PLUP :: Martín Furlong

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–Por suerte no llegó a venderlos. Esos discos valen oro. –Toda esta última semana no vino a pedirnos plata. Algo raro pasaba. Y la idea la tuvo Rin porque él fue el que compró todos esos sifones de soda. Por lo menos Alberto se dejó de joder con eso. –¿Se los tomó? –Lee el papel. Puse a Camus sobre el mantel y me senté en la silla. Nos miramos brevemente. – “Gracias querido por la intención pero la soda no es la misma. Tiene que ser la misma. Y el muchacho éste no vuelve hasta el domingo. Decile a Mabel que no se preocupe por esas riquísimas tartas.” Agarré el libro y busqué frenéticamente otro papel revelando que ya antes había estado revisando el lugar. –¿Nada más? –. –No. Eso solo. –Ni tocó los sifones. –Uno solo dijo Rin. Para probar. El resto los dejó en el pasillo–. Mabel empezó con el mate. –Andá a ver la casa. Hay una faja policial pero la puerta se abre con nuestro método. Por alguna razón le hice caso y olvidé que la estaba dejando a Mabel sentada sola en la cocina. Pudo haber sido el rechazo que me generó su frialdad aún ahora que Alberto estaba muerto, o tal vez el hecho de que nunca me había gustado estar con ella en la cocina –y ella ya se había sentado allí. Con el papel arrugado en la mano, le di una patada a la puerta de Alberto, me agaché bajo la cinta amarilla, y entré. Adentro, sobre la mesa en el hall, esperaba una caja llena de relojes que Rin (¿Dónde estaba Rin?) probablemente había preparado para regresar a la casa. Mabel estaría contenta. No más absurdas teorías sobre el tiempo. No tener que escucharlo más levantarse a la madrugada para servirse otro vaso de soda. “Sodámbulo” lo llamaba, “sodamosaquista, sifonómano.” ¿Qué quería Mabel que yo encuentre? ¿Polvo y libros? ¿Una heladera vacía? ¿Un baño sin luz? ¿Paredes rotas y diarios tirados? ¿Más cinta policial? No. Tendría que subir a la habitación del entrepiso, un pequeño estudio iluminado por un ventanal que abría al patio trasero de la casa continua. Allí debía estar la respuesta. –No te creas que todo esto es pavada– me había dicho Alberto días antes–. Todo esto de la soda es verdad. Si me voy a dormir, me despierto justo cuando desaparece la última burbujita en el vaso. Y ahí sirvo otro. Inmediatamente. El tiempo que tardo en llenar otro implica servir una mayor medida de soda en el nuevo vaso para compensar. Está todo calculado. Y sin embargo… –¿Qué pasa Alberto? Cuénteme. –Ayer por la noche deduje que el beneficio adicional de cambiar los relojes por los vasos implica una deformación en la noción del tiempo. Mabel ahí tiene como cinco relojes, pero su tiempo no es acumulativo, solamente el aparato. Si yo me sirvo cinco vasos a la vez voy a tener cinco veces mas tiempo que ella. Pero esto implica tener más sifones. Y el muchacho éste no vuelve hasta el domingo. Eso fue. Esa oración. Volví a leer el papel y era la misma. La última conversación que yo había tenido con Alberto el martes por la mañana, la misma mañana que fui a lo de Rin cuando él había salido a comprarle sifones para que estuviese más tranquilo, el día que la encontré a Mabel aún en la cama. Pero ningún departamento en esa casa de pasillo tenía una puerta que no se abriese de una patada. De hecho, lo de Alberto era exactamente igual a lo de ellos, excepto que este lugar era oscuro y absurdamente sucio, con cosas tiradas por el suelo y sangre en la escalera que llevaba al entrepiso. Y en ese pequeño estudio iluminado estaba parado Rin. –¿Y las medialunas? ¿Tenía el libro de Camus en las manos? –¿Sabes que los canas se llevaron hasta el último sifón? El sodero me va a pedir un fangote de guita. –¿Qué pasó? Pensé que habías ido a buscar medialunas. En el centro del estudio había una mesa cubierta de vasos, incontables– también había en el piso y en la biblioteca– llenos de soda sin gas. Rin apoyó el libro sobre estos y tomó uno para mirarlo a trasluz. –Pobre Alberto, ¿no? Y yo que le compré sifones. Mabel una vez le hizo tarta de acelga. Rin dejó el vaso y tomó el libro nuevamente. De adentro sacó un papel, arrugado y roto que me ofreció sin acercarse. –¿Qué es? –La otra mitad de la nota. Leela porque el Sodámbulo te deschavó–. Allí Rin giró para acercarse–. No estaba tan loco después de todo. Salí de ese lugar y entré a la casa continua para hablarle a Mabel pero no estaba en la cocina. Debía estar escondida en el dormitorio. Algo le grité desde el pasillo. Destruí la nota que tenía y tiré los pedazos donde una vez habían estado los sifones.

*** Martin Furlong es egresado y docente del Prof. en Ingles Lenguas Vivas y de la Asociación Argentina de Cultura Inglesa. Escribe y lee para vivir.


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