
10 minute read
Las elecciones de 1962
de esas empresas sino también de magnates de la oligarquía, como Mariano Ignacio Prado (Valderrama 1980: 98).
Pasado este punto, aparentemente los obstáculos que impedían al partido llegar al poder debieran estar removidos y este podría dar el anhelado último paso hacia la realización de su destino manifiesto: tomar el poder.
Advertisement
La séptima y última etapa consiste en la abierta defensa del sistema capitalista tal como funciona en el país, recalcando las ventajas de entregar nuestras riquezas a los inversionistas extranjeros [...] Es la etapa macartista. En pago a su entreguismo, la oligarquía y los consorcios foráneos lo subvencionan generosamente, los órganos de prensa derechistas dedican páginas enteras a las declaraciones de sus líderes y a informar sobre los éxitos internos y externos de sus planteamientos.
Roto el veto yanqui, sus líderes pueden prepararse a tomar el poder. sus “tradicionales” enemigos, la Iglesia y el ejército, ya no lo son [...] Consumada la traición a sus postulados primigenios, los dirigentes partidarios se aprestan a recibir la “ayuda” de los consorcios y del gobierno yanquis y de la oligarquía peruana (Malpica 1976: 67-69).
Como es sabido, el Apra no pudo transitar este tramo final. Haya de la Torre —que en 1962 ganó las elecciones a Belaunde por apenas trece mil votos, sin alcanzar el tercio electoral que necesitaba para ser proclamado presidente— perdió la única oportunidad en la que estuvo verdaderamente cerca de llegar al poder.
las elecciones de 1962
Para inicios de la década de los sesenta nuevos sectores sociales reclamaban una representación política. La sociedad oligárquica había entrado en crisis y la situación estaba madura para emprender los cambios estructurales que colocaran al Perú en la senda modernizadora que habían tomado países como México, Argentina, Brasil, Chile, e incluso Bolivia, a partir de la década de 1930. En el Perú, la temprana derrota de los movimientos antioligárquicos a inicios de los treinta y el tercer militarismo (1930-1956), al excluir al Apra y al Partido Comunista del sistema político, cerraron el camino a los cambios durante tres décadas. Para fines de los cincuenta las presiones sociales por transformar el país eran grandes. Estas provenían no solo de los trabajadores y los pobladores urbanos y del poderoso movimiento campesino, sino de sectores que tradicionalmente habían respaldado el orden oligárquico, como la Iglesia, sensibilizada por iniciativas como la Misión Lebret. Así como también de las Fuerzas Armadas, que elaboraron una nueva doctrina de seguridad nacional en el Centro de Altos
Estudios Militares (CAEM) —fundado en 1950 y que para fines de esa década levantaba una propuesta reformista que consideraba que el pilar fundamental de la defensa nacional era la integración—, cuya condición era el desarrollo nacional (Villanueva 1972).
Inclusive el gobierno norteamericano, que tradicionalmente había apoyado a los regímenes oligárquicos, mudó de posición al iniciarse los años sesenta, debido al temor a la extensión del mal ejemplo cubano. Después de todo, en Cuba una revolución que se definía como humanista y que inicialmente solo planteaba reformas, culminó en expropiaciones de empresas norteamericanas y la proclamación del socialismo, debido al enfrentamiento con los Estados Unidos. La respuesta de la administración Kennedy combinó una estrategia militar contrarrevolucionaria y la Alianza para el Progreso, concebida como «un Plan Marshall para América Latina», la respuesta a la revolución cubana. La propuesta contemplaba inversiones y apoyo técnico para impulsar el desarrollo, condicionados a la realización de cambios tan inaceptables para la oligarquía como la reforma agraria y la reforma tributaria.
En el Perú, la revolución antioligárquica, que a mediados de la década del cincuenta parecía inminente, se frustró porque el Apra, el más importante partido de masas de la historia peruana, dio un viraje que lo llevó de sus posiciones antioligárquicas iniciales a la defensa de la oligarquía.
Al acercarse el final del gobierno de Manuel Prado, era necesario redefinir la naturaleza de las alianzas que se habían concertado para 1956. Para Bourricaud, que la convivencia sobreviviera hasta 1962 se explica por las ventajas que apristas y pradistas obtuvieron de su asociación (Bourricaud 1989: 292). Los apristas habían mostrado continuamente que se sentían muy cómodos con la alianza. Ramiro Prialé afirmaba que el radicalismo era un «estado de espíritu», mientras que la convivencia era «un clima, una actitud, una manera nueva que el país ha descubierto de expresarse» (1989: 296). Un rasgo distintivo de la convivencia era su apertura a los acuerdos políticos: «Dentro de la convivencia caben los pactos, los entendimientos, las relaciones entre los unos y los otros», lo cual, sin embargo, decía Prialé, no quería decir que los apristas tuvieran un pacto con Manuel Prado: «nosotros no tenemos pacto con el (Movimiento) Democrático Pradista; nosotros antes de las elecciones adquirimos con ellos el compromiso de luchar por las libertades y cancelar las discriminaciones. Cumplieron ellos y cumplimos nosotros. Allí terminó la cosa. Pero es natural que mantengamos una relación cordial».
Alguna vez Prialé reconoció —a medias— que Prado representaba a la oligarquía. En una entrevista que concedió a Caretas, en 1963, luego de afirmar que nacieron como un partido antioligárquico, reconoció que en 1956 entraron en una «situación amistosa con un gobierno aparentemente típico de lo prooligárquico».
Lo atribuyó empero a que estaban «en condiciones de semiciudadanos, de manera que los movimientos se constituyeron alrededor de personas» (Caretas 1963b).
Haya de la Torre ofreció una segunda interpretación de la convivencia, según la cual esta había sido la reanudación de la experiencia de 1945-1948, que fue interrumpida por el golpe de odría. El aprismo quiso hacer un ensayo de democracia apoyando a sus opositores para iniciar un diálogo civilizado con respeto a todas las ideas. según él, esta política de apertura democrática era semejante a la coexistencia pacífica entre EE.UU. y la URss.
Bourricaud se pregunta por qué la convivencia no logró sobrevivir más allá del mandato de Prado y lo atribuye, en primer lugar, a una campaña de descrédito; en segundo lugar, a la falta de «cierto número de electores conservadores no comprometidos», provocada por la campaña anterior; en tercer lugar, al desequilibrio numérico entre los apristas y los pocos conservadores que se les habían unido, que pesó cuando se trató de la designación del candidato presidencial; finalmente, a que el Apra no podía aceptar «una vez más movilizar a sus partidarios en favor de un candidato conservador» (Bourricaud 1989: 303).
Para Bourricaud, los dirigentes del Apra no podían prescindir de la candidatura de Haya sin desmoralizar a sus partidarios. Nadie le impedía presentarse y encabezar la campaña y desde 1956 los apristas esperaban el vencimiento del plazo de 1962 para ver la entrada de Víctor Raúl en el palacio presidencial.
En realidad, la convivencia, si por tal se entiende la alianza del Apra con la oligarquía, no solo sobrevivió al gobierno de Prado sino se perfeccionó, pues para las elecciones de 1962 los quince candidatos al Congreso del Movimiento Democrático Peruano fueron incorporados a las listas parlamentarias del Apra. según dice Luis Alberto sánchez, durante la convivencia los grupos parlamentarios del Apra y del MDP formaron un equipo homogéneo, que sobrepujó «las dificultades del noviazgo de dos grupos que habían antagonizado tan áspera y hasta cruentamente durante ocho años» (LAs 1987: vol. 4, 175).
Los resultados de la elección del 10 de junio de 1962 fueron los siguientes:
cuadro 6
candidato votos porcentaje
Víctor Raúl Haya de la Torre 558.237 32,98%
Fernando Belaunde Terry 543.828 32,13%
Manuel A. odría 481.404 28,44%
Tuesta 1987: 263.
Ninguno de los candidatos alcanzó el tercio de votación que se requería para ser proclamado presidente, por lo que el nuevo Congreso debía instalarse y nombrar al nuevo mandatario entre los tres más votados. Como se ve, la ventaja de Haya sobre Belaunde fue de apenas 14.000 votos sobre 1.580 mil votantes. Entonces, Haya chocó con el veto de la Fuerza Armada, que se oponía a que asumiera la presidencia. si el Apra hubiese conseguido una gran ventaja electoral, quizá Haya hubiera podido presionar para que se reconociera su derecho a ser proclamado presidente —si lograba reunir los votos necesarios en el Parlamento—. Pero con una diferencia tan precaria con relación a Belaunde su margen de acción era muy reducido.
El Apra decidió endosar sus votos al general odría, que había alcanzado apenas el tercer lugar. Y en 1963 incorporó a su alianza con el pradismo a la Unión Nacional odriísta, en torno a la cual se habían nucleado los barones del azúcar y del algodón para asegurar su hegemonía en el Congreso. Esta alianza, a la que el Apra irónicamente bautizó la Coalición del Pueblo —sus detractores la denominaron la superconvivencia— cogobernó al país entre 1963 y 1968.
La decisión de ir en alianza con la oligarquía a las elecciones de 1962 no dejó de provocar malestar entre los apristas, pese a que los sectores más radicales ya habían abandonado el partido, pero el aparato finalmente consiguió alinear a la masa aprista con la dirección. Para sánchez, «Un sector pequeño y ambicioso, lleno de sospechosa violencia, en el que militaban algunos de los que trataron de engañar a Manolo seoane, pretendía obtener ventajas flameando la bandera de una supuesta oposición doctrinaria, a todo trato con odría. Dos Congresos y cinco Plenarios del partido rechazaron semejante pretensión», (LAs 1987: vol. 4, 175-176).
Que la dirección aprista lograra encuadrar a su militancia en la obediencia a sus directivas no garantizaba, sin embargo, que pudiera ganar a los sectores independientes que esperaban que el cambio de régimen abriera el camino a una gran transformación. De eso se aprovechó Belaunde para golpear al Apra por su política de defensa de los intereses de la oligarquía y el imperialismo. En un mitin de campaña en la plaza san Martín, el 5 de enero de 1962, Haya llegó a decir: «Malditos sean los demagogos, mil veces malditos porque ellos atraen y engatusan a la gente». A lo que tres semanas después Belaunde le respondió diciendo: «Ningún ciudadano que no pertenezca a sus filas va a caer en la trampa retórica de quien se pasó 30 años agitando a los de abajo y ahora ha dedicado tres horas a calmar a los de arriba. su discurso ha sido un mensaje de esperanza [...] para la International Petroleum [...]» (Luna Vegas 1990: 132).
La versión de sánchez, según la cual seoane respaldaba el acuerdo con odría, es desmentida por el memorándum que el «Cachorro» envió al CEN del Apra el 26 de setiembre de 1962. Allí, evaluando las elecciones del pasado
junio y previniendo los futuros pasos de la dirección, seoane subrayaba su firme oposición a cualquier acuerdo con el viejo verdugo del Apra:
Vuelven a producirse movimientos de aproximación a fuerzas políticas retardatarias, representativas del rezago y primitivismo político, en especial la Unión (Nacional) odriísta. si ayer, frente a la amenaza del golpe, el amargo paso fue casi impuesto por los hechos, hoy no existe ningún justificativo de entendimiento con el dictador que más persiguió al Partido. En tanto la UNo alardea de su antiaprismo genérico, y en particular su rechazo al Jefe del Partido, el aprismo formula declaraciones complacientes, sin explicar cómo se produjo la renuncia de Haya de la Torre, y sin marcar las barreras que distinguen y separan ambos movimientos (De las Casas 1981: 258).
La alianza con odría de 1963 definió el alejamiento definitivo de seoane de toda actividad partidaria. Poco después un ataque al corazón terminaría con su existencia.
Incorporado el MDP en las listas parlamentarias del Apra, no quedó una oposición orgánica de la derecha. En diciembre de 1961 se constituyó el Movimiento de los Independientes, informalmente promovido por Pedro Beltrán: «los fundadores no estaban muy alejados del círculo de parientes, amigos y clientes del señor ministro» (Bourricaud 1989: 318-319). No tuvo acogida y Beltrán decidió evitarse el bochorno de una derrota, desistiendo.
En los primeros meses de 1961 odría hizo pública su intención de candidatear. El borrón y cuenta nueva, promovido por la convivencia, permitió que a un lustro de dejar el poder intentara volver a Palacio por la vía electoral. A fines de marzo retornó al Perú, agrupando a sus ex ministros, consejeros, clientes y familiares. Atrajo también una significativa masa de gente de origen muy modesto: pobladores de las barriadas captados gracias a su política clientelista desde la presidencia. La tónica de sus discursos estaba bien definida por dos lemas que hizo célebres: «Hechos, no palabras» y «La democracia no se come»,
[...] tres características [afirma Bourricaud] definen la nueva empresa odriista. Apoya al general un grupo de hombres ricos y poderosos que están decididos a financiar ampliamente su campaña. En segundo lugar, el general puede contar con ciertos apoyos en provincias [...] En tercer lugar, el general espera conseguir una vasta fracción del voto de las barriadas.
Doña María Delgado de odría es una mujer de origen modesto en la que el pueblo reconoce las virtudes de la madre de familia, acostumbrada a hacer hervir la olla de sopa con recursos exiguos e inciertos [...] Víctor Raúl es soltero (“por conocidas razones”, escribe “El Comercio”, cuya malevolencia para con el jefe aprista jamás se desarma); el arquitecto Belaunde está separado de su