Planta de Cemento Domicem, Palenque Jesús Rodríguez 2006
Almacén de madera, Santiago Félix Sepúlveda 2007
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Taller de litografía de la Cía. Anónima Tabacalera Apeco 1990 PÁGINA 100
Pasteurizadora Rica Luis Nova 2014 PÁGINA 102
Línea 8 planta Cervecería Nacional Dominicana Agustín Fernández 2014 PÁGINA 104
Antes de la Gran Depresión de los años 30 la industria azucarera había impulsado el desarrollo de varias ciudades como San Pedro de Macorís, Santo Domingo, La Romana y Puerto Plata, y estimuló también la instalación de pequeñas fábricas y talleres en esos centros urbanos. La mayoría de esos negocios colapsó durante las décadas de los 30 y 40 a consecuencia de las políticas gubernamentales orientadas a privilegiar las industrias instaladas en Santo Domingo, bajo protección estatal a partir de la Segunda Guerra Mundial. San Pedro de Macorís y Puerto Plata nunca se recuperaron del impacto negativo de esas políticas, y sus industrias quedaron obsoletas y perdieron competitividad. Las pocas empresas industriales de Santiago de los Caballeros que sobrevivieron lo hicieron gracias a que esta ciudad funcionaba como centro administrativo y logístico de la muy densamente poblada región del Cibao, cuyo numeroso campesinado constituía un mercado interno regional de suficiente tamaño para garantizar el consumo de la producción local. La concentración de industrias y obras públicas en la ciudad de Santo Domingo y sus alrededores a partir de la Segunda Guerra Mundial ha sido una constante de todos los gobiernos que ha tenido la República Dominicana en los últimos setenta años. Santo Domingo (Ciudad Trujillo), con sus poblados satélites Haina, San Cristóbal, Villa Altagracia, Villa Mella y Boca Chica, fue convertida en el principal centro industrial y en el principal puerto marítimo del país. Todo ello cambió el carácter meramente administrativo de la capital dominicana en pocos años y por ello, para 1960, esta ciudad concentraba más de 75 por ciento de la actividad industrial del país, al tiempo que se convertía en el principal centro de modernización de la República. Debido a la continua llegada de migrantes de los campos y pueblos del interior, la tasa de crecimiento de la población capitaleña fue el doble de la del resto del país. Durante el período 1935-50 fue de 6.45 por ciento anual, acelerándose entre 1950-60 (7.38), para continuar creciendo a una tasa anual promedio de 6.1 por ciento entre 1960 y 1981. El significado de estos porcentajes es que la ciudad pudo duplicar su población cada diez años aproximadamente. Algo similar les ocurrió a los pueblos satélites de la capital, San Cristóbal, Haina y Villa Altagracia, en donde se establecieron industrias de sustitución de importaciones que atrajeron más brazos de los que esos establecimientos podían emplear, pero que no regresaron a sus lugares de origen. En contraste los antiguos pueblos azucareros, San Pedro de Macorís y Puerto Plata, crecieron mucho más lentamente y hubo un largo período (1936-1961) en que la población de San Pedro de Macorís estuvo prácticamente estancada. Ahora bien, la industrialización no fue el único determinante en la aceleración de la urbanización. Otros pueblos crecieron más rápidamente que el resto de los centros poblados del país entre 1936 y 1961. La causa principal detrás de ese crecimiento fue su especialización como centros productores de arroz, plátanos y raíces comestibles, frijoles, papas y vegetales, productos todos orientados hacia el mercado interno. La producción de alimentos se convirtió en la principal actividad de los pueblos del interior. Al tiempo que
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Hyundai, Magna Motors Luis Nova 2014
Interior de Ágora Mall Ricardo Briones 2012
Ocoapuca Mayra Johnson 2010
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Puesto de artesanía, Bayahíbe Anabelle Pérez 2010 PÁGINA 110
Buhonera de Bayaguana Rafael Sánchez Cernuda 2007 PÁGINA 110
exportaban hacia los centros poblados, particularmente hacia la capital, sus excedentes servían para alimentar la población local. Los pueblos arroceros, La Vega, San Francisco de Macorís, Nagua y San Juan de la Maguana, son los mejores ejemplos de ese proceso. Los gobiernos de aquellos años trabajaron para aumentar la producción agropecuaria y hacer autosuficiente el país en el consumo de alimentos. Un agresivo programa de colonización de tierras baldías que puso en producción varios millones de tareas, permitió también el asentamiento de más de 12,000 familias campesinas en localidades hasta entonces despobladas o poco habitadas. Para apoyar las nuevas colonias agrícolas, además de la tierra, los gobiernos les donaban semillas, animales de carne, leche y carga; les proveían asistencia técnica y les construían represas y canales de irrigación. Cientos de kilómetros de canales fueron construidos en aquellos años para irrigar tierras antes improductivas. Mejoraron también los servicios de salud y se les dio continuación a los programas sanitarios emprendidos durante la ocupación militar estadounidense, tanto durante como después de la dictadura trujillista. Intensas campañas de vacunación y antiparasitarias, junto con la introducción de antibióticos, contribuyeron a reducir las tasas de mortalidad de 20.3 por mil en 1950 a 6.8 por mil en 1990. En consecuencia, la expectativa de vida aumentó de 47 años en 1950 a 69 en 1990, y ha continuado subiendo desde entonces, siendo hoy de más de 72 años. Ya hemos mencionado que la tasa de crecimiento demográfico se aceleró hasta alcanzar un 3.6 por ciento anual entre 1950 y 1960, una de las más altas del mundo entonces. Sin embargo, los intelectuales y los dirigentes nacionales todavía creían que el país estaba insuficientemente poblado y promovían las familias grandes y estimulaban a las mujeres a tener muchos hijos, premiando a aquellas que tenían familias numerosas. Convencidos de que era necesario continuar el poblamiento del país los dirigentes nacionales abrieron las puertas a inmigrantes españoles y japoneses en los años 50 del siglo pasado. El gobierno asentó a estos inmigrantes en nuevas colonias agrícolas en Constanza, Jarabacoa y Dajabón, similares a las que años antes se habían establecido con refugiados judíos en Sosúa y exiliados de la guerra civil española. A partir de entonces Constanza hizo una rápida transición a pueblo productor de vegetales, atrayendo una alta inmigración de otros puntos del país y alcanzando unas de las más altas tasas de crecimiento. En 1935 Constanza era una pobrísima aldea de apenas 409 habitantes. En 1950 Constanza todavía era una pobre comunidad de 956 personas dominada por varios aserraderos. Treinta años más tarde, en 1981, su población ascendía a 15,141 personas. Hoy, en el año 2013, suman más de 40,000 individuos. Tanto Constanza, como el vecino pueblo de Jarabacoa, atrajeron inversionistas dominicanos y extranjeros que desarrollaron extensas granjas de vegetales y flores. Ambos pueblos crecieron de manera paralela con la particularidad de que entre 1970 y 1981 lo hicieron aún más rápidamente que la ciudad de Santo Domingo. Constanza creció al 12.8 por ciento anual entre 1950 y 1960; 6.17 por ciento entre 1960 y 1970; y 9.51 por ciento entre 1970 y 1981.
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