar que no tenemos la vida comprada y hoy más que nunca debemos demostrar que las personas que pisan esta tierra mexicana son dignas de pisarla.

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Grieta Nallely Berber Mi martes comenzaba tranquilo, esperaba a mi profesor junto con unas compañeras, por fin llegaba temprano (acostumbro llegar tarde), en un momento Guadalupe me hizo recordar que era 19 de septiembre y se recordaría lo sucedido en México en 1985; un sismo de una magnitud tremenda que había azotado la ciudad. Llegó el profesor y la clase fluyó, éramos pocos alumnos, pero era muy amena la clase. El profesor dio el anuncio que habría un simulacro y se tendría que interrumpir nuestro trabajo. Llegó la hora del simulacro y bajamos tranquilos, de hecho hasta nos reíamos de tan lento que íbamos. Las escaleras se llenaron y ya no se podía bajar, para entonces ya había pasado bastante tiempo desde que había comenzado el simulacro; todos estaban muy tranquilos al respecto, bromeaban al decir: “¡Ay! ¡Sí en verdad ocurriera un sismo ya estaríamos muertos! ¡Ay! ¡Ya me morí, aváncele rápido!” Olvidé decir que nos encontrábamos en el último piso del edificio, para ser exacta en un cuarto piso. Llegamos a la zona de seguridad, Los integrantes de protección civil nos repetían que bajáramos con cuidado y que nos quedáramos en una zona que ellos ya habían marcado como segura, claro, nadie lo tomó en serio y seguían bromeando sobre la situación. Subimos a nuestra aula y continuamos bromeando; el profesor nos comentó que fue una mala organización y que no teníamos una buena educación al respecto, pues 93


nosotros que nos encontrábamos en el cuarto piso no debíamos bajar sino realizar un repliegue; así se fue la clase. Salimos temprano y yo más qué feliz... Tenía mucha hambre; el camino a casa fue muy rápido, llegué pidiendo comida, pero no había nadie en casa; así que, me dispuse a prepararme algo. Prendí la televisión y yo estaba como pez en el agua. Para empezar había llegado temprano, tenía una comida muy rica y para terminar me di un gusto culposo que no pude evitar: una telenovela muy cursi que estaban retransmitiendo en el canal nueve, además de que la antena de mi televisión fallaba mucho y no podía ver otro canal; apenas me había sentado a ver la televisión, cuando comencé a escuchar cómo crujían los vidrios de la alacena y las ventanas. Primero pensé: “seguramente pasó un tráiler muy pesado cerca de la casa”, ya que yo vivo a un costado de una avenida muy concurrida, pero noté que se movía cada vez más fuerte, la televisión se movía igual que los platos de unas repisas que estaban en la cocina; las tazas y los vasos. Enseguida salí corriendo, un poco mareada, pues me movía como si me agitaran de arriba para abajo y después de un lado a otro con movimientos oscilatorios. Mientras escuchaba que unos vasos caían. La luz se fue. No supe ni como llegué a la calle, pero esos momentos angustiantes no terminaban, todos mis vecinos estaban fuera y algunas señoras a punto de llorar gritaban: “¡No ha terminado! ¡Cálmense todos!” Sinceramente al principio estaba nerviosa, pero pensaba que sólo serían unos veinte segundos y todo estaría 94


bien, pero cuando salí, vi como mi casa y el auto de la familia no paraba de moverse. Comencé a tener miedo, inclusive tenía unas infinitas ganas de llorar, pero me las aguanté. Después de esa eternidad, yo ya no quería volver a entrar a casa. A los pocos minutos, me decidí a entrar para poder llamar a mi familia que se encontraba fuera, así con un pánico que no cabía por ningún lado, entré. Ya me lo imaginaba, no había línea en el teléfono, luz y tampoco tenía recepción en el celular. Estar lo menos posible en casa era lo mejor. Así que me salí muy rápido a la calle. Ahí nuevamente, vi a todos cómo seguían asustados. De repente, un carro blanco pasó frente a mí, se trataba de un amigo muy querido: Quique, ¡Justo lo que necesitaba! Él me vio y bajo la ventana de su auto, me pregunto qué es lo que pasaba puesto que él no había sentido nada, sólo vio cómo todos salieron y segundos después escuchó la alarma sísmica. Quique no había sentido nada porque creyó que se trataba de baches, ya que en mi colonia y la de muchos en la Ciudad de México, se ven con mucha frecuencia. Él me preguntó que si yo estaba bien, a lo que le contesté que todavía estaba muy nerviosa; inclusive se me había olvidado la pena, así nomás le dije: “¡No!” con la voz entre quebrada y con una risa nerviosa. En ese momento él me abrazó. Creo que me hizo bien porque la verdad, ver a alguien conocido en ese momento es muy reconfortante; más aún, por no saber cómo estaban mis familiares. Por fortuna, él venía en su auto y se le ocurrió prender la radio. 95


En cualquier estación que Quique sintonizaba, hablaban de lo ocurrido y como el sismo del 19 de septiembre del 2017 había cimbrado la ciudad; además, de otros estados de la República. Quique se convenció de la magnitud del sismo y yo me asusté al escuchar que varias casa tenían daños; inclusive se habían derrumbado edificios. Esto iba enserio y yo no lo podía creer; justo en la mañana había realizado un simulacro “fallido”. Estaba en shock. Uno como persona es tan apática que a veces no tomamos las cosas en serio, justo ese simulacro, si hubiese estado bien hecho podría haber ayudado en los momentos que estábamos pasando. Saber que muchas personas habían perdido la vida me dejaba en estado de trance. ¿Qué hubiera hecho yo si el sismo me hubiera alcanzado en la universidad y en la parte de arriba? Conociéndome hubiera intentado correr y bajar las escaleras. Ese día razoné que no estamos educados para este tipo de situaciones. Quique permaneció conmigo hasta que me calmé, la verdad que le agradezco mucho. Sola otra vez, tuve que entrar a mi casa; el recuento de los daños era mínimo, unos cuantos vasos y platos de la cocina, fue el ruido el que me hizo entrar en pánico, pero me creerán que ahora que lo vuelvo a recordar, el sonido que hacia la casa, los carros en la calle, sigue muy vívido; a veces, entre sueños lo escucho o siento que mi cama se mueve o si es un mareo común, hago la pregunta: “¿Está temblando?” un poco nerviosa. La verdad es que he dejado de ser escéptica, ahora tomo con seriedad las cosas, los consejos, los simulacros. 96


Doña Nancy (mi mamá) y mi hermana Liz fueron las más afectadas. Liz es maestra, su escuela está muy cerca de un cerrito, en el momento del sismo, Liz vio como una parte del cerro se desgajó. Ella me contó que tenía ganas de salir corriendo y llorar, pero como estaba con sus niños (así les dice), se aguantó; sintió mucha tristeza al ver a los niños tratando de caminar en el momento del sismo, ya que lo niños, que son de prescolar y de maternidad, tenían sus caritas confundidas y con miedo al no saber lo que pasaba. A Doña Nancy, la mataba el no poderse comunicar con sus hijos; todos se encontraban en lugares distintos; escuchaba en la radio del micro que muchos lugares de la ciudad habían sufrido daños, pero lo que la asustó mucho más, fue ver a la gente bajando del micro, así porque sí, por el miedo que sentían, se iban corriendo y no sabían qué hacer. Después de un rato llegó Liz y nos hicimos compañía; sin luz y sin señal de celular no podíamos hacer nada. Mis otros dos hermanos estaban bien, llegaron temprano y todos permanecimos juntos. Doña Nancy llegó mucho más tarde, estaba pálida pálida, con lágrimas en los ojos, pensando en que nos había pasado algo, por todo lo que había escuchado en el trayecto a casa, lo que más la traumaba fue escuchar que una escuela privada había colapsado; había niños atrapados; de ahí más y más noticias. Ver las noticias nos puso muy tristes, lo digo enserio, pues en mi casa éramos muy antipáticos, pero en ese momento, esta situación nos sensibilizó a más no poder; ver las noticias, las imágenes de escombros, escuchar la cantidad de 97


gente atrapada nos ponía muy tristes. La gente se estaba ayudando unos a otros. Me puso muy no sé qué… era como sentirme muy orgullosa de lo que hacían, lo digo ahora y se me enchina la piel, fue bonito escuchar que mandaban y mandaban víveres para los damnificados; tanto así, que sobraban en los centros de acopio, los cuales se encontraban al tope. En restaurantes, panaderías, cocinas económicas; amas de casa, estudiantes, perros, niños, hasta gente con discapacidad, ponía su granito de arena, por mínimo que fuera, lo daban de todo corazón. Yo quise ir a echar la mano con los escombros, pero en todos lados afortunadamente había mucha gente ayudando, como dicen: “más ayuda el que no estorba”; así que, busqué otra manera de colaborar, fui a donar sangre y que me llevo al “Betito” (mi noviecito); nos llevamos la sorpresa que hasta en el hospital había mucha mucha, pero mucha gente dispuesta a donar su sangre. Qué bonito fue ver eso, los médicos y las enfermeras estaban muy ajetreados y agradecidos que no se daban abasto con tanta gente que atendían. Todo esto fue una mala manera de abrirnos los ojos y unirnos, qué malo que pasara de esta forma, llevándose a tanta gente. No tengo palabras de aliento para los familiares que desafortunadamente perdieron a alguien o perdieron su casa o parte de sus cosas, sólo les puedo ofrecer mi comprensión, mi discreción, mis abrazos y poder otorgarles tranquilidad al recordar a los que ahora no están.

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Temblor en Familia. Lesly Córdoba Cada 19 de Septiembre, en la Ciudad de México se conmemora el aniversario del terremoto que se vivió en 1985 con un simulacro y en algunos lugares con una ceremonia en memoria de las vidas perdidas por el incidente. Quien iba a pensar que después de 32 años exactos se iba a repetir la historia. —¡Srlup! ¡Srlup! —¡Golliat, Golliat, quítate! ¿Qué hora es?— gritó Liliana al momento que se levantaba de la cama de un brinco —¡Oh no, me quedé dormida! ¡Carajo! ¡Ya son las diez, ya no llegué a clase!—. —¿Y ahora tú, por qué gritas?— preguntó Angie la hermanita mayor de Liliana. —Ya se me hizo tarde para ir a clase. ¡Ring, ring! El celular de Liliana, sonó, era un mensaje de su novio, recordándole que ese día era 19 de Septiembre y que no se espantara si escuchaba la alarma sísmica. Recibida la información, la compartió con toda su familia. Al darse cuenta Liliana que ya no llegaría a tomar clases en la universidad, decidió quedarse en su casa a terminar las tareas pendientes y a ayudar con los quehaceres, por alguna extraña razón ese día los integrantes de su familia permanecieron en casa, ninguno salió a sus respectivas actividades cotidianas. Por un lado su papá quiso quedarse y tomar un descanso del trabajo, mientras sus 101


sobrinos y hermana no fueron a sus escuelas; su mamá por el contrario si estaba ocupada realizando sus labores del hogar. Claro, primero, todos se sentaron a la mesa a tomar el desayuno, ese día el menú, fueron unos deliciosos chilaquiles en salsa verde con crema, queso y pollo desmenuzado o con huevos estrellados; de tomar, café caliente para los adultos y agua de limón para los niños. Cuando sonó la alerta sísmica para el simulacro sólo la mamá de Liliana la escuchó, ya que la distancia de donde está a su casa a los altavoces es un poco retirado; ella estaba en el patio y por eso fue que se dio cuenta. Entró e invitó a toda la familia a salir para realizar el protocolo de evacuación, salieron todos con excepción del sr. Javier, el papá de la chica, él se quedó viendo las noticias. Al paso de unos minutos afuera, decidieron regresar a lo que estaban. Hasta ahí, todo normal. Eran aproximadamente las 13:14 h de ese mismo día de septiembre cuando Liliana, quien estaba sentada en el desayunador de la cocina “haciendo tarea”, sintió un fuerte mareo, como si alguien la jalara; de inmediato se dio cuenta que no era un mareo. —¡Está temblando!— gritó, al mismo tiempo que se levantó de la mesa y corrió a donde estaban sus papás para avisarles y que salieran —¡Está temblando, vámonos para afuera!—, el movimiento era fuerte, lo bastante para que se sintiera en tierras ajusqueñas, y tan duradero para hacer pensar que nunca acabaría. Mientras la tierra se movía, la familia salió de nuevo al patio, nuevamente incompletos, otra vez faltaba un miembro, y sí, era el mismo, el sr. Javier, una vez más por 102


la televisión, aunque ésta vez para salvarla de un final atroz, ya que por el fuerte movimiento, estuvo a punto de caer del mueble en el que se encontraba. Tras poner a salvo su pantalla, salió con los demás miembros de la familia, incluido Golliat, el cachorro bóxer de siete meses, quien no paraba de ladrarle para que saliera rápido y Honney la perra color miel de 12 años. Afuera la tierra seguía moviéndose de una manera bastante agresiva, en el tiempo que tiene la familia viviendo en el Ajusco (poco más de 12 años), ya habían vivido varios movimientos telúricos, pero ninguno de esa magnitud. Chris y Nico de once y nueve años eran los más espantados y estaban muy nerviosos, pero fieles a la fe inculcada en casa, empezaron a rezar y pedir porque dejara de temblar. Liliana los abrazaba mientras estaban sentados en el pasto para no sentir tan fuerte el jalón de la tierra e intentar calmarlos, aunque ella se sentía igual, su responsabilidad como tía era mantener la calma y no mostrarse espantada para darles seguridad a los pequeños. Después de unos pocos minutos, pero que parecían no tener fin, el temblor terminó y el equilibrio de todos parecía regresar de a poco a la normalidad, esperaron un poco más antes de regresar al interior. Frente a su casa, hay un terreno baldío y más allá cruzando la contraesquina a 150 m de distancia, se encuentra una pequeña escuela privada, que alberga a unos 35 a 40 alumnos de entre 6 meses y 5 años de edad, ahí el susto también se vivió muy intensamente, las maestras y maestros no se daban abasto para poder calmar a todos los niños que lloraban y gritaban espantados. Fue cuando 103


Liliana y su hermana llegaron a apoyar a los profesores, les ayudaron a calmar a varios pequeñines (y de paso también a ellos), hasta que llegaron sus papás, quienes a pesar del miedo no tardaron. Al regresar a casa, Liliana y su familia revisaron el inmueble para ver si no había daños en la estructura que pudiera ocasionar un accidente, afortunadamente no encontraron nada malo, pero la casa del vecino, la que está justo a espaldas de la suya, sí tuvo un problema, una de las bardas se había fracturado y caído a la mitad; aunque al parecer, nada de más riesgo para ninguna de las dos construcciones. Volviendo al interior de su casa, notaron que no había energía eléctrica y los celulares no tenían señal, estaban prácticamente incomunicados, a los celulares sólo se les podía usar como radio para escuchar las noticias. Fue ahí donde se enteraron de la tragedia en el Colegio Rébsamen, del multifamiliar de Tlalpan y en los diferentes puntos de la ciudad donde la caída de edificios y construcciones provocaron la muerte de muchas personas. Después de escuchar tanto caos, el sr. Javier decidió que sería una buena idea comprar víveres, preparándose por si había una emergencia mayor, les pidió tanto a Liliana como a su hermana ir a la tienda más cercana a comprar comida enlatada, velas, cerillos y un poco de croquetas extra para los perros. Con eso estarían cubiertos por lo menos un par de días. Así pasaron las horas, con la incertidumbre de cómo estarían sus familiares cercanos y amigos, no podían creer la prueba que la naturaleza les había puesto ese día y el miedo que aún sentían por las experiencias vivi104


das, esperaban una réplica y eso no los tenía tranquilos, afortunadamente ésta no llegó. Las baterías de los celulares se terminaron junto con el día. Lo único bueno para Liliana es que ese día lo vivió junto con sus padres, su hermana y sus dos sobrinos, y a ninguno le paso nada malo. El 19 de septiembre es una fecha que será recordada de manera muy especial en la CDMX.

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Un ángel Angélica Carolina Brito Rosano Aquel día todo parecía normal, me desperté como siempre a las seis de la mañana, esta vez no hice mucho ruido ya que mamá dormía. Salí a correr un poco y sin querer tiré una de las macetas de mamá. Me metí de nuevo a mi cama, así nadie sabría que había sido yo. Mi mamá se despertó a las nueve de la mañana, ese día no iba a ir a trabajar, me dio de desayunar y después de eso se puso a hacer algunos deberes de casa. Mientras mamá, estaba ocupada, yo jugaba con una pequeña pelota roja. Eso era realmente divertido ya que algunas veces se me iba y tenía que ir por ella, pero después de eso me cansé y fui a tomar agua. Como siempre me mojé un poco y me sequé con lo que pude. Después fui hasta a la sala y me recosté en el sofá, dejé caer mi cabeza, me gusta que parezca que cuelga por fuera del mismo. Me quedé dormido, soñaba con que mi mamá jugaba conmigo, estábamos en el parque, hasta que de pronto escuché una voz demasiado grave que hizo que mis orejas se levantarán, la cual decía: “Alerta sísmica, alerta sísmica”. En seguida me levanté, pero mamá estaba mirando la televisión así que no era nada grave, me acomode cerca de ella y comenzó a acariciarme la cabeza, una vez más el sueño me venció. Había pasado algo de tiempo, salí a estirarme como solía hacerlo después de una siesta,de pronto sentí como si mis pequeñas patas fueran sacudidas. 107


Mamá dormía, entré corriendo a la habitación, olfateé su rostro y como no me hacía caso, empecé a enterrar mis patas en ella. Mamá despertó y se percató de lo que sucedía, su lámpara favorita estaba por caer y aquel mueble donde guarda su ropa empezó a escupir todo lo que mantenía en su interior. Mamá me cargó, en su rostro se notaba que no sabía lo que pasaba, pero al sentirme en los brazos de ella y salir como pudimos de la casa, me hizo saber que algo no estaba bien. En la calle, veía como todos tenían a sus hijos en brazos, muy pocos se preocuparon por los que son como yo. Me aferré a los brazos de mamá y ladraba como signo de desesperación, ya que algunos de los perros de la calle pasaban corriendo, y yo les quería advertir. — ¡No! ¡No, para allá! Hay que tener calma. Mamá pensó que estaba asustado, me abrazó más y más, acariciaba mi espalda y me daba besos, estaba temblando, ella también tenía miedo. Todo se movía y los cables parecían pelear entre ellos. Yo lamí su rostro, queriendo decir que nada malo le pasaría. No recuerdo cuánto duró aquello, pero mamá estaba llorando. Sin soltarme recuerdo que sacó su aparato, ese en donde tiene tantas fotos mías. Lo miró y sólo negó. Se aferraba a mí y yo a ella. Aquello parecía que nos mecía, como cuando mamá me duerme en sus brazos. Mientras nos encontrábamos en la calle, la gente estaba preocupada y sabía que algo malo había pasado. El olor a muerte se respiraba como el perfume favorito de mi mamá. Recuerdo que en ese momento ladré mucho, igual que si fueran las tres 108


de la mañana y un gato estuviera en la puerta. Mamá no sabía qué pasaba, me bajó temerosa de que yo huyera y la dejará. Mis patas estaban firmes contra el piso que hacía algunos momentos parecían de gelatina. No es que yo quisiera irme y alejarme de mamá; sin embargo, escuché a los lejos un llanto que de inmediato captó mi atención. Mamá corrió detrás de mí, noté en su rostro que no era el momento de alejarme de ella, pero algo me decía que debía ir. Al encontrar a la causante de aquel llanto comencé a ladrar de nuevo, avisándole a mamá que allí había alguien. Danna, así la llamó mamá, tenía un pequeño collar rosado en su cuello, estaba temblando y tenía una patita lastimada. Mamá la tomó con cuidado con una mano y en la otra me llevó a mí. La gente miraba a mamá de forma extraña, como si la vida de nosotros no valiera lo mismo que la de ellos. Yo no me alejaba de mamá y de aquella pequeña recién llegada. Mamá, yo y Danna estábamos en la calle, yo no quería entrar y cada que mamá lo intentaba, ladraba impidiéndole que avanzara, tenía miedo de perderla. La pequeña y yo fuimos bajados una vez más, nos recostamos sobre sus pies, así sabría si ella se movía. La tarde se fue perdiendo, la oscuridad lo invadía todo poco a poco. Mientras mamá nos acariciaba llegó papá, me levanté y moví la cola como loco, le ladraba diciéndole que había cuidado a mamá. Lo dejé abrazarla, él le platicaba que por su trabajo algunos edificios habían caído y que tuvo miedo que a ella le hubiera pasado algo. Por fin, entramos a casa, yo fui al sofá, me acosté y Danna me siguió. Aquella noche nadie durmió. Yo 109


esperaba despierto por sí mamá dormía y teníamos que salir de nuevo. La luz llegó al otro día; mamá llamó a los dueños de Danna, pero no hubo respuesta. Después de algunos días nos enteramos o mejor dicho mamá nos dijo que los papás de Danna habían muerto. Mamá es muy buena y se quedó con ella. Cuidó y curó a Danna mientras me decía que sería mi hermana y debía llevarme bien con ella. Ya es diciembre, Danna pasó navidad en casa. Santa nos trajo un hueso enorme a cada uno de nosotros, comparto mi cama con ella y cuando mamá no está, ambos jugamos. Siempre dormimos en sus piernas. Aquel día Danna se quedó sin familia, pero encontró un hogar que la recibió con los brazos abiertos.

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Retiembla México Rosario Cordero El 19 de septiembre del 2017, me dispuse a ir a clases como cualquier martes regular; sin embargo, en esta fecha se tiene estipulado hacer un simulacro nacional, debido a que hace 32 años, un terremoto de alta intensidad sacudió el centro del país; dejando así, daños significativos tanto en las estructuras edificadas como en las familias, pues muchas personas fallecieron al no estar preparadas ante una catástrofe de esa magnitud. Entonces, ese día al entrar a clases el profesor apresuró las actividades, pues con lo del simulacro, el tiempo se volvería escaso, incluso nos recomendó que en cuanto nos dieran aviso dejáramos todo tal cual estuviera y que de inmediato desalojáramos el edificio, ya que nos ubicábamos en cuarto piso. Al timbrar la alarma del simulacro, hicimos lo acordado, dejamos nuestras actividades y pertenencias e intentamos bajar en tiempo, pues como en diversas ocasiones, esto resultaría imposible debido a que no todos los compañeros toman las actividades con las medidas de precaución adecuadas, pues para varios resulta un juego o un desestrés, ya que da la oportunidad de un tiempo libre para no estar en clase. En el momento en el que iba bajando las escaleras escuché a unas profesoras apresurando a los jóvenes y diciendo: “Ojalá tomaran esto más en serio. 113


Si esto fuera real ya nos hubiéramos muerto en el intento de salir de aquí”. Y es verdad, falta seriedad de nuestra parte en general. Al terminar el simulacro y después del llamado de atención de los encargados de la evacuación, todos volvimos a nuestras actividades. ¿Quién se iba a imaginar lo que sucedería después? Pasadas escasas dos horas del simulacro, me encontraba en el aula de cómputo de la universidad, revisando unas lecturas que tenía de tarea, cuando de pronto sentí como un empujón que casi me hizo levantarme de la silla, como tardó un poco en seguir el movimiento, creí que me había mareado. En seguida el encargado del aula en turno nos dijo: “Jóvenes, vámonos, está temblando, hay que desalojar la sala”, el movimiento comenzó a ser más fuerte, incluso al salir del salón se escuchaba como todos intentaban bajar del edificio “A” en la parte central; los gritos de desesperación comenzaron, al mismo tiempo en que se vio como de la parte central del edificio “B” comenzó a salir polvo; lo cual, alarmó más a la comunidad dentro del plantel. Me impactó tanto que decidí correr hacia el estacionamiento estudiantil, esto ocasionó que no sintiera la magnitud del movimiento. Al llegar a la zona de seguridad ubicada al final de los edificios, vi como un par de compañeros grababan el intento de desalojo del edificio “C”; me pareció algo grotesco, ya que estaban burlándose de cómo los demás compañeros en su desesperación por bajar se empujaban y gritaban para estar dentro de la zona de seguridad, pues ellos ya estaba “a salvó”. 114


Después de eso, me dirigí al estacionamiento, pues comencé a preocuparme por mi hijo de cuatro años que estaba en el colegio, también por mi hermana que es muy nerviosa ante los sismos; lo primero que hice y sin pensar en la consecuencias, fue en pedirle un “aventón” a un compañero para que me ayudara a salir de la universidad y afortunadamente accedió a dejarme en avenida Tláhuac. De ahí me tardé más de dos horas en tomar transporte, lo cual impidió que llegara por mi hijo, supuse que mi hermana iría por él, pues se encontraba más cerca que yo. Cuando por fin pude abordar un taxi, el conductor estaba al pendiente de las noticias, me comentó un poco de la situación; me sorprendí porque una escuela, el Colegio Rébsamen, se había derrumbado, dejando a varios niños prácticamente sepultados. Creo fue lo que sorprendió más a la población, además de otros edificios que colapsaron en la zona centro, fue ahí cuando me di cuenta de la magnitud real del temblor. Me tocó ver en el transcurso de mi viaje daños como: bardas tiradas, cristales rotos, calles agrietadas; lo que me inundó de asombro y preocupación, pues con lo que veía, más rápido quería llegar a mi casa y ver que todo estuviera bien. Al llegar a la calle donde vivo, me impactó ver el transformador tirado y mucha gente fuera de sus casas; corrí a buscar a mis familiares, afortunadamente mi hijo estaba con mi hermana, ambos asustados, pero físicamente bien. Mi mente no se encontraba al cien, pues faltaba saber cómo estaba mi mamá, que por falta de red telefónica, no podíamos contactar; además, venía desde el 115


centro hasta el oriente de la ciudad. En una ocasión en que pude comunicarme con ella, me comentó que era imposible llegar y que venía caminando por Insurgentes y que había daños en algunos edificios, fugas de gas y que no había luz eléctrica. Afortunadamente, ella también se encontraba bien, agregó que trataría de llegar lo antes posible, pues se había salido de la delegación Cuauhtémoc desde el momento del temblor. Llegaría a casa hasta las nueve de la noche. Agotada y nerviosa nos vio, nos abrazó y no aguantó el llanto, soltando un suspiro nos dijo: “Bendito Dios, estamos bien”. Desde ese momento, no tuvimos tranquilidad, pues pasamos tres días sin luz y más de dos semanas sin agua, pues las tuberías que nos abastecen se reventaron con el movimiento. Esos momentos me hicieron reflexionar del valor que le damos a estos elementos y que nos hemos vuelto dependientes de ellos de una manera impresionante. Otra de las cosas que me sorprendió, fue el apoyo que se dio en general, ya sea en mano de obra o en apoyos sustentables, me hizo sentir orgullosa de la hermandad que la población mexicana puede tener para sus semejantes. Han pasado cerca de varios meses y siguen en su intento de reestructurar los daños, pues el gobierno apenas y asoma sus narices; al menos por la zona donde yo vivo el apoyo sigue, aunque no con la misma magnitud que al inicio; pero aún, falta mucho por hacer, apoyar al que se quedó sin hogar y a aquellos que más lo necesiten, pues México sigue en pie. 116


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¡Vamos por unos dulces! Abigail Velázquez Rangel Se cumplían 32 años de aquel suceso del 19 de septiembre de 1985, un terrible terremoto había sacudido a la Ciudad de México. 19 de septiembre, esta vez en el año 2017 a las 13:14 h aproximadamente ocurrió lo mismo. Como cada año, a las 11:00 h en la Ciudad de México se realiza un simulacro donde se trata de hacer consciencia de lo que sucedió aquél día. En ese momento me encontraba en la UACM, plantel San Lorenzo Tezonco en la delegación Iztapalapa. A esa hora no teníamos clase por lo que mis compañeros y yo estábamos sentados en los pastos degustando de una torta de tamal. Tiempo después comenzó a sonar la alerta para el simulacro, a lo lejos podía observar como muchos de los compañeros lo tomaban a juego y tardaban en bajar, algunos ni siquiera salieron de las aulas. Los de protección civil nos dieron las indicaciones y observaciones de lo que había sucedido. Era obvio que eran pésimos los resultados. Hasta ahí parecía ser un día normal. Regresamos a las instalaciones y después de un momento tuvimos clase en el edificio “B”, en el segundo piso. Sinceramente parecía ser un día común y ordinario: clase, revisión de proyecto etc… La clase estaba tan aburrida que un amigo me dijo: “¡Vamos por unos dulces!”. A lo que yo respondí: “Va, sólo voy al baño. Espérame” Salimos a los dulces del primer piso, en el mismo edificio, después de comprarlos yo quería regresar al sa119


lón, pero mi compañero me dijo: “¡Ay, espérate! Al fin está revisando, ahorita subimos”. —Mmmm…bueno, está bien— Accedí. Estábamos con otra amiga platicando de la clase y de otras materias, cuando de repente… se escuchó un horrible sonido en la parte de las rejas del pasillo, por mi mente pasó que alguien se había caído, y pensé “¡Qué guamazo!”. No sé cómo fue, pero vi el cerro rojo y comenzó a salir polvo, claro, así lo percibí en ese momento; De repente empezó a sonar la alerta sísmica cuando el movimiento estaba muy fuerte. Se comenzaron a escuchar los gritos de desesperación y que decían ¡No corran!, y otros, ¡Apúrate! ¡No mames, no mames! Entré en shock, recuerdo que me quedé pensando en mi familia y en lo que fuera a pasar porque en verdad era un movimiento muy fuerte. Después, mi amigo me jaló y me dijo: “Tranquila, no pasa nada”. Nos tomó de los brazos a mi compañera y a mí. Bajamos las escaleras, las cuales daban la vista al edificio “B”. Cuando pasamos por ahí sólo se escuchaba tronar los vidrios y en sí el edificio, parecía como si fuera de papel y que en cualquier momento se fuera a romper, literal, ¡todo tronaba! Al momento de bajar, comenzó a salir humo de la cocina y una profesora gritó con desesperación: “¡No se acerquen ahí, va a explotar!”. Lo cual, alteró mis nervios. Logramos bajar hasta los pastos y aún se sentía el movimiento, un poco menos pero aún seguía. Fue ahí cuando pensé “Qué bueno que bajé por dulces, sino me hubie120


ra tocado en el segundo piso y quizá no hubiera bajado como muchos de mis compañeros. Fue algo extraño, había pasado al menos dos horas del simulacro; sucedió en el mismo día pero diferente hora. Al reunirme con mis compañeros me enteré que se había colapsado Galerías Coapa y dije: “No tengo ningún conocido ahí”. Al momento de regresar a casa fue un caos. No había transporte por lo que me tuve que regresar caminando, lo bueno que no vivo muy retirado a comparación de otros compañeros. Me hice como una hora y media aproximadamente, durante ese transcurso que pasaba por las calles, sentía una extraña sensación al ver casas en mal estado con grietas y gente desesperada. No había luz, ni red telefónica para comunicarse con los familiares más cercanos y saber si todo estaba bien. Al día siguiente, aún no podía creer lo que estaba pasando, es como si hubiera sido un mal sueño y ya. Cuando abrí Facebook, lamentablemente había publicaciones de una amiga que se encontraba en galerías Coapa y falleció, la familia estaba destrozada por lo acontecido. Para mí, esos días eran de luto, el ambiente se sentía triste, pesado y con un gran dolor. Lo sorprendente de todo lo que pasó fue cómo actuó todo el pueblo mexicano, sobre todo los jóvenes ya que no importaba la hora ni el lugar donde se tenía que estar para ayudar a su prójimo. Había corazones dispuestos a ayudar sin importar las circunstancias. 121


El 20 de septiembre, fui con un grupo de amigos a llevar donaciones en el colegio Rébsamen, pero los militares y los que estaban resguardando la zona nos dijeron que ya había bastante ayuda y víveres, por lo que nos mandaron a otras zonas. Afortunadamente manos eran las que sobraban y estaban abastecidos de alimentos y otros productos; sin embargo, no a todos les llegó la misma ayuda, por ejemplo zonas del Oriente como Xochimilco, Tláhuac, Colonia del mar, Iztapalapa, etcétera. Por otro lado, el gobierno no desaprovechó la ocasión y mucho de lo que se donó se lo apropiaron. Hasta la fecha siguen personas sin un techo en donde pasar la noche. Y en otros casos existen lugares en los que nunca se les apoyó como en la zona centro y a pesar de que ya paso tiempo de aquél suceso aún hay calles con grietas y casas a las que no se les ha hecho caso. Sin embargo, lo que se pudo observar del pueblo mexicano es que a pesar de ser conocido como el país más violento, también es un país solidario con los suyos en estas tragedias sobrenaturales.

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Aliteración Nayeli J. Ildefonso Guardo mis cosas, la alarma está a punto de sonar. Me fastidia tener que bajar las escaleras, estamos en el cuarto piso, me canso sólo con dar cinco pasos, ahora imagínate bajar las escaleras y después volver a subir. ¡Pfff! Benito, mi profesor de Comunicación gráfica, nos espera en la puerta, salimos todos, cierra el laboratorio de cómputo. Apenas bajamos el primer tramo de las escaleras y todo es un caos, un mar de gente baja por los escalones, salpicando risas de sus bocas, platicando de la noche anterior. Me siento incómoda, la cabeza me duele, qué tan factible sería bajar cuando tiemble. Despejo la mente con una sacudida, pensar en eso es muy mal augurio. Hoy hace 32 años que una tragedia cubrió la ciudad. Nos dan indicaciones a través del megáfono, no se escucha, las palabras se pierden en la inmensidad del exterior. Miro como todos alrededor platican, se sienten bien por perder parte de sus clases, a mí me sigue doliendo la cabeza. Sería terrible que el terror volviera a pasar. Todo termina, regresamos al salón, no hacemos nada, me concentro en mis fotos, ese álbum aún no queda y ya quiero comer. Las clases continúan; Mónica Lavín se apasiona tanto que no nos deja salir a tiempo. Salgo disparada al tercer piso. Pilar siempre llega temprano, estoy segura que ya comenzó la clase. 125


Saco mi celular de la mochila, antes de entrar mando un mensaje. Ara, te encargo a Mich. Porfa. Es martes y salgo tarde, mis hijos se tienen que regresar solos, los he soltado, pero no lo suficiente, todavía los encargo con mi amiga. Entro al salón, Pilar comenta algo de Simone de Beauvoir, le sonrío como saludo y ella me contesta. Rodeo las mesas y me siento hasta el ventanal, el sol brilla. Hoy toca trabajar con plastilina, coloco el celular en la mesa, se enciende y veo que son las 13:14 h; el azul de la masa me gusta, es muy intenso. Ya quiero saber qué moldearemos en el taller de mapeo narrativo. —¡Está temblando!— Alguien habla, no sé quién es. Vuelve a repetirlo. Instintivamente todos volteamos a ver el techo, como intentando confirmar aquello que nuestro cuerpo ya siente. —¡Salgan todos!— Pilar habla con firmeza. Fanny estaba a mi lado, pero ha saltado las mesas y la veo como cruza la puerta; yo intento saltar, no me aguanto y tengo que rodear, ¡bendita suerte!, en qué momento se me ocurrió sentarme lejos de la puerta. Las sillas y las mesas brincan como cuando tiritas de frío. Estoy a mitad de salón, el jaleo se detiene, probablemente ya terminó de temblar, pero es todo lo contrario, la tierra comienza a agitarse con más fuerza. Lo primero que viene a mi mente es una sensación extraña, hago una rápida entrada en mi memoria, nunca he sentido algo así, y mira que he vivido varios sismos, pero esto es distinto. Me da miedo. ¡No manches, se está cayendo el centro! 126


Casi llego a la puerta, mas mi instinto me hace voltear, Marcos no sale tan rápido, su bastón no le permite caminar con rapidez, me regreso y lo ayudo. Afuera todos gritan y corren, me siento cada vez más nerviosa, tengo que hacer algo si no quiero perder la cordura. Comienzo a gritarles, dirían meses después mis compañeras y profesoras que sólo oían mis indicaciones, los demás se detienen, no los distingo, quiero escapar, no hay salida, la tierra se sigue agitando con violencia y estamos a punto de una catarsis. Llegamos a las escaleras de emergencia, ¡bah!, se separan de los muros, y no veo qué más podamos hacer, en el simulacro se les olvidó darnos la indicación de este momento, la alarma había comenzado a sonar segundos después de iniciado el movimiento telúrico, no pudimos resguardarnos en ningún lugar. Alguien reza, no veo quién es, reza y me lleno de miedo, he gritado para calmar a los compañeros y profesores; reza y siento que es el final, en cualquier momento el edificio se derrumbará sobre nosotros; reza y es acompañado por un gran estruendo, el Yuhualixqui ruge, quisiera voltear para saber qué pasa, los muros me protegen del polvo rojo que se ha levantado. ¡Pumm! Algo explota en la calle y se erige una nube negra, gritan y después hay silencio. Replegados en las paredes de los pasillos del edificio, permanecemos de pie, esperando a que todo termine, queremos que termine. Pronto nuestros ruegos son atendidos y la madre naturaleza nos permite descansar. ¿Acaso podremos hacerlo? 127


El tiempo ha caído a cuenta gotas, nos ha dado una lección que difícilmente olvidaremos, con él no se juega, él juega con nosotros. Se ha burlado de nuestra mente, han pasado unos cuantos minutos que parecieron dos eternidades. Me doy cuenta que tengo el celular y mi mochila en la mano, veo la hora 13:17 h. Recuerdo entonces que todavía mis hijos están en la escuela. ¡Vale madres! Ambos están separados por kilómetros. Alan no me preocupa está con su prima, no está solo, pero Mich, Mich sí lo está. No he llegado a las escaleras, comienzo a hiperventilarme, la ansiedad me ha atrapado y mi respiración errática no me permite dar otro paso, Fanny pide una bolsa, me la da y comienzo a respirar con ella. Me incorporo y bajo los tres pisos. Algunos están llorando, otros se han desmayado y los tienen tendidos en el pasto, yo me sostengo de un esquelético árbol, quiero salir corriendo pero mis piernas no me dejan, se han vuelto pesadas. Intento marcar a su celular de mi hijo, no hay señal. Se prende planta de emergencia y me llega un mensaje, es de mi pareja, está bien y pregunta por mí, sólo le contesto que voy por Mich. Son las 14:10 h, llego a la puerta de la secundaria, los chicos ya han salido, pero yo no encuentro a Mich. Me lleno de ideas tontas, absurdas y quiero saber en dónde está. Camino entre el camellón buscándola. Mi celular suena, es un mensaje, Ara se la ha llevado. Tengo un peso menos encima. 128


Aquel callejón de Tulyehualco que siempre se encuentra lleno de gente y puestos diversos, está solo con el caos en el piso, vidrios rotos; fruta y verdura regada; pareciera que una bomba cayó y volteó todo patas arriba. En las calles hay grietas que se llevaron el ruido entre sus huecos, ese silencio es pesado, está cargado de miedo. Me duelen los pies, ya sentada en la sala, Ara me platica que Estrella se acordó de Mich cuando terminó de temblar, dejaron todo y salieron por ella. Siempre en la vida les estaré agradecida por ese gesto de amistad. Se había encontrado a mi cuñada en el camino, mis hijos están juntos en casa de mi suegra. La tarde se pierde entre noticias que suenan en mi celular, me imagino aquellos derrumbes y el dolor de la gente, pero estoy casi sin pila que mi imaginación es limitada. Ya he contactado a mis padres, mis hermanos y mis tíos, hasta le mando mensaje a mis amigos más cercanos, afortunadamente todos están bien. Regreso a mi casa, el caos que en ella habita es el de todas las mañanas, me acuesto, sigo sin poder digerir lo que ha sucedido, todo parece un mal sueño. Comienzo a dormirme, mi cuerpo ya no quiere hacer otro movimiento. De pronto la luz regresa, me despierto de golpe. Enciendo la televisión, ¡espera!, la pesadilla apenas comienza.

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Jesuso como le decían sus amigos Daniela Contla 19 de septiembre, día de simulacro. En el despacho 5 ubicado en Álvaro Obregón 286 de la Ciudad de México, trabajaba el Lic. Jesús González, quien de lunes a viernes saliendo del metrobus Álvaro Obregón, caminaba hacia su oficina hablando por celular con su mejor amiga Elizabeth y antes de llegar a su destino pasaba por un jugo de naranja, porque según él, la naranja le ayudaría a bajar la panza. La mañana del 19 de septiembre del 2017, para Elizabeth comenzó a las 06:00 h, como siempre acarreaba a sus gemelas de seis años, a su único hijo varón de diez y a su esposo para que se arreglaran y no se les hiciera tarde para la escuela ni el trabajo. Casi siempre al dejar a sus hijos en la puerta de la primaria, recibía la llamada de Jesuso, como le decía ella. Eli al contestar se dirigía caminando hacia la Av. Insurgentes, apresurada para no llegar tarde y no le quitaran el dichoso bono de puntualidad. Ellos platicaban de cómo les había ido en la mañana con las bendiciones; sobre qué les puso de lunch, del sobrepeso de ambos, de la supuesta boda de él, de que cada día el jugo de naranja estaba más caro y cosas raras o absurdas, pero que para ambos, era gratificante saber que se tenían. Él, ese día, se despidió con un: “Te llamo al rato para ver, si me como un sope o una torta”. Eli llegó a su trabajo puntual, que hasta le dio tiempo de pasar con sus amigos de contabilidad y recor131


darles los puestos que se les había asignado para el protocolo de seguridad del simulacro, pues como buena jefa de recursos humanos tenía que coordinar todo para que en una emergencia tuvieran claras las acciones a seguir. El simulacro se realizó a las 11:00 h como la Secretaría de Protección Civil de la Ciudad de México convocó y activó la alerta sísmica para realizar dicha actividad. En la oficina de Eli todo salió bien, debido a que se respetaron los protocolos internos de la empresa y después de 20 minutos, todos regresaron a sus actividades laborales sin imaginar que en unos minutos a muchos les cambiaría la vida. A las 13:14 h, Elizabeth sintió un movimiento muy fuerte y de inmediato gritó: “¡Está temblando! salgan todos con calma y no se separen”. Ella, nerviosa y sudando frío, salió de prisa al punto de seguridad donde se encontró a su compañera Leslie, quien lloraba desesperada porque estaba durando demasiado el movimiento de la tierra; la abrazó para que sintiera protección y así se calmara. A su alrededor sólo escuchaba como caían los vidrios, los edificios crujían; las personas gritaban y corrían por todos lados, otros se desvanecían y de fondo se escuchaba la alarma sísmica que no cumplió con su trabajo, pues demoró en activarse. Cuando la tierra dio tregua a sus habitantes, Elizabeth y las miles de personas que sintieron la magnitud del movimiento, no dudaron en marcar desde su celular o pedir uno prestado para contactar a sus respectivas familias y saber cómo se encontraban. Eli, con la primera que se contactó fue con su madre, Esmeralda, pues ella se pone muy tensa y nerviosa, debido a que vivió el temblor de 1985 y le trae 132


malos recuerdos los sismos. Su padre, quien trabaja en Parral, Chihuahua, al enterarse de lo que sucedía en la CDMX, le mandó muchos mensajes por WhatsApp, junto con su hermano Alberto, quien vive en León, Guanajuato, preguntándole si se encontraba bien. La siguiente llamada que realizó fue al Colegio de sus hijos, pero no obtuvo respuesta. Su esposo la llamó en ese lapso y le preguntó que si se encontraba bien, se cortó la llamada. La siguiente persona que localizó fue a su hermana Diana, pues sabia que ese día no había ido a la Universidad por problemas de salud, primero que nada, le preguntó si estaba bien y que si podía ir por sus hijos a la escuela, pues no tenía razón de ellos y ella tardaría demasiado en llegar a buscarlos. Su hermana le contestó que no se preocupara y que ella de inmediato pasaría a recogerlos. Al llegar a su casa, Elizabeth sintió alivio, pues toda su familia estaba bien. Cuando su hermana le cambió a las noticias, su corazón comenzó a latir demasiado rápido, su pulso incremento, estaba sudando frío y mejor se sentó en la sala, pues estaba a punto de hiperventilarse y desmayarse. Se calmó un poco y antes de que el locutor comentara donde estaba ubicado, ella se dio cuenta de que conocía el edificio que estaba destruido, hecho polvo, lo primero que hizo fue quitar a su hija de sus piernas para sacar su celular y llamar a su amigo. Sus lágrimas brotaron de inmediato al no tener la respuesta deseada, llamó demasiadas veces y su esperanza después de dos horas se fue convirtiendo en desesperación. 133


Elizabeth le pidió a su esposo Fernando que la acompañara a Álvaro Obregón, para mover piedra por piedra y sacar a su mejor amigo. Cuando llegaron, el lugar estaba un poco vacío; ella al ver el edificio caído, lo único que sintió fue angustia. En ese momento las pocas personas que estaban ahí comenzaron a organizarse para sacar escombros y buscar personas con vida. El hermano de Jesús, quien vive en Guanajuato, la ciudad natal de ellos, localizó a Eli por Facebook y le preguntó que si sabía algo de Chucho; ella con el corazón roto le dijo que no, que su teléfono después de sonar por mucho rato la mandaba a buzón; le comentó que estaba enfrente del edificio donde trabaja su hermano y que estaba hecho pedacitos; Mauro, hermano de Jesús, le pidió su teléfono para que lo ayudara a llegar al lugar, pues él no sabía moverse en la Ciudad de México. Fernando, el esposo de Elizabeth, fue por él a la central de camiones del norte el día miércoles como a la una de la tarde, pero Mauro no llegó solo sino con sus padres. Eli los esperaba, haciendo guardia para saber información, debido a que los militares habían llegado a quitar a los voluntarios que removían escombros, para que ellos realizaran maniobras de remoción, pues decían saber lo que estaban haciendo y no querían personas que no estuvieran capacitadas. Los militares junto con personas de protección civil el mismo miércoles como a las 18:00 h aproximadamente, juntaron a los familiares que se encontraban atrás del cordón de no pasar para notificarles que habían 134


hecho contacto con una señorita llamada Andrea, quien dio nombres de las personas que estaban a su alrededor. Además que, los militares colocarían una lista en el árbol donde se situaba el campamento de primeros auxilios. Todos los familiares al ver que ya se estaba colocando dicho papel, corrieron a ver si aparecía el nombre de su familiar. Elizabeth llamó a los padres, al hermano de Jesús y a su esposo para decirles que su amigo seguía vivo, que se encontraba entre los que estaban con la chica del contacto. Todos entre lagrimas de felicidad se abrazaron y decidieron aceptar las tortas y el café que las personas a su alrededor les ofrecían. Pasaron las horas y la información sobre las personas que estaban bajo los escombros era la misma, por lo tanto, los familiares y los voluntarios comenzaron a desesperarse al no tener nuevas noticias, pues veían que los militares ya estaban cansados, algunos tirados a mitad de la calle durmiendo, mientras que otros comían. La gente les gritaba que los dejaran ayudar, que obedecieran las indicaciones, pero que ya no tardaran más. Llegó el viernes y con él, una luz de esperanza. Cuando la mayoría de los que esperaban dormían se gritó: “¡Hay una viva, ya salió!, no saben su nombre, pero sigue respirando”. Todos suspiraron y a lo lejos se escuchó a una mujer gritando: “¡Es mi hija, es mi niña!”, la madre de la mujer reconoció ese saco rojo que estaba empolvado y esa cara con algo de sangre. Todos le abrieron paso para que llegara a su hija y en medio de aplausos, gritos y llantos, suspiraron un poco de felicidad. 135


Después de este suceso de ilusión, algunas personas volvieron a dormir. Eli, su esposo, el hermano y sus padres de Jesús, se quedaron hablando, recordando la infancia del buen Jesuso. Charlaron hasta que la esperanza de encontrarlo con vida se desvaneció, debido a que las 8:15 h del viernes 22 de septiembre, el hermano de Jesús recibió la peor llamada por parte de la SEMEFO, quien le informó que una persona con el nombre de Jesús estaba en la morgue desde el jueves, que se le marcó debido a que se desbloqueó el celular con la huella del fallecido y lo tenía como numero favorito. En su rostro se pudo observar la tristeza más profunda, la peor pérdida que a cualquier hermano le destrozaría el alma. Su madre lo miró y fue cuando supo que su hijo Chucho, sangre de su sangre, había fallecido. Elizabeth sólo se quedó mirando, no supo que decir ni cómo actuar, ella se dio cuenta que sus mañanas jamás serían las mismas.

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Una nueva experiencia para contar Gamaliel Mendiola Quien se hubiera imaginado que el 17 de septiembre del 2017 se repetiría una gran tragedia similar a la de hace 32 años. Ese día era memorable para todos los capitalinos por el terremoto que sacudió a la Ciudad de México en 1985. En la mañana del martes caminaba por la colonia Pedregal que se encuentra al sur de la ciudad entre las faldas del cerro del Ajusco. Al llegar a la parada del transporte, subí al camión lentamente por la aglutinación de la gente, todos buscábamos un lugar cómodo para sentarnos, pero no logramos alcanzar alguno. La estática en el radio no dejaba escuchar al locutor, hasta que se regularizó la señal, el locutor con voz de doblaje de animaciones, hizo varios comentarios del terremoto del 85; sin embargo, al fondo del autobús una voz le grita al chofer. —¡Cámbiale esa no nos gusta, chof! El operador solamente contestó. —Sigan pasando hacia atrás. Un silencio inundó el lugar y el tono alto de una plática entre los pasajeros va tomando relevancia. Ellos comentaban como habían vivido el movimiento telúrico, narrando momentos angustiantes y de infortunio, pero también de alegría por haber sobrevivido a la devastación de la ciudad de aquellos años. —Mi hija se fue de pinta en aquel año con sus amigas y se salvaron de morir, pues el edificio donde estudiaban se partió a la mitad, parecía zona de guerra. 139


Sin darme cuenta había llegado a mi destino. Mientras bajaba, puede vislumbrar un puesto de periódicos, entre la gente, las primeras planas de los periódicos mostraban imágenes viejas escalofriantes del terremoto del 85. Parecía un día ordinario, las calles desbordándose de autos atorados en el tráfico y los camiones repletos de gente. El metro con grandes retrasos, yo caminaba hacia atrás en el andén de la línea de Universidad - Indios Verdes, los silbidos de la gente comenzaba a hacer eco en los túneles insultando a los operadores de los trenes. Al llegar al camión que me lleva a la universidad, los compañeros platicaban sobre los simulacros que se harían en toda la ciudad para conmemorar el aniversario de la catástrofe del terremoto. Finalmente llegué a la universidad, subí las escaleras hacia el aula del edificio C y seguían platicando, pero sólo alcance a escuchar que sería a las once, yo no estaba seguro de la información hasta que la corroboré, ya que el profesor nos indicó lo que haríamos cuando sonara la alarma sísmica. El simulacro se llevó acabo; sin embargo, fue un desastre porque los compañeros estaban desorganizados. Al terminar mis clases, me fui hacia el centro de la ciudad para ir a jugar con mi hijo a los juegos que se encuentran en la colonia las Américas. La luz agradable del medio día golpeaba las ramas de los árboles, los juegos para niños reflejaban alegría por sus colores vivos, recién habían sido renovados. Una pareja de ancianos coreanos estaban sentados en una banca junto a un vendedor que trataba de convencerlos para que le compraran. Otra pareja de ancianos jugaban con 140


su nieto en una resbaladilla de plástico con apariencia de montaña, había subido a la cima para dejarse caer, pero antes de cumplir su objetivo comenzó un leve movimiento en el lugar; los columpios se golpeaban unos con otros, de inmediato tomé a mi hijo en los brazos y traté de bajar al otro niño que estaba arriba, sin en cambio, él logró bajarse por sí solo. El movimiento se hacía más fuerte. Los transformadores de alto voltaje truenan y salen chispas de ellos. Los movimientos de árboles son agresivos, comienzan a escucharse que los vidrios se caen, las personas en la calle gritan. Yo calculé que había durado como tres minutos, mismos que causaron grandes estragos. Al terminar todo tardé un poco de tiempo para regresar con mi esposa. Las sirenas de las ambulancias se escuchaban a lo lejos haciendo coro con el vuelo de los helicópteros. Las personas temían que la ciudad quedara devastada. Comencé a caminar lentamente entre las calles observando detenidamente los edificios dañados y a la gente, varios estaban desesperados por tratar de comunicarse, otros presentaban crisis nerviosa. El olor a gas se hacía más intenso debajo de un puente subterráneo de Tlalpan, necesitaba pasar por ahí, la luz era muy baja, así que abracé a mi hijo y pasé rápidamente. Al salir encontré un grupo de personas reunidas cerca de la avenida Xola. Se identificaron con la gente como estudiantes de periodismo, hacían un esfuerzo para hacer la mejor toma de un edificio sin fachada que se inclinó sobre con otro. 141


Había pedazos de concreto tirados en las banquetas. Al llegar al punto de reunión con la mamá de mi hijo las noticias malas salían por todas partes. Logré ver a algunas personas que corrían con botes y picos hacia un edificio derrumbado que estaba en eje central. Ya pasadas las 18:00 h. tomamos la decisión de regresar a la casa, los automovilistas eran acomedidos con las personas desconocidas les hacían el favor de llevarlos en sus autos ya que el transporte era escaso. El sonido de las bocinas de las cámaras de seguridad anunciaban varias instrucciones a los ciudadanos para que revisaran sus casas y se mantuvieran en lugares seguros. Los tres abordamos un taxi, el chofer comenzamos a platicar. —Recuerdo los años de mi infancia, en la escuela primaria hacíamos simulacros de terremotos. Los profesores tenían poca información y capacitación, pero el poco conocimiento que se nos daba se quedaba impregnado en nuestra mente durante toda la vida. Nuestra mínima información sobre los temblores también provenía de las series de televisión que veíamos en nuestras casas. Él me contestó. —No esperábamos esta tragedia, que Dios nos cuide. Afortunadamente el chofer nos cobró lo que marcó el taxímetro, nos enteramos que ese día los transportistas cobraban el doble o hasta el triple de la tarifa. Al regresar a la colonia donde vivo, no vi algún daño e indagando con la gente, me comentaron había ocurrido nada, en comparación con la demarcación 142


vecina en la que me encontré al momento del sismo, mis vecinos y yo fuimos afortunados en que no hubiera daño en nuestras casas. Días después nos organizamos para llevar víveres a donde más lo necesitaban, ahora nos tocaba a nosotros ayudar a todos aquellos que perdieron todo.

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Volver a respirar Alma Rizo Reséndiz Comenzaré diciendo que en lo que sí creo y sé que existen… son los desastres naturales que pasan sin avisar, y cómo es que el ser humano, me incluyo, no sabemos actuar y no tanto eso sino que nadie le gana a la naturaleza, así como es sublime también puede ser terrible; descubrí que me da miedo, no tanto porque me pase algo a mí, sino que le pase algo a mi familia. Era un 19 de septiembre, me encontraba en mi casa, vivo en un departamento en el tercer piso, escuchando música en un tocadiscos que me dio mi abuelita, como ya sabrán ya algo viejo pero en muy buen estado, puse un vinilo de “the Gaylads” para comenzar a realizar mi quehacer, ese día no me tocó ir a la escuela, ¡por suerte! La única compañía que tenía era mi perrita llamada “chikis” de raza maltés, ella se encontraba en el sillón dormida, la envidiaba por hacer eso. Estaba trapeando, comencé a marearme, me detuve un momento y se comenzaron a caer los trastes de la alacena, corrí hacia la puerta, cargué a mi perrita y bajé lo más rápido que pude, la puerta de mi edificio se encontraba cerrada. Todos los vecinos y yo bajamos sin llaves, sólo escuchaba gritos: “¡Está temblando! ¡Abran la puerta! ¡Mi hijo!”. Yo comencé a ponerme muy nerviosa y a la vez desesperada, mis pies comenzaron a sudar, traía unas sandalias, sentía que me caía ya que el movimiento del 145


temblor no permitía detenerme. Comenzó a caer un polvo fino como si fuera humo por el movimiento del edificio. Un vecino nos abrió la puerta, fuimos saliendo; ya que me encontraba en la calle vi como otras casas se movían, postes, los cables de luz. Después de quedarme anonadada reaccioné y lo primero que quise saber fue cómo se encontraban mis papás y mis hermanos, pero la línea estaba fallando, no había manera de comunicarme con ellos. Me tranquilicé ya que no podía hacer nada, la gente enloquecía, las señoras que tenían a sus hijos en las escuelas corrían desesperadas llorando y queriendo llegar lo más pronto posible por ellos. Fue un pequeño lapso de tiempo, pero que pareció el más largo que he vivido en mi vida. Fue impactante ver a las personas que me rodeaban, ya que, creo todos teníamos la misma expresión de miedo. Pasaron unos minutos, le dije a Mónica, mi vecina, que prendiera el estéreo de su carro para escuchar las noticias, siempre he dicho que la radio es el medio más eficaz y qué aunque exista tanta tecnología incluyendo las redes sociales nunca podrán superar a la radio, ya que ésta nos mantuvo al tanto de cuánto duro y cómo fueron las características del temblor. Teníamos miedo de que volviera a temblar, mantuvimos la calma escuchamos las noticias mientras regresaba la señal de celular y la luz. Todos mis vecinos y yo no queríamos subir a nuestros hogares por temor de que hubiese una réplica. Fue un momento en el que pude valorar las cosas que tenía, me di cuenta de que en cualquier momento lo puedes perder todo. 146


Después de un rato pude comunicarme con mi familia, todos se encontraban bien, pero a pesar de eso me sentía muy triste de las otras personas que sí sufrieron algún daño físico, psicológico o material. Lo más doloroso es la perdida de algún familiar a causa de esto. Por la noche me reuní con toda mi familia para mantenernos unidos por cualquier cosa, preparamos una mochila con una lámpara, un radio, pilas, agua embotellada, un silbato, etc. Las redes sociales, la televisión y todos medios de comunicación masiva estaban bombardeando con todos los desastres de varias zonas. Tenía un sentimiento de impotencia por no poder ayudar, sentí que fue la noche más larga; no pude conciliar el sueño. Al día siguiente, vi que Xochimilco, en San Gregorio, una de las zonas que sufrió mayores daños, no era socorrido por ninguna autoridad, por lo cual algunos colegas y yo decidimos ir a ayudar; llevamos alimentos, medicamentos y algunas palas. Nunca había ido por ese rumbo, qué mal haber ido por esas circunstancias. Un amigo nos llevó en su carro. Nos quedamos a unos metros de entrar al centro del pueblo, pues no permitían el acceso de los automóviles ya que se podía caer alguna casa con la vibración. No tuvimos otra opción más que bajar las cosas y caminar, lo qué vieron mis ojos al llegar al centro de San Gregorio, fue indescriptible y sobre todo muy doloroso, ya que la gente perdió sus hogares que humildemente construyeron. Es tan triste ver como un gobierno no puede dar una solución a su propia gente, pero es de admirar 147


como pueblo unido se apoyó sin esperar nada a cambio y sin ayuda del mediocre gobierno que tenemos. Algo que me entristece es saber que mucha gente se quedó sin nada, los mexicanos demostramos que no importa las adversidades siempre seguimos de pie. Cabe mencionar que nos hace falta tener una cultura de protección civil ya que pocos sabemos cómo actuar ante un sismo o simplemente lo tomamos como un juego, pero créanme después de lo sucedido todos lo tomaremos en serio. Por último estamos vivos para contarlo y hay que estar agradecidos con la vida de que no paso a mayores, tal vez no nos tocó a nosotros experimentar lo que otros sufrieron, lo gratificante es la ayuda desinteresada de la sociedad mexicana ante los desastres.

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Una ciudad caótica Iván Loredo Durán Cientos de personas corren de un lado a otro. Unos con megáfonos dan órdenes, pocos las respetan. Traen palas, picos, cascos y botellas de agua. Son ciudadanos que han acudido a apoyar las labores de rescate para poder sacar con vida a las personas que aún se encuentran debajo de los escombros; hace unas horas un terremoto de 7.1 grados Richter, los sepultó debajo de toneladas de cemento. Saben que hay gente viva ahí abajo porque se han comunicado con ellos mediante el celular; familiares y amigos están desesperados. El Ejército Mexicano y la policía de la Ciudad de México impiden el paso para que no se desorganicen aún más los trabajos. No hay momento en que las sirenas de las ambulancias dejen de sonar. Bomberos van y vienen. Carritos de supermercado son llenados con agua y medicinas. Se improvisan listas de personas rescatadas, pero no se sabe a qué hospital los han llevado. En algunos puntos los rescatistas exigen silencio total para escuchar los gritos de las personas atrapadas. Empieza a oscurecer, no hay luz. No hay tiendas de autoservicio. Se forman cada vez más brigadas de auxilio. Médicos, estudiantes, amas de casa, comerciantes y más ofrecen sus manos para el rescate. Cables que caen, alarmas de autos sonando, vidrios tronando, niños corriendo y llorando desconsolados. Mi madre me contó que tenía el recuerdo de ver a un 151


grupo de mujeres, que trabajaban en la fábrica de ropa del edificio de enfrente, en el medio de la calle llorando agachadas y agarradas de la mano. Una mujer estaba sola, paralizada. No paraba de llorar. Mi madre se acercó, la abrazó sin pensarlo y con la voz entrecortada le dijo: “Todo va a estar bien, tranquila”. Ella sólo repetía: “Es como el del 85 otra vez no por favor, diosito”. Mi madre seguía repitiendo lo mismo, pero la realidad que no sabía si todo iba a estar bien. Después de minutos trágicos, paró de temblar, todos nos quedamos inmóviles en el medio de la calle. Un silencio triste invadió ese instante, durante horas quedamos sin señal de teléfono, sin electricidad y sin gas. Temerosos de entrar a casa mi familia y yo, nos quedamos con los vecinos a mitad de la calle, no éramos los únicos que estaban en shock. En ese instante me encontraba muy preocupado por no poder comunicarme con mi demás familia y mis seres queridos para avisarles que estábamos bien, a las ocho de la noche la luz regresó, en la colonia donde vivo. Por diferentes redes, amigos y familiares nos preguntaban si estábamos bien. Cuando empezamos a ver las imágenes que pasaban en la televisión me preocupé demasiado por todas esas personas que habían perdido todo. Esa noche apenas pude dormir cuatro horas; mi familia y yo sólo seguíamos en estado de alerta con miedo a una réplica. Al día siguiente, diferentes capitalinos se volcaron a las calles para remover escombros, coordinar entrega de víveres, apoyar en albergues e incluso dirigir el tránsito en los sitios donde no había autoridad. 152


Yo no quería quedarme sin hacer nada, así que decidí asistir a Ciudad Universitaria a recolectar víveres y materiales de rescate para ayudar a mandarlos a las diferentes zonas afectadas en la ciudad donde realmente los necesitaban. Terminando la guardia que monté aquel día por la mañana, decidí seguir ayudando y me desplacé junto con unas personas que conocí en aquel campamento de ciudad universitaria a uno de los campamentos más grandes, ubicado en las calles Nuevo León y Aguascalientes, en la colonia Condesa, había por lo menos 500 personas preparando comida, separando víveres y organizando las herramientas para los rescates. La calle de Nuevo León, se cerró parcialmente al tránsito y fue ocupada por motociclistas, ciclistas y vehículos que descargaban y llevaban víveres a otros lugares. A lo largo de dos cuadras, aproximadamente, mil personas hicieron cadenas humanas para la remoción de escombros. Eran relevadas cada hora por otros voluntarios. Aunque algunos habitantes de los departamentos ubicados en la calle Nuevo León, pudieron rescatar algunas de sus pertenencias y salieron ilesos del sismo, aseguraban sentirse inseguros sobre el futuro de su hogar, ya que sabían muy bien que apenas enfrentarían las primeras secuelas del terremoto. Después del gran suceso que sacudió a nuestro país, después de todas esas casas, edificios derrumbados y miles de vidas perdidas, aún los mexicanos seguimos de pie, más fuertes que nunca sabiendo que nada ni nadie nos podrán detener como país, ya que eso es una gran muestra que juntos como personas somos más fuertes. 153



Hasta que lo vives Sarahy López Coronel El 19 de septiembre, la gente de la Ciudad de México estaba lista para el simulacro de las 11:00 h, conmemorando 32 años del temblor que sacudió a la ciudad con una magnitud de 8.1 grados en la escala de Richter que dejó miles de muertos y una ciudad totalmente destruida por la caída de muchos edificios. Al término del simulacro, todos regresaron a sus actividades y exactamente a las 13:14:40 h, la ciudad comenzó a sacudirse, haciendo que uno no reaccionara al cien por cierto o eso fue lo que me sucedió. El piso se movía y no había un modo de estar quieto, todo se desprendía, la alarma sísmica tardó en sonar y cuando lo hizo en vez de dar calma sólo alteraba más los nervios que se vivieron en esos instantes. Observaba los edificios moverse como si fueran hojas de papel que vuelan con el aire. La gente como podía bajaba de los edificios y buscaba un área en donde se sintiera segura. Los gritos y las lágrimas de muchas personas hacían que vivieras unos segundos de terror, que sintieras que era el fin del mundo. Recordemos que cuando pasa un acto así, no hay señal y menos luz, ya que cortan los servicios para que no haya daños mayores. Pero todos sabemos que en ese momento quieres saber de tu familia, si se encuentra bien, si no les paso nada y claro informarles que tú estás bien. 155


La telefonía era un asco, rara vez se podía escchar a alguien decir: “¡Ya me pude comunicar!”. Yo sólo pensaba, porque no me podía comunicar. No sabía nada de mi familia y eso no me hacía sentir bien. Una persona sacó su radio de pilas para sintonizar una estación y escuchaba las noticias. Al saber de cuánto fue el sismo, dijo: “¡Oh no!, dicen que fue de 7!”. Y otro le contestaba: “Pues yo acabo de escuchar que fue de 7.1”. Así que no se sabía con exactitud la magnitud del sismo, pero al menos teníamos noción. La gente estuvo alerta para posteriormente tomar sus pertenencias, cuando habían dado instrucciones de pasar por ellas y que fueran a sus casas a ver si sus familias estaban bien. La persona que escuchaba la radio, cambió su expresión de serio a preocupado y gritó: “¡No puede ser, dicen que se acaba de caer una escuela y muchos edificios!” Al oír eso, una señora gritó y dijo: “¡Dios mío, mis hijos!”. No lo podía creer, no se suponía que después de vivir un temblor de una magnitud muy grande como fue la del 85, los edificios se iban a construir mejor, para que cuando sucediera de nuevo esto, no se derrumbaran y no hubiera tantos muertos. Yo sólo quería llegar a casa, así que tomé mis cosas y salí de donde me encontraba para ir directo a mi hogar. Las calles eran un caos, había personas que parecían como pérdidas, sólo miraban sus celulares, algunas otras personas recibían llamadas, y yo sólo esperaba que mi teléfono sonara deseando que fuera mi mamá o 156


cualquier miembro de la familia, diciéndome que todos estaban bien. Debo admitir que definitivamente ese día recordé todas esas anécdotas, que llegaba a escuchar de las personas que habían vivido el sismo del 85, y por un momento me sentí en esa fecha, ya que no había mucho transporte y el que llegaba a pasar estaba muy lleno. La gente hasta iba colgada de los autobuses o en algunos casos los carros particulares se tomaban la molestia de llevar a usuarios, sin ser parte del colectivo de transporte público. El sol estaba bastante fuerte, en las calles había mucho movimiento, los padres llegaban a la escuela con lágrimas en sus ojos y abrazaban a sus pequeños con mucha alegría, sobre todo con alivio de que estuvieran bien y sólo hubieran vivido un susto. Yo sólo caminaba y caminaba, mientras observaba como la gente actuaba después de este pequeño trágico suceso. Hasta que por fin, pude subirme en un autobús, que sin duda me iba a cercar a mi domicilio, ya que lo que quería era saber si mi familia estaba sana y salva; mi celular seguía sin señal y no tenía forma de comunicarme con ellos o que algunos de ellos se pudieran comunicar conmigo. Mientras iba en el autobús, seguía observando las calles y fue cuando me di cuenta de la intensidad del temblor de hacia unas horas, habían casas derrumbadas, bardas caídas y las personas se encontraban a fuera de su domicilio llorando y otros sólo suspiraban y decían: “Son cosas materiales, eso se puede volver a construir, lo importante es que uno está bien”. Ese era el modo de consolación. 157


Cuando bajé del autobús seguí caminando y al fin pude llegar a casa, vi a lo lejos a mi hermana y algunos integrantes más de mi familia, quienes esperaban con ansias a que todos los que estábamos afuera, llegáramos sanos y salvos. Corrí hasta llegar con mi hermana, la abracé; no pude evitar llorar, era un alivio estar en casa y saber que estaban bien. Cuando entré, abracé a toda mi familia y me alegré mucho que estuvieran con vida, ya que me había asustado mucho al ver algunos hogares derrumbados. Comenzaba a anochecer y toda mi familia ya estaba en casa, como había dicho desde el inicio de mi relato, cuando pasan situaciones así como fue el temblor, cortan cualquier energía y por ello no tenía luz y sólo me iluminaba con algunas velas que mi mamá había colocado para alumbrarnos de la oscuridad de la noche. Al final, mientras esperábamos que regresara la luz, nos sentamos un rato en la sala de la casa y bajamos el volumen de la radio, que era el medio que teníamos para saber sobre lo que estaba pasando afuera. No podíamos creer cuantos edificios se habían caído y la cantidad de personas desaparecidas que existían, sobre todo los cuerpos sin vida que habían encontrado. Mientras hablábamos de nuestras anécdotas de lo sucedido, llegó la luz y lo primero que hicimos fue encender el televisor, fue ahí cuando vimos las primeras imágenes de los lugares en donde llegaba mucha gente para ayudar y poder quitar los escombros de los lugares que se habían derrumbado. Veía y no podía creer como en las calles de los lugares afectados había muchas per158


sonas en movimiento con comida, palas, cubetas; eran miles de manos ayudando y levantando esta ciudad. El 19 de septiembre del 2017, definitivamente marcó de nuevo a México y no puedo decir con exactitud si éste, a pesar de ser de menor magnitud se sintió más fuerte que el del 85. Siempre lo recordaré como un día en donde no importo la edad, el estatus social, por primera vez México se unió y ayudó en todo momento al que lo necesitaba, porque a pesar de toda la solidaridad que se mostró, uno se puede dar cuenta que estamos juntos para sobrevivir de situaciones graves como las del 19 de septiembre.

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Grietas como rayos en la ciudad Levi David Salvador Cerda A pesar de que día con día se presentan situaciones que parecen que nos hacen meternos en problemas, el 19 de septiembre no es un día cualquiera en la vida de las personas que habitan en la Ciudad de México, pues este día exactamente hace 32 años hubo un terremoto que movilizó a esta región. Es increíble que haya pasado meses desde aquel terremoto que movilizó al monstruo en el cual habito “la Ciudad de México” y recordar que la alerta sísmica nos falló, la electricidad brilló por su ausencia, incluso los medios de comunicación colapsaron en esos momentos; algo así como si fueran pulverizados de la faz de la tierra. Recordar los hechos de ese día es terrorífico al escuchar crujidos de las paredes, gritos de las personas y quizá lo más importante, el vibrar de los ventanales y el piso. Ese día me encontraba en la universidad, en mi clase de cultura y poder, sólo recuerdo que vibró todo, algo que es muy común, pues cuando están escavando en el Yuhualixqui (cerro rojo que se encuentra a un costado de la escuela) se siente una ligera vibración, además de escuchar como escavan. Los segundos posteriores al escuchar los ruidos fue observar como salía humo de la planta de luz de la universidad y ver como poco a poco salíamos de los salones con un pánico tremendo; debo admitir que lo primero que hice fue bajar lo más rápido posible del tercer piso, 161


por fortuna no choqué con nadie, lo único que mi instinto quería era estar lo más cerca del suelo. Es increíble como cinco segundos, según yo, bastaron para que todo se volviera un completo caos, no se notó en el momento el cual todas las personas no se encontraban dentro de sus casas, la electricidad brillaba por su ausencia y los medios de comunicación no decían nada, pues todos los medios electrónicos necesitan luz, ese día nos falló. Por qué un rayo, porque no un tabique roto o unos cables moviéndose, incluso la ausencia de los medios, bueno, en lo personal el rayo lleva una manera consecutiva de aparición como fenómeno natural, queda perfecto relacionarlos, pues son sucesos de la naturaleza que no se predicen de una manera elocuente. El trueno, parecido al crujido del piso fue el principal llamado de la naturaleza de que algo sucederá, y esto sería grande, sería un hecho histórico, sería causa de que todos empezáramos a temblar, justo en ese momento a tomaríamos precauciones, por un lado el trueno anuncia el agua y el crujido anuncia que la tierra se está moviendo Lo siguiente es cuántos segundos durarán, lo más parecido en esta ocasión es la durabilidad de este movimiento, el rayo puede matar personas o hasta quemar un bosque –aunque a ciencia cierta yo desconozco que pueda suceder eso–, pero la relación más marcada es que los dos acaban con la vida de la gente y que nadie se prepara para su ataque, pues la característica de un desastre natural es que no son predecibles del todo, por ejemplo no sonó a alerta sísmica. 162


Así haría una lista larga, pero se entiende a lo que me refiero, a veces lo que uno quisiera es avanzar y no recodar ese suceso; hoy en día a pesar de que el terremoto causó un caos inmenso, sólo recuerdo escuchar los gritos — ¡La escalera se va a caer! En ese momento me desconecté del mundo, en ese momento no logré comprenden, no asimilé lo que sucedió. Puedo decir que la naturaleza y una mala planeación de la ciudad, causan problemas más inmensos que un desastre natural. De esta manera sólo me queda decir que hay que prevenir lo que más se pueda, si lo más cercano que existe es esperar a que desaparezca del mapa una región o una persona, debemos apoyar lo más que se pueda, pues el terremoto logró acercarme a las personas, eso no quiere decir que en esos momentos no se hizo una jerarquía, pero eso es una historia desgastante y molesta, lo único que queda es solidarizarnos entre nosotros y apoyarnos.

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¿Y tú, dónde lo sentiste? se imprimió en el mes de mayo del 2018 en la Ciudad de México y consta de dos ejemplares. Para su formación se utilizó la tipografía Adobe Caslon Pro.


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Nunca nos imaginamos que aquellas historias que sentíamos tan lejanas acerca del terremoto del 85, se harían presentes 32 años después. El 19 de septiembre nos mostró cuan frágiles son nuestras vidas, pero también, cuan fuertes somos si nos unimos. ¿Y tú, dónde lo sentiste?, 19 de septiembre, 2017 recopila relatos escritos por los estudiantes de la UACM que buscan dejar una huella tangible para mostrar a las generaciones futuras cómo cada uno vivió este suceso.

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