La tragicomedia de paulo y mirella

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L A T RAGICOMEDIA

DE P AULO Y M IRELLA : U NA P ERFECTA D ECEPCIÓN EN EL D ÍA DE LOS E NAMORADOS … U N RELATO SOBRE SER CHOTEADO (Si la historia les parece larga y tediosa, pues les diré que, la historia real en la que está basada fue aún más tediosa y larga, ya que todo lo relacionado a ella [la Mirella original] lo fue para mí)

PRIMERA PARTE (Relato de Marlón, Hermano de Mirella)

-Mirella… yo… - Sí, dime. - Yo quiero… preguntarte… si leíste… el poema que te escribí -(que tardé toda la noche en escribir)- quiero saber que opinas. ¿Te sientes ofendida, no? -Claro que no, me siento muy halagada, de verdad nadie había hecho por mí, algo así… -(¿Estará por aceptar mi proposición? Su respuesta es algo ambigua, me confunde. Pero creo que será positiva a pesar de todo.) -Mira Paulo, como aprendí en mi iglesia: <<primero es una larga amistad, después un fuerte noviazgo, y finalmente un duradero matrimonio.>> Debemos conocernos aún más, Paulo. -(¡Qué respuesta tan madura y sabia! No me dijo que “no” ni que “sí”. Creo que es un “sí” tácito. Tengo la sensación que aún tengo esperanza). -Bueno, sinceramente, que pases una feliz navidad. -Igualmente, querida Mirella. Te veré pronto, no lo dudes. -Bye. Y come más, estás muy flaco. -No tanto como tu hermano. Bye. -Bye. ¿Curiosa conversación, no creen?... Disculpen por no presentarme: yo soy Marlón, el hermano de Mirella. Estuve oyendo la conversación de “la chancha” de mi hermana y el loco de mi amigo Willshes (Paulo). No sé que le vio a la chancha esa. Mi amigo tiene unos gustos más feos. Ahora les contaré todo sobre él y Mirella. *** Bueno yo conocí a Paulo en el Quiñones* 1, cuando estaba en quinto de primaria. Siempre se mostró como un alumno estudioso, pero medio loco. Al principio no nos llevábamos, pero conforme pasaban los meses me di cuenta lo chévere y buen amigo que era. Acabamos la primaria y nos llevaron a esa porquería de secundaria: “El Diego”*2, pues. Allí estudiamos, y mi mamá quiere que acabe la secundaria allí… ¡Ya, tranquilos! Sé que me salí del tema que les interesa, bueno iré al Willshes, digo, al grano. Como les contaba Paulo (Willshes) era muy estudioso, pero no tan atractivo como yo: tenía acné, y usaba lentes, tenía los dientes chuecos pues no quería usar frenos como yo, pues a él no le quedan tan bien como a mí. Bueno, ese no es el punto, tan sólo lo digo pues el tenía un gran defecto que no le iba con aspecto… ¿Me entienden, no? Él era muy mandado con las chicas… No se impacienten, ahora viene la parte en la que conoce a mi hermana.


Cierta ocasión nos tocó hacer un trabajo en grupo, cuando estábamos en primero, y me *1Escuela Primaria Abelardo Quiñones *2Colegio Nacional de Varones, ahora Institución Educativa de Varones Diego Ferré

tocó ir a mi casa con los aguantados de mi grupo (de trabajo), entre ellos Paulo. Llegamos, después que yo me paseara un poco con ellos (o que yo los paseé a ellos, pues los desorienté). Ni bien entraron a mi quinta, digo, a la quinta donde yo vivo, empezaron a hacer sus chistes burlándose de mi talla, y sus otras estupideces. Recuerdo al IMBÉCIL de Willshes que me dijo un chiste bien monse, que me ofendió, pues se empezó a fijar en mi faja correctora de postura por lo que me preguntó: “¿Qué, usas sostén?”, con su risa de tarado, yo le dije molesto que no. Todos estaban sentados en mi sala, algunos conchudos echados, y empezaron a ver una foto de mi hermana. Todos se quedaron prendidos de ella, en especial Paulo. Todos los aguantados de mis compañeros empezaron a hacer desorden, los tuve que sacar, y Paulo que estaba distraído aprovechó el desorden para ver de que chica hablaban. Como era de suponerse, todos empezaron a hablar estupideces sobre ella, que era muy bonita, que estaba rica y, todos empezaron a decirme que querían conocerla y hacerme “su cuñado”… todos hablaban de la boca para afuera, pero quien parecía ser el más tranquilo, que era Paulo, tenía sus planes. ¡Cuándo no ese loco! Se enamoró de la foto de mi hermana, no paró hasta conocerla en persona, y un día después de dos semanas de clase (creo), él llegó. Estaba todo desordenado con su viejo uniforme del Diego’, y llegó con otros compañeros, entre ellos el vivazo del “ojón” (que en realidad era achinado). Llamé a Mirella, me daba igual que la conozcan, además ella es la mayor. Mientras ellos conversaban, yo escuchaba lo que decían y podía ver a Mirella por la puerta de la cocina. - (¡Qué hermosas es! Esa linda sonrisa, ese porte, esa talla. Tiene mejor figura de lo que imaginé. ¡Que buenas caderas! Ese color canela de su piel. Es mil veces más hermosa que en la foto. Ese retrato no le hace honor). ¿Tú eres la hermana de Marlón? -¡No, su prima, baboso!- Interrumpió el “ojón”, burlón, mientras mi hermana no dejaba de sonreír de una manera que me pareció demasiado coqueta. Ella todavía no entraba a nuestra iglesia, seguro por eso era tan coqueta y aniñada. Ella respondió a la tonta pregunta: -Sí. -Disculpa. ¿Cuál es tu nombre? -Mirella.- Y la monga se reía coqueta. -Yo soy Paulo… Disculpa, me tengo que ir. Fue un gusto conocerte. - ¡Gracias! Igualmente. Chau, cuídate. Fue “un hola y un chau”. Tuvieron que pasar varios meses para un nuevo encuentro. Mientras tanto en el salón se había corrido el rumor que mi hermana era “una mamacita”, y tanta imbecilidad y media más, motivo suficiente para que los aguantados esos hagan bromas obscenas. A mí me llegaba. ¿Para qué me voy a molestar, ni que fuera mi enamorada o algo, no? En cambio Paulo, que en ese tiempo ya era conocido por su apellido materno, Willshes –muy ridículo por cierto, por eso pegó en el salóndefendía a mi hermana como un loco, y sin ser nada de ella. Ahí descubrí lo enamorado que estaba de mi hermana. Era tan exagerado que, pronto todos se dieron cuenta de ello también.


Él era bueno para las matemáticas; pero, terrible escribiendo, y todo lo que tenga que ver con letras… apenas hablaba bien, tartamudeaba al hablar. Aquel era el motivo por el que yo le fastidiaba, pues a mi hermana la embobaba que le escribieran canciones especialmente para ella, y él, ni escribía, ni mucho menos cantaba (soltaba unos gallos cuando hablaba, y mucho más cuando cantaba). Ella siempre decía: “el chico que sea mi enamorado debe saber tocar la guitarra y ser cantautor”, y yo siempre la mandaba a volar diciéndole: “sí, como el maricón de Alejandro Sanz, que todas las chicas dicen que es un papacito y se hace el muy macho y… anda con chicas hermosas, además es un sacavueltero de primera. ¡No ves que así disimula su homosexualidad, es un solapado!”. Luego me reía a carcajadas y, peleaba con mi hermana… pero no quiero desviarme de la historia otra vez. Otra cosa importante es que a mi hermana le encantaba escribir. Decía que quería ser escritora cuando se vuelva “una mujer independiente”. Según sus amigas, ella era toda “una literata”. Todo inició después de entrar a nuestra iglesia cristiana, ella leyó en la Biblia <<El Cantar de los Cantares>> - canción larga y apasionada del Rey Salomón que describe el verdadero amor entre un hombre y una mujer, la cual la dejó tan impresionada que la inspiró para escribir hasta el día de hoy. Recuerdo sus palabras después de leerla: “La Biblia, de verdad, es el mejor libro del mundo. No creí que también hablara sobre el amor de esa manera tan apasionada y realista, allí están todas las respuestas que he buscado.” Desde ese día no paró de escribir todas las noches, dejaba su tarea de lado para hacerla en la mañana, todo por que estudiaba en la tarde. Escribía; y escribía bien. Escribía obras bien chéveres y graciosas para nuestros encuentros de “Programación en la Red de Adolescentes” en nuestra iglesia. Todas sus obras eran… y son un mate de risa, tienen buenos mensajes morales. A veces parodiaba historias bíblicas, para hacerlas más graciosas, sin alterar sus mensajes. Al pasar los años yo me hacía más amigo del Willshes, él me contaba sus secretos y yo los míos. No era ningún secreto el que se hubiera enamorado de mi hermana Mirella. Yo siempre me burlaba, y él siempre me preguntaba si yo no era celoso. Yo normal, le respondía: “¡Me llega! Lo que ella haga con su vida me da igual, ya está vieja para que la cuide. Ya sabe lo que hace.” Y siempre me reprendía sorprendido y algo alterado ,con su voz llena de gallos: - ¡Deberías cuidar más a una hermana tan hermosa! – y yo le respondía con burlas. Ya era común que me siguiera a mi casa con estúpidos pretextos, como: “préstame tu baño”; “me gusta caminar”; “sólo voy a ver mi programa favorito”. Claro, a leguas me daba cuenta que todo lo hacía para ver a mi hermana, pero no me importaba, pues como ya dije, ella ya está grande para tomar sus decisiones. Cuando estaba en primero, ella estaba estudiando en el segundo grado del turno tarde del Fanning *3, y siempre salía tarde, cosa que Paulo aprovechaba apurado para salir del cole’, casi corriendo a recogerla a mi casa para luego acompañarla sólo hasta la esquina de su colegio – pues los diegoferrinos teníamos… y tenemos mala fama. Cosa que si la veía su auxiliar (parada en la puerta), junto a un diegoferrino llegando a su colegio, era motivo suficiente para que la suspenda – A pesar de sólo conversar unos pocos minutos con ella y, además de soportar sus “malos días” (su período menstrual), cuando su mal carácter empeoraba, él nunca se desanimaba. Él decía: “Una sola sonrisa de Mirella, me basta para iluminar el día limeño más gris.” Me acuerdo de aquel día en que Mirella no nos abrió la puerta por más de una hora. La tarada se estaba bañando (según dijo). Paulo a pesar de esa descortesía ni siquiera se molestó. Mi mamá resondró a mi hermana pues considerada que Paulo era un buen


chico, que le convenía su amistad, y hasta su noviazgo, y todo eso… mejor se los relato con las propias palabras de mi mamá: ¡Mirella! Deberías aceptar a ese chico, al menos como tu amigo. Mira Mirella, - te hablo como mujer. Cuando era de tu edad los jóvenes con los que estaba me usaban… me utilizaban, en cambio Paulo es bueno… *3Colegio Nacional de Mujeres Teresa Gonzáles de Fanning

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Disculpa mamá, es que me estaba bañando…- Mirella dijo para excusarse, pero no mejoró para nada la cólera de nuestra mamá. - Bueno, aún así debes recibirlo. - Está bien mamá. (¡Hasta cuándo se va meter en mi vida! Ya no puedo esperar el día en que me haga independiente.) ¿Ven? ¡Que tal reprendida! Mi madre es una mujer de muy mal carácter. A mí me culpa de todo, mientras a que los engreídos de mis hermanos menores le da todo en la boca, y eso que Mirella tiene más suerte por ser la mayor y ser mujer, se llevan bien, aunque no lo parezca, hasta salen a comprar juntas, pero para mí lo peor, Marlón limpia el baño, limpia los cuartos… Creo que me desvíe de nuevo de la historia. Cierta ocasión cuando ya estábamos en segundo, este pata vino preocupado a contarme sobre la última visita a mi hermana, y hasta ahora recuerdo su cara de “traumado” (o como es correcto: traumatizado). Iba caminando cuando lo vi corriendo como un loco hacia mí, mientras gritaba mi nombre desesperado: - ¡Marlón! ¡Marlón! - ¡Habla Willshes! ¿Qué te pasa? - Cuñado… digo, Marlón, este-este… - tomó aliento, mientras yo me impacientaba. - ¡Habla, qué pasa! -Déjame respirar primero. Uf… fui a verla. - Ya. ¿Qué pasa? - Ayer fui a ver a Mirella y… - ¿Ya y?… - Bueno, la acompañé a su colegio como siempre. Esperé que saliera, que se arreglara. Ya era la una y cinco de la tarde, salió apurada, casi corriendo, yo detrás de ella… - ¡Como perro faldero! ¡Ja-ja! -¡Caray, déjame acabar! –Y noté que se molestó. - ¡Tranquilo! – dije pausadamente. - Ya… ¿Dónde me quedé? Es que tengo memoria de pollo. - Ya pollito.- le dije para burlarme - Te quedaste en que estabas corriendo tras de mi hermana y no sé que más. – el empezó a relatarme algo preocupado. - ¡Ah, sí! Claro, claro. Bueno, fui tras Mirella y la seguí hasta la esquina. Me ignoró. La comprendo, la pobre estaba muy apurada. Recuerdo que dijo: “¡Pucha’!, cuando el colectivo que la llevaba a su colegio se pasó de largo. No justifico el hecho que haya hablado una grosería, sin embargo, la comprendo. Luego empezó a caminar muy nerviosa, casi corriendo. Continué siguiéndola intentando dialogar, pero ella fríamente solamente caminaba hacia delante ofuscada. Cansado de ser ignorado, y, que ni siquiera volteara a mirarme, la preocupación me distrajo y, el cinturón de mi maleta se enredó en el cerrojo de la reja de un restaurante. Yo seguía caminando apurado tras de ella, y no me di cuenta de lo que había pasado… hasta que sentí un jalón por detrás y caí de espaldas al suelo… - ¡Ja! ¡Que roche! ¡Ja-ja-ja! … ¡Jajaja! – Empecé a carcajearme en la cara de Willshes. Él se molestó y me miró mal, pero yo me seguía riendo. - ¡Caramba, déjame acabar!


- Ya, está bien. - Bueno estaba en que… en que… - ¿En qué? - ¡Ah! Me caí al suelo de espalda y, fue tal el estruendo, que todos los clientes del restaurante voltearon a ver sin poder disimular su risa, y ni siquiera… -¡Qué roche! –Lo interrumpí nuevamente. El siguió hablando, serio: - … decía, que ni siquiera Mirella volteó, ni para reír, ni mucho menos para ayudarme. Tal desinterés de su parte me obligó a decidirme a hablarle, pero esta vez no callaría hasta recibir una respuesta que aclare todas mis dudas respecto a su extraña actitud conmigo. Le pregunté: “Mirella. ¿Has tenido algún problema en tu casa con tu mamá?”, me respondió con un frío “no”, seguí indagando: “¿Fue entonces con tu hermano?”, recibí la misma respuesta con la misma actitud. No me detuve, la miré a los ojos y, con un tono de preocupación le volví a preguntar: “¿Entonces, con quién fue el problema?”.- luego empezó a hablar más preocupado - Su respuesta me sorprendió, me dejó algo boquiabierto, me asustó, y finalmente me destrozó el ánimo de a poco. Ella volteó molesta y con amargura respondió a mi pregunta: “¡Mejor no preguntes!”. En ese momento la desconocí por completo, y deduje por su respuesta y tono de voz, que el problema era conmigo. Obviamente la sofoqué con tantas visitas. Se debe haber hastiado de mí. Ya no me desea ver. He allí el motivo de mi preocupación. Por favor, Marlón, tienes que hablar con ella, eres su hermano, por favor… - Ah, pero que sea su hermano no quiere decir que lleve bien con ella. - ¡Ay Marlón, carajo! Tienes que hablar con ella, no sé como pedírtelo. ¡Ya ves, me hiciste hablar una grosería!, y sabes que aborrezco ser vulgar. - Respondió exaltado ante mi excusa. Yo le contesté pausado: - ¡Ya! Tranquilo. Voy a preguntarle. - ¡Gracias Marlón! ¡Chévere! – Dijo un poco más contento, e hizo un gesto ridículo agitando la mano, intentando imitar a un rapero. Aquella tarde hablé con la gorda (mi hermana). Me explicó que estaba en su período (menstrual), y que había tenido un mal día, para colmo se le hizo tarde y el carro la deja. Me pidió que le pida disculpa de su parte, y noté que sus disculpas fueron sinceras. Al día siguiente, apenas lo vi en la mañana en el salón, lo encontré como siempre, dando vueltas como perdido, pensando en quién sabe qué. Inmediatamente le expliqué todo cual me pidió Mirella. Le quité un peso de encima. Apenas supo que no era él quien molestaba a Mirella, su semblante cambió y, una sonrisa sincera mostraba sus dientes chuecos, y algo nuevo: unos frenos dentales que no tenía antes. Yo para felicitarlo le dije: - ¡Ah, no, Willshes! Frenos nuevos. – Él rebosaba de alegría con el recado de Mirella, estaba emocionado, y hasta dijo una de sus frases tontas: - Sí, frenos dentales de estreno, para una sonrisa perfecta y una autoestima renovada. Y eso no es todo, pronto me comprarán lentes nuevos. Y ahora con esta noticia que me has dado mi corazón vuelve a latir. *“♫ ¡Viva, viva el amor! Por que el amor es el que canta. ¡Viva, viva el amor! Que bello amor wo-wowo. Amor, amor, Amoor!♫” ¡Qué chido (bueno)! Excelente. ¡Chévere Marlón! Muchas gracias, de verdad, muchas gracias, Dios te lo pague. - ¡Bueno, no es para tanto! Luego me abrazó y tuve que hacerle “el pare”, podían pensar mal en el salón, e inmediatamente le di un coscorrón.


Pasaron dos años, y pronto las responsabilidades agobiaban más y más a Paulo, ya no tenía tiempo ni para dormir, ni de salir los fines de semana, ni siquiera veía televisión, que decía que era “su terapia de relajación”. Su deseo de ser el mejor alumno de los cinco años lo estaba devorando. A pesar de todo ello no dejó de visitar a mi hermana, claro, menos veces, pero las veces que lo hacía dejaba muchos compromisos importantes sólo para verla. Mirella también fue cambiando. Se volvió más seria, dejó *Fragmento de la canción : “Tema: El Amor” de los Doltons

esa sonrisa coqueta que le daba a todos como saludo, y se la guardaba sólo a sus mejores amigos, entre ellos lamentablemente no estaba Paulo, pues a pesar de visitarla, no podía dejar de ser un amigo lejano, por que su casa estaba al fondo, en Breña, y la mía en Jesús María, casi por Salaverry. Pronto se comprometió más con su iglesia, ahora mía también. Ya había pasado un buen tiempo desde su último encuentro, si no me equivoco… unos tres meses. Paulo siempre se sobre-exigía en los exámenes finales. A veces terminaba primero, y a veces último, pero casi siempre aprobaba con veinte. Paulo fue para el día del cumpleaños de mi hermana. Mirella planeaba salir con sus amigas de la iglesia. Esas chicas son muy bonitas, si la ves te que quedas… OK, OK, decía que planeaba salir con sus amigas, y Paulo la sorprendió antes que se metiera a su cuarto a arreglarse no sé por cuántas horas. Paulo me sorprendió. Para variar se había vestido con un terno, camisa, corbata azul, y unos relucientes zapatos marrones. No parecía el loco descuidado de siempre, se veía chévere, como un ejecutivo, pero lo único que le fregaba el look (apariencia), era su peinado que parecía hecho a lengüetazos por una vaca (raya al costado), y su ya mencionado superlativo acné. Paulo y Mirella conversaron un rato, y me sorprendía mucho verlo tan elegante, pues el me contaba que (como él dice) repudiaba estarlo: - ¡Ay Marlón, como odio, como repudio el uniforme y mucho más el traje de etiqueta! Es como vestirse con ropa de cartón, me hace sentir incómodo, como atrapado en una caja, no te puedes mover con libertad. Además la tela sintética con la que ahora hacen los ternos y los pantalones escolares me da picazón, y hasta sarpullido… A mí me encanta andar como realmente soy yo, aunque muchos ignaros me llamen loco, a diferencia de ellos, yo al menos uso desodorante y me peino para ir a estudiar… es distinto que me despeine en el ajetreo del camino. Recuerdo que esto me lo decía, así, con gran emoción, como si fuera un discurso. Me empezaba a dar cuenta del gran esfuerzo que hacía por impresionar a Mirella en su quinceañero – no celebrado como ella quiso - ¿Para que más se arreglaría así? Ah, y lo bien que disimulaba la picazón en sus piernas. Apenas Mirella volteaba, él se rascaba como un perro sarnoso, y frotaba su poto contra la silla como un perro desesperado por la picazón. Claro, Mirella no se imaginaba, ni muchos menos se había dado cuenta del gran esfuerzo de Paulo. Ya había pasado como una hora… ¡Ah! Y como ya dije, mi mamá no había preparado nada especial por el quinceañero de Mirella - por eso iba a salir a pasear - pero Paulo, sí. Él se disculpó por no quedarse más tiempo, y de su bolsillo sacó un brillo labial, y se lo regaló a Mirella; tomó con su sudorosa y temblorosa mano fría la de ella, le colocó el presente en su palma, y se la cerró, mirándole a los ojos sin decirle nada. Bonito gesto, debo admitirlo. Muy nervioso Paulo se despidió apurado de Mirella. No sé si por nerviosos o distraídos, ambos equivocaron el ángulo y, al momento de despedirse con el acostumbrado beso en la mejilla…


realmente no sé quien se equivocó al voltear, pero la cosa es que casi ambos se besan en la boca. Paulo rozó la costura… cos-comisura, comisura de los labios de Mirella con los suyos. Yo me burlé de ellos. Paulo se puso colorado, pero aún así los tres nos seguíamos carcajeando… ahora que lo pienso, uhmm… brillo labial, un casi chape (beso) accidental. ¿Paulo lo habrá planeado? Paulo es un desastre en todos los deportes de cancha, y todos creían que era totalmente inofensivo por que no sabía pelear, pero, tenía unos puntos a favor: era un buen corredor en la prueba de cien metros, y un buen ciclista (aunque algo torpe). Es el más rápido de la clase, siempre huye de las peleas, dice que su padre le enseñó: “que hasta los más valientes deben huir alguna vez de la violencia”, claro, era más un pretexto que un buen motivo ya que siempre huía. Sólo lo vi golpear una vez. ¡Y qué tal golpe! Bastó un solo puñetazo para derribar al más temido… quizás más trastornado que temido, pero al fin de cuenta el más temido del salón: Martínez. Lo hizo llorar (pero no precisamente a puñetazos). Todos vimos la pasión que ardía en sus ojos, que fue sofocada luego por lágrimas en sus ojos, pues derramó algunas lágrimas de arrepentimiento al pedir disculpa ante todo el salón por su actitud agresiva, aunque no debía, pues el cobarde de Martínez (el bravucón) había torturado a Paulo desde que iniciaron las clases, e incluso abusó de la amistad que este le había brindado. Bueno, estábamos en primero, esto ayudó a reforzar el apodo de “loco” y ganarse el respeto y la fama en el salón. Es curioso, nadie le daba importancia a sus logros hasta que vieron su reacción explosiva, como dice mi pastor: “Muchos hombres no alcanzan renombre, sino en conflictos”, y veo que tiene razón. Un tiempo intentó meterse como arquero, para que lo dejaran jugar partido (fútbol), pues a la mayoría le aburre tapar, y puedo decir que como arquero… ¡Es un buen ciclista! Creerán que me desvié del tema… y sí, sí me desvié de nuevo, pero les contaba esto de los deportes, y que solamente es bueno manejando bicicleta, pues Paulo deseaba impacientemente pasear con Mirella, mejor aún, llevarla a pasear sentada junto a él sobre su otro amor: su bicicleta. Claro, conociendo como es Mirella, y conociendo como maneja Paulo, ella nunca aceptaría que la lleven sobre la bicicleta, así que él tendría que contentarse paseando con ella en bicicletas separadas. Así que el veinticuatro de diciembre, o sea ayer, se arriesgó a dejar a su familia en la víspera de la navidad para venir a mi casa con un solo objetivo: reparar la bicicleta de mi hermana. Bien, manejar una bicicleta con cambios es una cosa, pero reparar una, ese es otro cuento. Paulo no sabía nada sobre como reparar una bicicleta con cambios, aún así se lanzó a intentarlo sin importarle cuanto tiempo le tomaría. Fue ayer muy temprano por la mañana, pasaron las horas y, cuando me di cuenta, ¡Ya era casi la una de la tarde! Entonces yo le empecé a preguntar serio y algo preocupado, pues se notaba que no sabía que m… estaba haciendo: - Paulo. ¿Sabes lo que haces? - ¿Ah?... Sí, por su puesto. – respondió serio. - ¿De verdad? Porque no parece. - ¡Bueno ya! No tengo idea de lo que hago, pero estoy seguro que lo lograré... ¿Tienes dinero para pagar a un mecánico de bicicletas? – dijo luego, demasiado calmado, o fresco, para mi gusto… Aunque en realidad por la pregunta que me hizo y además de confesarme que no sabía lo que hacía, me doy cuenta que fingía estar calmado, ahora que lo pienso mejor. - Claro que no. – le respondí serio. - ¿Crees que Mirella se moleste si dejo su bicicleta como está?


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Sí. Te va a matar Willshes. Mira como está, sin llanta, totalmente desarmada – le dije para molestarlo. Entonces se preocupó. - …¿Y ahora qué hago? Él se veía terrible, cubierto de sudor y grasa (la de la piel de su nariz, y la de la cadena de la bicicleta de Mirella), y con lo último que le dije, su piel canela se puso pálida. No le quedó más que decirme resignado: - Bueno Marlón, no te preocupes. Anda a tu casa, yo limpio el desorden de tu patio. - Mejor limpia de una vez, que la que sí se va a molestar en serio en mi mamá, y ya la conoces Willshes. Esto último lo dije desganado, de tanto verlo trabajar. Lo dejé, y después de unas tres horas más, logró armar la bicicleta. Fue donde un parchador de llantas al ver que no inflaba una llanta, le compró una válvula especial para inflarla, y al inflar la otra llanta se dio con la mala sorpresa que ninguna llanta inflaba. Ambas cámaras de aire de las llantas tenían un enorme hueco. No tenía dinero suficiente para comprar una cámara nueva, menos dos. No le quedó más remedio que mandarlas a parchar, a pesar del riesgo que había que se volvieran a desinflar – el pensaba que habían sido mis hermanitos los culpables, pero no sabía que en realidad Mirella fue quien hizo los huecos. Es que ha veces es media loca, Paulo no la conoce bien -. Luego de volver a colocar las llantas, reguló los frenos, la limpió con mi ayuda, y la pulió. Corrió al grifo para volver a intentar inflar las llantas cargando la bicicleta para no malograrlas, entonces lo vio mi tío, “el culebra brava”, y lo detuvo (por mal pensado), creyendo que se estaba robando la bicicleta de mi hermana. Por suerte Paulo le explicó sus intenciones. Infló las llantas y vino picándola (quiero decir, corriendo) sobre la bicicleta, y regresó a mi casa con una sonrisa en el rostro, algo agitado, diciendo: - ¡Por fin lo logré! ¡Dios, te agradezco! – después me empezó a contar todo lo que ya narré antes respecto a la reparación de la bicicleta, y me dijo algo raro, que de alguna u otra forma, reforzó mi fe en Dios: - Mientras intentaba colocar la cadena en su posición correcta, ocurrió un milagro. Yo estaba totalmente derrotado, frustrado, hasta tenía ganas de llorar y dejar todo como estaba, cuando el sol cambió de posición y un rayo de luz iluminó justo el lugar donde estaba la cadena y el eje trasero. No me llamó la atención, pues estaba muy soleado, y había rayitos de luz que se colaban por los rincones de la quinta… De repente, me di cuenta, como si se tratase de una revelación casi divina, ¡que la cadena estaba invertida, y por eso no giraba la llanta al mover el pedal! Fue en ese momento recién cuando noté… noté… quiero decir, pude colocar bien la cadena. ¡Y hay quienes dicen que Dios no existe! ¡Ja! Yo me quedé pensando por la aparente locura que me había dicho Paulo, y en ese momento sólo le respondí algo inseguro: - Creo que tienes razón Willshes. *** Les podría contar mucho más cosas sobre nosotros, pero iré al grano (no el que tiene en la cara Willshes). Ahora me gano con la sorpresa que Paulo me llamó hace unos minutos. Ya son más de las cero horas de la navidad, y su escandaloso “Feliz Navidad” aún me tiene sorprendido. Gritó como loco esto y me asustó, pero lo que más me sorprendió fue la conversación que sostuvo con Mirella por teléfono. Es obvio que Paulo se le declaró en esa carta… ¡Ah! No es que sea chismoso; sólo, curioso. Ayer, o sea, hace unas horas, cuando Paulo vino arreglar la bicicleta dejó dos regalos para


nosotros, el mío parecía un simple papel plano, supuse que era una tarjeta de navidad, “bueno algo es algo”, pensé, pero en realidad era un CD para jugar con mi “play station”. ¡Buena Willshes! Y el otro regalo era para Mirella, parecía ser un peluche a simple vista. Mirella casi lo abre, pero le dije que no lo abriera hasta la media noche de navidad, pues esa fue la promesa que le hice a Paulo al recibir el regalo, como él mismo había puesto en la tarjeta: “No abrir hasta la media noche”. Llegó la hora y ella abrió primero sus regalos, “por ser la mayor” (¡Que tontería!), y yo después, ahí descubrí lo que Paulo nos había regalado, a mí el CD, y a Mirella… un oso de peluche. Quedó encantada. El peluche sostenía un corazón rojo – también de peluche - que decía “TE AMO”. “¡Buena Mirella! ¡Uuuuh! ¡Ja, ja!”, le dije para fregarla. Junto al peluche había una pulsera plateada, con lunas y estrellas azules, y un papel… una carta. Mirella se metió a nuestro cuarto y, cerró la puerta con llave. Creo que se metió a leer la carta. Pasó una hora y salió. Tenía un gesto raro en la cara, no sé como describirlo… era como entre sorprendida y… preocupada, luego soltó una risita y yo pensé: “esta está loca”. ¡Ahora ya entiendo todo!… ¡Estos dos!... ¡Qué monse! Casi se me olvida esta parte, que es una de las partes más importantes de mi relato. No se molesten conmigo, nadie es perfecto. *** (Comentario de Marlón, recogido el 14 de febrero del 2006)

Desde aquella navidad, Paulo frecuenta a Mirella casi todas las tardes durante nuestras vacaciones – aunque pensé que le iba a dejar de interesar, por que se ha puesto más fea! Lamentablemente casi nunca la encontraba y se quedaba a conversar conmigo – digo “lamentablemente”, no por que se quedara a conversar conmigo, por que siempre nos hacemos reír, si no por que no encontraba a Mirella, con quien deseaba conversar primero. Hoy que es día del amor y la amistad, voy a salir a una caminata con la gente de mi iglesia. ¡Seguro va ser bien chévere! Y seguro que Paulo viene a ver a Mirella, y más que seguro que no la encuentra. SEGUNDA PARTE (Fragmento del Diario de Paulo) Ante todo, mi muy sincero saludo, estimado público lector… ¡Para qué tanto formalismo! Es mi diario y se supone que nadie debe ni va a leer lo aquí escrito. Voy a soltarme, como dicen. No es una exposición… ¡Ya, ya! bueno, por ser la primera página, me presentaré: Mi nombre es Juan Paulo, pero todos me dicen Willshes, que creen que es mi apellido paterno, pero es el materno… bueno, esa es otra historia. Curso el cuarto año de educación secundaria en la Institución Educativa de Varones Diego Ferré… no quiero entrar en detalles respecto a mi colegio, sólo me limitaré a comentar que, me encantaría entrar en la escolta y ascender al ilustre puesto de brigadier general, para cambiar la Institución, pues necesita con urgencia una reforma disciplinaria. Podría detallar muchos otros datos sobre mí, pero por el momento lo considero irrelevante. Iré al grano, más bien dicho, al punto de mi relato – por que siempre me joden en el colegio con esa frase por mi acné moderado – que es, mi amor, mi primer amor en mi vida: Mirella. Ella es alta, hermosa (demasiado para que cualquiera se contenga, pero yo soy muy continente), con unos grandes ojos marrones claros, una silueta que es el mejor ejemplo de lo que es la proporción artística, tiene una piel canela, tostada delicadamente, como la mía, pero mucho más tersa y pura, un cabello lacio, brillante, de un negro oscuro, oscuro como el mar en la noche, unos pies pequeños de dedos delicados tanto en la piel como en sus uñas, unas piernas que tuve el gusto de admirar una vez, que la acompañé a ella y a su hermano Marlón – que es mi mejor amigo, por cierto –, al quinceañero


de una de las vecinas de la quinta donde ellos residían, que además era una amiga muy cercana de ellos. Recuerdo aquella noche. Marlón bailaba, algo rígido, pero bailaba. Se mereció, a mi parecer, un diecinueve en esfuerzo, pues aborrecía bailar todo tipo de música en público, hasta que se volvió cristiano evangélico, pero sobre eso escribiré otro día. Aquella noche me quedé dormido, esperándola mientras se arreglaba, o más bien dicho, mientras se embellecía más. Yo vestía el viejo terno con el que se casó mi padre, que me quedaba pequeño (cosa que me pareció rara), así que tuve que disimular en mis movimientos, o improvisar, como digo. Ella salió vestida con una falda corta (no tan corta para considerarse una minifalda que, por cierto me recordaba a un antiguo conjunto de mi madre, que para ser un modelo antiguo, le quedaba muy bien), un chaleco negro, muy elegante por cierto, usaba de maquillaje un brillo labial sobre sus delicados labios, y una sexy sombra azul eléctrico sobre sus ojos. Aquella noche yo la deseaba egoístamente sólo para mí, deseaba bailar únicamente con ella toda la noche hasta el amanecer, como en una película. ¡Era mi oportunidad! O más bien dicho, ¿realmente era mi oportunidad? Agrego esto, pues Mirella sólo tenía ojos… no tanto así, más bien dicho, le daba una exagerada atención a su amigo, vecino de su quinta. Ella lo jaloneaba, bromeaba con él, lo abrazaba, lo obligaba a bailar, y el imbécil, el huevonazo este, (disculpe por la obscena expresión, pero el gringuito este se la merece por hacer el exquisito con Mirella), se daba el lujo de hacerse el difícil. Cada vez que recuerdo eso me sale una úlcera en las paredes del estómago, y un forúnculo en la frente de pura cólera… Bueno, me harté. La agarré, correctamente dicho, la invité gentilmente a bailar: - Mirella, ¿deseas bailar conmigo? – Ella me miró indiferentemente, pensó un rato y, luego me respondió insulsamente, como si tuviera sueño: -Ya. Me sentía tan contento de que bailara conmigo, por un momento me sentí en uno de esos sueños hermosos que tengo rara vez. Me sentía embelesado con sus sensuales movimientos, que entre las luces sicodélicas mostraba su figura, haciéndola ver aún más sexy, más provocativa, más sensual, en una palabra: más Mirella. Pronto mi encantamiento desapareció casi por completo por su total indiferencia. “Cuando una chica no te mira a los ojos es porque está enamorada de ti…”, me dijo una tía hace unos años. Me hubiese gustado que esa haya sido la razón en el caso de Mirella, pues no me miraba a los ojos, pero mi tía se refería a cuando la chica te baja la mirada cuando tú la miras a los ojos; ella, en cambio, bailaba conmigo, pero parecía hacerlo sola. Bailaba guardando distancia de mí y, ni siquiera me miraba. Miraba alrededor de todo el local, a cualquier cosa, menos a mí. Nunca se lo saqué en cara, la admiro aún demasiado como para juzgarla por una pequeñez. Si es que realmente se le puede considerar como”una pequeñez”. Aquella noche mi padre llegó a recogerme antes de lo que yo esperaba – pues esperaba que no viniera a recogerme, para yo quedarme en casa de Mirella y Marlón toda la noche. ¡Aunque sea en cuartos separados, dormiría con Mirella bajo el mismo techo, o mejor aún, charlaría con ella hasta el amanecer! –. ¡Eran apenas las tres de la mañana!... bueno es comprensible que mi padre se haya preocupado bastante como para recogerme en taxi, así que me tuve que regresar a mi casa. Mirella es para mí la persona ideal. Sé que es humana y por ende tiene defectos, pero, es de la única chica de la que realmente me he enamorado, y ser su enamorado es lo mejor que me podría pasar en la vida. Anhelo ser su enamorado, lo anhelo más que pasar de año, incluso más que un diploma de primer puesto, por ella dejaría un examen de admisión a San


Marcos, aún sabiendo que lo pudiese aprobar para mi ingreso – sé que la comparación puede no parecer la más adecuada para algunos, pero para mí, estos son algunos de los tesoros más valiosos de mi vida, por que me ayudarán a construir mi futuro, y podría agregar que la amo más que a mi bicicleta, que representa para mí un par de alas con lasque puedo ser libre, que la necesito más que mis lentes, sin los cuales no puedo apreciar mi mundo en su totalidad, que costaron “un ojo de la cara”; la admiro más que al presidente de la República; la deseo más que ingresar a la academia preuniversitaria César Vallejo; me apasiona más de lo que me apasionaría tapar un gol que gane un campeonato de fútbol escolar-, la amo más de lo que me amo a mí mismo. Nunca he tenido enamorada, y yo quiero que ella sea la primer y, quizás… la única. Hasta me lancé a arreglar su bicicleta. Muy lamentablemente para mí, todo mi esfuerzo fue en vano. Aparte que a Mirella no le apasionaba tanto como a mí, manejar bicicleta (¿a quién realmente le apasiona tanto como a mí?), pues ella se dedicaba más a la lectura y creación literaria, mi muy esmerada y sufrida reparación de la bicicleta no duró mucho, ya verán por qué… Después de unas semanas fui a casa de Marlón a ver a su hermana, mi Mirella, digo, Mirella (porque ningún ser humano le pertenece a otro ser humano), con el motivo de probar su bicicleta. Llegué a su casa, toco el timbre y Marlón sale a atenderme. Yo le doy el respectivo saludo, de acuerdo a la ocasión casual, claro está: - Habla Marlón, disculpa, ¿está Mirella? - … Ah… sí creo. Voy a llamarla. - (¡Cómo qué “creo”! ¿Acaso no viven en la misma casa… ¡Ahí viene! ¡Bien!) Llegó Mirella algo seria y yo empecé a mirarla discretamente, luego inicié el diálogo, no el “floro” (palabreo) como dice Marlón. Ella me saludó primero, siempre seria, pero amable, luego yo la saludé. Fue así: - Hola Willshes. ¿Qué deseas? - Hola Mirella. Vine a salir en bicicleta contigo… para probarla, tú entiendes… - ¡No! – sonrió graciosa – No hace falta, la puedo probar yo después. No te preocupes. - Pero-pero Mirella, no quisiera que te pasara algo cuando salga a pasear en bicicleta. Que tal si estás en la pista y… (¡¡Fallan los frenos o algo peor!!) Ambos nos quedamos un momento en silencio con la mirada perdida, pensando en nuestras cosas. ¿Hasta ahora me pregunto, en qué habrá pensado Mirella? No creo que haya dudado de mí: - (Pareciera que no arregló la bicicleta bien, si no que la armo por armar, como para matarme… No creo ¿La habrá arreglado bien?…) - (¿En qué pensará Mirella?) – pensé yo, luego ella me contestó calmadamente - Bueno, está bien. - Ya, chévere. Vamos al parquecito que queda acá cerca. - Ya, bien. Vamos. - (Paulo, se educado, muestra tu elegante caballerosidad con Mirella. Recuerda las sabias palabras: “No en vano te educaron tus padres”. No en vano tengo años de experiencia en esto de ser un caballero.) – Me recordé a mi mismo - Mirella, disculpa. ¿Te puedo ayudar a sacar tu bicicleta? Por favor. - No gracias. – dijo amable pero algo seria. Yo continué insistiendo: - ¡Por favor! Mirella. - No.


-

(¡Caray, que muchacha! ¿Cómo uno puede ser un caballero, educado, si en estos tiempos no lo dejan? ¡Ah, ya sé!) – se me ocurrió - Que tal si la sacamos ambos juntos. – Entonces respondió seria: Bueno.

Y al parecer mi pretexto, o más bien dicho mi motivo, por que es un buen motivo, ¿no?, de sacar la bicicleta “por si tiene un desperfecto”, se convirtió algo así como en mi propia maldición (sólo es un decir, pues no creo en las maldiciones), pues apenas Mirella montó su bicicleta algo se salió de su lugar, y ya no podía avanzar bien, y menos, mantener el equilibrio fácilmente y lamentablemente, por el lado derecho de la pista, que está a la derecha del parque venía un carro directamente hacia Mirella. ¡Creí que Mirella iba a ser arrollada frente a mis propios ojos por no controlar bien la bicicleta! Ella se veía nerviosa, rígida, y sin gesto alguno por la sorpresa. El susto prácticamente me petrificó a mí, y no pude más que observar paralizado y esperar que no le pasara nada. ¡Suerte! ¡Qué suerte digo, gracias a Dios! El carro venía despacio y pasó por su costado, y ni siquiera la rozó. Al día siguiente fui a casa de Marlón y, le conté todo lo ocurrido, un tanto avergonzado: - Marlón, hola. ¿Se encuentra Mirella? - No. - ¡Uf, qué bueno! - ¿O’e qué? - No es que… ayer yo y Mirella… digo Mirella y yo… - Ya sé, se fueron a pasear - …Bueno, sí, pero la bicicleta de Mirella se malogró y… no sé si Mirella esté molesta, es que casi la atropella un carro. -¡Qué imbécil eres Willshes, yo en tu lugar la hubiese ayudado! – me criticó muy seriamente. Continuó serio - Ahora que lo dices, creo que si la vi un poco molesta. Cuando volvió esta algo…¿Cómo se dice? - ¿Cansada? - No, como molesta… - ¡¿Malhumorada?! – dije algo asustado. - Sí, algo así. - ¡Pero no me dijiste que no le gustaba manejar bicicleta! - Yo te quise decir que no le interesaba tanto como a ti. - Bueno, a poca gente le agrada tanto andar en bicicleta como a mí, es comprensible. - Ya, ya. La cosa es que se molestó. ¿Pero qué paso exactamente? - Si bien dije que arreglé la bicicleta gracias a Dios, puedo decir que fue unos de sus inefables designios la volvió a descomponer. Dios no quiera, sea más bien una maldición. - ¡Asu, tanto así! - Sí, luego que casi la atropella una minivan Wolswagen, modelo número… - ¡La marca no interesa!... Qué imbécil, yo la hubiese ayudado. Ante la tontería que repetió Marlón pensé irónicamente:- “Sí claro, me hubiese gustado verte”- luego continué… ¡Ya, está bien! Después que casi la atropella la minivan Wolswagen modelo… ah, sí, sí, “la marca no interesa” (¡Cómo que no interesa, hubiera sido menos peligroso si se hubiese tratado un “Wolswagen escarabajo clásico!), le pedí que cambiáramos de bicicletas. Al principio supuse que no sabía manejar tan bien… - esto último creo que dije, creo que lo tomó mal, como si yo dudara de la capacidad de su hermana, pues me respondió ofendido: - (¿Y este qué se cree?) ¡Ya pe’, ciclista acrobático! ¡Como si tú manejaras bien, atorrante! - ¡Dije “SUPUSE”! Su – pu – se. S – u – p – u – s – e, supuse. ¿Qué, acaso no tengo derecho a suponer, a pensar libremente?


- Ya, está bien. Sigue. - Ya, está bien. Al subirme a la bicicleta de Mirella, me di cuenta que pedalear era muy difícil. Revisé los pedales, la cadena, y luego la llanta, allí encontré el problema: el eje trasero no estaba bien centrado, al subirse, Mirella, había sacado del lugar donde había dejado el eje (¡Ya me parecía que algo andaba mal!). Luego no sé por qué m… se desinflaron ambas llantas. Nunca había dicho “puta mare” con tantas ganas… - (¡Qué vulgar!) - Luego no me quedó más remedio que preguntar a Dios en voz baja, “¿Por qué?” y, acompañar a Mirella a su casa. - ¡Ja, ja! Mirella debe estar verdaderamente decepcionada. – dijo tranquilamente. - ¿Tú crees? (Caray, creo que arruiné todo). Pero si a Mirella no le interesa salir mucho en bicicleta - Pero hoy nos quiso acompañar a pasear con Rafaniela – su vecina y ex enamorada – a la residencial, pero no pudo seguirnos. - Puta madre. – Dije desconcertado, cosa que no creo sea tan grave como lo tomó Marlón, pues todos tenemos un momento en que se nos escapa una grosería por el malestar del momento. El me dijo entonces, ofendido: - ¡O’e lávate la boca, vulgar de miércoles! - ¡No-no, lo siento mucho, excúsame por lo que dije! Es que de verdad me preocupa lo que pasó con la bicicleta de Mirella… - ¡Nada, nada! Y así te dices muy caballero. - ¡Ni que tú fueras perfecto!... mejor lo dejamos así, tú ganas. - Te choteé como siempre. ¡Ja, ja! - Ya no sigas por favor. (¡Carajo! ¡Que pesado es este larguirucho, es peor que una señorita!)- pensé. Lo que dijimos después es irrelevante. No puedo retroceder el tiempo, ni borrar el error, pero, sí enmendarlo. Nunca dejo nada inconcluso, y mañana, catorce de febrero del dos mil seis, regresaré a su casa a reparar su bicicleta, aunque tenga que amanecerme ahí, trabajando. Una sonrisa de Mirella (a modo de sincero agradecimiento), pagará todo mi esfuerzo e incluso más.

TERCERA PARTE (Hechos ocurridos días después de la creación del relato de Marlón, pero horas después de su comentario del 14 de febrero del 2006. Exactamente un día después de que Paulo escribiera el texto anterior en su diario.)

Llega el día y Paulo se levantó muy temprano a asearse, arreglarse, hasta… ¡Peinarse! ¡Cómo nunca en las vacaciones! Todo este acicalamiento le demoró de las seis de la mañana hasta el mediodía. Él se esmera, apura y adelanta todos sus deberes hasta llegar las tres de la tarde, la hora en que su madre sirve el almuerzo. Engulle todo, apurado, pide permiso a su “mamacita”, toma su bicicleta “Goliat” negra con franjas rojas y, conduce como quien huye de algo o alguien, pero en realidad no huye, persigue, persigue el amor, corre hacia quien creé será el amor de su vida. ¡Qué iluso! Mientras, el viento choca contra su rostro, casi sin dejarlo respirar, él piensa: “Debo llegar, cueste lo que me cueste. Quiero verla y besar su mejilla… que es tan suave, tan canela.” Rompe su récord, llega a casa de Mirella y Marlón en quince minutos, cuando su tiempo mínimo está entre veinte minutos. Al llegar a dicha casa, pasa su mano por su cabellera alborotada por el


viento, intentando peinarla, saca una toalla pequeña de su bolsillo, y a modo de pañuelo, seca las gruesas gotas de sudor que caen de su frente, manos y… axilas. Exprime el pañuelo, lo guarda en uno de los tantos bolsillos del pantalón. Busca relajarse y recuperarse de tal esfuerzo de recorrer un promedio de veinte cuadras a toda velocidad. Se sienta un rato a pensar que cosa le dirá a Mirella, su muy probable amor amor. Piensa: “¿Qué cosa le digo a Mirella? No debo tartamudear. Debo de mirarla a los ojos, y no otra parte de su tentador… de su cuerpo. Debo mantener la ilación, la coherencia, no deberé parecer inmaduro ante ella, deberé pulirme y lucirme, pero sin dejar de ser yo mismo en esencia.” Piensa en “verse bien, educado, y tantas otras cosas más. Se dispone a tocar el timbre de su casa, cuando Mirella, sin aviso, abre la reja con su llave, Paulo la ve e intenta sorprenderla con su presencia, ella no lo ve y sigue caminando de largo, Paulo la detiene, inseguro, y le dice titubeando como siempre: - Mirella soy-soy Paulo. ¡Espera! - ¿Ah?... – Sale de su distracción y le sonríe diciéndole: - ¡Ah! Hola Willshes. - Mirella, hola… no-no te debo saludar, estoy un poco sudoroso… Venía a ver lo de tu bicicleta. - ¿Qué bicicleta? ¡Ah, sí, la mía!... Es que ando un poco volada últimamente… ¿Y qué tiene? – le contesta algo despistada. - ¿Qué, no recuerdas? Se descentró el aro y no podías avanzar bien la bicicleta. – le responde, Paulo, muy seriamente. Ella continua tranquilamente: - Ah, sí, pero no te preocupes… - No, Mirella, disculpa, pero yo me propuse a arreglar tu bicicleta y, no es problema, me agrada. Es que cuando yo me propongo algo… - dice algo sonriente, seguro. - Sí, está bien, pero no hace falta. – responde ligeramente ofuscada, ante la insistencia de Paulo. Él continua insistiendo: - …Debo hacerlo. Mirella, responde por educación seria y calmadamente: - Gracias Paulo, pero ahora será imposible sacarla, mi mamá está lavando, y ha ocupado todo el espacio por donde se podía sacar la bicicleta. No creo que mi mamá me deje sacarla pues, al salir de allí se mojaría el piso recién encerado. - Sí, claro entiendo. La bicicleta está en la lavandería, y tu mamá tiene la lavadora ahí… Claro. – Por fin convence a Paulo y continua algo más alegre diciéndole: - De todas maneras, gracias Willshes. Ante este agradecimiento Paulo pensó: “Que dulce es Mirella, eso la hace aún más hermosa e inalcanzable. Tu sinceridad es tan notoria cuando agradeces. Creo que vine en vano ” Dicho esto se quitó un peso de encima, pues no sabía realmente como repararla. Inmediatamente dijo mucho más tranquilo y sonriente: - Bueno Mirella, me retiro. Ya está por tomar su bicicleta e irse, pero por esos designios de Dios que muchos a veces no entendemos, o quién sabe que fuerza o motivo, a Paulo le vino a la mente el hecho de que entraba ya al quinto año y, que eso significaba obligadamente que debería buscar pareja para la fiesta de promoción y, quién mejor que su amada en demasía, Mirella, su “Venus de Milo”. Paulo era precavido, pero más que por esa razón, él lo hacía por impaciente. Quería asegurarse desde ya y, no podía esperar siquiera a que confirmen la realización de dichosa fiesta de promoción. Así que decidió hacerle una proposición antes de que Mirella volviera a entrar de nuevo a su casa, y cerrara la reja de su quinta. Ella casi estaba por cerrar dicha reja, cuando Paulo la detuvo y se lo dijo: - Mirella, disculpa, te quisiera proponer algo… - ¿Qué cosa Paulo? Paulo habla con seguridad, para variar:


Bueno, si es que llega a haber una fiesta de promoción en mi salón, quisiera invitarte, por favor, a que seas mi pareja. - No sé Paulo, tendría que pensarlo… El pensó entonces: “¡Cómo odio esa respuesta, es más un pretexto para evadir la verdadera respuesta! Quizás me malinterpretó. Debe creer que tengo otra intención para invitarla.” Continua: – No Mirella, no te preocupes, es sólo para que me acompañes a una ceremonia formal. – y volvió a pensar en otro detalle: “Y quizás bailar hasta el amanecer en la fiesta-ceremonia más importante de toda mi vida escolar. Quiero compartir ese maravilloso momento con ella.” Mientras soñaba con su momento cumbre, no sólo en su vida escolar, si no, quizás, en toda su vida amorosa, notó que Mirella lucía algo preocupado. Ella entonces le dice, como dudando aceptar dicha propuesta: - Bueno, es que hay un problema… - ¿Qué problema? - …¿Qué, no sabes, Marlón no te contó? - No, no sé. Marlón no me ha contado nada. – Contesta Paulo, ingenuo, sin saber que cosa se le avecinaba, que “mala gracia” (a pesar de no tener aparentemente mala intención), le tenía preparada. Fue cuando Mirella suelta la bomba de hidrógeno en cara de Paulo diciéndole tranquilamente, como si no se tratara de nada importante: - Es que tengo que conversar sobre ello con mi enamorado, para ver si está de acuerdo. En esos segundos Paulo disimula extraordinariamente bien su sorpresa. No siente ni cólera, ni decepción, ni tristeza. Sus sentimientos parecían haber desaparecido, sólo siente esa extraña sensación de sorpresa, y luego, de irrealidad. El choque es repentino, así que disimuló todo perfectamente, para no levantar ninguna sospecha en ella. Lanza una sonrisita para disimular y siguió escuchando a la chica que le habla muy tranquila, aparentemente sin conocer los sentimientos de Paulo que la amaba hasta ese momento: - Es que tengo enamorado hace algunos meses. Bueno dame tiempo para pensarlo, todavía te lo puedo confirmar en octubre o noviembre. Mientras Mirella habla Paulo está absorto, pero quién se daría cuenta, él intentó reprimirlo, y lo logra. Sólo pensaba algo más calmo:< ¡Valla Mirella, quién lo diría! ¡Y todavía dice “hace unos meses”!> Paulo se traga todo su orgullo, y muy sereno y sonriente le dice a Mirella: - Está bien Mirella. Gracias. Hasta luego. Luego se despidió con un beso en la mejilla, ya no por interés, más bien, por cortesía, para disimular. Subió a su bicicleta y se fue. -

Fue tan brusca y repentina la impresión, o más bien dicho, desengaño, que ni siquiera le dio tiempo para sufrir, ponerse iracundo o deprimirse casi hasta morir. Fue como una muerte repentina y sin dolor. Sólo se preguntaba de vez en cuando: “¿Cómo me atrasaron, como se me adelantaron en tan poco tiempo?” CUARTA PARTE (Final inesperado) Paulo, después de oír la noticia hace oídos sordos a la realidad. Sin aparentar su terrible ira -pues la noticia después de sorprenderlo lo puso iracundo-, insistió para que Mirella lo dejara pasar a su casa. Entonces inició un persuasivo diálogo entre ambos: ¡Mirella, vamos, déjame entrar! Yo me las arreglo con tu madre. No Paulo, tú no la conoces…. Sí la conozco, desde hace años.


Bueno, no sé… tú habla con ella. Me arriesgo, la señora… tu mamá, me tiene confianza, y si no acepta, vendré otro día. Ya, bueno. Pasa Gracias Mirella. El cruzó el portón enrejado y se dirigió llevando su bicicleta con un paso decidido, pero rígido hacia donde estaba la casa de Mirella. Ella le abrió la puerta y se metió a su cocina. Dejó su bicicleta en la entrada de la casa de Mirella, luego la encadenó a la reja de su casa que también se encuentra a la entrada de la misma. Se dirigió a la lavandería donde la señora Patricia (madre de Mirella), lavaba la ropa. Todo el piso estaba mojado. -¡Qué mierda! – Pensó Paulo para darse valor y animarse a convencer, a la muchas veces tozuda, señora Patricia. Señora, Buenas tardes. – interrumpió Paulo la atención de la señora, mientras lavaba. ¡Ah! Paulo, me asustaste. –rió un poco, luego dijo seria - ¿Qué quieres? - Paulo continuó: Señora, disculpe, podría sacar la bicicleta de Mirella para terminar de repararla. (¿Qué, todavía no acaba? Para mí que la está malogrando más… Bueno, a Mirella no le importa mucho su bicicleta, ella se hace responsable de sus cosas.) – Pensó la señora. Inmediatamente dijo - ¿Pero le has pedido permiso a Mirella? No vaya a ser que se moleste y luego me haga problema… No, no. Sí le pedí permiso. Ya sabe. Ah, bueno, si es así, sácala. Pero cuidado que me vallas a ensuciar la ropa. No-no-no, se preocupe Mirella, señora. Por ese evidente tartamudeo al contestar, Paulo demostraba que indudablemente a pesar de intentar tener cuidado, iba a hacer lo contrario, no por mala intención, si no por nerviosismo, ya que este muchacho todo se lo toma a pecho poniéndose nervioso hasta el punto de volverse muy torpe, así que al sacar la bicicleta, con ira y nerviosismo, cargándola con toda su fuerza (un poquito más de lo que aparentaba), chocó con una de las llantas con una blanca sábana y la ensució bastante. Al ver, Paulo, lo que había hecho se asustó y pensó: -¡Chucha, la regué! – pero, su ira era más grande que su miedo, así que lo pensó bien: - ¡Me llega! Además, después de este día, no volveré a esta casa nunca más.- Si supiera que lo que dice se cumplirá. Sacó la bicicleta a la calle pensando: “sólo lo hago pues no me gusta dejar las cosas inconclusas”. Lleva la bicicleta a un grifo, la infla, y luego con unas llaves que había traído en una pequeña maleta, reacomodó la rueda. La bicicleta, volvió a andar bien, el problema estaba aparentemente reparado, pero en realidad Paulo por su inexperiencia como mecánico de bicicletas, no había reacomodado correctamente el eje de la rueda trasera, lo que provocaría que en poco tiempo la rueda se saliera de su lugar nuevamente, dejando a la bicicleta con la llanta trabada... podría ahondar en más detalles, pero no lleva al caso, este no es un manual de reparación de bicicletas. Paulo, creyendo ya reparada a la bicicleta, se montó en ella, con odio, furia, ira, intentando descargar toda la decepción por Mirella en cada pedaleo que daba. Él no conocía otra forma más práctica de desfogarse que acelerando en una bicicleta. Por su mente pasaban velozmente muchos pensamientos, muchos rencores pasados, todo relacionado a sus accidentados amores platónicos y, mientras más recordaba las palabras de Mirella “¿Es que no sabes, Marlón no te contó? Es que tengo que conversar sobre ello con mi enamorado, para ver si está de acuerdo. Es que tengo enamorado hace algunos meses. Bueno dame tiempo para pensarlo, todavía te lo puedo confirmar en octubre o noviembre.”, más se enfurecía, y más rápido iba. Las frase que más rabia le daban era su sereno“¿Qué, no sabes?” y el hecho que haya tenido el dichoso enamorado hace meses. Paulo estuvo en ese frenesí por varios minutos, mientras regresaba a devolverle la bicicleta a Mirella. Su distracción acabó al ver un gran camión mientras cruzaba una calle. El camión lo iba a embestir, así que frenó en seco, pero iba demasiado rápido, los frenos estaban mal ajustados,


así que se aflojaron con la fuerza, creyó que moriría. No notó que había pasado al camión, pero de repente oyó un impacto… … Paulo se estrelló contra el parabrisas, quedó inconsciente, y el parabrisas roto… se había salvado del camión, pero un taxi “station wagon”, que venía al costado del camión lo golpeó directamente. El auto frenó en seco, el calló de cabeza al suelo, y su sangre empezó a correr por la pista. No fue una combi asesina la que lo atropelló, como el temía muchas veces al manejar sobre su bicicleta “Goliat”, fue el vehículo que menos esperaba: un taxi. El quedó ahí, con su furia esfumada, tirado, lleno de excoriaciones, cortes y raspones, y la bicicleta de Mirella destrozada. Hace unos minutos había perdido la alegría y buen ánimo, el gusto por muchas cosas de la vida; ahora perdía la vida. *** Ese fue su fin… ¡No, realmente no! Se salvó de la muerte al pasar al camión, pero estuvo a punto de morir. Fue llevado al hospital más cercano después de que alguien llamó a los bomberos. Estuvo en el Edgardo Rebagliatti unas horas, mientras le hacían radiografías para ver la magnitud de los daños. Llegó la noche, y Mirella se preguntaba donde estaba Paulo y su bicicleta. Pasaron dos horas más y ya eran las diez, y para variar Mirella se empezó a preocupar por Paulo… si supiera. Paulo mostró una aparente recuperación a las pocas horas de su llegada al hospital, aparentemente las radiografías sólo mostraban una fractura en uno de los dedos de la mano derecha, un hombro dislocado, y una fisura en la tibia, además de una gran herida en la cabeza, algunos cortes en el brazo y raspones. Recuperó la conciencia al día siguiente de su traslado. Se sentía culpable, pues llegó a la conclusión de que lo que le había pasado fue por culpa de ira que lo distrajo. Sus padres fueron los primeros en llegar. Omitiré los acontecimientos de la visita de sus padres - que por cierto fue muy conmovedora – pues no lo considero de importancia para el relato. Lo importante vino después. Llegó Mirella a visitarlo de manera imprevista. Entró y saludo a los padres de Paulo. Estos se excusaron para salir, pues sabían que a Paulo no le gustaba que oyeran sus conversaciones, y como era una chica, supusieron correctamente que era algo personal. Ella saludó con un beso en la mejilla a Paulo y le dijo preocupada: ¿Cómo estás Paulo? ¿Cómo crees? – Respondió en son de burla Paulo. ¡Ah Ja! Que pregunta… que monga soy. – Luego empezó a reír. Bueno Mirella, no estoy tan bien como quisiera, pero verte aquí me alegra un poco el día, me aliviana el dolor. Gracias por decirme eso. No, no tienes que agradecerme. Sabes, me siento algo culpable por lo que te sucedió… - dijo con algo de culpabilidad. Paulo le dijo luego: No, no tienes que sentirte culpable. … es que si yo no te hubiera dejado que llevaras mi bicicleta que está malograda… – Ella continuó más nerviosa, por ello Paulo le dijo seriamente: ¡No! No. Yo soy responsable de mis actos, además estaba consciente de lo que hacía. Fue mi culpa por manejar rápido. Pero tengo algo más que decirte, respecto a la noticia que me diste sobre que ya tienes enamorado… Ah, hablando de él, te trajo un regalo. –Interrumpió Mirella tranquilamente que había venido a verlo, pero no sola, vino con su enamorado. Lo llamó, como si esto no tuviera importancia: Pasa José. Te presento a Paulo. – José entró. Era un muchacho de la talla de Paulo, simpático, atractivo, aparentemente tranquilo. No era un supermodelo, pero era mucho más guapo que Paulo. El se presentó ante Paulo casi estrechándole la mano herida, luego se disculpo y sonrió. Le dijo a Paulo:


Hola Paulo. Yo soy José… y como ya sabes soy enamorado de Mirella. Ah, y te traigo este pequeño corazón de peluche de parte de Mirella y mía. Paulo empezó a arder en cólera, tomó tembloroso el corazón de peluche, y recordó el amor que sentía por Mirella. Se puso colorado de la rabia, las manos le sudaban, se olvidó del dolor físico, y de no ser por su estado, se hubiese levantado de golpe de la cama. Se armó de valor y le volvió esa ira reprimida que parecía desaparecida después del accidente. Contestó serio, y con la voz cambiada, algo más formal: Mucho Gusto. Muchas gracias por el regalo, justo quería hablar de ti con tu enamorada, de manera personal, a solas. Bueno, respeto la intimidad de Mirella, pero si es sobre mí, no veo por qué retirarme. Además no debe de haber tanto secreto con Mirella respecto… ya sabes – y rió un poco, pues sospecho un poco de la actitud de Paulo por decir que quería hablar a solas con Mirella, que era su enamorada. Paulo muy sereno, respondió: Bueno, si es así, no hay ningún problema, por el contrario no es ningún secreto lo que voy a decir, supongo que Mirella te habrá contado del tema. Mirella tú me decepcionaste… - Mirella interrumpió sorprendida: ¿Queeeé? ¿A qué te refieres?... – Paulo continuó algo más impaciente. Déjame acabar… - Mirella lo volvió a interrumpir, preocupada, Paulo perdió la paciencia e intentó contener sus lágrimas: ¡Déjame acabar, por favor, quiero que entiendas! Mirella, sabías que estaba enamorado de ti, no puedes decir que no te diste cuenta, pues era evidente, y ahora me sales con que tienes enamorado… ¡Y peor aún, lo traes a verme, lo traes ante mí que aún seguía enamorado de ti! ¡¿Sabes por qué iba rápido, por que me distraje?! ¡Porque iba con cólera, pensando en la decepción que me diste, en que tenías enamorado hace meses, y que ni siquiera te dignaste a avisarme por algún medio, en ser delicada en decírmelo! Y dije “estaba enamorado de ti”, pues te amaba, te admiraba como persona, admiraba tu belleza y personalidad, pero ahora no. ¡Ahora no! ¡Ahora no! ¡Ahora no! ¡Ahora no! ¡NO! ¡NO! No. No… - Continuó más calmado, luego de desfogarse - … Eso es lo quería decir… discúlpame Mirella, discúlpame José, si en algo los ofendí, pero no hubiera poder morir tranquilo sin antes decir esto. – Esto último de “morir”, lo dijo por decir… si supiera. Continuó – Por favor, si no es mucho pedirles, quisiera que se retiren, deseo como nunca antes, estar solo. Bastante tiempo solo. Acabaron de oír todo lo que dijo, absortos. José sacó de la mano a Mirella en silencio, tomando a Paulo como loco, mientras Mirella pensaba en las palabras de Paulo, y empezó a derramar unas lágrimas, estaba a punto de llorar amargamente, pero se contuvo a ver que José la observaba. Esa noche sucederían acontecimientos que sólo Dios sabe por que se dieron. Paulo meditó muchas veces sobre lo sucedido. Decidió olvidarlo todo, olvidar para siempre a Mirella aunque le fuera casi imposible. Decidió no perdonarla, pero, en el fondo no pudo hacer eso pues aún la quería y admiraba. Se dio cuenta que ya era de noche, deprimido, se acostó a dormir, pensando en Mirella, y lo triste que era estar en un hospital solo, pues sus padres ya para entonces habían regresado a trabajar. Sus padres lo hubieran ayudado aconsejándolo, pero en el momento de la discusión ellos tuvieron que salir por un momento. Paulo reprimió sus lágrimas mientras se quedaba dormido, pensando en Mirella. Esa misma noche, Mirella pensaba en lo ocurrido, y se sentía igual que Paulo, se sentía mal por lo que le había hecho indirectamente, por todo, por la decepción que le había dado a Paulo y por el accidente. Se fue a dormir sin cenar. Esa noche soñó con Paulo, soñó que venía a su casa, que se saludaban en el patio de la quinta. Ella le dio un beso en la mejilla, quizás el primero por puro amor y no un tanto por compromiso. Ambos se abrazaron como disculpándose de todos sus errores, y Paulo besó en la mejilla a Mirella, muy suavemente, y luego la sorprendió con un


pequeño y delicado beso en la boca. Mirella, para su sorpresa, no se molestó, y por el contrario se sintió feliz, como nunca antes en su vida, infinitamente más que con los besos largos que tenía con su enamorado. Paulo tomó su bicicleta, ambos se acercaron a la puerta de la quinta tomados de la mano. Mirella se quedó en la puerta. Paulo salió a la calle se arrodilló ante Mirella y besó su mano, tomó su bicicleta, y le mandó un beso volado. Sonrió y se fue contento, mientras Mirella se despedía de él con la mano. Esa mañana Mirella se levantó muy animada, tranquila, su sueño había redimido la culpa que sentía. Estaba tan contenta que escribió el sueño en su diario, y escribió lo feliz que la había hecho. Por primera vez, por una razón aparentemente desconocida, Mirella deseaba visitar a Paulo al hospital, y por primera vez, empezar una verdadera amistad con él. Si supiera. ¡Paulo a muerto Mirella! – Gritó la señora Patricia muy alterada. Mirella se rió, pues no lo creía. Luego su madre continuó muy nerviosa: ¡Ay, hija, ese buen chico!… tengo que hablar con su mamá. – y empezó a llorar y a temblar, se le calló el teléfono. Fue entonces que Mirella corrió a encerrarse a su cuarto y a llorar por Paulo, por ese chico de aspecto chistoso del que nunca pensó enamorarse. Ahora sentía que le haría una infinita falta. Paulo había tenido una hemorragia en el cerebro, provocada por el golpe, no se detecto si no hasta después que se quedó dormido, soñando con Mirella, soñando con ella hasta que murió. En el velorio, asistió mucha gente, pues Paulo, a pesar de todos sus defectos, era muy querido y popular, en su colegio, en la quinta donde vivía y en otras partes. Nadie lloró, lo cual pareció raro en un velorio, pero nadie lloró, no por que no lo quisieran, simplemente por que no podían llorar. Era tanta la pena y sorpresa para algunos que no se lo permitía. Mirella estuvo presente. Dejó una rosa en su nicho y dijo en voz baja: - Paulo, me hubiese gustado conocerte más. Sí, sí te quiero. Me hubiese gustado decírtelo antes, ahora más que nunca, me arrepiento… nunca pensé que diría algo así. No, no me siento tan mal, pues sé que en el fondo me perdonaste. Algún día pasearemos juntos en bicicleta, no sé por que digo eso… ah, me encantó el beso, fue el mejor que me dieron.

Fin… …No, aún no. QUINTA PARTE (Lo que sucedió realmente) Luego de la noticia de Mirella, Paulo, como ya saben, montó su bicicleta y se fue calmo e intentó olvidar todo. Paulo es en extremo sensible, y, de una autoestima frágil, pero como nunca, tomó la situación con bastante frialdad, lo dejó pasar un tiempo, hasta a veces se reía un poco con ese recuerdo. Él, intentando pensar lo más positivamente ante esta situación se decía en son de broma: “Una menos en la lista de las pensaba que podían ser mi primera enamorada; una más de la lista de la que me rechazaron fríamente. Voy a tachar su nombre en mi lista personal. A pesar de todo, nunca se recuperó del todo. Intentó olvidarla para siempre de su mente por aquella decepción, pero le era imposible. Siempre se reclamaba a si mismo: “¿Qué mierda le vi yo a ella, que la hace tan única ante mí, y que no notan los demás? Ella no es una modelo. ¿Por


qué la veo tan perfecta? ¿Por qué no puedo resistir el encanto de su aroma, ni olvidar todo lo que pasé con ella?” Pasaron unos meses y, Paulo siempre preguntaba por Mirella a su hermano Marlón, aún se preocupaba por ella. Envidiaba al enamorado de Mirella, obviamente, por estar con “el amor de su vida”, de vez en cuando deseaba ver acabada la relación de ambos, para así volver a intentarlo, pero no, inmediatamente recapacitaba. Hasta pensó alguna vez acabar con esa relación, como hacen en esas novelas llenas de intrigas y engaños, pero no sabía como, y además, a pesar de su visible resentimiento, no le deseaba el mal a dicha relación, ni su enamorado, ni mucho menos a Mirella, a ella le deseaba lo mejor (aunque parezca raro). Él tenía sus motivos, a pesar de su aparente inmadurez, él sabía perfectamente – obviamente, algo tenía que aprender de tantos rechazos seguidos -, que “donde no nace, no crece”. Él no quiso verlos terminar, pues, si Mirella había encontrado al amor de su vida tenía todo el derecho a tenerlo, y no debía interferir en ello, sabía que él no podía obligar a nadie a que lo ame, que no podía hacer crecer el amor hacia él, en un corazón en el que primero no nace dicho amor. A eso me refería cuando dije que él sabía que, “en donde no nace, no nace”. Se resignó a no volver a perseguir al amor (ni siquiera a buscarlo). Quedaba en su mente las palabras que alguna vez le dijo una profesional: “El amor es como una mariposa, mientras más lo persigas, más se aleja de ti; en cambio si te detienes a esperarlo, quizás se pose en ti cuando menos lo esperes.” El conocía muy bien al enamorado de Mirella, a pesar de no verlo visto jamás. Había oído de boca de Marlón quien era, sabía que era estudiante de quinto año en derecho, que era romántico y detallista, quele grababa canciones que el mismo cantaba y componía acompañado por su guitarra, que le regalaba obsequios que le podían parecer costosísimos a cualquier joven de la edad de Paulo, que llevaba a toda su familia a comer comida china – incluyendo al glotón de Marlón, que a pesar de ser alto y delgado, y aparentar ser de estómago chico, parecía que comía un kilo por cada diez centímetros de altura -. Además sabía que era, amable, cortés, amigable, un buen cristiano como ella, que no era feo, como diría Marlón en una sola palabra, “Chévere.” Paulo creía que no le restaba más que sentirse tranquilo, con el hecho de que había sido desplazado totalmente de la vida de Mirella, por alguien que creía lo superaba en muchos aspectos. Lo curioso de este relato casi sacado de una novela llena de cursilerías mal escrita viene ahora. Mirella, según su hermano Marlón, simplemente se aburre de la relación con su enamorado, ambos se dan un tiempo para reflexionar, como dicen algunos, pero luego de ese “tiempo”, no vuelven jamás. Si creen que a Paulo le emocionó la noticia de este rompimiento, están muy errados, pensaron en lo más predecible. Al enterarse Paulo se decepcionó por completo de Mirella, y la bajó del altar donde la tenía por ser casi única, y la colocó junto a otras chicas comunes que no saben de romanticismo, ni conocen bien el amor en su magnitud y la responsabilidad que implica. No era la mujer madura que creía, ya no era siquiera la niña coqueta de la que se enamoró, era otra chica más, del montón, como dicen. Se dio cuenta que Mirella lo había ignorado, sólo para ser enamorada de alguien (al parecer ideal para cualquiera), que luego dejaría después de un corto tiempo, sin buen motivo, mostrando su falta de madurez. Paulo empezó a sacar conclusiones, algunas exageradas, pero la mayoría verídicas, luego empezó a comentar lo sucedido – procurando en lo máximo ser lo más parcial posible – a las pocas amistades suyas, todas mujeres, entre ella su madre, y todas calificaron a Mirella, al final de su relato con diferentes adjetivos, entre ellos, el de inmadura, insegura, poco sincera, incluso hubo una de ellas la calificó como traidora, pues a su parecer había traicionado la confianza que le dio Paulo. Si embargo, a pesar de todos los consejos, comentarios, y puntos de vista que le dieron respecto al asunto de Mirella, él procuró no juzgarla – pues, sabe, que Dios es el único


que tiene derecho a juzgar al hombre, y conoce esa frase bíblica: “Juzga y serás juzgado”. – Intentó no guardarle ningún rencor, ni dejó de admitir sus buenas cualidades. Ahora, hace poco, antes de entrar a su primer día de clases hizo una especie de ejercicio de relajación escribiendo la que según él será: “La Última Misiva a Mirella”. *** << Estimada Mirella: Recuerdo aquel día en que por primera vez me tocaste. Tocaste mi mejilla para quitarme un rayón de lapicero, junto con otros que parecían bigotes de gato. Nunca me sentí tan feliz de haberme manchado la cara con mi lapicero azul. Recuerdo tu dulce sonrisa, que es igual a la boba sonrisa de tu hermano. ¡Qué radiante te veías! ¿Por qué te volviste tan seria, tan fría conmigo, acaso madurar quiere decir volverse insulso? ¿Dónde está la Mirella, dulce, simple y coqueta de la que me enamoré en un principio, con un amor tan claro, como es el amor de niños? Sí, aunque no te hayas dado cuenta, estuve enamorado de ti, pero luego me ilusioné. Me ilusioné hasta el punto de no encontrarte defecto alguno, y si bien, escribí en el poema de mi carta anterior – para ser más exacto, en la tercera estrofa – “de ti me he enamorado”, pues hoy admito que estaba totalmente errado. Y si bien me enamoré, no dudes hoy que ya no lo estoy, ni me volveré a enamorar de ti, pues ahora veo todo más claro, con mayor realismo, como yo diría: “ya pulí mis lentes”. No te suplicaré, ni mucho menos me humillaré por pedirte que me ames, pues aborrezco ello ahora, y sé que tú también lo aborrecerías. Recuerdo tu frase, la que me dijiste por teléfono… bueno, realmente no la recuerdo exactamente, pero sí sé lo que querías comunicarme con ella: Como buena cristiana debías primero conocerme más para ser un verdadero amigo tuyo, luego consolidaríamos nuestro enamoramiento, y si era esa la voluntad de nuestro señor Dios, buscaríamos el matrimonio, un sólido matrimonio. Comprendí perfectamente, acepté tu punto de vista, hasta intenté amoldarme a él... Veo que desperdicié el llavero dorado en forma de corazón, que suponía dárselo a mi primera enamorada, dándotelo a ti… no, no te reclamo nada, pero sí te digo con una franqueza extraordinaria, que creo que traicionaste tus principios como cristiana al no darme tiempo, sabiendo cuán enamorado estaba de ti. ¿Qué, acaso no se te hizo evidente mi admiración por ti, durante estos cuatro años? Por ti hice cosas que nunca pensé hacer por una chica, ni siquiera por la que más me cautivase. Debiste darme más tiempo para intentar ser tu enamorado. ¡Me debiste esperar!, pues yo sí estaba dispuesto a esperarte todo el tiempo que fuera necesario, como lo hice durante cuatro años. Y lo vuelvo a decir: ¡Debiste esperarme, pues yo sí te iba a esperar! Me despido con el último beso en la mejilla… o mejor aún, con mi primer beso en la boca, que seguro nunca me darás realmente. Nunca te lo dije, pero soy “virgen” de labios. Me hubiese gustado que tú fueses la que me hubiese dado ese privilegio, tocar esos labios que tanto ansié, respeté. P.D.: No te moleste en responder esta carta, pues es la última. Adiós Mirella, Dios bendiga tu vida, y espero que a diferencia mía, halles el verdadero amor en poco tiempo. …¡Qué bueno que me dijeron que no habrá fiesta de promoción, así no tendré que buscar pareja!


Atte. Paulo >> ¿Fin…? …No, todavía hay más. SEXTA PARTE (La misiva de Mirella a Paulo: Segundo Final Alternativo. Una yapita como dicen. Lo que debió suceder y no pasó.) Luego de escribir “La Última Misiva a Mirella”, Paulo, algo indeciso, decide mandarle dicha carta a Mirella por correo tradicional, ya que ella no usaba nunca su correo electrónico. Pensativo, se dirigió a una oficina de Serpost que quedaba cerca de su casa. Meditaba mientras caminaba en cosas como: “para que se la voy a enviar, es como darle demasiada importancia. ¿Por qué poner atención en alguien que no se la merece? ¿Realmente es necesario gastar un sol para enviar esta carta, que la puede tomar por ofensiva? ¡Qué miércoles! Se la voy a enviar, y lo que ella piense me importa lo mismo que un perno barato, lo hago sólo por desfogarme, después la olvidaré por completo.” Y dicho esto llegó a una cuadra algo solitaria y, notó que lo seguían. Eran dos muchachos altos y vestidos a la moda, que empezaron a perseguirlo, al darse cuenta, corrió despavorido y con el corazón en el cuello. Obviamente que lo querían asaltar. Llegó a la oficina de correo, donde estaba más seguro, pensando en la carta que llevaba a Mirella y la moneda de un sol, que eran las únicas cosas de valor que le podían robar, pues todo lo demás que llevaba estaba roto en alguna parte, descocido, manchado, además de viejo o algo sucio, en resumen, realmente no llevaba nada de valor para que le robasen, sólo lo persiguieron al verlo distraído, con cara de inocente y por su obvia apariencia ingenua e inofensiva. Después de tal conmoción Paulo se dijo: “Ya estoy empezando a dudar si es necesario hacer todo esto. ¿Realmente es necesario? Pero ya llegué, y no he corrido en vano. Voy a entregar la carta, estoy decidido.” Y realmente lo estaba, así que entregó la carta en su sobre, que estaba con todos los datos exactos y correctos. La señorita que lo recibió lo miró mal, pues el sobre estaba estrujado, resultado de la persecución y el susto. Paulo al notar la mirada se puso nervioso y se le calló la moneda, la cual rebotó, y se le escapaba como si estuviese hecha de jabón. Avergonzado entregó la moneda, la cual fue recibida por la mujer que le dijo muy seria: - Esta moneda es falsa. Tendré que retenerla. – Ante esto Paulo se quedó frío y se puso pálido, pensó: “¡Tanta vaina, para que al final me digan que la moneda es falsa! Lo peor de todo que no puedo refutarle, pues yo mismo sospechaba la legitimidad de la moneda, debí traer otra moneda… ahora quemo la carta, ya no me sirve. Sólo por si hay caso revisaré mi bolsillo… ¡Caramba, acá hay un sol!”, y en efecto había otra moneda en su bolsillo, seguramente una de las muchas que cree perdida a veces. Le entregó la moneda, se disculpo por lo de la moneda anterior. Depositaron su carta y él se despidió. Antes de cruzar la puerta recordó lo de su frustrado asalto, así que la picó, o mejor dicho, corrió velozmente hacia su casa con mucho temor, no parando hasta llegar a ella. Bien, hecho esto Paulo se sintió más tranquilo, se acostó en su colchón ortopédico y se durmió. Pasó una semana y, Paulo se encontraba entretenido en otras actividades, entre ellas la preparación para una maratón vacacional de matemáticas, cuando una mañana tocaron el timbre de su casa. Él corrió hacia la puerta de su quinta, para su sorpresa, no era una


de las típicas visitantes de su mamá, era un mensajero de Serpost con una carta para… ¿Él? Sí, para él. La tomó entre sus manos mientras, miraba el cielo. Entró a su casa, y le dijo a su mamá que era un encuestador sólo para que no le inquiriera más. Se encerró en su cuarto con la carta, y vio el destinatario. Era Mirella. - ¿Mirella? – dijo Paulo en voz alta y sorprendido. La abrió, miró la carta escrita con lapicero azul, con una fina y suave letra. Había empezado a leerla, decía: “Querido Paulo, yo…”, entonces Paulo cerró violentamente los ojos y gritó: - ¡No! No debo leerla, envíe esa misiva a Mirella para olvidarla por completo, ya no quiero… ya no debo… ya no debo ni quiero saber nada de ella. Tomé una decisión y punto, no pienso cambiarla, aunque la carta sea para decirme que viene a pedirme perdón de rodillas, no la leeré. – Paulo aún estaba muy resentido, demasiado resentido con Mirella como para leerla. La arrugó y la votó en su papelera. Pasaron unas horas, mientras Paulo estudiaba trigonometría y, la curiosidad por saber que decía la carta, lo mermaba, se dijo a sí mismo: “la leeré pero no le tomaré importancia a lo que dice”. Tomó la carta de la papelera de plástico blanco, desarrugó la carta y cuando empezaba a leerla la volvió arrugar. – Mejor la quemo de una vez y me olvido de todo. – Y diciendo esto se fue a la cocina, y en un descuido de su madre puso la carta sobre una de las hornillas encendida. Disfrutó al ver como se quemaban lentamente las palabras de Mirella. Pero no pasó mucho tiempo hasta que el remordimiento lo condujo a una temporal obsesión por saber que contenía dicha carta, así que llamó unas horas después de quemada la carta a casa de Mirella. - Aló. Buenas-buenas tardes. Se encuentra Mirella – dijo algo nervioso y titubeante. Marlón, era quien había contestado, apático, diciéndole: - No se. Voy a ver. “Tiene que estar ahí”, pensó Paulo. Después de un minuto oyó que alguien se acercaba al teléfono, era Mirella. - Aló Paulo… sí, que deseas – le dijo algo tímida, cosa rara en ella. - Mirella, me llegó una carta que aparentemente me habías mandado… - Ah, te llego – dijo suavemente. Algo preocupada continuó - … y que opinas respecto a ella… yo la verdad… la leíste toda. - No, la verdad, la quemé. Repentinamente al decir esto, Mirella se desanimó para continuar y colgó el teléfono. Paulo se desesperó e inmediatamente la llamó de nuevo. Ella Contestó. Él habló algo alterado: - Mirella, lo lamento mucho, es que estaba cerca de la cocina y se quemó… no, no te voy a mentir, yo la quemé porque estaba muy molesto contigo, pensé que no debería leerla, pero realmente me importa mucho lo que dice esa carta. - Lo siento Paulo, no te lo puedo decir. Te lo diré luego, hasta luego. Mirella volvió a colgar. Estaba molesta con Paulo, su orgullo hizo que se guardara el secreto, no disculpó el error de Paulo pero, se arrepentiría, sin saber, en un futuro. Paulo insistió varias veces llamando ese día, pero Mirella ya no contestaba, mandaba a decir a su mamá o a su hermano que estaba dormida, y, a veces, si lo estaba realmente. Paulo desistió ante la actitud de Mirella, ya no iba a perdonarle nada de nuevo, ni a tenerle la paciencia que le tuvo, se dio cuenta que no valía la pena. Pasaron unos meses. Y Mirella recapacitó respecto a su actitud, que por otro lado, no era la más adecuada para ella, así que le pidió el teléfono de Paulo a Marlón , pero este no recordaba bien el número. Lugo él recordó el número suponiendo un tanto y Mirella se arriesgó a llamar.


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Aló, Buenas tardes. – Dijo Paulo con voz gruesa y cortante, como era costumbre en su casa. Mirella no reconoció su voz y pensó que se trataba de su padre: Buenas tardes señor, se encuentra Paulo. – respondió Mirella un tanto apurada. ¿De parte? – continuó Paulo con la misma voz al reconocer que era Mirella, sólo para fastidiarla. De Mirella. ¡Mirella! Soy yo, Paulo. – Dijo con su risueña voz habitual, llena de gallos, rió un poco. Continuó muy contento y emocionado: Dime Mirella, a que se debe tu grata y agradable llamada. Es respecto a la carta, Paulo.- Dijo Mirella algo preocupada, Paulo también se preocupó un poco, contestó algo serio: Ah… la carta. Bueno, ¿vas a decirme que decía? No. – Paulo se molestó, y le dijo alterado: ¡Cómo qué no! Me llamas para decirme que “no”. No Paulo, es que no te lo puedo decir por teléfono. No sé si podrías venir a mi casa, para decírtelo. No, ahora no, dentro de poco tendré que atender a una visita muy importante, pero, me lo puedes decir después, no te preocupes. – Contestó Paulo despreocupado, sin tomarle tanta importancia. Mirella se impacientó Paulo, es importante. – dijo nerviosa. No te preocupes… disculpa te tengo que colgar, hablamos luego. – Mirella se despidió resignada: Bueno, hasta luego Paulo. – Paulo hizo lo mismo pero tranquila y cordialmente: Hasta pronto Mirella.

Pasaron unas horas, cuando sonó el timbre de la casa de Paulo. Paulo creyó que era la visita que esperaba. Estaba vestido muy bien, “sport elegante”, se podría decir, no a la moda, algo al estilo de la década de los ochenta. Corrió a la puerta a ver quien creía era su visita. No, era ella. Era Mirella. -¿Mirella, qué-que, que haces aquí… en mi casa? – Dijo Paulo sorprendido y nervioso. Ella respondió algo tímida: - Ya sabía donde vivía, me acordé por la vez que vine a acompañar a mis hermanos al cumpleaños de tu hermana… tengo algo que decirte. - Lo de la carta, ¿no? – Dijo Paulo seriamente. - Sí. – dijo casi con la voz apagada, y agachó un poco la cabeza. Paulo contestó con la misma seriedad que antes y algo apático: - Bueno, y que es lo que vienes a decirme, lo que decía la carta.- Entonces Mirella empezó a hablar algo intranquila. - No la tengo ahora, tenía una copia en mi diario… la cosa es que… en ella decía… - ¿Qué decía?- preguntó Paulo impaciente. Mirella dijo con un tono de tristeza: - … nunca se lo he dicho a ningún chico… discúlpame por todo lo que te hice pasar… yo te quiero Paulo… - entonces levantó un poco la voz –… yo deseo que seas mi enamorado… me gustaste desde que te conocí, me parecía tierno y gracioso, pero con el tiempo me dejaste de gustar un poco. Cuando entré a la iglesia me sentía confundida, y… con todo eso de buscar a alguien que sea tu mejor amigo para ser tu enamorado, y… era como buscar a la persona que sea tu mejor amigo, para que sea un buen esposo, y yo escogí a Pepe, José, pues era mi mejor amigo de la iglesia… pero tú me gustabas, además… Marlón siempre hacía sus comentarios exagerados, burlándose acerca de ti, y te hacía ver como un tonto inmaduro, demasiado inmaduro para mi


gusto… ahí me dejaste de gustar un poco… pero con el tiempo me di cuenta que estaba enamorada de ti y no me importaba lo que Marlón dijera. Paulo estaba atónito, pero nada conmovido con la declaración de Mirella, sólo se limitó a decir: -No seré tan torpe para decir esto como tú lo fuiste conmigo. Lamento mucho, de verdad, eres una excelente mujer, y muy hermosa, pero siempre hay gente superior que uno en muchos aspectos, y no por eso uno es menos valioso. – Mirella no entendió al principio lo que Paulo quería decirle, pero al notar que la rechazaba en cierto modo le dijo: - No te entiendo Paulo… no vas a disculparme, yo te quiero, de verdad… – dijo con nostalgia y derramó unas lágrimas. Continuó: -… nunca he llorado por ningún chico. – Paulo intentó consolarla diciéndole con voz tierna: - No, no Mirella, claro que te disculpo, el rencor sólo me dañaría a mí. Pero el problema no es que no te estime, cuando dije que “hay gente superior a uno”, lo decía porque conocí a alguien que creo sin duda te supera, y vale la pena para mí… Mirella, se arrodilló ante ella, le besó la mano y, la sostuvo mientras decías: - te pido disculpas desde el fondo de mi corazón por lo que te voy a decir, pero yo ya tengo enamorada. Mirella sintió como se derrumba por dentro, pues creía que Paulo se había arrodillado para confesarle su amor. Paulo continuó: -

Sé que no debo decirlo, no, lo diré, ella es la visita que esperaba, ya debe venir para salir a pasear en bicicleta. No sé si sea con quien me voy a casar como creen que debe de ser en tu iglesia, pero ahora, para mí, ella es el amor de mi vida. Mirella estaba absorta y llorando. Pronto llegó la enamorada de Paulo, ella se secó las lágrimas se tranquilizo y se presentó como una amiga cercana de Paulo, se retiro, a tomar su carro sola, no quiso ser acompañada. La enamorada de Paulo reconoció quien era realmente, pues Paulo le había contado sobre ella hace mucho. Ante esto ella se preocupó, pero Paulo le explicó con lujo de detalle todo lo que había sucedido. Más tranquilos, sintiendo algo de lástima por Mirella, ambos partieron hacia la playa para poder disfrutar un atardecer más juntos, como más le gustaba, montados en bicicleta, y luego deteniéndose a oír el mar. No sé si Paulo y su enamorada, llamada Mariela, (similar nombre al de Mirella por coincidencia), vivieron felices por siempre, pero lo que sí es cierto es que Mirella se arrepintió toda su vida por no aceptar a Paulo como su enamorado, aunque sea por un corto tiempo, le hubiese encantado conocer a esa extravagante persona a fondo. Tardó muchas semanas en reponerse de esto, pero pronto lo superó, pasaron los años, se casó con un joven de su iglesia, pero nunca olvidó a Paulo por completo.

¡Ahora sí, por fin… Fin! *Nota del autor: Por favor, no le busque moraleja a esta historia, no la tiene… Ah! Una amiga me recomendó que escribiera “que no es apto para depresivos”. Otro detalle, en todos los relatos, por la limitación del narrador, como en el caso de Paulo y Marlón, que están en primer persona, se colocó el pensamiento de los personajes entre paréntesis para resaltarlo.



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