culminando sus actividades, por lo menos en Santiago, en la calle del Sol, y en Santo Domingo, en la actual calle El Conde, mostrándole al pueblo el último día, que participaba como espectador, sus trajes y personajes, en carros triunfales y carrozas, que siempre eran extraños al país y representaban la magia de las mil y una noches, los Pierrot, las Colombinas, y todos los personajes de la fantasía de los carnavales de Niza, Venecia, Roma y París, en los límites de la alienación de sus protagonistas. Esos carnavales, diversión de la élite en sus espacios exclusivos, fueron ligándose cada vez más a la esfera política haciendo que los Presidentes y Ministros de los diferentes gobiernos se integraran a ellos y dieran, indirecta o directamente, todo el apoyo para su realización, como ocurrió en los gobiernos de Ulises Heureaux (Lilís), y Ramón Cáceres, discriminado el primero por negro y provenía de los sectores populares, que no solamente apoyaba el carnaval sino que participaba también a nivel callejero, como era el Carnaval del Agua de San Andrés en la ciudad de Santo Domingo. Al final del siglo XIX, a nivel popular, el carnaval poco a poco fue desarrollándose, manteniendo el espacio democrático callejero y enriqueciéndose con la creatividad de los artistas del pueblo, quien transformó a los Diablos cojuelos que llegaron de España y creó un sinnúmero de nuevos personajes, entre otros, Robalagallina, Califé, Se me muere Rebeca, La muerte en Jeep, Nicolás Den Den, los Galleros, los Africanos, A que no me quemas el papelón, el Oso Nicolás, los Platanuses, dentro de un proceso de criollización. Al despuntar el siglo XX, resultado de los procesos político-sociales y de una recomposición de las clases sociales, empezó la definición de una naciente burguesía, que hace del carnaval un espacio catártico exclusivo, siguiendo la tendencia anterior y permitiendo la celebración del carnaval callejero como compensación de un equilibrio negociado en términos sociales, en un matrimonio entre carnaval y política. En ese sentido, dentro de las remembranzas coloniales, el Presidente de la República, Ramón Cáceres, con su séquito de allegados, asistió a un “corso florido” con carrozas adornadas en una guerra de flores en el río Ozama, mientras se celebraba en los clubes exclusivos y excluyentes, con bailes de carnaval, la fiesta de la Independencia Nacional. 31