Club Renfe Nº21

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EL RELATO

UN TREN (FLOTANTE) CON DESTINO MOLDAVIA ELSA Y YO INTERCAMBIAMOS una mirada en la que relampagueó un instante la incertidumbre. ¿Era realmente buena idea coger aquel tren nocturno hacia Moldavia? Lúgubre y decadente, la estación de Iasi estaba desierta y no sabíamos cual era el andén correcto. Aún así, permanecimos callados, el viaje a través de Rumanía –sin coche– nos había enseñado a confiar en la providencia. La miré de nuevo mientras permanecía absorta en sus propios pensamientos, y la vi más rubia y con la piel más blanca de lo habitual. De pronto, su figura parecía estar acompasada con el paisaje, como una de esas mujeres en tránsito permanente que tan a menudo nos habíamos encontrado. En ese momento, una locomotora hizo su aparición en nuestro andén haciendo un ruido terrible y llenándolo todo de una niebla espesa. La atravesamos con nuestras maletas y un amable revisor nos condujo hasta las literas. Antes de entrar en el compartimento, el revisor dijo en alto algo en rumano de lo que pude captar las palabras “turista” y “americanos”. Sin embargo, la persona que ocupaba la litera contigua, un hombre maduro, de ojos claros y cabello despejado, afirmó en perfecto castellano: “No, son españoles”. Mihai, así se llamaba el hombre, nos contó que venía de Vitoria donde había

emigrado debido a los bajos sueldos de Moldavia. Había algo extrañamente familiar en él, una especie de camaradería procedente de otra época. Fue relatando cómo moldavos y rumanos son, en realidad, las patas de un mismo banco roto por las potencias internacionales. Moldavia quedó del lado soviético tras la guerra gracias a un pacto secreto entre Hitler y Stalin, luego con la caída del Muro los rusos siguieron de una forma u otra controlando el país. Cuando llegamos a la frontera un policía subió a inspeccionar nuestros pasaportes. Mihai tenía uno rumano y otro moldavo, y optó por enseñar el segundo. De repente, el tren empezó a elevarse sobre sí mismo, como si fuera una sesión de espiritismo. Elsa y yo no pudimos evitar dar un bote: “¿Qué pasa?”. Mihai se reía de nosotros: “No pasa nada, están cambiando las ruedas porque el ancho de vía es distinto, ya estamos en la URSS”. Miramos por la ventana y vimos un espectáculo digno de una ópera en plan Mad Max posmaterialista. En mitad de un descampado salpicado de ruedas herrumbrosas, diez operarios muy serios con bigote se afanaban por subir el tren mediante un efectivo sistema de poleas. Al ver nuestra excitación, Mihai dijo: “Al final eso es lo que somos, un país suspendido entre dos grandes cicatrices”.

JAVIER MENDOZA ACABA DE PUBLICAR ‘FUNERALES VIKINGOS/EL DESCONCIERTO’ (BARTLEBY EDITORES), DONDE REÚNE NUEVE CUENTOS INÉDITOS DE MICHI PANERO Y UNA SEMBLANZA PERSONAL. 98 CLUB + RENFE

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