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1. Panorama histórico general
LA ESCLAVITUD COLONIAL (SIGLOS XVI-XVIII)
1. Panorama histórico general
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La historia de la esclavitud, los africanos y sus descendientes está ligada a la colonización del continente americano y a la expansión de la economía capitalista europea. El tráfico negrero se relacionó con la exportación de productos y el uso intensivo de mano de obra en haciendas y plantaciones, de modo que la historia local de la esclavitud es parte de una historia mayor que incluye la expansión y transformación del capitalismo en el tiempo (Quijano, 1992). En esta dinámica, la esclavitud desarrolló particularidades regionales1. Por ejemplo, en espacios densamente poblados por indígenas, como los Andes centrales y México, se organizó la producción bajo diversas modalidades de mano de obra como la encomienda, la mita y el trabajo libre2. De allí que la esclavitud no tuvo una presencia importante, excepto en algunas regiones donde existían plantaciones y, especialmente, en las ciudades donde fue usada más como mano de obra doméstica, jornalera y símbolo de prestigio. En contraste, en las zonas tropicales la población indígena fue diezmada generándose la necesidad de importar mano de obra. Algunos espacios como el Caribe y Brasil, contaron con factores de producción favorables como extensas tierras, agua en abundancia, climas y condiciones de suelo adecuados para cultivos como el tabaco, la caña de azúcar y el café. Estos cultivos requerían una
1. Estudios comparativos sobre la esclavitud en América: Bernand (2001), Andrews (2007), Klein y Vinson III (2008). 2. Las leyes españolas tempranamente protegieron a la población indígena contra la esclavitud. Eran considerados siervos del rey, con derechos y obligaciones, situación muy diferente a la del africano, considerado una mercancía aunque sujeto también a ciertos derechos.
organización adecuada para la producción y una mano de obra a gran escala, rentable y controlada, tal como fue la esclavitud de plantación. A medida que se fue ampliando el mercado capitalista, se elevó el consumo de estos productos y se intensificó el uso de la mano de obra esclava para satisfacer la demanda mundial (Engerman y Sokoloff, 1999: 308).
Durante el siglo XVI la desaparición casi total de los indígenas alteró la disponibilidad de mano de obra en las regiones costeras, siendo reemplazada por trabajadores esclavizados. Posteriormente, entre los siglos XVII y XVIII, la recuperación demográfica de la población indígena dotó de mano de obra constante a las minas, haciendas, obrajes, talleres y otros espacios de producción en las zonas de altura y valles, de tal manera que la esclavitud fue de importancia secundaria frente a otras formas de trabajo y se focalizó en la costa del Pacífico, asociada más a la economía exportadora, especialmente a la producción de caña de azúcar. También se concentró en las ciudades costeras y en menor medida en las del interior, respondiendo a una fuerte demanda de trabajo doméstico, artesanal y a jornal. En contraste, en Lima, la capital del virreinato peruano, la esclavitud siempre tuvo mayor importancia ya que fue empleada en la producción, comercio y servicios, de allí que la posesión de trabajadores esclavos fue muy extendida tanto en la elite como en los sectores medios y bajos, incluyendo indígenas y libertos (Bowser, 1977; Flores Galindo, 1984). Estas diferencias regionales y locales produjeron diversas modalidades de control de la mano de obra, relaciones con los amos, resistencias y adaptaciones cotidianas a lo largo del tiempo.
Durante los siglos XVI y XVII el ingreso de africanos esclavizados al virreinato peruano fue más bien modesto, lo que sugiere que en nuestro territorio se configuró una esclavitud a pequeña escala. Perú estuvo muy lejos del modelo correspondiente a las colonias asociadas al empleo masivo de esclavos como Brasil, Cuba, Haití y Jamaica (Engerman y Sokoloff, 1999). En cambio, en el siglo XVIII se amplió la importación de africanos esclavizados, debido sin duda al incremento de la demanda de mano de obra para el cultivo de la caña de azúcar y para satisfacer el consumo interno de productos tales como el aguardiente y la alfalfa. Esto también pudo incentivar el mayor uso de jornaleros esclavizados ampliando las posibilidades de trabajo fuera del modelo ya conocido de la hacienda y el trabajo doméstico.
La conquista y los primeros años de colonización formaron un largo ciclo de guerras en el cual la esclavitud se insertó como sistema de trabajo y al mismo tiempo importante auxilio militar. Los africanos y afrodescendientes cumplieron diversas labores para los conquistadores españoles, fueron sirvientes y pajes, también formaron parte activa en las guerras de conquista como maestres, pilotos, arcabuceros y soldados, cumpliendo además tareas delicadas como espías, vigilantes y exploradores. La expedición de Francisco Pizarro a Tumbes en 1528 estuvo conformada por soldados españoles y numerosos auxiliares indígenas –algunos del Caribe y Panamá – y africanos, todos esclavizados. La mayor parte de ellos había residido en otros lugares de España y América antes de arribar al Perú. Lockhart encontró que de 256 esclavos registrados en las notarías de Lima y Arequipa, el 80 % había nacido en África pero ya había servido como esclavo en otros lugares antes de pisar tierra peruana (Lockhart, 1968: 173).
Existe poca información que permita identificar por su nombre a los primeros africanos presentes en los momentos iniciales de la conquista. Figuran como anónimos, algunos son nombrados por los cronistas como «un negro» o «un guineo», entre ellos los que sirvieron de auxiliares en las tropas de Pizarro y Almagro. Así es mencionado un africano que acompañó a Alonso de Molina, uno de los Trece del Gallo, en el desembarco en Tumbes en 1532, donde protagonizó un episodio curioso al ser bañado por los indígenas. También se consigna a un negro que salvó la vida a Diego de Almagro en el Fortín del Cacique de las Piedras, episodio en el que perdió un ojo; asimismo, se menciona a otro que falleció en la captura del inca Atahualpa en Cajamarca y a otro más, que recogió los tesoros de Cusco. Al narrar las Guerras Civiles, los cronistas mencionan a otros africanos; por ejemplo, un negro esclavo del capitán Juan Mogrovejo de Quiñones fue recordado por quedarse al lado de su amo en plena batalla y morir con él en 1536. También se mencionan a «unos negros» que estuvieron presentes en el entierro de Francisco Pizarro en 1541. Asimismo, cuando el virrey Blasco Núñez de Vela fue vencido en la batalla de Iñaquito en 1546, el esclavo de Benito Suárez le cortó la cabeza y la mostró al público. Otros negros son mencionados como verdugos que cortaron la cabeza a diversos protagonistas de las Guerras Civiles, como al maestre de campo Francisco de Carvajal, el Demonio de los Andes, luego de la batalla de Jaquijahuana en 1548 (Del Busto, 2001: 21-24; Rocca, 2010: 37-38).