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Estudiante hispana hace historia
temor constante de poder ser deportada.
Leo Hernández
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Ser indocumentada y de una familia de recursos económicos limitados no fue obstáculo para Xiomara Domínguez, que gracias a su determinación y esfuerzo obtuvo una beca completa e ingresar al selecto grupo de estudiantes que son aceptados en el Smith College, una universidad privada para mujeres en Northampton, Massachusetts, ranqueada número 15 entre las 20 mejores del país.
Por su alto nivel académico y sobresaliente rendimiento en los deportes, a la estudiante egresada de las Escuelas Espíritu y residente de Sur Phoenix, la beca de $40,000 por año escolar le cubre todo: inscripción, colegiatura, hospedaje y libros; únicamente se preocupa por sus gastos personales con el apoyo de sus padres.
Aunque lejos de su familia, desde septiembre del año pasado comenzó la primera etapa de sus estudios superiores, al final de la cual decidirá qué carrera va a elegir; pero está convencida de que será una que le permita estar cerca de su comunidad y ayudar a las familias más necesitadas, especialmente a los jóvenes a que sigan estudiando después de la high school.
Educación de altos vuelos
No cualquiera tiene la fortuna de ser aceptado en Smith College, el cual fue fundado en 1871 por Sophia Smith e inaugurado en 1875, es el miembro más grande de las universidades históricas Seven Sisters, un grupo de universidades de élite para mujeres en el país.
Tiene 41 departamentos y programas académicos rigurosos; es conocido por su alumnado progresista, políticamente activo y la admisión se considera altamente selectiva.
Para la Clase de 2022, la prestigiosa universidad privada recibió 5,780 solicitudes, aceptó 1,789 (31,0%) e inscribió solo 613 estudiantes, aquellas con calificaciones perfectas, o casi perfectas y una personalidad de altos ideales.
Entre sus exalumnas hay autoras notables, periodistas, activistas, feministas, políticas, filántropas, actrices, cineastas, académicas, empresarias, directoras ejecutivas, dos Primeras Damas de los Estados Unidos; también algunas ganadoras del Premio Pulitzer, la Beca Rhodes, el Premio de la Academia, el Premio Emmy, Beca MacArthur, premio Peabody y premio Tony.
Claudicar, jamás

Para cualquier estudiante sin documentos y de recursos modestos, estudiar en una universidad tan cara como el Smith College parecería una utopía, un sueño inalcanzable.
Para Xiomara no fue así, ni en su mente y ni siquiera en su vocabulario existe la palabra “claudicar”; darse por vencida cuando se propone una meta, jamás, dice con admirable seguridad y madurez pese a su corta edad con tan solo 18 años.

En entrevista con PRENSA ARIZONA desde el prestigioso Smith College, Northampton, a unas 2,574 millas de Phoenix, recuerda su llegada a este país, cuando tenía apenas 7 años:
“Fue muy difícil, éramos solo mi mamá y yo; se me hacía muy difícil la escuela porque no sabía nada de inglés, pero a pesar de que ella trabajaba mucho se daba tiempo para ayudarme en mis tareas y asegurándose que no me hiciera falta nada, como hasta ahora”.
La flamante universitaria, originaria de Pueblo Yaqui, Ciudad Obregón, Sonora, cuenta que ingresó al segundo grado de primaria en la escuela Reyes María Ruiz Leadership Academy, luego cursó los grados 7 y 8 en Aim Higher College Prep Academy y años más tarde se graduó con honores de NFL Yet College Prep Academy. Esas instituciones pertenecen a Espíritu
Community Development Corporation, una corporación de escuelas charter fundada en 1995 por la familia Ruiz, con planteles desde preescolar hasta high school en Sur Phoenix.
En 2021, antes de graduar de la high school NFL Yet College Prep Academy, Xiomara tuvo la intención de entrar a la Universidad Estatal de Arizona (ASU), pero debido a su situación migratoria y económica encontró que era muy difícil, ya que los estudiantes sin estatus legal en este país, por ser considerados extranjeros, debían pagar más altas cantidades por inscripción y colegiatura semestral.

“No me di por vencida siguiendo el ejemplo de mi mamá; seguí buscando y apliqué para varias universidades privadas, una de ellas fue el Smith College de Massachusetts”, dijo.

Su perseverancia dio frutos y en marzo del 2022 recibió la noticia de su aceptación en esa universidad para mujeres con una beca completa de $40,000; sabe que debe mantener las calificaciones máximas para conservar su estatus como becaria.
Adiós deportación
Xiomara comparte que a la par de esa gran noticia de su aceptación en Smith College vino otra que igualmente alegró a su familia: a ella y a su madre les llegó la tarjeta de Residente Permanente, que había solicitado para ambas su padrastro un año antes; gracias a ello hoy se han liberado de una gran presión y se esfumó su
Cuando llegue el tiempo, tal vez unos 3 años más, aplicará para la ciudadanía. Por ahora como residente, ya puede viajar sin miedo a Massachusetts o cualquier parte del país, incluso ir a México.
También con la “green card” podría aplicar para ciertos beneficios estudiantes en caso de ser necesario y hasta para becas gubernamentales; por lo pronto está enfocada cien por ciento en sus estudios.
Con emoción expresa la joven inmigrante: “La verdad una de las cosas más duras ha sido estar lejos de mi familia, extraño mucho a mi mamá, su compañía y hasta su comida, pero poco a poco me estoy acostumbrando, además ella siempre me ha enseñado a ser independiente”. Sus mentores, los “motores” de su vida La estudiante estrella, cuyos planes son regresar a su comunidad una vez termine la carrera (aun no la elige) para ayudar a quienes la necesiten, comparte que su madre Priscila Domínguez es su más grande ejemplo de lucha y perseverancia; su coach de basquetbol Alberto Ramírez, su gran mentor académico y Armando Ruiz, fundador de las Escuelas Espíritu, su guía y orientador.
Los tres fueron y siguen siendo como “motores” que mueven su vida, quienes han jugado un papel clave en su formación como estudiante exitosa, y como una persona responsable y persistente.
“Los tres, sobre todo mi madre, son para mi fuente de inspiración. Ellos me enseñaron que puedo lograr todo lo que me proponga y que a veces una misma se pone límites para seguir creciendo; son grandes motivadores, por eso les agradezco con todo mi corazón, a ellos les debo en gran parte haber logrado entrar en Smith College”, dijo.

Orgullosos de ella
La más orgullosa de los logros de Xiomara es su mamá Priscila. Ella misma así lo expresa: “Cómo no estarlo; desde chiquita ha sido muy estudiosa y responsable; de recién que llegamos fue para ella muy difícil por el idioma, quería que nos regresáramos, pero juntas empezamos a caminar, salimos adelante y mire ahora hasta dónde ha llegado y estoy segura que llegará más lejos todavía”.
CRUZANDO LÍNEAS Maritza L. Félix Periodista Twitter: @MaritzaLFelix Facebook e Instagram: @MaritzaFelixJournalist maritza@conectaarizona.com
Los locos del pueblo
Se murió el “Beco”. Nunca supe en realidad cuántos años tenía, pero lo recuerdo como un niño grandote y eterno. Desde que yo era pequeña estaba igualito. Tenía el cabello lacio y con un corte disparejo que le tapaba los ojos, con bigotes en las comisuras de los labios y la ceja poblada de más. Sonreía y balbuceaba mucho. Siempre caminaba con prisa como si tuviera urgencia de llegar. Hoy me entero de que su nombre era Armando Manuel y que ya había pasado de los 40. Lo leí en su obituario.
El “Beco” fue conocido por muchos como “uno de los locos del pueblo”; los otros dos eran (son) el Tito y el Lázaro, así como los artículos antes del nombre. Yo los conocí así y en mi ignorancia infantil me causaba mucha curiosidad; hasta que entendí que somos una sociedad cruel, muy muy muy cruel.
Soy de un pequeño pueblo de Sonora en donde hablar de salud mental sigue siendo tabú. Disimulamos mucho los trastornos propios y ajenos, ¡qué dirá la sociedad! Y relegamos el cuidado de lo que no entendemos (o no queremos ver) a la caridad o a los más religiosos. Que esa sea su cruz, no la nuestra. No hay un sistema de salud pública que ayude al diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades de la mente o las emociones del corazón. Señalamos la discapacidad como la peste. Sentirse mal es una “mañosada” y nacer así, casi una maldición.
Crecimos entre las etiquetas propias de la ignorancia: el mongolito, la loca, el maniaco, la cusca, el degenerado, los bipolares, la idiota y todas las otras antisonantes que vale más no enlistar. Las normalizamos, como en casi cualquier sociedad machista y sexista. Si el “afectado” tenía los medios, “se podía componer”, se convertía en el milagro y la bendición; si no, era ignorado, humillado y señalado, la burla del pueblo… el protagonista de los mitos urbanos. ¡Qué vergüenza siento!
Ahora, quizá con el privilegio de los años, el mundo y la vida, entiendo que ellos no son los locos del pueblo, somos nosotros los que tenemos una discapacidad de empatía. Les debemos mucho: una disculpa no basta. Fuimos -y somoscrueles y despiadados, tenemos la lengua rápida y el cerebro adormecido, desacreditamos a la ciencia y nos convertimos en los verdugos sociales de pacientes que jamás fueron diagnosticados y mucho menos tuvieron acceso a tratamiento. Y los discriminamos tanto, que duele.
En el obituario de Armando Manuel le escriben que se va a un lugar en donde no habrá más maldad, en donde nadie lo volverá a humillar, que siempre será un niño, su niño; esas palabras calan muy fuerte en la conciencia.
Ojalá nos sacudan tanto que nos hagan romper todos los estigmas con los que cargamos. Tal vez, hasta nos abran los ojos. Quizá hasta hagamos algo.
Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística. Es la fundadora de Conecta Arizona, la productora del podcast Cruzando Líneas y la coproductora y copresentadora de Comadres al Aire. Es becaria Senior programa JSK Community Impact de Stanford, The Carter Center, EWA, Fi2W, Listening Post Collective, Poynter y el programa de liderazgo e innovación en periodismo de CUNY, entre otros.
“Lo que pasó en este mundo, nomás el recuerdo queda. Ya muerto voy a llevarme…
Nomás un puño de tierra”: Compositor Carlos Coral y éxito de Antonio Aguilar.
Allá en el rancho hay un dicho muy cierto que aplica a nuestras vidas: “Pa’ que tanto brinco siendo el suelo tan parejo” y es que entre más avanza uno en años ve gente de respeto y de valor sucumbir ante el tiempo imperdonable y también gente fanfarrona tirando patadas de ahogado en charquitos pantanosos y hacienda berrinches de niños mimados porque no le compraron su nieve de chocolate.
En algunos casos el ego nubla la vista, e igual que el mismo sistema que pretendemos enfrentar, nos adueñamos de lo que no nos pertenece y lo hacemos de la misma manera que los invasores se apoderaron de la Madre Tierra; argumentamos que somos dueños del mismo suelo que nos dio vida y que también nos tragará de una manera u otra, nos devorará, ya sea con un entierro de lujo como a los reyes o a los presidentes o muertos de sed tratando de cruzar ese mortal desierto.
No importa la forma, el contenido es el mismo, un puño de tierra, a lo mejor pasamos por el proceso de ser manjar para los gusanos, o a lo mejor nos incineran robando a los coyotes y los gatos monteses el múnjar de saborearte en tu éltimo suspiro.
Podemos terminar congelados por meses o años en la morgue de Tucson donde acumulan cuerpos como las empacadoras acumulan reses antes de destazar, pero el momento que se vaya la electricidad apestaremos, seamos rey, político, mendigo, obrero, jornalero, dirigente sindical, apestaremos igual, si no nos entierran seis pies bajo tierra.

Lo único que no morirá es la vibra que dejamos en nuestro camino por ese momento llamado vida, quedará nuestra frecuencia entre el pueblo que seguirá luchando diariamente por el “pan nuestro de cada día” y en contra de la discriminación, el abuso, y la represión.
Y del mismo pueblo saldrán los futuros políticos, los que se venden por su bienestar temporal y traicionan sus ideales, los que se llenan de sí mismos y piensan que son los únicos que pueden salvar al pueblo de las injusticias sin darse cuenta que eso ya es un disco rayado por el que han pasado desde Marx hasta el mismo Che Guevara.

Podemos seguir ahogándonos en un vaso de agua o podemos ser humildes y realizar que somos seres humanos dignos; más bien dignos de dar lastima por nuestras limitaciones físicas, mentales y espirituales.
OPINIÓN
Maribel Hastings y David Torres
Eva Robles trabaja en las cosechas de San Luis, en el condado de Yuma, Arizona, pizcando brócoli, coliflor, lechuga, repollo, apio, espárragos, zanahorias y dátiles. Llegó a Arizona desde Sonora, México, a los 15 años de edad; a los 18 comenzó a trabajar en el campo y le tomó 25 años obtener su residencia permanente.
Con todo ese esfuerzo y aun cuando comparte las mismas arduas labores con decenas de trabajadores indocumentados todos los días, esta semana —como en ocasiones previas— será satanizada junto a sus compañeros de trabajo por los republicanos que vienen a la frontera a culpar a los migrantes de todos los males del país, sin reconocer sus aportes a la economía, ni admitir que las manos de esos trabajadores agrícolas siembran, recogen, procesan y empacan los alimentos que consume esta nación.
Eva pertenece a uno de los sectores considerados como esenciales, después de la atención a la salud y la seguridad pública, que visibilizó la reciente pandemia de Covid-19, y que evidenció la profunda dependencia de la economía y la sociedad estadounidenses en los trabajadores inmigrantes. Sin embargo, hay quienes aún hoy se empeñan en minimizar su importancia en el fortalecimiento de un país de inmigrantes como es Estados Unidos.
Por ejemplo, esta semana el Comité Judicial de la Cámara Baja realizará una audiencia denominada La Crisis Fronteriza de Biden: Parte 2, en Yuma, Arizona, la ciudad donde nació el icónico líder campesino César Chávez. Solamente con echar un vistazo a los congresistas republicanos que componen la delegación —Jim Jordan, Tom McClintock, Andy Biggs, Matt Gaetz, entre los más recalcitrantes— es fácil advertir que vienen a repetir su cansado libreto de una frontera “descontrolada” y de unos inmigrantes que equiparan con “terroristas” y “narcotraficantes”.
“Como no viven aquí (en la frontera), no saben cómo vivimos nosotros”, dice Eva en entrevista telefónica. Y añade: “Lo que hacemos es trabajar duro y ayudar a la economía del país. No saben que nosotros nos levantamos, pasamos frío, en tiempo de calor nos deshidratamos, terminamos en el hospital y al día siguiente seguimos echándole duro al trabajo, porque se tiene que sacar la cosecha y sacar a nuestras familias adelante”.
Y tiene mucha razón esta inmigrante, pues ese duro trabajo se refleja directamente en la enorme producción agrícola que ha hecho de Estados Unidos el líder en el sector, país que fue capaz de contribuir en 2020 con $175 mil millones de dólares al Producto Interno Bruto (PIB), junto con la pesca y la industria forestal, según New American Economy.
En 2018, por ejemplo, fue la nación mayor productora de maíz con 392 millones de toneladas. Y todo eso, y más, con las manos de miles de familias trabajadoras migrantes que son ninguneadas y atacadas constantemente, como pretende hacerlo de nuevo en Yuma el ala más extremista del Partido Republicano, enquistada como mayoría ahora mismo en el Congreso.
Eva viene de una familia de trabajadores agrícolas originalmente de Sonora. Su abuelo, Juan Robles, trabajó y marchó con Chávez, el líder que encabezó la lucha por los derechos de los trabajadores del campo que, al sol de hoy, a pesar de los avances siguen sin recibir un trato justo, comenzando con la legalización de quienes son indocumentados. De hecho, se sabe que más del 30% de los campesinos en Estados Unidos son mexicanos o de origen mexicano y que su poder adquisitivo es de alrededor de $881 mil millones, lo que representa el 57.2% del poder adquisitivo total de la población latina del país. Pero hay políticos republicanos que quisieran esconder esos datos contundentes.
“Mi abuelo paterno estuvo en las marchas con César Chávez, fue su escolta; y mi padre, desde los siete años, ha trabajado en el campo y todavía sigue haciéndolo. Andaban en las corridas (cosechas de temporada) siempre”, recuerda Eva. De tal modo que ella no duda en llamar a Chávez “nuestro líder”. Pues gracias a él, añade, “tenemos privilegios que antes no teníamos. Su legado es importantísimo. A los niños se les enseña la historia y ellos van apreciando su legado”.
Así, para ella es indignante que los políticos, por una parte, acusen a los inmigrantes de todos los males, y por otra hagan promesas que no cumplen. Dice: “Es injusto que no le den solución a los problemas que tenemos aquí en la frontera.
El aborigen más pobre semidesnudo en la selva amazónica es más digno que un Donald Trump, porque nunca perdió el paraíso terrenal, vive en armonía con la creación y sabe sus limitaciones, se comunica con la naturaleza, las plantas, las aves, los peces, la tierra, el viento, el fuego, pero sobre todo no se considera eterno porque a diario están allí sus hermanos para recordarle que en cualquier momento le pica una serpiente, se lo come un cocodrilo, lo mata una planta venenosa.
Acá con los civilizados los venenosos somos nosotros mismos empapados del trauma de la conquista revertimos a la imagen clásica del peón con el sombrero en la mano humillándose al patrón o reaccionamos en rebeldía utilizando las mismas armas mentales del patrón que al fin y al cabo es el que nos instruyó en sus escuelas, en sus universidades para actuar a imagen y semejanza de un Dios Terrestre que a pesar de sus violaciones, abusos, riquezas también se lo llevará la Calaca y lo deshuesará pa’ bajarle los humos.
Las leyes terrenales que cada año se inventan para desalojar, quitarle el sustento al Macehualli, quitarle las viviendas al pobre y atacar tierras lejanas para el control mundial de los recursos naturales, son leyes ilusorias porque están enajenadas de la creación y la misma naturaleza que queremos dominar y esa Madre Tierra nos enterrará a pesar de nuestro síndrome de complejo de Mesías en este manicomio llamado Estados Unidos en la sala de los desquiciados en Phoenix, Arizona.