Politika nº67

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Debo, luego existo

Además, no por tener nombre de reina usted se va a creer santa. No sea arrogante, señora. Eso es lo que pasa con ustedes, con todos ustedes: son arrogantes. Su hermano mayor, el “mall”, también cree conocer al ser humano. Por lo menos a mí, tampoco me conocen. Si me conocerían, sabrían que prefiero saborear comida conversando con alguien a tragar plástico mirando el reloj; sabrían que prefiero el parque a los pasillos; las palmeras a los disfraces de palmeras; los seres humanos a los maniquíes; los arboles a las vitrinas. Por lo demás, ya le dije que me agradan las cosas sencillas, si quiero comprar algo voy y lo elijo, así, lo más rápido posible (prefiero ocupar mi tiempo en cosas que de verdad me agradan), y sus hermanos repletan de productos las vitrinas, esperando al éxodo de mirones que miran pero no tocan, por que pocos tocan, pero muchos miran. Para tocar: el crédito, sus tarjetitas de plástico permiten tocar la Mona Lisa detrás del vidrio, sueños convertidos en realidad, sueños a 45 cuotas precio contado, sueños que muchas veces se transforman en pesadillas de pagar y pagar cuotas. En fin, su hermano, el mall, tampoco me conoce. ¿Sabe que es lo que creo, señora Isabel? Que yo los conozco mas a ustedes de lo que ustedes a mí, conozco lo que conocen, y lo que conocen es la soledad del hombre moderno, y la vienen concienciando hace ya bastante tiempo, por eso exigen que las universidades les entreguen esos especialistas en convertir mercancías en necesidades, ingenieros del hechizo, magister en hipnosis. Ustedes, ayudados por estos tipos, saben entregarle cualidades humanas a las cosas que se compran: las cosas te acompañan, te quitan la pena, te comprenden, te ayudan. Insisto: Lo que ustedes conocen es la soledad del hombre, y de la soledad han hecho su mercancía. Las carencias espirituales se llenan con cosas y ustedes sí que saben ofrecer cosas. Cosas que están pensadamente destinadas a durar poco, bien poco, para luego imponer la siguiente, y en este proceso de botar y botar cosas se estresa a la Tierra, que no tiene tiempo para reciclar tanto plástico inútil ni preguntarse cuál era la diferencia entre una cosa y la otra. Si usted y su hermano dicen conocer a la gente, entonces sabrán que los chilenos encabezan los índices de desconfianza y consumo de fármacos en Sudamérica, que se suicidan el doble que hace unos años, que las depresiones abundan como abunda el smog en las calles de Santiago, que los niños inflan la panza con comida de plástico y prefieren tomar Coca Cola a tomar leche, que la vida sigue entrando por las pantallas y no por la ventana. A pesar de todo este panorama, ustedes insisten con su receta: pueden salvarse, pero no miren para el lado, el del lado caerá y usted tendrá ese brilloso televisor que los acompañará durante el día, le con

Año V - Edición Digital Nº 67 (15.02.2014)

tará chistes, lo sacará por minutos de su frustración y por las noches le cantará canciones que le inducirán el sueño. Para ustedes, los pobres son los únicos condenados a la eterna fealdad, atornillados a la frustración y la mugre. Los otros, pueden adornarse con zapatillas, perfumes, relojes y toda esa clase de petardos psicológicos. Entre más caro, mejor. Entre más deuda, más tengo. Quien no debe no es. Debo, luego existo. Y todos quieren existir en esta vorágine apocalíptica del consumo, arrancar como sea del anonimato de las multitudes y mostrar como brillan sus lentes y collares (¿se acuerdan de esas zapatillas con luces que ustedes vendían?, ¿que utilidad puede tener una luz en la zapatilla más qué aparentar?). El robo solo acorta el camino, y de paso evita la deuda. Digan la verdad, señores, cuéntenle a los seres que ustedes dicen conocer que aunque se afeiten con la prestobarba que sea, debajo de los bigotes no aparecerá Messi ni Alexis Sánchez, ni sus autos ni mujeres. Pero no, no lo harán, porque para funcionar ustedes necesitan de la frustración y la fantasía, la soledad y la carencia espiritual, ese es el oxigeno que echa andar sus motores. Ahí radica su modus operandi. Yo sí que los conozco, señores, y espero que no se ofendan por estas cosas que les digo. A usted, señora Isabel, sí, a usted, le pido que no vuelva a decir que me conoce, porque usted no conoce nada de mí. Repito: ¡nada de mí! Yo no soy lo que compro, ni lo que ustedes vigilan, ni lo que como. ¿Conoce a Humberto Maturana, señora Isabel? Es un biólogo chileno, según este señor, los seres humanos somos, esencialmente, sentimientos circundados por el perímetro de un cuerpo; los sentimientos nos mueven, dice Maturana. ¡Él sí que conoce algo de lo que soy, no usted! En mi interior reposa una sustancia eterna, que me impulsa a experimentar sentimientos sublimes, como el amor, la empatía y la solidaridad. Eso es lo que soy, eso es lo que son todos los seres que habitan este misterioso planeta, aunque pocos se den cuenta. Lo que ustedes conocen, o dicen conocer, es al hombre en serie, a esos gemelos clonados, Épsilones o Gamas, hijos y víctimas de las gigantescas y obligatorias pautas del consumo, que necesitan e imponen un modo de vida que reproduce a seres humanos como fotocopias del consumidor ideal. Ese ser es el que ustedes vigilan y castigan y ahora dicen conocer. Si, quizás conozcan algo de todo eso. Pero no conocen la verdadera esencia de lo humano, que está muy pero muy alejada de ese imperio de la uniformización forzosa que ustedes imponen. Señora Isabel, no se confunda: ¡usted no me conoce! Atte, Yo.

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