Luchadores - Prodern

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EL FUTURO ES UN OVILLO DE LANA La señora Angélica Choque agita en sus manos un ovillo de lana blanca con la que quiere hacer una demostración. Parada al centro del cerco que protegerá los pastizales de Santa Inés, va a explicar cómo la presencia o ausencia de pasto cambiaría su vida. Su imagen condensa la vida de esta comunidad: está vestida con dos chompas de lana, medias de lana, pantalón de lana, y lleva el ovillo entre las manos como para hacer evidente de dónde viene todo. En su caso, mujer alpaquera, la lana es más que un material para vestir. Es el fundamento de su existencia. Choque es una criadora de alpacas. Tiene 150 cabezas, que es una cantidad promedio entre los comuneros de Santa Inés. Cada animal produce en estos días unas tres libras de lana –poco menos de un kilo y medio–, cada año. Con las ganancias que obtiene de la venta, ha mantenido ajustadamente a sus 74

siete hijos. Uno está en Lima; los otros seis estudian en la capital de Huancavelica. La señora Choque estira con la mano derecha una larga hebra blanca que sale del ovillo y explica que si las alpacas están mal alimentadas, como ha estado sucediendo, no sólo tienen menos pelaje, sino que este se vuelve más quebradizo y liviano. Si las cosas siguieran así –indica– tendría problemas para obtener los mismos precios de los intermediarios que adquieren su fibra en la ciudad de Huancavelica. Ella vende a cinco o seis soles cada libra de lana blanca, que es la más solicitada. «La que está manchada no tiene precio», añade. Es decir, se la considera de menor valor. Si las cosas siguieran así, insiste, tendría cada vez menos lana que vender. Si las cosas no cambian, se puede advertir una languidez colectiva. Aunque lleva apenas ocho años en el pueblo de Santa

Inés, la señora Choque sabe, como todos los alpaqueros de Huancavelica, cuáles son las causas de la crisis de este tiempo. «Antes criábamos por criar», dice al borde de unos charcos de lluvia que se secarán pronto. Se refiere a que por entonces nadie calculaba la carga de alpacas que podía soportar un pastizal. Nadie dejaba descansar terrenos el tiempo suficiente para que los pastos se recuperaran. Parecía que el campo era infinito, que su riqueza nunca se acabaría. Tiempo después se juntaron los cambios del clima con el agotamiento de la tierra y la escasez del agua. Ahora la señora Choque sabe, porque así se lo han explicado los técnicos del PRODERN, que el campo necesita un respiro. Ella es una de las más convencidas de la necesidad del proyecto. Reservar un área de pastos durante tres años es una manera de asegurarse el mañana.


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