Nelson Manrique
El boom de la harina de pescado y la recuperación económica Luego de la recesión de 1957, hacia 1959 se produjo la recuperación económica en el Perú gracias al inicio de la explotación de las enormes minas de cobre de Toquepala, que comenzaron su producción en 1960 y que al poco tiempo eran responsables de más de una tercera parte de la producción total de cobre del país. La caída de la competitividad de las minas peruanas llevó, durante este periodo, a adoptar una nueva tecnología, la explotación de tajo abierto, que elevó notablemente la producción y la productividad. En 1953 se inició la minería de tajo abierto en Marcona; le siguieron Toquepala y Cerro de Pasco en la adopción de la misma lógica, en 1960, y finalmente en 1967 comenzó Cobriza, con una muy elevada competitividad (Iguíñiz 1986: 310-311). Durante los años siguientes la economía fue apuntalada por el boom de la exportación de harina de pescado y por el incremento de las exportaciones de azúcar a los Estados Unidos, gracias a que el Perú recibió parte de la cuota cubana, que le fue otorgada como recompensa por su alineamiento con la política norteamericana de bloqueo económico y la expulsión de Cuba del sistema interamericano para impedir la expansión del mal ejemplo de la revolución cubana. El boom de la harina de pescado se inició hacia mediados de la década de 1950 y fue explosivo. Las fábricas de harina de pescado, que eran 17 en 1954, aumentaron a 64 en 1959 y a 154 en 1963. La producción se incrementó veinte veces entre 1954 y 1959, y este último volumen se triplicó durante los cuatro años siguientes. La industria pesquera fue la creación de un nuevo grupo de empresarios de clase media entre los cuales destacaron las familias Banchero, Elguera, Madueño y del Río. Bajo la dirección de Luis Banchero Rossi, formaron un cartel que agrupaba al 90% de los productores nacionales en 1960 y que logró la suficiente fuerza como para contrarrestar la caída de los precios en el mercado mundial reduciendo la producción. La oligarquía tradicional —que había despertado las ilusiones de Manuel Seoane de verla devenir en una moderna burguesía— no corrió los riesgos de crear un nuevo sector productivo, limitándose a participar de los beneficios a través del control del financiamiento. La harina de pescado tenía un valor de retorno extremadamente alto, de alrededor del 90%, y su producción tenía importantes efectos multiplicadores gracias a sus eslabonamientos con el sector de bienes de capital —construcción de bolicheras, por ejemplo— y con el consumo interno —principalmente a través de los salarios—. Generó una fuerza laboral grande y bien pagada, especialmente en el puerto de Chimbote, que creció explosivamente durante las décadas de 1950 y 1960 (Klarén 2004: 376). Chimbote, con su aire pestilente, sus fábricas de harina de pescado y la empresa siderúrgica, se convirtió en un 156