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La revista de Prodir / O P E N E S PA Ñ O L
bligo: nuestro único objetivo es ganar en salud, fuerza, belleza, inteligencia; y si es posible, todos a la vez y cada uno por sí mismo. La vida se transforma en un algoritmo, ya que los programas de ordenador, teléfonos y relojes inteligentes, apps de seguimiento y de medida de todo tipo nos impulsan a sacar lo meor de nosotros mismos a registrar cuantificar hasta el detalle más nimio de nuestras vidas. Ya no solo se trata de personas que se autosuperan, sino de automedidores o «self trackers», que miden y registran cada centímetro y cada nanosegundo de su vida con un deseo casi histérico de per eccionar continuamente su existencia. ara muchas de estas personas, que se consideran los prototipos del individuo moderno, los caballeros de la optimización sustituyen a los antiguos maestros religiosos. El Yo ante todo. Pero, ¿qué ocurre cuando el culto a la autosuperaci n es tan uerte, que hasta la cr tica m s morda pasa a formar parte del culto? Esta pregunta se la planteó Svend Brinkmank, cuyo libro Stand firm: Resisting the Self-Improvement Craze no solo se convirtió en superventas, sino en el número uno de la lista de los manuales de autoa uda. ues hasta los libros de autoayuda contra la autoayuda se venden bien bajo la rúbrica de autoayuda. «Estamos demasiado atentos a la imagen que deseamos proyectar al exterior», escribe Brinkmann, y aconseja, en el tono de los libros de éxito de autoayuda, dejar de autocontemplarse continuamente. No intentar constantemente ser más bello, más feliz y tener más éxito, sino volver a situar los aspectos negativos de la vida en el sitio de honor que le corresponden, reprimir de vez en cuando los propios sentimientos —no son tan importantes— reconciliarse con el propio pasado en ve de chapotear nica exclusivamente en un presente infinito sin límites. Y, por último, invita a todos los fanáticos de la autosuperaci n que traba en con un coach a dar un paso radical: cambiad vuestras vidas, prescindid de vuestro coach. a pesar de ello, una coach le preguntó por teléfono si estaba interesado en diseñar con ella un programa anti coach coaching. Recomendación de lectura Open Svend Brinkmann, Stand firm: Resisting the Self-Improvement Craze, 2018
Suiza, un sueño americano páginas 25–29
Inspirado en el personaje Alvin Straight de la película de David Lynch Una historia verdadera, que recorre Iowa a bordo de su cortacésped a cinco km/h, Yann Gross –que acababa de finalizar sus estudios en la ECAL de Lausanne– preparó su vieja motocicleta, colocó su tienda de campaña y su equipo de fotografía en un remolque para transportar
leche, acopló este a su pseudo Harley y emprendió un viaje que duraría tres meses por el valle del Ródano, en las faldas de Alpes suizos. No se podía costear más: «Parecía un auténtico perdedor. Pero creo que mi aspecto me ayudó a conocer a más gente», afirmó. Y cuando estaba a solo 50 km de casa encontró su sueño americano: Horizonville. Se trata del nombre de una gasolinera de St-Maurice (VS), una estación en su viaje que representa un mundo cercano geográficamente, pero, a la vez, lejano. Junto a la carretera comarcal descubrió estaciones de servicio al estilo del Lejano Oeste y tótems. Conoció a Lady Harley y a moteros, vaqueros, aficionados al baile en línea y vio vehículos dragster suizos en la competición que se celebraba en el antiguo aeropuerto militar de Turtmann. Suizos que viven su propio sueño americano, aunque nunca hayan estado en Norteamérica. Yann Gross nació en 1981 en Vevey (Suiza) y estudió en la ECAL de Lausanne. Ya ha publicado sus artículos en numerosos medios de comunicación, como Die Zeit, Neon Magazin, NZZ, WAD y Le Monde.
Enlaces Open Yanngross.com Recomendación de lectura Open Yann Gross, Horizonville, con un texto de Joël Vacheron, 2011
La silla no representa el problema, sino el hecho de sentarse. páginas 30–33
texto: Michael Reinhard foto: © 2019 Eames Office, LLC (eamesoffice.com)
La historia comienza en 1941 con una carta de amor. Un estudiante de arquitectura confiesa por carta a una pintora, a la que acababa de conocer en la Cranbrook Academy of Art de Michigan: «Tengo (casi) 34 años, estoy (de nuevo) sin pareja. Estoy enamorado de ti y me gustaría casarme contigo lo antes posible». El joven se llama Charles Eames y ella es Ray Kaiser. Se casan a los pocos meses, tras un «divorcio relámpago» de Charles, y se trasladan a California. Charles se dedica en Hollywood a preparar decora-
dos de películas, Ray elabora las portadas de la prestigiosa revista Arts & Architecture. Pero lo más curioso es cómo utilizan su vivienda: en la habitación para invitados han construido una máquina con la que continúan los experimentos que realizaba Charles cuando estudiaba en la universidad, y que consisten en «hornear» objetos de madera laminada conformados. Un médico militar ve un día casualmente estos objetos con formas orgánicas y les revela un problema al que se enfrenta el ejército: las férulas de acero para las piernas de los heridos en los frentes de Europa y de Asia de la Segunda Guerra Mundial no dan buenos resultados, son rígidas y pesadas. Y así crea Charles una empresa de férulas para piernas. Por primera vez, se fabrican a nivel industrial objetos de madera laminada curvada que amortiguan impactos. Charles vende 150.000 férulas al ejército: el primer éxito comercial del matrimonio Eames. uando al fin acaba la guerra, los soldados precisan nuevas viviendas y nuevos muebles para sus familias. Los Eames se encargar de diseñarlos, y ya en 1945 alcanzan un éxito arrollador con sus primeras sillas. onciben ormas ic nicas, que a n influen en nuestro concepto del mobiliario. u filoso a es simple: «queremos hacer lo mejor con un mínimo coste». La buena calidad debe ser asequible para todos Es prefirible optar por ob etos uncionales m s que bonitos, ya que lo que funciona bien, es duradero», señala Ray. En crean su propio estudio, la Eames fice, en Venice, Los Angeles. «Nos consideramos artesanos», indica Charles. Y el estudio Eames se asemeja más a un laboratorio de investigación que a un estudio de diseño. Los nombres algo extravagantes de estos clásicos del diseño siguen siendo actuales: «DCW» (Dining Chair Wood) o «LCW» (Lounge hair ood sus ormas refle an ligere a despreocupaci n, optimismo confian a en el uturo. a conocida Side Chair del año 1950 –fabricada originariamente de resina de poliéster re or ada con fibra de vidrio y, más adelante, de propileno– se utilizaría en restaurantes, colegios, universidades, oficinas aeropuertos de todo el país. Gracias a los diseños de la pareja, el fabricante Herman Miller alcanzaría renombre mundial, al igual que, una década más tarde, Vitra. El diseño de los Eames, que rezuma sencillez, es el resultado de numerosos intentos. Aunque Charles es un apasionado de la fantasía sin límites –«Me tomo el placer en serio , afirma , reali a el proceso de creación de sus muebles con orden y concierto, como un investigador; aprovecha la tecnología y los materiales y prueba sistemáticamente distintas combinaciones. Tras la madera laminada, utiliza plástico (1950), después, alambre de acero (1951) y, más adelante, aluminio (1958). Siempre se decanta por asientos curvos con patas de formas fantasiosas, para fabricar el mayor número de variantes posibles con pocos elementos. Y, al mismo tiempo, el universo de los Eames se trans orma para generar im genes que refle an el estilo de vida californiano. Los escenarios claves son