17 LA DEPRESIÓN DE LA POSGUERRA, 1883-1895 El destino de Miguel Iglesias fue el de todos los presidentes que firman acuerdos de rendición con el enemigo: ser expulsado del gobierno y maldecido por la historia apenas ocurriese el retiro de las tropas invasoras. Tras la partida de los últimos contingentes chilenos por el puerto de Mollendo fue inmediatamente combatido por Andrés Cáceres, quien era un coronel y terrateniente ayacuchano que representaba a la fracción oligárquica que se había opuesto a la entrega perpetua a Chile de las salitreras del sur. Su resistencia a dicha amputación era en ese momento de efecto más político que práctico, ya que las posibilidades de reiniciar la guerra, desconociendo el acuerdo de Ancón, y vencer al ejército chileno eran nulas sobre el terreno. Tras conseguir la renuncia de Iglesias, Cáceres entregó el poder a una Junta de notables, que convocó a unas elecciones que ganó Cáceres, naturalmente, a quien le cupo así iniciar el proceso que la historiografía peruana ha llamado de “reconstrucción nacional”. En el marco de la guerra civil entre los caudillos Iglesias y Cáceres, que expresaba tanto la debilidad del Estado peruano cuanto la escisión de la élite, ocurrió en la sierra del departamento de Ancash la más importante rebelión indígena después de la independencia, liderada por el alcalde de un pequeño pueblo del callejón de Huaylas, Pedro Pablo Atusparia. Los indios protestaban contra la reinstauración del tributo por cabeza aplicado durante la guerra del salitre, que les recordaba la época colonial y, sobre todo, contra los llamados “trabajos de república” que las élites mestizas del interior hacían recaer sobre los indios. Estos trabajos consistían en la limpieza de las calles de las villas, el traslado de la correspondencia, el cuidado y la limpieza de los establecimientos públicos, como la pre-
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