Alejandro E. Grullón E. discursos escogidos
que reclama esa relación confiable y que deben adornar, en consecuencia, la persona de un banquero. ¡Cuán importante es, pues, la selección de la persona que maneje esa frágil e importante relación con el depositante! Recuerdo cuando en el año 1963 empezábamos a seleccionar el personal para integrar el Banco Popular Dominicano y tuve la enorme suerte de escoger a Luis Rangel de entre tres distinguidos banqueros que me ofreció el Banco Popular de Puerto Rico para ser nuestro primer vicepresidente ejecutivo. Luis Rangel no era un banquero común, era un hombre extraordinario a quien el destino llevó a trabajar en la banca. Al decir de Ángel M. Rivera, entonces vicepresidente del Banco Popular de Puerto Rico, Rangel «era el hombre más decente que había salido de Cuba», pero detrás de esa decencia, de ese gran calor humano, se escondía un hombre fuerte, que sabía que la responsabilidad del banquero era cuidar del dinero que se le había puesto en sus manos. Parte de lo más valioso que debo agradecerle a Luis Rangel es el haberme enseñado que el banquero tiene que ser como un buen padre de familia con el dinero que se le encomienda para su inversión o su cuidado. Muchos años después me encontré con este concepto de «buen padre de familia» en la Legislación Norteamericana y con esa idea fui forjando otra, que para mí la complementa: el banquero tiene que ser consciente de que el dinero que le han entregado debe manejarlo como un fideicomiso. Es decir, el depositante pierde virtualmente la posesión del dinero que deja en el banco, pero no puede perder jamás ni su propiedad ni el disfrute de este dinero, 104