POETIZ ARTE
Poemas y relatos ilustrados


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Profesor Julio Enrique Checa, por su apoyo al proyecto como Decano de la Facultad de Humanidades, Comunicacion y Documentación.
Profesora Guadalupe Soria Tomás, por su involucración y redacción del prólogo.
Profesor Juan Yunquera Nieto, por la contribución en el diseño de la publicación.
Subvención por parte del Programa de Fomento de Actividades Culturales de la Facultad de Humanidades, Comunicación y Documentación de la UC3M

Guadalupe
Jimena
María
Mila
Elvira
Sara
Alejandra
Clara Gadea
María
Sara
María
Jennifer
Erika
Elvira
Mila Sánchez
Jorge Pascual................................
Virginia Rodríguez
Fátima Bueno...............................
Lucía Rubio
Allende Sauras..............................
Rafael Martínez
Roberto Marín Vázquez................
Alba Izaguirre Castro
Puertas.................................
Carmen Alonso Ramos
Del salón en el ángulo oscuro, de su dueña tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo, veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas, como el pájaro duerme en las ramas, esperando la mano de nieve que sabe arrancarlas!
¡Ay!, pensé; ¡cuántas veces el genio así duerme en el fondo del alma, y una voz como Lázaro espera que le diga «Levántate y anda»!
(Gustavo Adolfo Bécquer, 1871)
Aquella sala estaría muerta, mortecina entre el polvo sobre sus oscuras maderas, vacíos de vida sus altos techos, si no tuviera entre sus paredes… un instrumento quieto. Dejaba de ser una vieja y silenciosa habitación para convertirse en el espacio que rodeaba un alma. ¿Qué pasaría si una mano se deslizara por sus cuerdas? Brotaría de ellas la magia, se llenaría la sala de gracia, reviviría el silencio oscuro y explotaría la luz del arpa: como si se tratara, la música, de un manantial de agua.
Mi querido profesor, Don Jorge, nos enseñó este poema en primaria; y desde entonces siempre ha resonado en mi cabeza como un recordatorio de que el arte puede estar estancado, sin expresarse, dentro de las personas. Así como esa melodía resucitaría la sala abandonada, también creo que los poemas y las pinceladas pueden rescatarnos de la apagada rutina diaria.
¿Por qué tenemos, entonces, a los jóvenes artistas acallados en un rincón de la sala? Sólo si confiamos en que el arpa desamparada no se trata de un mueble, sino de una fuente de vida, podrá salvarnos de la oscuridad y la sequía.
Tiene entre sus manos, querido lector, las primeras notas que emergen de corazones jóvenes dispuestos a publicar -en su mayoría- por primera vez. Es el resultado de muchos meses de trabajo y coordinación entre 40 escritoras, escritores, ilustradoras e ilustradores cuyo único punto en común es el amor al arte.
Como coordinadora, le diré que no conozco a algunos de ellos, ¿Por qué? Porque esta revista solo pretende ser un soporte, un altavoz para la belleza: Observé, en mi residencia de estudiantes y en mis círculos, a muchas personas con un talento desorbitante que se hallaba, sin embargo, flotando en el aire. Era necesario que la capacidad de sus cuerdas se descubriera y deleitara al mundo, merecían posar su arte, y me encomendé la tarea de darles tal soporte.
Gracias a todos y cada uno de los participantes, por su paciencia, gran confianza, trabajo en equipo y disposición. Gracias a Miguel Ángel García y a Mila Sánchez por su esperanzadora motivación, y gracias en especial a mi madre, mi motor de vida.
Disfruten de la melodía que se ha posado sobre estas páginas.
Carmen Alonso Ramos
«Palabras, palabras, palabras» para un fanzine: Poetizarte
Vt pictura poesis; erit quae, si propius stes, te capiat magist, et quaedam, si longius abstes; haec amat obscurum, uolet haec sub luce uideri, iudicis argutum quae non formidat acumen; haec placuit semel, haec deciens repetita placebit.
(Horacio, Epistula ad Pisones, vv. 361-365)
La mia allegrezz’ é la maninconia, E ’l mio riposo son questi disagi: Che chi cerca il malanno, Dio gliel dia.
(Miguel Ángel, ca. 1547)
[…] La sangre hierve agitada en mis venas. ¡Veintitrés años y nada he hecho por la inmortalidad! He despertado, sé cómo me siento. Como un acreedor, mi llamada se dirige al trono real, me despierta de mi sueño, y todas las horas perdidas de mi juventud resuenan en voz alta como deudas de honor. Aquí está el momento: grande y hermoso, que por fin exige de mí los intereses de una suma elevada: me llama la historia universal, la gloria del linaje y el atronador tambor de la fama. (Schiller, Don Carlos, II, 2, trad. de L. Acosta, Madrid, Cátedra)
En su imprescindible Historia social de la literatura y del arte, a la que acudo como refugio para escribir estas líneas, Arnold Hauser desgrana la relación entre artes plásticas y literatura a lo largo del tiempo, así como la consideración social de quienes se dedicaban a ellas. Nos recuerda la división, en la Antigüedad clásica, por la que mientras el poeta era honrado «como dispensador de gloria e intérprete de mitos», el artista plástico «continúa siendo el despreciable artesano que con su salario alcanza todo lo que le corresponde».
En ella subyacerá la separación entre artes liberales y mecánicas. Las primeras se ejercitaban desde la inspiración intelectual; las segundas, que venían a envilecerse en el círculo de la mercantilización, desde lo manual. Así el pintor se manchaba, se ensuciaba frente al poeta que se elevaba intelectualmente. Esta distinción empieza a superarse durante el Renacimiento, cuando los pintores reivindican su ejercicio como un arte liberal, se rompe la dependencia con los gremios, se desarrolla la conciencia del artista, del genio creador, y se inicia la institucionalización de la enseñanza académica, proceso que se consolida en el XVIII.
En este último, las láminas que ilustran la Encyclopédie resultan en un ejemplo paradigmático de restauración de los oficios manuales a través de su tratamiento gráfico. Ahí: «la actividad física especializada […] era siempre bella, organizada, limpia y tan admirable como pudiera serlo cualquier otra actividad humana» (Ph. Blom: Encyclopédie. El triunfo de la razón en tiempos irracionales, Barcelona, Anagrama, pág. 333).
El pintor artista firmará sus obras, se autorretratará y será objeto de estudio en las biografías literarias que empiezan a circular. Para Hauser, Buonarroti representa: «el primer artista moderno, solitario, movido de una especie de demonio que aparece ante nosotros, el primero que está poseído de una idea y para el que no hay más que su idea; que se siente profundamente obligado para con su talento y se ve en su propio carácter de artista una fuerza superior que está por encima de él» (Barcelona, Labor, 1996, vol. I, pág. 406).
Rafael Argullol, en su lúcido ensayo El Quatrocento (Barcelona, Montesinos, 1988), nos habla del «espíritu romántico incrustado en el pensamiento y en el obrar del Renacimiento» por cuanto ambos rechazan los límites de la subjetividad, de la autoafirmación.
No obstante, la conciencia de la fugacidad del tiempo impregna la ecuación renacentista de espíritu melancólico, donde se sitúan, con frecuencia, los non finito de Miguel Ángel y gran parte de su producción poética: «Me entristece y duele, pero también me gusta / todo pensamiento que vuelve a la memoria / el tiempo ido, y que razón me pide / de los días perdidos, por los que no hay reparo.» (Sonetos, trad. de L. A. de Villena, Madrid, Cátedra, pág. 185).
Los versos teñidos de melancolía nos invitan a detenernos en el grabado de Durero, Melencolia I (1517), también en la Malinconia, ilustración para la Iconologia de Ripa (1611), dos de los correspondientes iconográficos emblemáticos de esta musa melancólica, de mejillas apoyadas en la mano, mirada perdida y ensimismamiento. Sobre estos referentes, superada en parte la dependencia de la medicina tradicional, se construirán discursos para pintores (Lebrún y su Conferencia sobre la expresión de las pasiones), tratados de declamación para actores (Engel, Zeglirscosac, Bastús, etc.), y personajes literarios, como Hamlet o Don Carlos, dos jóvenes que, a la sombra de la melancolía, reivindican su espacio, como ahora hacen los creadores de este fanzine. El humor melancólico, de atmósfera que se tiñe de oscuro y de noche, de toques lunáticos, pero también de humor y sabiduría excepcional, si seguimos a Aristóteles en su Problema XXX, se ajusta, según Bienczyk (Melancolía, Barcelona, Acantilado, 2014), a toda época de cambio, de transición, como es esta experiencia para los autores de Poetizarte.
Llegados a este punto, le invitaría, amable lector, a hacer lo que aconsejo siempre a mis alumnos, aunque quizás en esta ocasión ya sea tarde: sáltese el prólogo y vaya directamente a lo que interesa. Sumérjase en las páginas de Poetizarte con mirada desprejuiciada y déjese llevar por lo que nos cuentan y cómo lo cuentan.
Mientras leía esta muestra de diálogo elocuente entre verbo e imagen, me los he querido imaginar como hábiles miniatores, antiquarii, scriptores y rubricatores, que, revestidos de paciencia monacal y mimo artesanal, nos regalan su talento; con la generosidad de quienes presentan, desnudos y vulnerables, sus pensamientos.
Olvide, pues, estos párrafos anteriores y acompañe a Carmen, Clara, Alba, Blanca, Jimena, Encarna, Nel, Alejandra, Elvira, Lucía, Rafael, Ariadna, Agar, Gema, Héctor, María, Allende, Alejandro, Erika, Esperanza, Andrés, Miguel Ángel, Jorge, María Jesús, Mila, Estrella, Fátima, Meri, Odiarte, Adriana, Carmen, Cristina, Rober, Sara, Manuel, Elena, Jennifer y Virginia, por sus noches y paisajes más o menos serenos o inquietantes, versos con aroma a Machado y a Lorca, putas y musas que quieren dejar de serlo, seres mitológicos u otras extrañas criaturas que parecen ocultarse bajo la cama, por locales enigmáticos donde se cuelan carniceras hamletianas y futuros ganadores del Nobel de Literatura, mares, tierra gallega, lunas crecientes o menguantes, espaldas y lunares cubiertos por largas melenas, por ojos que se cierran y rostros que lloran o desaparecen bajo formas geométricas o bajo los pies que nos sustentan y, sobre todo, recuerde que:
La poesía es como la pintura, habrá una que te cautivará más si te mantienes cerca, otra si te apartas algo lejos, ésta ama la penumbra; aquélla, que no teme la penetrante mirada del que la juzga, quiere ser vista a plena luz; ésta agradó una sola vez, aquélla, aunque se vuelva a ella diez veces, agradará (otras tantas).
(Horacio, Epístola a los Pisones, trad. de A. González, Madrid, Taurus, 1991, pág. 141)
Guadalupe Soria Tomás
Universidad Carlos III de Madrid






La noche trae un telón azul oscuro, estrellas doradas, Y alza la luna de plata. Mi lecho me trae el sueño
Muy lento muy lento
Y mientras espero
Te pienso.











Era un lunar oscuro, redondo y áspero; en una espalda infinita. Se podría deslizar uno sobre cada centímetro de aquel horizonte, sintiendo mientras el amanecer pasa, que no hay nada imposible, que el tiempo solo es cuestión de soles.
Las sábanas le abrazaban: redescubrí en ellas el salvajismo de unas olas arrugadas rompiendo en la arena.
El dinamismo del mar, en pausa. Y ella, desplomada en el océano, me regalaba toda la belleza de un paisaje, inmortalizada en un cuerpo palpable.

Así que recorrí a pie y a nado su relieve, y me dejé sorprender por los recovecos más tiernos, más ocultos, más íntimos.
La miré de lejos y la vi magna; la observé de cerca y me dio vértigo.
La acaricié y su calor me hizo sentir eterna, infinitamente pequeña y acogida.
Y, sabiendo que acabaría ahogándome, me zambullí en sus aguas.
Era un lunar oscuro, sobre una espalda en marea baja, sobre un colchón inmóvil.








Su madre le preguntaba lo mismo día tras día y ella me lo contaba con una ternura propia de alguien que amó lo que tuvo en su momento y supo disfrutarlo como poca gente hace con las cosas que les da el presente.
“¿Qué estás haciendo para ser feliz hoy?"
Me contaba que había días que le causaba un poco de molestia esa interrupción porque casi siempre se lo cuestionaba a las siete de la tarde, daba igual si estaba jugando en el patio, regando las plantas o iba a salir a dar un paseo con sus amigas.
Ella sabía que era la hora de la pregunta y que era sagrada. Se sentaba en el regazo de su madre y, cuando iba a hablar, solía mirarla a los ojos, porque había sido muy bien educada.
Los Lunes, por lo general, le costaba hacer cosas de esas que nos ponen de buen humor.
Le daba un poco de rabia que un día tan feo fuera disfrutado, así que refunfuñaba un par de tonterías y ya está.
Sus días preferidos, sin embargo, los Sábados y los que hacía sol, a menudo era ella la que buscaba a su madre para leerle la lista que había redactado orgullosa.
“A medida que fui creciendo"- me decía- "me sorprendía a mí misma analizando cada cosa que hacía para ver si era feliz con ellas o no. Así supe que no me gustaban las matemáticas, que odiaba el té y que lo que se te da bien hacer no tiene porqué corresponderse con tu verdadera pasión".



Ella estaba totalmente agradecida, porque había interiorizado algo que a todos nos cuesta mucho, ya sea por miedo a darnos cuenta de que hacemos cosas que no nos hacen felices o por la simple pereza que nos brinda la rutina implacable de los jóvenes que viven en un bucle de prisa y descontrol.
“Hubo un momento"- terminaba mi amiga -"en el que yo ya no tuve más a mi madre y las citas de las siete se volvieron tremendamente aburridas y tristes, pero yo seguía yendo con la certeza de que algo que se hizo durante tanto tiempo no podía acabar sin más. Y así fue. Ahora Daniela lo hace conmigo. Los fines de semana me pone exactamente la misma mueca que yo le ponía a mi mamá. Y la verdad es que, viéndolo desde la otra perspectiva, es bastante divertido.
Un día, no hace mucho, la descubrí al volver de un cumpleaños escribiendo un montón de cosas en un papel: jugar con mis amigas, darle un abrazo a Marcos, comer chuches... Y, por primera vez, entendí que se me había escapado lo más importante de todo esto. La ilusión. Ya no sólo escribíamos las cosas que nos hacían felices para la cita de las siete, no, sino para que mamá estuviera orgullosa. Y ella siempre lo estaba, porque cinco minutos a las siete bastaban para que estuviéramos pensando en la felicidad de la una y de la otra durante el resto del día".
“La función del arte es luchar contra la obligación”.
Amedeo Modigliani



Sol calienta la piel. Nostalgia de tiempos mejores.
Como dice Carolina, deseo estar siempre en este momento.

Bailoteo al ritmo de unos acordes bien puestos, invierno, no te quiero.
Calor: embriágame de sudor, agua y sal, azúcar en vena y explosión de vitalidad, eso es lo que deseo. Nostalgia de tiempos mejores. Felicidad estival.
Julio, Agosto: hagamos un trío. Por siempre.





“Uno no necesita el talento para ser un artista, necesita solamente el valor”.
Isabel Allende



Hay monstruos debajo de mi cama, nunca los he visto, pero sé que hay monstruos debajo de mi cama.
A veces hacen crujir las tablas del somier, otras, con sus garras me rozan los pies. Cuando eso pasa abrazo mi almohada y me cubro con las sábanas, aunque eso no hace que deje de tener miedo de los monstruos de debajo de mi cama.
Igualmente, no me quiero arropar me gusta sacar la pierna por la sábana, podría poner una barrera pero me gusta estirar el brazo y que cuelgue.
Normalmente paso el día fuera, muy lejos de mi cama muy lejos del miedo, pero muy lejos de mi cama, y tengo que volver a casa donde puede que esta noche unos monstruos no me dejen descansar.
A veces, incluso veo sus marcas por la mañana hay una grieta en la pared hecha por sus garras.
También podría ser, solamente, que el frío haga crujir las tablas del somier y que la brisa que entra por la puerta me acaricie los pies, es una posibilidad tan loca como que haya monstruos debajo de mi cama
pero aún no he mirado y por eso hay monstruos debajo de mi cama.


Con los dolores placenteros, o te deshaces de ellos o te queman como el fuego.


No soy la musa
Tampoco la amante
No inspiro al poeta
Ni alimento su arte
La que quiebra el destino
Para escaparse contigo
La que te admira, te cuida
Te devuelve la vida
La niña mimada
Enamorada del malo
El eterno recuerdo
De un amor de verano
Tampoco la puta
Que te deja por otro
De la que te nutres
Para hacerte famoso




Ni la guerra ni su tregua
No soy Lesbia ni Julieta
Ni en tu psique me retienes
Ni en tus letras me desprecias
Ni te rompo
Ni te enmiendo
No te hundo
Ni sostengo
Ni me rezas
Ni me afrentas
Porque hace mucho que no soy
Ni la bruja que te tienta
Ni la diosa a la que ofrendas
Demando tu respeto
No tu insulto o reverencia
Y eso es porque soy
El mismísimo poeta
Del legendario anónimo
Soy la nieta.







“Ningún gran artista ve las cosas como son en realidad; si lo hiciera, dejaría de ser artista”.
Oscar Wilde
Me envuelvo en el danzar de un aire fresco que extrañaba mi pelo. Una mezcla de hielo y fuego se funde en mi piel, en una lucha dulce donde muere el miedo.
El sol se está despidiendo. Abraza las hojas del horizonte mientras espero, helada, a que el cielo me dé la bienvenida. Ya no le veo. Y sin embargo me quedo aquí, Envuelta en un azul frío
que, más adelante, se zambulle en el agua. Caminante no hay camino, sino estelas en la mar, De qué vale ser testigo Si nunca alcanzo a mirar.
(Y mucho menos a entender).


Los pájaros cantan tranquilos, ajenos al declive del dolor mientras yo me lamento por no haber capturado el beso más bello entre Poseidón y Zeus.
Por el momento, Apolo no se asoma. Ya vendrá.
El verde sigue bailando al compás de la tarde que está venciendo. Y mientras, Yo pierdo. Me voy ya, rauda, y creyendo que no mienten los sabios cuando dicen que una retirada a tiempo Es siempre una victoria.



Cuenta de Instagram en la que podrás encontrar a los artistas que han participado : @poetizarte___
