La crisis del agro y los movimientos campesinos
¡Tierra o muerte! A mediados del siglo XX la relación hombre-suelo se rompió en el Perú: las tierras agrícolas ya no alcanzaban para la población rural, que año a año iba aumentando. Si bien para 1940 la población estaba todavía por debajo de la que existía en 1532, cuando los españoles conquistaron el Tahuantinsuyo, a lo largo del periodo colonial y de la República ingentes cantidades de tierras fueron perdiéndose. De los cuatro o nueve millones de personas que habitaban este territorio cuando llegaron los españoles —según las diversas apreciaciones—, para 1720 quedaban apenas 600 mil. A medida que la población iba decreciendo se necesitaba menos tierras, así que solo se cultivaban las que requerían menos trabajo para su mantenimiento. De esta forma, los suelos ganados a la naturaleza en un trabajo de miles de años de construcción de andenes, camellones, chacras hundidas, etcétera, fueron perdiéndose. Y a inicios de los años cuarenta, con una población de algo más de siete millones de habitantes, ya no era posible mantener a una población campesina en expansión. La vasta migración de millones de campesinos hacia las ciudades no fue suficiente para detener la crisis del agro. A medida que la presión social por la falta de tierras se agudizaba, la lucha campesina se multiplicaba. Una gran oleada de movilizaciones campesinas comenzó a fines de los cuarenta y alcanzó su clímax entre los años 1956 y 1964. A diferencia de los movimientos campesinos de los dos siglos anteriores, este no era más un fenómeno regionalmente localizado sino tenía una envergadura nacional. Sus causas eran diversas: el desarrollo del mercado interno, la creciente incorporación del campesinado en los circuitos monetarios y la expansión de los medios de comunicación y de las carreteras.