Deja que te cuente mi país. Guía Didáctica Profesorado de Primaria

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SENEGAL

CUENTO “ LA TELA NEGRA” Érase una vez, una joven que se quedó sin mamá el día de su nacimiento. El parto duró más de una semana. Todas las matronas de los alrededores la habían atendido sin resultado. El primer grito de la niña coincidió con el último suspiro de su madre. El papá hizo a su mujer unos funerales grandiosos, pero el tiempo pasó y se volvió a casar. A partir de ese día comenzó un calvario para la pequeña Aïwa. No había afrentas y privaciones que no sufriera, ni trabajos difíciles que no tuviera que hacer. Ella sonreía siempre. Su sonrisa irritaba a su madrastra, que la agobiaba con chirigotas. La pequeña Aïwa era bonita, la más bella de todo el pueblo. Esto irritaba también a la madrastra, que envidiaba esta belleza resplandeciente y cautivante. Cuanto más la madrastra multiplicaba los aprobios, las humillaciones, los trabajos, las privaciones... más Aïwa sonreía, embellecía, cantaba... Esta pequeña cantaba tan bien que embelesaba a quien la oía. Le reñían porque era muy animosa y se levantaba antes que los gallos y se acostaba cuando los perros ya dormían... La madrastra no sabía verdaderamente qué hacer para vencer a la pequeña. Le buscaba trabajo a todas horas, por la mañana, a mediodía, por la tarde e incluso por la noche.... Sus pensamientos por sus ojos lanzaban rayos feroces, buscaba por todos los medios que la joven perdiera la sonrisa, que no cantara, y sobre todo, frenar su resplandor. Buscó tanto, con tanta paciencia y ardor, que un día saliendo de su choza dijo a la huérfana: -¡Ten! Ve a lavarme esta tela negra donde quieras, y no vuelvas hasta que no la traigas blanca como el caolín (la leche). Aïwa cogió la tela negra que cayó a sus pies y sonrió. La sonrisa para ella reemplazaba las murmuraciones, las quejas, las lágrimas, los suspiros... Esta sonrisa magnífica que encantaba todo a su alrededor, metía fuego en el corazón de la madrastra. Por fin Aïwa cogió la tela y se fue... Después de haber marchado durante una luna, llegó al borde de un riachuelo. Metió la tela, pero la tela no se mojó... El río llevaba mucha agua y en su lecho había peces y nenúfares. A la orilla los sapos ahuecaban sus

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